domingo, 31 de diciembre de 2017

DEFINICIÓN DE ESCRITORIO




Según tío Lacho, el escritorio no es un objeto recomendable. Desde hace mucho oigo que dice: “Esos funcionarios son unos tontos, hacen programas desde el escritorio”. Sé porqué tío Lacho lo dice. Lo dice porque los funcionarios de gobierno, en lugar de estar sentados frente a sus escritorios, deben salir al campo, a la calle, a palpar, con la piel, cuál es la situación del país. ¿Cómo sobreviven los mexicanos de la calle? Los funcionarios, dice tío Lacho, no pueden saberlo, porque no se llenan los pies de lodo y de polvo, su conocimiento se basa en lo que llega hasta sus escritorios de lujosas oficinas.
Pero, lo que tío Lacho olvida es que el escritorio es un objeto luminoso, porque muchos de los grandes cambios de la humanidad se han hecho sobre ese chunche que, en ocasiones, no es muy lujoso, en ocasiones es como una simple mesa de madera. Es decir, el escritorio no es bueno para funcionarios de la Secretaría del Campo, pero sí es un chunche genial para los escritores, para los poetas y, en general, para todos aquellos creativos que, a ratos, deben sentarse para pasar al papel o en computadora las genialidades que se les ocurren. Creo que Einstein no pudo elaborar su Teoría de la Relatividad sin la ayuda de un escritorio; creo que Picasso no pudo elaborar el boceto inicial del Guernica sin un escritorio. ¿En dónde se han escrito las grandes novelas que son el pan nuestro de cada día?
El mundo no puede concebirse sin el escritorio. Jorge cuenta que fue concebido en un escritorio; cuenta que sus papás trabajaban en una empresa de publicidad y una tarde en que el sol se colaba por las persianas, ella (su mamá) se sentó sobre el escritorio de él (su papá) y éste se acercó, la rodeó con sus brazos y luego con sus piernas y ahí, sobre el escritorio, hicieron el amor. Jorge dice que ella (su mamá) estaba iluminada por una luz ambarina, que tenía la luz de un fogón a punto. No sé cómo Jorge lo sabe, si aún no era proyecto de vida, si aún era una simple bola de masa sin cocer.
Sí, el escritorio ha servido como lecho de apasionados amantes o como mesa para quienes sacian su hambre o como mesa de juego de barajas españolas o como atril para lectura o como improvisada mesa de ping pong o como carretera para los carros de los niños que juegan. El escritorio es uno de los objetos más utilitarios del mundo. En un cuento de Óscar Andrade, el personaje se esconde en cinco ocasiones debajo de un escritorio: una para ocultarse del jefe; otra para sorprender a la novia; una más para comer en la oficina en horas no apropiadas; la cuarta vez para esconderse antes de asestarle un golpe con bat en la cabeza de la novia; y la última para huir de la persecución policial. Recuerdo que la primera imagen del primer día de clases en la primaria fue la de Ramiro (en ese instante no sabía que así se llamaba), con sus manitas agarrando la superficie del escritorio de la maestra, no sé por qué supe que esa iba a ser la imagen permanente de la escuela: la de un náufrago que se sostiene con sus manos en la barandilla del barco.
La definición del diccionario es limitada. El diccionario de la Real dice: “Mueble cerrado, con divisiones en su parte interior para guardar papeles y, a veces, con un tablero sobre el cual se escribe”. ¡Ah, qué tontitos los académicos! Su definición de escritorio da relevancia a las divisiones para guardar papeles y relega la función principal: la del tablero sobre el cual se escribe. Esta definición no dice lo principal: Que el escritorio sirve para formular sueños y para bocetar los destinos mejores del mundo. No dice que ahí se dibuja, que ahí se come, que ahí se coge; que ahí se construye mucho de lo mejor de la vida.