sábado, 23 de diciembre de 2017

CARTA A MARIANA, CON DICCIONARIO INCLUIDO




Querida Mariana: El escritor Julio Cortázar decía que el diccionario es un cementerio de palabras. En parte tenía razón, porque ahí reposan cientos de palabras que, así como el latín es una lengua muerta, gozan de la paz eterna. Vos y yo y los demás hablantes usamos un mínimo porcentaje de todas las palabras que en el diccionario están contenidas y que, se supone, deberían emplearse en nuestro acto cotidiano de comunicación.
Ahora, los viejos decimos que los jóvenes tienen un acervo de palabras muy escaso, muy pishcul. Ahora (lo escuchamos con frecuencia) los jóvenes tienen a la palabra buey o güey como una de sus palabras más queridas. Para todo usan el güey, sí güey, no güey, vamos güey, no seás güey. ¡Padre eterno!
Si abrís un diccionario, por ejemplo en la letra b, hallás una serie de palabras que ya nadie emplea y que, sin duda, en algún momento de la historia fueron empleadas. Acá en Comitán era proverbial la forma en que el maestro Bernardo Villatoro se expresaba, el abuelo de la güerita. Decía, por ejemplo, “céfiro blando” que quería decir: Viento suave y armonioso. ¿Quién ahora emplea la palabra céfiro en lugar de la palabra viento? ¡Nadie! La palabra céfiro reposa tranquilamente en las páginas del diccionario.
Pero, en contraposición, cada día se integran nuevas palabras al diccionario. ¡Claro! ¡Es comprensible! Ya los entendidos nos han dicho que el lenguaje es un ente vivo, que produce nuevas expresiones.
El otro día me enteré, como se enteró medio mundo, que los integrantes de la Real Academia de la Lengua Española habían integrado nuevos vocablos al diccionario. Es simpática la labor que realizan esos académicos, se encargan de analizar las palabras nuevas que crean los hablantes en Hispanoamérica y, en medio de sesudas sesiones, deciden si las integran o no al diccionario. ¡Ah, bonita chamba!
En realidad parece una labor un tanto tonta, porque a los hablantes, la verdad, poco les interesa el permiso de los académicos. Las personas empleamos las palabras con gran libertad y las lanzamos al viento. ¿Cómo nacen esas palabras nuevas? ¡No lo sé! ¡Qué voy a saber! Nadie puede precisar cómo nació la palabra güey, en qué momento pasó de buey a güey.
Una amiga feminista dice que (en broma) debe decirse también güeya, por aquello de la equidad de género. Le digo que tenga cuidado porque al rato la palabra güeya puede derivar en huella y con eso habrá una gran confusión, que es lo que provocan esas feministas a ultranza que insisten en usar arrobas y equis para propiciar un supuesto equilibrio hormonal lingüístico, con lo que provocan una gran desconcierto.
Decía, querida Mariana, que me enteré que, entre otras, la Academia aceptó integrar la palabra “comadrear”. ¡Ay, mis académicos! Es decir, a partir de hoy está permitido emplear tal término. ¡Pucha máquina! Los comitecos hemos usado la palabra desde hace muchísimos años, sin necesidad de la visa de la Academia.
Acá deben estar tranquilas las feministas. El término comadrear es femenino. ¡Ah, ya sé! De todas maneras van a brincar, porque van a decir que tiene una especial carga machista, porque comadrear significa echar plática en plan de chisme. Hay chismosos y hay chismosas, pero no hay el término compadrear, como sinónimo de plática chismosa. ¡No! Cuando las personas se reúnen para echar chisme se emplea el término comadrear.
En Comitán hemos comadreado bonito y sabroso, desde siempre. No tenemos la costumbre de sacar las sillas en la banqueta, como sí lo hacen en Terán, por ejemplo. Nosotros, los comitecos comadreamos a mitad de la banqueta, pero parados, cuando nos topamos con una amiga. Comadreamos, también, en los parques o en los mercados o en los supermercados. Ahora (¡faltaba más!) comadreamos en el recién inaugurado “Fábricas de Francia”. No existen estadísticas que den cuenta exacta del dato, pero muchos comadreos tienen su inicio con la siguiente oración: “¿Ya te enteraste que la fulanita…?”, y entonces contamos las nuevas aventuras de la fulanita o del sutanito. ¡Ay, señor! El comadreo pasa, de inmediato, del testimonio personal al chismorreo que involucra a terceros.
Una plática sana es aquella donde se dan datos de los dos participantes. Un comadreo impoluto (ah, qué palabra tan de cementerio) es el que no involucra honras ajenas.
¿Cuándo se da una conversación limpia en Comitán? ¡Nunca! El comadreo es interesante cuando uno se entera qué le pasó a sutanito o a merenganito. En muchas ocasiones tal comadreo linda con la mentira, con la exageración, con el descrédito, con la mancha, porque hablar del otro es muy sencillo, es muy fácil enlodar la honra ajena. ¡Ah, qué de historias ingratas se han dado en el comadreo que debería ser una plática sencilla y campirana!
Ahora, el comadreo ya está aceptado en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Nosotros, los comitecos, hemos usado la palabra desde siempre, porque desde siempre nos ha gustado comadrear (así sea entre compadres). Comadreamos bien sabroso en el café (desde tiempos de Casino Fronterizo, donde, cuentan, se reunían los hacendados ricos, pasando por El Nevelandia hasta llegar ahora al café de la Casa de la Cultura o al Italian Coffee) y, sobre todo, en las cantinas (desde el bar La Marina, de tío Tavo, hasta Las Tablitas, de ahora). ¡Ah!, cómo hemos comadreado, lo hemos hecho con desenfado y con alevosía, bebiendo una macharnuda o una cerveza, acompañadas con tostadas y frijoles refritos y lengua en pebre y caldos de mollejas y tacos de chicharrón de hebra con pico de gallo. No hay pueblo del mundo que no comadree. Y ahora resulta, que cientos de años después, la Real Academia de la Lengua Española dice que sí, que el pueblo tiene razón, que tal palabra existe y por lo tanto debe consignarse en el diccionario. ¡Ah, qué bobitos los académicos!
Un día los académicos dijeron que el verbo cantinflear era sinónimo de hablar, hablar mucho, haciéndolo de manera disparatada sin decir algo con sustancia. Esto fue un elogio para Cantinflas, cuyos papeles histriónicos tuvieron esa característica: hablar como hablan muchos políticos de pensamiento enredado, como ese personaje que, en lugar de decir vuelto, dice volvido.
El cementerio tiene miles de palabras. Las personas comunes emplean muy pocas. Nuestros diccionarios personales tienen palabras que son de uso constante. Quienes son lectores profesionales logran poseer un bagaje lingüístico más extenso, más rico, más culto. Quienes no leen poseen pocas palabras para expresarse, pero el lenguaje tiene la particularidad de renovarse y de extenderse como arco iris en medio de cielos grises.
El otro día, mi admirado maestro Temo Alcázar contó una anécdota de su niñez. Contó que estaba en la doctrina y el gritó “Cuta”, porque ese era el sobrenombre de un amigo, y la encargada de enseñarles la doctrina oyó “Puta”. Temito sufrió un castigo por andar diciendo malcriadezas en la casa de Dios. ¿Qué es Cuta? Era el apodo de un amigo del maestro Temo. ¿Qué significa ese apodo? ¿Quién se lo puso? No creo que alguien pueda determinarlo con precisión. Así se generan nuevas palabras. En el diccionario comiteco hay muchas palabras que no aparecen en otros lugares del mundo. Son palabras que se llaman modismos o regionalismos; es decir, palabras que sólo tienen significado en el lugar que se emplean. Uno de los grandes modismos comitecos es Cotz. En ningún otro país de habla española reconocen tal palabra. En cambio, acá es una palabra que la usamos en el comadreo de todos los días (y de todas las noches).
Julio Cortázar jugaba con el cementerio. Tomaba un diccionario, lo abría y señalaba una palabra al azar. Era un juego divertido porque hay palabras que suenan muy graciosas. Por ejemplo, si abro el diccionario en la sección de las palabras que comienzan con erre encuentro la siguiente: recebo. No, no, recebo no es un cebo redoblado. ¡No! Según el diccionario, recebo es: “Arena o piedra muy menuda que se extiende sobre el firme de una carretera para igualarla”. ¿Mirás qué bonita palabra? Las autoridades de Comitán no la conocen, porque sólo tierra echan en los baches de las calles. Si le echaran un poco de recebo tal vez lograran que los baches no brotaran al día siguiente.

Posdata: El lenguaje es vivo. Hablamos como queremos. Los comitecos somos felices en el arguende y en el comadreo de todos los días.