jueves, 21 de diciembre de 2017

LA JUNGLA




Romeo va a la “Casa Rosada”. Bebe su traguito con gusto. Cuando está medio bolo se para y baila alrededor de la mesa. Sus amigos aplauden, ríen, se echan para atrás en sus sillas. Romeo canta y como si fuera Zorba, el griego, levanta los brazos y las piernas y baila, baila, baila como bailaba cuando era niño y asistía a la entrada de flores en honor a San Caralampio y se vestía de diablito y estaba dale y dale al baile al compás del tambor, del pito y de la marimba. De niño le gustaba darle vueltas a la ceiba del parque y levantar los brazos, como Zorba, y mirar para arriba, mirar la fronda del árbol y los huecos por donde se colaba el cielo azulísimo de Comitán.
Va con sus amigos a la “Casa Rosada”. Le gusta tomar una cerveza, bien fría, y tomar un caldo de mollejitas con chile al pastor y comer la lengua en pebre. Eso es lo más le gusta. La cerveza la toma limpia, sin esas mampadas de escarcha con chile piquín. Esas son mampadas, dice. La cerveza debe tomarse al natural y al tiempo, como la beben los alemanes, que son como los meros padres del lúpulo y de la malta, dice, mientras toma la botella, porque la toma a pico de botella, y le da un trago generoso, más que generoso, hasta que siente ya en la garganta la presión del líquido y suspende el trago y eructa. Así lo hace. Yo le pregunto si así beben los alemanes la cerveza y él ríe, con su risa de hiena buena y encumbrada, y dice que no sabe, él es mexicano, él es comiteco y dice que en Comitán así debe beberse la cerveza: al tiempo, como la beben los alemanes, pero a pico de botella y con eructo, como la beben los comitecos.
Va a la “Casa Rosada”, pero cuando ya está medio bolo algo como una bufanda de nostalgia se enreda en su espíritu y entonces dice que extraña a “La jungla”, lo dice como si hablara de un familiar, de la abuela muerta o de la sobrina desaparecida, y no hablara de una cantina, famosa en los años setenta, en Comitán.
Y entonces, casi molesto, dice que qué ha pasado con Comitán. Primero desapareció la manzana de la discordia y luego desapareció La jungla. ¿Nadie la extraña? ¿Por qué si alguien quiere beber una macharnuda puede hacerlo en el centro del pueblo y si ese mismo alguien quiere comer aquellas tortaditas de frijol con salsa verde que servían en La jungla no puede hacerlo?
Y dice que se siente cucaracha cuando camina con rumbo al Club Campestre, con la mochila deportiva en la espalda, y pasa por donde estaba La jungla y ya no halla aquellos árboles que tenía. Pura casa, dice Romeo, ahora puro cemento. Dice que a veces sueña (y yo le creo) que escucha rugidos y sabe que vienen de aquella mítica cantina. Despierta y, todo sudado, siente tristeza y no sabe por qué bien a bien.
Dice que hay ocasiones que llega al Club Campestre y no juega tenis, no nada, bueno, ni siquiera se baña. Mientras camina las dos o tres cuadras que separan al Club del lugar donde estuvo la cantina se las pasa recordando las tardes que compartía con sus amigos, las tardes en que pedían una botella de Presidente, con todo su servicio; recuerda el momento en que el propietario llegaba con una charola y dejaba sobre la mesa los platos con las papas fritas (¡No a la francesa! ¡No! Papas fritas ¡a la comiteca!), papas que jamás ha vuelto a comer, y los platos con las tortaditas de frijol con salsa verde. ¿Nadie puede rescatar esas delicias culinarias? ¿Nadie -en estos tiempos de jaguares- puede redescubrir la jungla, esa jungla donde las serpientes se enredaban en la plática chismosa y bullanguera, esa jungla donde las lianas servían para columpiarse de la risa, donde los changos no estaban trepados en los árboles sino sentados en las mesas cercanas?
Romeo va a la “Casa Rosada”. Bebe contento su traguito, pero cuando está medio bolo una rama rota de pirú desasosiega su espíritu. Dice que extraña La jungla, dice que, también, extraña la “Casa blanca”, que fue como la madre de la Casa Rosada. Extraña los otros tiempos, los tiempos que en Comitán había cantinas y no bares y no pubs. ¿Pubs? Pucha. Sí, Romeo es de aquellos tiempos, de tiempos en que en La jungla servían rodadas fritas de papa y tortadas de frijol con salsa verde. ¿Quién las prepara ahora? ¡Nadie! Porque todo se ha vuelto más “light”. Lo que fue “La tablazón”, luego se volvió “Las tablitas” y su nombre oficial es “El ángel”. ¡Dios mío! Vivimos tiempos light.