domingo, 3 de diciembre de 2017

EL AÑO 1957 HA CRECIDO CON NOSOTROS




Quienes nacimos en 1957 ya cumplimos sesenta años. Fuimos creciendo con los años, como si el año 1957 fuera un bebé y ahora también el calendario cumpliera los mismos años que nosotros, porque nuestra historia personal está signada por los sucesos ocurridos desde aquel año hasta este 2017 que vivimos; porque todo aquello que sucedió durante el año que nacimos creció en nuestra mente y ahora esas efemérides son como las huellas por donde hemos andado. Porque, sin importar que haya sucedido o no en nuestro lugar de nacimiento los hechos de 1957 nos impusieron una señal.
El año que nacimos (dice Google), Tin Tan filmó la película “Las mil y una noches”. Por eso, cuando tuvimos seis años, nuestras mamás se sentaron en el borde de nuestras camas y tomaron el libro del buró y nos contaron el cuento de Aladino y la lámpara maravillosa; por eso, nosotros, supimos antes que nadie, que el hombre llegaría a la luna porque las alfombras voladoras nos eran muy conocidas.
El mismo Google dice que el año en que nacimos, Andy Williams colocaba la canción “Butterfly” en el primer lugar del top ten, en los Estados Unidos. Por eso, las mamás no lo sabían, nosotros, los nacidos en 1957, nacimos con alas y cuando intentábamos el vuelo, un coro de niños, al estilo de la orquestación de Andy, cantaban: Ohhhh, ohhhh. Ellas, las mamás, pensaban que nos quejábamos. ¡Por favor! Nosotros estirábamos nuestras alas y las frotábamos como grillos.
¿Y qué libro apareció el año que nacimos? ¿Qué libro nos dio su bendición para el destino? Vuelvo a consultar el buscador en Internet y arroja el siguiente dato: Erich Fromm publicó el libro que ahora está convertido en un clásico: “El arte de amar”. ¿Qué puede agregarse a esto? ¡Nada! Nosotros ya nos hemos convertido en clásicos y siempre andamos buscando debajo de las sillas esa moneda que se llama amor o ese pájaro travieso que se llama arte.
¿Y Picasso qué pintaba? Pablo pintaba “Las meninas” cubistas. Retomando la imagen de Velázquez, Picasso hacía una reinterpretación. Por eso, los nacidos en 1957 le damos torcedura a todo lo existente, un poco como si Cortázar nos dijera que no debemos descreer de todo.
Y ya que mencioné a Julio, ¿qué hacia este maravilloso escritor el año en que nosotros nacimos? ¡Ah, ese año publicó “El perseguidor”, en la Revista Mexicana de Literatura! Apareció en abril de 1957 (perdón, yo nací en abril de ese año. Perdón, nací el mismo día que nació ese maravilloso cuento dedicado al jazzista Charlie Parker). Por eso, sí, por eso, los nacidos ese año somos perseguidores de sueños y de utopías y muchos andamos enredados en los maizales de la literatura.
¡Sí! Tienen razón, Rosario Castellanos también publicó ese año su primera novela “Balún-Canán”, que ha sido traducida a, cuando menos, ocho idiomas: inglés, italiano, tojolabal, árabe, francés, alemán, danés y polaco. Por eso, los de esa generación somos intraducibles en espíritu.
El año 1957 ha crecido con nosotros y este año cumple sesenta. Por eso, junto a nuestros cumpleaños, tomamos champaña (o agua de temperante) en honor a Las Meninas torcidas de Picasso. No admiramos el arte figurativo excelso de Miguel Ángel. Nos subyugan las imágenes que se superponen y nos ofrecen una tercera dimensión en un plano simple, un simple plano.
Conmemoramos a “Balún-Canán”, pero no celebramos su historia, porque, sesenta años después, muchas condiciones de vida de aquellas fincas siguen gritando su miseria en este miserable estado.
Aquel año ha crecido como nosotros. Algunos de nosotros llevamos bordón, hemos perdido el cabello y los dientes; otros están en sillas de ruedas; pero algunos más (los más) corren maratones, son médicos famosos a los que no les tiemblan las manos en el instante que usan el escalpelo y toman el aire en jícaras envueltas en sueños.
El año, de igual manera, lo vemos distante, un poco encorvado, con dolor de rodillas, con esperanzas rasuradas.
El año creció con nosotros y nosotros crecimos con él. Lo llevamos en la bolsa del pantalón como un amuleto, porque ese año (¡bendito Dios!) la Real Academia Española eligió como nuevo académico al escritor Camilo José Cela, y eso nos marcó para siempre, porque don Camilo fue un escritor desenfadado, cachondo. Él incorporó en su obra el lenguaje erótico de la recámara y el lenguaje malcriado de las plazas. ¿Quién más que él pudo decir que “No es lo mismo decir: Estoy dormido que estoy durmiendo, de la misma manera que no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo”?
El cincuenta y siete ha crecido junto a nosotros. Hoy es un viejo vigoroso y achacoso de sesenta. Fue de buena cosecha, porque ha resistido una guerra en Vietnam, por ejemplo, y un alzamiento indígena armado en Chiapas. Ambos movimientos no sirvieron de mucho para cambiar el rostro humanista del mundo. Dejó muertes y lamentos. Pero, de todos modos, el 57 ha estado movido y aún sigue moviendo las patitas cuando escucha “Dios nunca muere”, interpretada por marimbistas.