sábado, 30 de diciembre de 2017

CARTA A MARIANA, CON AROMA DE PONCHE




Querida Mariana: Una serie de sensaciones rodea los festejos de fin de año. Los seres humanos estamos condicionados por la historia personal y común que hemos vivido, por la humedad de la lamita del nacimiento y por el aroma del ponche que salía desde la cocina de la casa de los abuelos.
Muchos amigos regresan a sus lugares de origen. Por alguna circunstancia radican en lugares lejanos a los de su nacimiento. Algunos amigos estudian en países tan lejanos como la India (Alonso); otros viven en la Ciudad de México por cuestiones de trabajo (muchísimos comitecos); y otros (Alicia, cuando menos) radican en países insólitos porque conocieron a alguien nativo de esos lugares y se hicieron novios y se casaron y ahora allá tienen sus motivos de vida. Pero ellos se dan la oportunidad de volver en vacaciones de navidad. ¿Qué los hace regresar con una mirada llena de esperanza? Sus familiares, por supuesto, pero también los lugares que caminaron de niños. Alfonso me dijo que halló poco de lo que dejó, un poco (dijo) como si al camioncito de madera le faltara algunas ruedas y la parte superior de la cabina, halló un camioncito despintado, pero (confesó) eso fue lo más hermoso, porque él, en un ejercicio de imaginación y de nostalgia, debió completar el carro, tomarlo con sus manos (callosas y llenas ya de estrías) y llevarlo a su pecho. ¿Mirás qué maravilla? Sí, Alonso, después de muchos años de no regresar a Comitán encontró pedazos de su pasado, pasado que es parte de su ser.
¿De verdad Comitán es un carrito de madera ya despintando y sin ruedas? Algo hay de eso. El otro día, Lucy dijo que cuando leía uno de mis textos imaginaba un Comitán más digno, porque el Comitán real es sucio y con la cara chimuela. Sí, es cierto, Lucy tiene razón. El otro día caminé por el parque central, lo hice con la mirada de un turista y con la atención de un hombre viejo (en este 2017 cumplí sesenta años, por lo que, oficialmente, pasé a formar parte del ejército de integrantes de hombres y mujeres de la tercera edad. ¡Tercera edad! ¡Qué fea designación! Soy de los viejos que creen que la palabra viejo es más digna). Caminé y hallé lo que muchas veces he dicho: huecos en el parque y lajas quebradas, lo que provoca torceduras en los caminantes; hallé un registro de agua que es un riesgo permanente para los peatones (esa trampa está al lado de la escultura hecha por Luis Aguilar). Una mañana platiqué con el maestro Horacio Nucamendi, director de Atención Ciudadana, del Ayuntamiento, y en nombre del pueblo de Comitán (sobre todo de nosotros, los viejos) le pedí que arreglaran esa trampa y me ofreció hacerlo. Ya pasaron más de cuarenta días y todo sigue igual. Bueno, no sigue igual, cada vez se deteriora más el parque. Y hablo del parque central porque es el espacio que da la bienvenida a los turistas, es el corazón de nuestra ciudad. ¿Has caminado por la banqueta que está frente al portal de la Farmacia del Ahorro? ¿No? No lo hagás. La banqueta está carcomida, tiene muchos huecos que, sin duda, han ocasionado accidentes a los peatones que, en lugar de ver hacia abajo, tratan de gozar la belleza del cielo comiteco y del entorno. Ese día me senté en la banca corrida que está en el borde de las jardineras y, durante una media hora, vi qué sucedía. Miré lo que ya estás pensando: dos personas tropezaron y estuvieron a punto de caer al arroyo, donde pasan los autos. Decidí no seguir viendo, porque me da pena y asumo culpas ajenas cuando soy testigo de un accidente. Un día, el presidente municipal de Comitán lanzó una propuesta interesante: Cualquier ciudadano podía mandarle la fotografía de un bache y él se comprometía a cubrirlo. Cuando vi esa publicación pensé ir al parque central y tomar fotos de todos los huecos que hay en la plancha y de los baches que existen en las calles aledañas, sobre todo en la calle que está frente a la casa de la cultura y del templo de Santo Domingo. ¿Has pasado por esa calle? Está llena de hoyancos, decenas y decenas de piedras ausentes han creado decenas de huecos que han causado doblones, luxaciones y fracturas de pies de muchas personas. ¿Qué necesidad hay de que caminemos por espacios tan peligrosos como campos minados de una guerra mundial?
Cuando saludé a Alonso, él me dijo que esto era en todo el mundo. ¿De veras? No lo creo. Sí, dijo él, en la India también hay un gran desorden en sus ciudades. Dijo que Nueva Delhi tiene muchas zonas que parecen basureros. Nada le dije a Alonso, pero pensé en ciudades de Holanda, ciudades que no conozco físicamente, pero que he visto a través de fotografías y pensé que los comitecos debemos imitar a aquellas ciudades. Por ejemplo, cuando vi los parques miniaturas que IMPLAN ha colocado en algunos puntos de la ciudad (frente al módulo turístico del Ayuntamiento, frente a las oficinas de la Comisión Federal de Electricidad, y frente al Museo Rosario Castellanos) pensé que ese es un camino indicado para hacer de Comitán la ciudad digna que nos merecemos, una ciudad en donde se devuelva el lugar de privilegio que los peatones tuvimos años atrás.
Ahora que mencioné el Museo Rosario Castellanos sería bueno decirle a Hugo Fritz que su insistente propuesta parece que fue tomada en cuenta. Ahora pocos, muy pocos (nunca faltan los “modernos”) lo mencionan por las siglas, medio mundo lo está nombrando con el nombre completo que Hugo demandó: Museo Rosario Castellanos. El Logotipo del inmueble así lo consigna. En buena hora.
A Comitán hay que regresarle sus llantitas y los elementos que ya están oxidados y, luego, darle su pintada, una buena pintada. Lo que no se vale es el arreglo de utilería, la simple escenografía. Si sigo con el ejemplo del parque central creo que vale muy poco que, en estas épocas, se adorne con lucecitas y con bellos arreglos, si su piso está lleno de huecos que ocasionan accidentes. No puedo imaginar que en la casa de Alonso regaran juncia para tapar los huecos del patio central. ¡No! El carácter del comiteco no es así. Cuando sabemos que llegarán nuestros familiares que radican en otros lugares nos esmeramos en el arreglo de la casa, llamamos a un albañil y vemos que coloque los ladrillos que, por el uso, se han desgastado; los huecos de las paredes se resanan y luego se pintan y luego se colocan los festones. Nadie, ¡nadie!, de manera consciente y responsable, tapa los huecos con lucecitas.
Un mes después de mi atenta petición, me topé con el maestro Horacio Nucamendi, en una de las calles de Comitán, cuando me vio me dijo: “No me he olvidado de tu petición” y rio con esa risa sabrosa que tiene. Yo respondí: “Yo tampoco lo he olvidado, maestro. Abrazo”. Sé que él tiene muchas encomiendas por resolver, pero ahora vuelvo a hacerle la petición y la hago extensiva al presidente municipal: ¿No pueden mandar una cuadrilla de obreros para tapar los huecos de la plancha del parque y de las calles aledañas? ¿De verdad no se han dado cuenta de la cantidad de huecos que ahí hay y que provocan una mala impresión para los turistas y que son peligro constante para los habitantes del pueblo al que ellos están obligados a servir? ¿Qué pasó con las promesas de campaña?
Sé que esto no es flor de un día; es decir, este desarreglo no es producto de esta gestión administrativa. No. No digo esto. Todo mundo sabe que esto es consecuencia de la desatención de administraciones pasadas, pero esto no debe ser pretexto para no darle solución. ¿Quién remedia el problema? ¿Quién?
A mí, como a medio mundo, me daría gusto recibir a nuestros visitantes y a nuestros paisanos en el mejor Comitán posible. Restituirles el cariño que tienen enraizado. Recibirlos con los brazos abiertos y con las calles limpias y con las plazas iluminadas. No es así, es una pena. Cada vez más las autoridades se empecinan en quitarles más llantas a nuestro carrito.
Como dijera Alonso: Esto no es privativo de Comitán. No, no lo es. He visto fotografías en las redes sociales donde el centro de San Cristóbal de Las Casas está lleno de carpas, igual que acá en Comitán. Pero, querida mía, has de coincidir conmigo que esta comparación no es correcta; es decir, nosotros debemos marcar la diferencia.
Hace años, en el parque central me topé con un visitante y, en voz baja, me dijo: “Tu ciudad está más bonita que San Cristóbal”. Tal vez él admiró la tranquilidad del parque, en comparación con los ríos de gente que pueblan el centro de aquella admirada ciudad.

Posdata: En esta temporada regresan los nuestros y nos visitan los ajenos. Los primeros vienen porque acá está sembrado su corazón; los segundos vienen a degustar los frutos de ese corazón. ¿Es justo recibirlos con luces de utilería, en medio de huecos que provocan fracturas en sus pies y en sus espíritus? No creo que eso sea justo. ¿Quién de los gobernantes nos demuestra que ama a este pueblo y ama a sus paisanos?