martes, 12 de diciembre de 2017

¿CÓMO SUENA?




Pienso que las vacas mugen igual en cualquier parte del mundo; pienso que los chuchos ladran igual en cualquier parte del mundo; es decir, no importa que la vaca suiza esté en Suiza o en México, la leche que da (en esencia) debe ser la misma. ¡Mentira que las vacas suizas dan leche con chocolate! ¡Mentira!
Digo esto porque Juan (igual que yo) se sorprende cuando alguien dice que los franceses aseguran que el sonido de un gallo es cocorico, mientras que en México es quiquiriquí.
Esta diferencia debe ser un elemento cultural del oyente y no del animal cacaraqueador. Los franceses oyen que el gallo dice cocorico o cocorocó y los mexicanos lo oímos como quiquiriquiquí.
Para comprobar que la diferencia no está en el animal que emite el sonido sino en el oído del escucha bastaría con que un compa comiteco que viaje a París grabe el canto matutino de un gallo y lo compare con el sonido de un gallo de Yalchivol, por ejemplo.
Sé que muchos comitecos viajarán en navidad, irán a Estados Unidos, a Sudamérica, a Japón y a Europa. De estos últimos, dos o tres viajarán a París. ¿Puede uno de estos tres compas hacer favor de hacer la grabación y compartirla para que determinemos si un oído comiteco escucha cocorico, cocorocó o quiquiriquí? Será importante que este compa comiteco no sea de esos snobs que regresan muy presuntuosos de un viaje al viejo continente, porque de lo contrario será un experimento fallido, ya que platicará que abrió la cortina del cuarto de hotel, vio el amanecer de París, con la Torre Eiffel como silueta, y escuchó un gallo francés que cantó: “Cocorico. ¡Ah!, nada que ver con los gallos colotopes de acá de Comitán. No, no. Aquellos gallos son otro mundo, cuando abren sus alas son como acordeones, interpretando la Vie en rose”.
El tío Pancho, en el ranchito de allá por el Cbtis, tenía un gallo que era mudo. Sí, ¡mudo! Contaban que uno de sus hijos, sólo como travesura, le había cortado la lengua. ¡Quién sabe! La cosa es que como a las cinco y media, el “Olvidado de Dios” (que así lo habían bautizado) se trepaba a un palo horizontal, sobre el enmallado del gallinero, abría las alas y cantaba en el más completo silencio. El Olvidado de Dios abría el pico y, según él, era un Pavarotti, sin saber que, como decía Pedro Infante, de aquel chorro de voz ya ni siquiera le quedaba el chisguete.
No obstante, era el reloj del ranchito. El tío escuchaba el batir intenso de las alas del gallo y eso era como el anuncio de que ya amanecía. El tío abría los postigos de su ventana (no veía la silueta de la Eiffel sino la sombra del espino) y miraba al Olvidado de Dios parado en su tronco como si fuera Plácido Domingo en el escenario del Palacio de Bellas Artes, pero estuviera adentro de una cápsula transparente que no permitía escuchar su sonoro quiquiriquí.
En el rancho del papá de Jorge, las ranas abrían la boca, inflaban la panza y soltaban algo como croc croc. En París, en los mejores restaurantes, como el Maxim’s, sirven ancas de rana. En Comitán pocos, poquísimos, son los que degustan tal platillo (los conocedores dicen que tiene sabor a pollo. Por eso, tío Quique decía que mejor comía pollo, porque tenía el sabor de la rana). ¿Cómo croan las ranas en París? ¿Puede nuestro compa comiteco, también, grabar el croar de las ranas francesas? Digo, sólo para ver las diferentes entonaciones de la fauna mundial.