miércoles, 13 de diciembre de 2017
CARTA A MARIANA, DONDE SE APADRINAN CIUDADES
Querida Mariana: Jugamos con los nombres de las ciudades. Siempre que lo hacemos demostramos nuestros deseos, nuestros cariños y algunos retazos de nuestros complejos. En Chiapas, por ejemplo, algunos compas de Berriozábal llaman BerrioYork a su ciudad. Y no sólo ellos, en Comitán escucho a algunos que le dicen ComiYork. El sufijo habla perfectamente de un cierto complejo, queremos (en forma irónica) comparar los pueblos con la ciudad estadounidense. Hay otros que se van al extremo contrario, a Comitán le dicen ComiRanch. Es un mero juego, pero demuestra ciertos elementos sociológicos que están soterrados en nuestro interior espiritual. Los querendones le dicen Comitancito a nuestro Comitán. Elena le dice ComiComi a Comitán. Jugamos con los nombres de las ciudades, así como jugamos con los nombres de nuestros afectos. A ese lugar maravilloso cercano a Comitán que se llama Uninajab, algunos le dicen Uninabeach o, los más perversos, le nombran Orinajab. ¡Jugamos!
Si alguien (casi no hay creadores de cómics en el pueblo) realizara una revista con dibujos ilustrados y llamara al pueblo con el nombre de ComiYork tendría que dibujar uno o dos rascacielos al lado de la casa de tía Minga, en el barrio de Yalchivol; si, por el contrario, el pueblo se llamara ComiRanch, el entorno sería con casas de adobe y prados donde pastan vacas y toros. La primera revista contendría tiendas con venta de perfumes y pieles de animales exóticos y nevaría y las personas se reunirían en el Rockefeller Center, que sería algo así como el parque de San Sebastián; en la segunda revista hallaríamos gente cargando alteros de leña o cargando cántaros sobre la cabeza y los nacimientos serían vivientes, con vacas y toros vivos. Los artistas visuales tratarían de integrar elementos que acercaran al imaginario colectivo las calles y las personas de Comitán.
¿Cómo tendrían que ser los apodos en ComiYork? Ingleses, ¡por supuesto! Al compa que le dicen “El atún” tendría el sobrenombre de The tuna. ¡Ah, pucha! Y la tuna, ¿cómo se llamaría?
No habría alguna persona que se llamara Caralampio, se multiplicarían los Jhonny y los Brian (bueno, ya vamos avanzando con ese mundo juguetón, porque muchos paisanos ya se llaman así).
El artista Ángel Medina también ha jugado con el nombre del pueblo, para representaciones teatrales, y lo bautizó con el nombre de San Pablo de Los Chimbos Palencia. Este juego se acerca más al carácter lúdico del mexicano, porque alude al pueblo que el caricaturista Rius creó para la revista “Los Supermachos”: San Garabato de las tunas Cuc. (No me preguntés qué significa Cuc porque no lo sé.)
Ángel no se fue a los extremos, no jugó con designar una ciudad con pretensiones de ciudad primermundista ni se fue al vacío del pueblo sin gracia capitalista. ¡No! Ángel juega con la misma idea de Rius, coloca un nombre inicial que tiene relación con la religión (tal como lo hicieron los conquistadores, que fueron los primeros cambiadores de nombres auténticos) e incluye el apellido materno del máximo héroe civil de México (lo mismo que hacen los políticos de estos tiempos que, con ello, preservan la esencia del poder).
Rius fue más irreverente porque su santo fue Garabato (que tiene relación directa con el trazo que realiza el dibujante a la hora de pintar los monos, los garabatos). Pero le dio el color mexicano al incluir el nombre de las tunas.
Nuestro artista comiteco, en lugar de un fruto (que bien pudo ser un chulul), incluyó uno de los dulces más representativos de la gastronomía local: el chimbo (aunque Paco ya señaló que este dulce es originario de San Cristóbal).
Jugamos con los nombres de las ciudades. Hay, en ese juego, un intento de hacerlo más íntimo. ¡Que los demás nombren a Comitán con este nombre! ¡Que los políticos le agreguen el de Domínguez! Los otros le llaman ComiRanch (con acento inglés para que tenga caché), o le llaman ComiYork (donde el Puente Hidalgo puede ser, perfectamente, el puente de Manhattan), o (¡qué bonito!) le llaman como Elena: ComiComi.
Posdata: Jugamos con los nombres. Nos encanta trepar a lo más alto de la montaña y aventar, como si fuesen llantas, las palabras para que se enreden, para que salten gozosas mientras se desplazan hacia abajo, hasta llegar sudadas, con la ropa sucia, pero satisfechas por la diversión.