sábado, 2 de diciembre de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO INGRESA UN NOMBRE AL DICCIONARIO




Querida Mariana: Las computadoras son prodigios de estos tiempos. En los años setenta no imaginamos este prodigio. Escribíamos en libretas, usando una pluma. Los muchachos de hoy, pueden escribir en libretas, pero, sobre todo, escriben en procesadores de textos. Ahora, por ejemplo, te escribo esta carta en Word. Me encanta este procesador de textos, porque, con una raya roja, indica que puede haber un error ortográfico y, con una raya verde, indica que hay una metida de pata en cuanto a sintaxis. ¿Mirás qué prodigio? El Word tiene integrado un diccionario y si yo escribo una palabra con error ortográfico basta que pinche lo correcto para corregir el yerro. Por supuesto, el diccionario de Word no tiene integradas algunas palabras, algunos modismos o regionalismos. Si escribo Nicalococ (ahora mismo sucedió) la computadora le coloca una raya roja a la palabra, indicando que la palabra tiene algún error. Yo sé que no tiene error. Nicalococ es una palabra nuestra que designa a uno de los barrios más tradicionales de Comitán. El diccionario no la reconoce porque no es una palabra que se use en otras regiones del mundo, pero (ahora lo hago) yo (quien ordena al ordenador) le digo a la computadora que agregue la palabra a su diccionario y de hoy en adelante la reconocerá como bien escrita. ¿Mirás qué maravilla? Sin ser académico he integrado una palabra nueva al diccionario de la computadora, casi me siento como si fuera yo integrante de la Real Academia de la Lengua Española. Nicalococ, a partir de hoy, está integrada en el diccionario de mi computadora. Esto es como personalizarla, porque si vos escribís Nicalococ en tu computadora te indicará que es una palabra mal escrita hasta que vos le digás que está bien. Te invito a que lo hagás, a que incorporés al diccionario de tu computadora esta palabra tan sonora.
Lo mismo pasó el primer día que escribí mi apellido Molinari. No tuve problema con otra palabra de mi nombre. La computadora reconoció el Alejandro y el Benito (son nombres muy comunes) y mi apellido materno, Torres; pero cuando escribí Molinari apareció la raya roja. Molinari no es un apellido común en nuestras tierras. Si Helena Molinari escribe su nombre en Italia, su computadora no le colocará raya roja, porque en Italia el apellido es común. Así que le pedí a mi computadora que, por favor (soy muy decente), agregara el Molinari a su diccionario. Desde entonces, mi apellido dejó de aparecer con raya roja.
Como ya te diste cuenta, la raya roja es como el foco rojo del semáforo, dice que nos detengamos. Es como el cinco rojo que me ponía el maestro de matemáticas en la escuela secundaria. La solución de mi problema estaba mal, por lo que el maestro (de manera perversa) se daba vuelo usando su lápiz rojo y le ponía un tache a mi hoja de examen. En estos casos, el rojo es nefasto. Cuando el rojo aparece en los labios de una muchacha bonita no hay problema; cuando el rojo aparece en el calzoncito de la misma muchacha bonita ¡todo va bien! Pero cuando el rojo aparece en la raya de una palabra mal escrita en computadora o en la equis que pone un maestro de matemáticas en la hoja de examen ¡todo va mal!
No quería que mi apellido tuviera la línea roja, por eso la integré al diccionario de mi computadora. ¿Y qué pasaba con la palabra Comitán? La escribí y ¿qué creés? Apareció sin raya roja. Claro, el nombre de nuestra ciudad estaba bien escrito, con la ce mayúscula y con tilde en la a. Me dio gusto ver que el diccionario “sabía” el nombre de nuestro pueblo. ¿Era así con todos los pueblos de Chiapas? Chamula es muy conocido y, sin embargo, no la reconoce el diccionario de mi computadora. ¿Cuántas palabras no están integradas a mi computadora? ¿Cuántas que para mí significan tanto? Sólo de pensar que no estaba integrado el Molinari que heredé de mi papá me provocó escozor.
Cuando tuve ese escozor fue cuando decidí hacer un recuento mental de las palabras que me significan más. Porque entendí que cada ser humano tiene lo que podemos llamar su diccionario sentimental; es decir, el diccionario que contiene las palabras que refieren a conceptos o personas que han marcado su vida. Porque ese juego de los diez libros de tu preferencia o las diez películas de tu predilección pueden ser un simple juego, pero también son como una referencia de lo que te ha marcado. Uno es lo que ve, lo que escucha, lo que lee. Uno está marcado por esos gustos. Hay una gran diferencia entre quien creció escuchando música grupera a quien creció escuchando música clásica; hay un mundo de diferencia entre quien creció viendo películas de Viruta y Capulina y quien creció viendo películas de Akira Kurozawa. Lo mismo puede decirse de nuestras palabras más cercanas, las que nos han marcado, las que han definido nuestra vida.
Desde entonces he tenido cuidado de integrar a mi diccionario sentimental palabras que no debo olvidar, las que debo recordar siempre, las que debo escribir sin error ortográfico. Hablando del pueblo pienso que no debemos borrar los modismos que son como esos animales que están en peligro de extinción y que son tan valiosos por ser razas únicas. En un santuario de México (no sé bien en qué lugar) han logrado evitar que el lobo mexicano se extinga. La reproducción en cautiverio, gracias a cuidados y atención de especialistas amantes de la fauna, hace que dicha raza siga viva en la Tierra. Pienso que lo mismo sucede con los pueblos donde existen modismos y regionalismos. Estas palabras son únicas y las personas que habitan esos pueblos son los especialistas que deben preservarlas para que el universo tenga más joyas. Todos los comitecos debemos cuidar y proteger esas palabras que dan luz. Oí bien, por favor: Nicalococ. ¡Nicalococ! ¿Oís la sonoridad de la palabra, la belleza? Parece que en ningún otro lugar del mundo usan esta palabra, es un tesoro nuestro. Y digo esto porque los políticos se han encargado de extinguir las voces propias. A estos compas les encanta bautizar calles y plazas con nombres de héroes y con nombres de la clase política, pues con ello preservan sus gracias. Hubo un tiempo (cuentan los cronistas) que las calles de Comitán tenían nombres de flores. Sin duda que, en ese tiempo, hubo una calle con el nombre de Tenocté. Esto ayudaba a conservar esta palabra hermosísima que designa al árbol emblemático de esta tierra. Un día (hicieron bien los urbanistas) la nomenclatura se cambió por una más adecuada. Lo malo estuvo en que se eliminó los nombres simbólicos. Lo ideal hubiese sido que, debajo de la nomenclatura moderna, se hubiese consignado el nombre de la flor. Esto nos hubiera dado identidad, nos hubiera hablado de cómo se llamaba antes la primera avenida oriente norte, por ejemplo. Nada perdíamos, al contrario ¡ganábamos! Nuestro parque central se llama Benito Juárez. ¡Ay, por Dios! Digo, está bien. El nombre de Juárez debe preservarse, sobre todo en estos tiempos en que la política se olvida de principios éticos por los que él propugnó. Pero hay miles de plazas, escuelas y calles que se llaman Benito Juárez en toda la patria. Lo que quiero decir es que los pueblos deben procurar conservar sus rasgos de identidad y dejar que impere la cordura. Que una escuela y una calle lleven el nombre del héroe está bien, pero que todo se llame Benito ¡es un exceso!
Cuando camino por la Unidad deportiva y me topo con el súper que se llama “El cotzito” me da gusto, porque eso ayuda a conservar como joya esa palabra que nos identifica. Ahora que está de moda abrir plazas en el centro de la ciudad, no sé qué decís vos, pero sería bueno que ellas fueran bautizadas con palabras propias de Comitán. Encuentro a la Plaza Margarita, a la Plaza Bicicleta, a la plaza Galería. Todo está muy bien, pero estos nombres existen en todo el mundo de habla hispana. Menos mal que no han empleado palabras extranjeras, que también son moda, porque la gente cree que si le pone una palabra gringa a su local le va a dar más prestigio, cuando, en esencia, es todo lo contrario, porque es como una muestra de sumisión, una manera de desechar lo auténtico y unirse a la caterva de adoradores de culturas ajenas.
En los últimos tiempos me he dedicado a incluir modismos comitecos en el diccionario de mi computadora, para que cada vez que las escriba aparezcan sin raya roja, para que yo sepa que están bien escritas en la pared de mi corazón.

Posdata: Rosario Castellanos usaba mucho la palabra “cutushito”. ¿Viene de Cutush? Busqué en Internet y encontré que hay una población en el Perú que se llama Cutush. Desde aquella región que fue asiento del Imperio Inca hay un lazo que hace guiños. ¿Qué significa cutush? No lo sé. Tal vez algún experto lingüista puede dar luces. Lo que sé es que a mí me gusta mucho la palabra que usaba Rosario. Pienso que sería bueno preservarla para siempre. Cutushito la empleaba para designar algo querido. Es un término afectuoso, como decir consentido, lo más amado. Por eso está en diminutivo.