lunes, 18 de diciembre de 2017

VIDA INALCANZABLE




“No alcanza la vida”. Con frecuencia escucho eso. Una vez entré a la biblioteca central de Oaxaca y escuché que una muchacha bonita, con huaraches y blusa bordada, decía que no le alcanzaría la vida para leer tanto. Y eso que sólo era una biblioteca, una biblioteca más o menos modesta. No conozco la biblioteca que se inauguró en el periodo gubernamental de Fox, en la Ciudad de México, pero estar ahí debe cimentar la idea que la vida no alcanza (Romina dice que hay disponibles más de medio millón de libros. ¿De veras? ¿No me miente? ¿No me ve la cara de provinciano?)
Leí el otro día que en la FIL de Guadalajara, del 2017, había una oferta de más de doscientos mil títulos. ¡Doscientos mil! Dios mío, la vida no alcanza.
¿Cuántos títulos se han impreso desde que Gutenberg descubrió la imprenta? ¡Miles, miles, miles! ¿Millones?
En un cuento avasallante de Dolores Izquierdo Padierna, que se llama “Vida inalcanzable”, el personaje principal decide que dedicará su vida a leer todos los libros que la humanidad ha publicado. Como el lector de esta Arenilla puede deducir, de entrada se ve que el lector iluso no logrará su objetivo. No obstante, la narrativa de Izquierdo es tan buena que el lector no deja de leer el cuento que tiene no más de tres páginas. El iluso no hace otra cosa que leer de día y de noche, deja de comer, deja de dormir, si necesita ir al baño lleva el libro, lee mientras orina, mientras defeca y mientras se baña. Debajo de la regadera coloca el libro sobre un atril protegido por una mica impermeable. Como es uno de esos lectores que aprendieron el método de lectura rápida logra leer entre cuarenta y cincuenta títulos cada veinticuatro horas. Su mamá, preocupadísima porque cada vez lo ve más pálido y flaco, hace un ligero recuento de los libros que su hijo puede alcanzar a leer. Si su hijo logra mantener el ritmo de cuarenta títulos por día, leerá mil doscientos al mes; es decir, catorce mil cuatrocientos al año. Como su hijo (que se llama Electro) tiene veintidós años cuando toma la decisión, otorgándole la gracia que llegara a vivir ochenta años (que al ritmo de vida que lleva, la mamá lo duda), la cuenta da un total de ochocientos treinta y cinco mil doscientos libros; es decir, apenas alcanzaría a leer los libros contenidos en dos bibliotecas del tamaño de la Vasconcelos, de la Ciudad de México. Uf, nada, si pensamos que hay miles y miles de bibliotecas diseminadas en el mundo.
La mamá, en su ignorancia, entiende lo que su hijo no alcanza a entender: Que cada día la industria va en contra del deseo de Electro; es decir, mientras él lee cuarenta, ¡cuarenta!, el mundo editorial publica cientos de títulos en el mundo, lo que hace, desde el inicio, infructuosa la hazaña del hijo.
¿Cómo puede hacer comprender a su hijo lo inútil de su empresa? Se sabe que un hombre apasionado está apartado del territorio de la razón y de la lógica. Pide ayuda a su hermano, un sicólogo reputado. El tío de Electro acepta ir a tratar de convencer al sobrino. Llega a la casa, acepta la taza de té que le ofrece su hermana, escucha con atención la historia y pregunta cuántos días lleva su sobrino con tal capricho. Tres meses y dos días, dice la mamá de Electro. El sicólogo hace cuentas y, en voz alta, dice: “Esto quiere decir que ha leído tres mil seiscientos ochenta libros, concediendo que haya leído cuarenta por día. Es una cifra que supera con mucho a la media del mundo”. La hermana no entiende. El sicólogo comenta que en el país la media de lectura es de dos libros al año y que sólo un lector profesional logra superar la lectura de mil libros al año, más o menos. La mamá de Electro se emociona y pregunta si ese puede ser un buen argumento. El sicólogo dice que sí, que ese será un argumento que usará a favor. Le dirá que ya es el campeón de lectura del año, en México. El otro será que mientras él lee cuarenta, el mundo pare cientos de libros al día. ¿Podrá el tío convencer a Electro de lo inútil de su faena? Suben al cuarto, tocan en la puerta, nadie responde. La mamá dice que el hijo debe tener los audífonos puestos, que así le gusta leer, escuchando a Barry White, su autor musical favorito. Insisten. ¡Nada! El tío manipula el pomo de la cerradura. Tiene llave. Patea la puerta. ¡Nada! El tío golpea la puerta con ambas manos, con los puños cerrados, empuja con el hombro, cada vez de manera más intensa, toma un madero y lo impulsa como ariete. La mamá se lleva las manos a la boca para cancelar un grito trabado. Por fin la puerta cede, cae, el tío entra. Electro está colgado de una viga, con la lengua de fuera. En la mesa de noche un recado póstumo: “La vida no alcanza”. La mamá se echa a llorar a gritos. El sicólogo sube a una silla y descuelga el cuerpo del lector y lo tiende en la cama, en medio de las torres de libros, que Electro logró leer.
La historia es una historia triste, pero alienta. Alienta, porque en un país donde mueren cientos y cientos de personas cada día por pasiones futboleras o pasiones amorosas, da como un cierto regusto que alguien haya muerto por pasión lectora.