martes, 30 de abril de 2019

TOALLA




Imaginá que te llamás toalla, que sos toalla. Podrás elegir entre varias opciones. ¿Te gustaría ser toalla de manos o de cuerpo? Si sos toalla de boxeador servirás para que limpien el sudor de tu dueño o para que te avienten a mitad del ring a la hora que el boxeador esté ya como cucaracha fumigada. ¿Has visto cómo el entrenador avienta con coraje la toalla a mitad del ring? Por esto, cuando alguien se da por vencido la gente dice que “tiró la toalla”.
Como uno no sabe de gustos, tal vez te gustaría ser toalla femenina. ¡Hay gustos para todo! Así como hay hijos de don verga, también hay ahijados de don Drácula. ¿Qué tal que sos de aquellos dráculas que aprovechan las toallas femeninas para echarse un tecito?
En fin, si sos toalla siempre estarás en contacto con el cuerpo. Lo tuyo no será materia espiritual como aquel amigo que decidió ser rosario, ¡no!, vos serás el objeto que servirá para secar el cuerpo del ser humano o del perrito después del baño. Siempre serás secante. Aunque, en algunas ocasiones, los indígenas te usarán como cobija a la hora de levantarse. En los ranchos, los campiranos acostumbran, en la madrugada, cubrirse con una toalla a la hora de ir a lavarse la cara en la orilla de los ríos, ríos cubiertos con un vapor que es como un tocado de tul, blanquísimo, helado.
Si elegís ser toalla para cuerpo te tocará secar a cuerpos de todos tamaños, desde el cuerpo de montaña del luchador de Sumo, hasta el cuerpo de hoja de menta de una muchacha de dieciocho años, cuerpo que parece hecho de nube.
Si elegís ser toalla de cuerpo alguna parte de éste se volverá tu afición. Hay toallas fetichistas que son felices cuando su propietario las pasa por los pies; hay otras toallas que prefieren los muslos; unas más son un poco lesbianas porque les encanta el instante en que su dueña las frota contra su pubis; otras son golosas y son felices cuando su dueño se restriega el plátano. ¡Hay para todas las filias!
Te sentirás orgullosa porque serás un chunche necesario. En ocasiones escucharás que desde el baño la mujer grita: “Por favor, traé mi toalla”. Ella olvidó meterte en el baño y cuando termina de bañarse se da cuenta que le hacés falta. Ese momento será inolvidable, porque te sentirás importante. Claro, como todo en la vida, llegará el momento que, por tanto frotamiento, tu piel irá perdiendo su capacidad pachoncita y perderás tu principal virtud. En ese instante, aunque no seás toalla de boxeador, serás botada como se botan las botellas de plástico, como se botan los rastrillos desechables, como se botan, sí, las toallas femeninas. Irás a dar al basurero del mundo cochino.

lunes, 29 de abril de 2019

CARTA A MARIANA, CON CODA




Querida Mariana: el sábado pasado escribí algo acerca del Pasaje Morales. Dos o tres lectores recordaron nombres de algunos locales que ahí estuvieron durante los años ochenta: La dulcería La Italiana, que era atendida por su propietaria Irene García; la relojería de doña Mary Sánchez, así como la veterinaria de su hijo Ismael; una zapatería, que atendió doña Elva de Luengo; la papelería del señor Crócker; una papelería y librería que atendió Pepe Morales, hijo de don Rafa; así como el despacho del contador Trujillo y el laboratorio del químico Reynaldo Bermúdez. Sí, lo que en un inicio fue una vecindad se transformó en un conjunto de comercios y despachos profesionales.
Pero, de los comentarios vertidos, dos llamaron mi atención en forma especial: el de Lupita Ruiz Albores y el de Carlos Gordillo Domínguez.
Carlos es hijo de don Manuel y de doña Martita, quienes tuvieron su negocio “Novedades Cecilia”, en la Manzana de la Discordia, justo frente a una de las puertas del Pasaje Morales (la puerta que ahora da al parque central). Así pues, Carlos cuenta que el pasaje era como su patio de juegos, ahí jugaba chepe loco, carreritas, carritos chocones, fútbol, voleibol. Estos juegos eran por la mañana, pero por la noche, ¡oh, prodigio!, convertía al pasaje en una pista de entrenamiento de atletismo. Carlos cuenta que entrenaba las carreras de 80 o 100 metros (la distancia que tiene el pasaje). ¡Ah, imaginás que Carlos hubiese llegado a ser campeón de cien metros en alguna olimpiada! ¡Pucha, el Pasaje Morales sería visitado por cientos de turistas! Pero Carlos no se dedicó de manera profesional a las carreras, la única carrera que siguió y concluyó fue la de Licenciado en Economía. De todas formas, queda consignado que Carlos convirtió el pasaje en una pista de entrenamiento de atletismo. ¡Sensacional!
Lupita Ruiz aportó, de igual manera, un dato muy interesante. Contó que la residencia de su abuelo, don Florentino Ruiz Culebro, era la casa que está frente a la casa de las hermanas Fuentes Domínguez (los lectores comitecos identificarán la casa, porque hasta hace una semana estaba ahí el restaurante La Galería). La residencia de don Florentino era tan grande que daba la vuelta y llegaba hasta donde ahora está el Hotel Delfín. El Hotel era el sitio de la casa y, como don Florentino tenía fincas, era usado como caballeriza. ¿Mirás qué cosa tan simpática? Lupita Ruiz comenta que en uno de los arcos de la entrada de la casa donde estuvo La Galería están grabadas las iniciales de su abuelo: FR. Cuando don Florentino murió, los hijos heredaron esa residencia y la vendieron a diferentes dueños, con lo que la propiedad se dividió. Lupita hizo el comentario, porque dijo que si no se hubiese hecho la división, ahora bien podría existir otro pasaje. Sí, Lupita, el pasaje se llamaría ¡Pasaje Ruiz! Uno entraría por la calle donde está el Súper del Centro y saldría al parque, en la zona donde están los boleros.
A mí me encantaba ir con los amigos a tomar una cerveza (a veces una botella de trago) al Camino Secreto, porque nos ponían una mesa debajo de un árbol, en el sitio de la casa. Javier dice que mi recuerdo es delirio de borrachera, pero yo recuerdo que, en una ocasión (ya bien entonado), entré por una calle y salí por la otra; recuerdo (en mis delirios báquicos) que esa cantina era como un pasaje, porque, según mi borrachera, la casa daba de calle a calle.
Pero el recuerdo que sí corresponde a la realidad es el de la casa de mi padrino Ramiro Figueroa y de mi madrina Clarita Bermúdez. Mis papás y yo llegábamos a la casa (frente a las oficinas parroquiales del templo de Santo Domingo, y a pocos pasos de la entrada al mercado Primero de mayo), tocábamos el timbre y esperábamos algún tiempo hasta que alguien abría. ¿Está doña Clarita? Sí, pasen. Entonces, caminábamos por el patio de una casa, pasábamos por una sala, dos recámaras con las camas bien tendidas y roperos de cedro, un pasillo en el que había jaulas con gallos de pelea y en el techo un par de argollas donde hacía ejercicio mi primo Ramiro y, cincuenta o sesenta metros después, llegábamos a un comedor en donde mi madrina nos agasajaba con una comida que acompañaban los adultos con unas copitas de comiteco. A las cinco o seis de la tarde, nos despedíamos, entonces, en lugar de regresar por la ruta de la mañana, bajábamos por una serie de gradas, amplias, al lado de unas jardineras con flores, y salíamos a la calle paralela, la que sube al templo de El Calvario. ¡Sí, la casa de mi madrina Clarita era un pasaje sensacional! A mí me encantaba ir a visitarla. Esa posibilidad de entrar por una calle y salir a otra es algo que siempre me ha seducido.
Posdata: El Pasaje Morales tiene una gran historia. Hubo una época (ya lo dije) que tuvo gran movimiento, sobre todo cuando estuvo ahí La Proveedora Cultural, porque en ese tiempo muchas personas compraban periódicos, útiles escolares, revistas de monitos y, sobre todo, figuritas para llenar los álbumes.
Mi Paty y yo tuvimos una librería ahí en el Pasaje Morales. Sí, de verdad, era una sucursal de las librerías Educal. Como en aquel tiempo la venta de libros no era la bonanza que uno esperaba, le pedí a don Alonso Villagómez y a doña Carmelita Ruiz (dueños de la Proveedora Cultural) que me dieran revistas y periódicos a consignación. Así fue como, más o menos, logramos subsistir durante algún tiempo. Lupita sabe que su papá estaba suscrito al periódico Excélsior, lo que Lupita no sabe es que cuando tuvimos la librería, don Carlitos dejó de ir hasta el nuevo local de la Proveedora (que estaba más lejos; es decir, en el lugar que ocupa actualmente) y le pidió a don Alonso que pudiera recoger su ejemplar en nuestro local. ¡Y así fue! Esto permitió que todas las tardes platicáramos un rato con don Carlitos Ruiz. Fue nuestro privilegio.

sábado, 27 de abril de 2019

CARTA A MARIANA, CON PASAJES




Querida Mariana: ¡Por fin le hicieron caso al maestro Jorge! Te cuento, aunque sé que lo sabés, en Comitán tenemos un pasaje, el llamado Pasaje Morales. En la entrada del pasaje había un letrero que decía: “Desde 1900”. ¡Ah, qué coraje hacía el maestro Jorge cada vez que pasaba por ahí y veía esa fecha! ¡No, no!, decía, el pasaje no es de 1900. En ese año no había pasaje. Bueno, ayer caminé por el parque central y vi que ya cambiaron el letrero y ahora dice: “Desde 1940”. ¡Vaya! Corrigieron el error. Y esto es bueno, porque de lo contrario, los comitecos vivimos en una historia errada. En la entrada del Museo de Arte Hermila Domínguez de Castellanos existe una placa que consigna que el museo fue inaugurado por Rufino Tamayo, famoso pintor oaxaqueño. ¡Mentira! Los expertos ya contaron que don Rufino no estuvo en Comitán, las autoridades debieron ir a la Ciudad de México para entregarle, en el Hotel Nikko, un reconocimiento en nombre de nuestro pueblo. Por esto, es digno de consignar que corrigieron el error del letrero de la entrada al Pasaje Morales. ¿1900? ¡No!, gritaba el maestro Jorge.
A mí, lo sabés, me encantan los pasajes. Este Pasaje Morales que tenemos en Comitán es una bendición. ¿Por qué lo digo? Porque si lo caminás vas de una calle a otra sin ningún desasosiego.
¿Recordás el cuento de Cortázar que se llama “El otro cielo”? Me encanta releerlo, porque es un cuento excelente y porque aparecen dos Pasajes, uno en Buenos Aires, Argentina, y otro en París, Francia. Si lo recordás, Julito juega con ambos pasajes y convierte el cuento en un cuento fantástico. El pasaje de Buenos Aires se llama Pasaje Güemes y el de París se llama “Galerie Vivienne” (ambos pasajes existen en la realidad real).
El título del cuento alude a que cuando entrás a un pasaje entrás a otro cielo. Los pasajes son uno de los grandes descubrimientos del urbanismo. Por lo regular, la traza de las ciudades españolas, son una cuadrícula formada por manzanas y calles perpendiculares. El pasaje es ciento por ciento peatonal, esto permite que el peatón abandone el sobresalto que se da en lugares donde el auto se asoma como chucho rabioso en cualquier arremetido. El Pasaje Morales, ¡ah, qué bendición!, está techado en gran parte de su recorrido (la única parte que no está techada es la que corresponde al tramo de la presidencia municipal). No siempre fue así. Al principio, el pasaje fue a cielo abierto, pero el hecho de que el cielo estuviera perfectamente demarcado hacía que fuese “otro cielo”.
Muchas fondas, restaurantes y hoteles reciben nombres de sus propietarios. El Hotel Delfín, por ejemplo, conserva el apellido de la familia. Lo mismo sucede con el Pasaje Morales. A la hora de mencionar al Hotel Delfín, muchos comitecos retrotraen a su memoria el nombre de doña Chelo Delfín. Cuando se menciona al Pasaje Morales, muchos comitecos recuerdan a don Rubén Morales y a don Rafa Morales.
Los patios, plazas, edificios, instituciones y parques públicos, a pesar de que se dice son del pueblo, son bautizados con nombres de personajes de la Historia y de políticos. Hay un absurdo en esta última patria; es decir, nadie puede estar en desacuerdo que el parque central de nuestro pueblo se llame Benito Juárez, don Benito se ganó a pulso el derecho a que escuelas y parques lleven su nombre. Pero, ¿qué mérito obtuvo doña Estela Morales Ochoa para que una colonia del pueblo lleve su nombre? Para el que desconoce quién fue esta dama diremos que fue la mamá de doña Elba Esther Gordillo Morales, la lideresa del sindicato de maestros de la república mexicana. El mérito de doña Estela fue ser madre de su hija. Sin ánimo de polemizar hay muchas madres comitecas más meritorias que tendrían el derecho de ser honradas con nombres de calles o de colonias o de plazas.
Pues como don Rafa Morales (por cierto, pariente de doña Elba Esther) supo que ninguna autoridad impondría su nombre a una calle bautizó al pasaje de su propiedad con su apellido y, con ese acto, realizó el prodigio de que su apellido trascendiera en el tiempo (según el nuevo anuncio, ¡desde 1940!).
¡Abusado don Rafa! ¡Abusados todos los que bautizan a sus propiedades con sus nombres para que sus nombres trasciendan! Porque, la verdad de las cosas, algunos de los nombres que ponen los políticos no trascienden. Que nos perdone don Benito, pero la mayoría de comitecos le dice parque central a su parque; que nos perdone la Corregidora, pero medio mundo le dice parque de San Sebastián (o San Sebas) al parque que lleva su nombre. ¿Y el parque de Guadalupe? ¿Quién sabe que se llama Independencia? En cambio, el Hotel Delfín debe nombrarse así. De igual manera el Pasaje Morales.
El pasaje es un elemento arquitectónico que posee una línea de misterio. Nosotros, los comitecos, poseemos un pasaje, con toda la carga simbólica que contiene.
En los cuentos, siempre que hay necesidad de crear un misterio, los escritores no lo colocan en una calle o en una plaza. Las calles y plazas son espacios públicos muy abiertos. En cambio, los pasajes son espacios públicos, pero cerrados.
Ahora existe un hotel en el Pasaje Morales, por lo que el espacio debe estar abierto para que los huéspedes lleguen al hotel a la hora que deseen. Pero antes, el pasaje se cerraba a los peatones durante la noche. Y esto es así, porque (ya lo dijimos) el pasaje tiene un misterio indescifrable, durante el día produce diversas sensaciones en los peatones, y, en las noches, el misterio se acrecienta.
Hubo un tiempo que en el Pasaje Morales estuvo la Proveedora Cultural (fue cuando derribaron la Manzana de la Discordia), de esta manera, el pasaje se llenó de los lectores consuetudinarios de periódicos estatales y nacionales, de señoras que compraban los útiles para sus hijos o revistas de tejido o de recetas de cocina, pero, sobre todo, se llenó de chiquitíos que, en temporada, compraban los álbumes de figuritas. El pasaje se llenó de vida. A cada rato se escuchaban los tropeles de muchachitos que corrían para ver si había caído sol o águila en el volado de los paquetes de figuritas.
Mi mamá, igual que doña Carmelita Ruiz de Villagómez, puso su tienda en ese espacio, la tienda “Estambres El Gato”.
Si el Pasaje Morales tuvo vida a partir de 1940, en ese año comenzó como un módulo habitacional. Don Rafa Morales hizo pequeñas viviendas que daba rentadas. Para el tiempo en que la manzana fue derruida, ya el Pasaje Morales había cambiado su vocación: las viviendas se habían convertido en locales comerciales. Tal tendencia continúa. En la actualidad, pocas casas del centro sirven como residencias. La mayoría de casas se volvieron cafés, restaurantes, posadas, locales comerciales, bares y demás actividades comerciales.
El Hotel del Pasaje Morales recuperó parte de la vocación original: ser un lugar para el descanso nocturno.
¿Cuál es el local veterano del Pasaje Morales? Hay varios giros comerciales recientes, hay otros que han perdurado. San Marcos, con su moderno local, es uno de los negocios tradicionales del Pasaje Morales; asimismo, el Despacho Contable Domínguez, tiene muchos años de estar ahí; lo mismo puede decirse de G y G, perfumería y regalos. El odontólogo Jorge Antonio Ruiz Mandujano también lleva años en su local. Mucho más recientes son los negocios de Internet, los restaurantes, los bares, la ortodoncista Izunza, los Viajes Tenam y una tienda de deportes. En el Pasaje Morales está Radio Núcleo. La radio, a pesar de que sigue siendo un medio de comunicación muy escuchado, ya no reúne las multitudes que citaba con anterioridad. Por ejemplo, cuando la XEUI estuvo a pocos pasos del Teatro de la Ciudad, convocaba a muchos curiosos que, asombrados, veían la cabina de transmisión a través de un cristal. A la gente le encantaba ver a los locutores accionando las tornamesas y hablando en los micrófonos. La radio poseía un misterio que, en la actualidad, ya no ostenta.
Posdata: En estos tiempos nadie se asombra ante la magia de la radio. Todo mundo está acostumbrado al Internet y al celular. ¿Quién puede admirarse ante un chunche tan antiguo como la radio? Sin embargo, a pesar de que no ostenta algún elemento tecnológico, el pasaje sigue conservando esa aura de misterio que lo mantiene como uno de los más admirables rasgos del urbanismo.
Caminá por el parque, caminá por el andador de San José, hacelo en cualquier calle y luego, por favor, caminá por el Pasaje Morales y luego me contás tu experiencia.
Sé, estoy seguro, que la experiencia del recorrido en el pasaje es diferente a la caminata en espacios más abiertos.

viernes, 26 de abril de 2019

OJOS




Comitán amaneció con muchos Ojos de Dios. Todo mundo sabe que existe una artesanía mexicana que se llama Ojo de Dios. En el periodo de Semana Santa, en la calle principal y en los portales del Centro Histórico, las autoridades municipales colgaron Ojos de Dios. ¡Ah, fue un disfrute para la vista! El colorido de dichas artesanías (sencillas, como sencillo es el ojo divino) llenó los ojos de propios y visitantes. Cientos de personas se tomaron la foto del recuerdo: En primer plano ellas, y de fondo, de fondo ¡los ojos de Dios!
El nombre es prodigioso. ¿A quién se le ocurrió nombrar a esta artesanía con ese nombre? La artesanía es sencilla: dos palitos que se mantienen unidos a través de un nudo con estambre para formar la cruz. Con el estambre se forma un rombo, que se hace grande a medida que se incorporan estambres con otros colores. Al final resulta el Ojo de Dios, ojo hecho con dos palitos y estambres de diversos colores, ¡no más! ¡Claro, el Ojo de Dios está hecho por las manos de un artesano!
Comitán se llenó de Ojos de Dios. Jamás había sucedido. Las calles de Comitán se han llenado de palmitas, flores de papel meché, flores metálicas, ensartas de juncia y otras artesanías, pero jamás se habían adornado con Ojos de Dios.
Cuando una artesanía recibe un nombre simbólico trasciende del mero plano estético y entra a otra dimensión. Hay una artesanía, del Centro del país, que se llama Atrapasueños. El Atrapasueños no tiene forma de cruz, ¡no!, es circular. Su factura también es sencilla (bueno, bueno, es un decir) y está hecho con un delicado entretejido que semeja una telaraña, tejido que atrapa el sueño, que no deja que siga viajando por el aire.
Los Atrapasueños y los Ojos de Dios son piezas simbólicas de la cultura mexicana que nos colocan en la antesala del misterio. Se sabe que los sueños son frágiles, se diluyen en cuanto despertamos. La memoria apenas retiene un hilo del sueño que, conforme transcurre el día, se hace nada. Lo mismo sucede con la ventana del universo; el Ojo de Dios, en estos tiempos, permanece cerrado, por eso es necesario que la mano del artesano nos recuerde que hay un misterio lleno de color, lleno de armonía, pleno en plano estético.
La bendición de esta artesanía llenó un espacio del cielo comiteco. Estas artesanías son discretas, jamás asumen el lugar de privilegio. En el caso de esta Semana Santa, los Ojos de Dios fueron colgados en alambres que iban de un lado a otro de la calle, como si fueran tendederos. Por lo regular, los tendederos reciben sábanas, pantalones, calcetines y calzones puestos a secar. La imagen no es la más colmada. Acá tendieron lazos de una a otra pared y colgaron ¡Ojos de Dios!, no para que la divinidad viera el mundo, sino para que el ser humano viera hacia arriba y viera esas figuras sencillas llenas de color. Esas artesanías hicieron que las personas (¡todas!) vieran hacia el cielo y, además de llenar sus miradas con colores, descubrieron que hay un cielo, que en el caso de Comitán, es un cielo lleno de transparencias y veladuras que está hecho por la mano de la naturaleza, artesana mayor del universo. Medio mundo de acá ¡vio al cielo!, y se tomó fotografías. El prodigio lo hizo el Ojo de Dios, la mano del artesano.
Una mañana de diciembre, en la calle principal de la Cruz Grande, los vecinos acordaron, de igual manera, tender alambres y colgar canastitos tejidos con palma, el cielo de esa calle se llenó de armonía. Los caminantes de esa calle, de igual manera, vieron hacia arriba y se tomaron la fotografía del recuerdo. La memoria colectiva recuerda calles de China donde cuelgan faroles que, ¡ah, prodigio!, son motivo estético durante el día y también durante las noches. Los caminantes, a media noche, llenan sus miradas con cientos, miles de luces que son como luciérnagas en el mar del aire. Esos faroles son, también, Ojos de Dios, ojos que riegan luz sin regateo.
En este 2019, Comitán colgó Ojos de Dios en su calle principal. Todo mundo celebró el acto, porque el Ojo de Dios representa los cinco puntos del universo (el norte, el sur, el oriente, el poniente y el centro, ¡el mero ojo!) En esta Semana Santa, Comitán hizo que muchas personas (cientos, miles) vieran hacia arriba, y hallaran un centro, el centro del pueblo, el centro del espíritu de cada espectador.

jueves, 25 de abril de 2019

CARTA A MARIANA, CON PREGUNTA INCLUIDA




Querida Mariana: La pregunta es sencilla: Sentirías que te quitan la mitad de tu vida, si te quitan ¿qué?
El juego se refiere a objetos, a cosas materiales. De todas las cosas materiales, ¿cuál es la más importante de tu vida?
Y esto es así, porque si se abriera más la pregunta, entrarían personas y esto sí sería algo muy complicado; es decir, si alguien tuviese que responder sobre todas las posesiones de su entorno cercano, sin duda, elegiría, más que un objeto o cosa, una persona. Esto sucede cuando alguien pierde a un ser querido muy cercano, ¡siente que le quitan la mitad de su vida!
Por esto, el juego es menos severo, es más sencillo. Si te quitaran una cosa, ¿cuál sería con la que dirías se va la mitad de tu vida con ella?
No sé si esta pregunta se la hacen a los estudiantes de preparatoria en el test que les aplican para que puedan ver por dónde anda el camino de su vocación, pero se las deberían aplicar, porque la respuesta da una idea muy cercana del centro de la pasión de un ser humano.
Ayer me planteé la pregunta. Estaba solo (no es novedad alguna) y me puse a pensar en qué cosa es la más querida. Tomé una hoja, un lápiz e hice una relación (no extensa, pero cercana a mis cosas favoritas), para hacer un ejercicio de eliminación hasta que me quedara con la cosa más cercana, la más querida. Puedo decir que casi desde el principio supe cuál era la respuesta, pero cumplí con el ritual del juego. Todo lo hice de forma individual, para que todo tuviera como el mismo peso específico; es decir, no escribí zapatos, escribí zapato. El objeto señalado era el símbolo de la cosa. Todo lo anotado corresponde a objetos de mi pertenencia, con lo que está diseñado mi mundo. Te paso copia de algunos objetos de la relación que escribí: Auto, computadora, pelota, televisión, zapato, cartera, mesa, oficina, silla, plato, billete, libro, flor, mosaico… y por ahí se fue. Con el mismo lápiz comencé a tachar, el primer objeto fue el auto. Pues sí, en ánimo de ser serio, el auto lo necesita Checo Pérez. ¿Carro? Lo necesita el que vende hot-dogs. Esto que digo no es broma, va en el sentido de la vocación, si a un alumno de bachillerato le hacen la pregunta y responde el ejercicio y al final se queda con auto ¡a eso debe dedicarse!, a la venta de autos, a mecánico automotriz o a corredor de autos de fórmula uno o a vendedor de perritos calientes.
¡Mentira! La pregunta no es sencilla, es complejísima. Al final me quedé con dos cosas y sigo con ellas: cuaderno y libro. Parte de mi existencia se ha centrado en la lectura y en la escritura. Si me quitaran alguna de estas dos cosas sentiría que me arrebatan parte esencial de mi existencia, parte fundamental de mi vida. ¿Qué hacés en un cuarto en el que, poco a poco, te van quitando el oxígeno? Al principio buscás una hendija, una línea en el techo que permita el paso del oxígeno. Pasado un tiempo sentís el desasosiego. ¿Te tirás al piso y te ponés en posición fetal para no agotar el poco oxígeno que ahí queda? ¿Te desesperás y comenzás a patear la pared y a golpear la puerta, a pesar de que agotás la poca reserva de aire? Algo de esto sentí al pensar en la posibilidad de quedarme sin la lectura o la escritura.
Pero el juego exige que te quedés sólo con una cosa. Y acá está el verdadero problema. Las otras cosas se eliminaron solas. Estas dos cosas las tengo ahora apretadas contra mi cuerpo, como si fuesen juguetes y no dejara que nadie me las arrebatara. “No, hijo, sólo te compraré uno de los dos.”, dice, sentenciosa, mi mamá. Yo, en el mercado, no quiero soltar ninguno. “Si no eliges uno, no te compraré nada.”, insiste mi mamá. Ella me está colocando al borde del abismo: O elijo uno o nada tendré. Yo me empecino. Parecería que no entiendo que puedo quedarme sin objeto. Pataleo, hago berrinches. Quiero que mi mamá comprenda que no puedo vivir sin uno de esos juguetes. He vivido con ellos parte importante de mi vida y ambos se han convertido en mi vida misma.
Posdata: Estoy a punto de renunciar al juego bobo. Me resulta muy difícil desechar una de las cosas. Ya deseché mucho. ¿No puedo quedarme con los dos? Prometo portarme bien. Hacer todos los mandados, tender mi cama y guardar los juguetes en su caja.
Cuando menos aprendí que mi vocación está enredada en esos dos objetos, por lo que, si fuera un estudiante de bachillerato buscaría en las guías universitarias una carrera profesional que tenga que ver con estos dos objetos: la libreta y el libro. ¡Ay, por no jugar a tiempo, muchos estudiantes se equivocan en su elección vocacional!
Yo fui a parar a la facultad de Ingeniería, para (según yo) estudiar electrónica. ¡Que el Dios del chip perdone mi osadía, mi estupidez!

miércoles, 24 de abril de 2019

CARTA A MARIANA, CON CERTIFICADO DE ASISTENCIA




Querida Mariana: Hallé en las redes sociales este documento. Todo mundo de Comitán sabe quién es Néctar Hernán Esquinca Carpio, es un médico comprometido con el ejercicio de su profesión en beneficio de la sociedad. Y esto que digo no es una mera frase, ¡no! Va más allá de la simple palabra. Estoy seguro que en el mundo, ¡bendito Dios!, hay profesionales como Hernán, quienes, con un ejercicio ético de su profesión, contribuyen a sembrar ese árbol que se llama Esperanza; es decir, nubes que ayudan a llover luz en la tierra.
Me dio gusto saber que, en mi inglés de primer nivel, logré entender qué decía este documento. Certificate of Attendance no me costó trabajo alguno, supe que se trataba de un Certificado de Asistencia. Tampoco me resultó difícil comprender lo demás. Casi me sentí hablante de inglés. La Asociación Europea de Urología declara que: Néctar Hernán Esquinca Carpio participó (mirá, mi maestra me explicó que la terminación ed se aplica al pasado) en el Trigésimo Cuarto Congreso Anual de la EAU, del 15 al 19 de marzo de 2019, en Barcelona, España. ¿Ah, verdad? Sé que ahora vos te estás botando de la risa porque celebro este pequeño triunfo, pero vos no sabés que yo reprobé el primer grado de inglés y, a mis sesenta y dos años de edad, soy incapaz de sostener un mínimo diálogo. Entiendo algo de lo que platican los hablantes de la lengua inglesa y, ya lo comprobé, algo pepeno de lo escrito, pero me es muy difícil balbucear dos o tres líneas de una novela de Chesterton.
Me dio gusto saber que nuestro médico paisano asistió a un Congreso de su especialidad. Entendí, entonces, perfectamente el sentido de este Certificado de Asistencia, porque los comitecos de estos tiempos hemos corroborado el sentido de Asistencia que Hernán aplica a su profesión. El término asistencia se aplica al acto de asistir a un determinado acto, pero, también, se aplica al acto de dar. ¿Estamos? Recuerdo que en los años setenta, un tío de Memo laboraba en una asociación de gobierno que, en forma coloquial, se llamaba Los Ángeles Verdes. Estos ángeles andaban en las autopistas del país y brindaban “asistencia” a los conductores cuyos vehículos sufrían alguna avería. ¿Mirás, estos llamados ángeles daban asistencia? Con su asistencia ayudaron a cientos, miles de automovilistas necesitados. ¿Qué ha sido Hernán para Comitán y la región? ¡Eso! Un verdadero asistencialista, casi un ángel. No un ángel verde, ¡no! Un ángel cuya madurez lo impulsa a asistir a Congresos Internacionales para recibir esa varita mágica tan necesaria que se llama actualización.
Me dio gusto toparme con este documento. Sé que muchos paisanos profesionales constantemente acuden a capacitarse, a actualizarse, a recibir las nuevas tendencias del conocimiento, de la ciencia, del arte. Hernán cumple con su compromiso moral, personal y social.
El documento dice: La Asociación Europea de Urología declara que… y por ahí se va. Hernán dejó Comitán durante una semana, fue a Barcelona a intercambiar opiniones y actualizar sus conocimientos con colegas de todo el mundo. Hernán ha hecho del mundo una pequeña célula. ¿Bebió vino, asistió a algún museo, disfrutó de un concierto, fue a Las Ramblas? Yo digo que disfrutó como cualquier turista del mundo, pero cumplió un horario de manera responsable en un auditorio, lugar en que pepenó el hilo que le ha permitido brindar asistencia honesta y generosa al pueblo comiteco y de la región.
Posdata: ¿Se vale, querida mía, que el abrazo de hoy no te lo mande a vos sino a Hernán? Gracias. Así sea, pues.

martes, 23 de abril de 2019

¡HAY MÁS!




A René le llamaba la atención la frase: “Una bici”. Decía que el prefijo bi significaba dos. Llamaba su atención el hecho de que “una” estuviera al lado de “dos”. Por esto, a veces, jugaba. Decía: “Tengo una bici y un triciclo”. La sumatoria que hacía era la siguiente: Una, bi, un, tri; es decir, formaba un siete imaginario, en su imaginación.
Cuando René subía a una bici hacía la suma de cuatro, él era uno; cuando su prima Linda se subía en el sillón metálico trasero, la suma era de cinco.
Un día lo hallé recostado sobre el pino que estaba en el sitio de la casa de la abuela. Tenía recargada la barbilla sobre sus manos, veía la bicicleta que estaba recargada sobre la fuente sin agua. “Son más”, me dijo. Me senté a su lado, repitió: “Son más.” Comprendí a qué se refería, hablaba de la bicicleta, la bici no era dos, eran más, muchas más partes.
Siempre es así. Cuando nos recostamos en algún pino del universo sabemos que cada cosa está formada por muchas más cosas.
Mentira que cada individuo es uno, cada uno es más. Somos mucho más. Yo entendí que René (sin ser Descartes) comprendió que una bici era más que dos cuando tuvo conciencia de que el sillín en que se sentaba Linda estaba formada por una serie de varillas metálicas cromadas. ¿Ocho o diez varillas? Además, la estructura tenía una serie de varillas que le servían de soporte, y cada varilla tenía tornillos y cada tornillo rondanas y así hasta casi llegar al infinito, porque cada átomo…
¡Son más!, repitió, y vi una especie de angustia en su rostro, como si fuera un niño que descubre, por primera vez, su imagen en un espejo y no comprende quién es el otro que hace los mismos movimientos que él, en forma inversa.
Nada le dije a René, porque si le decía que viera la bicicleta que estaba estacionada frente a la peluquería y se reflejaba en los espejos entraría en un estado catatónico.
Soportamos la vida, porque siempre andamos apurados trepando en la bicicleta. Los que saben nos han dicho que para no caer es necesario pedalear constantemente, así que nadie (o muy pocos) dejan de pedalear, se bajan, se recargan en un pino y ven el objeto de su estudio. Cuando esto sucede, los que practican la contemplación reconocen que “Son más”, que “¡Hay más!”
Quienes ejercen la contemplación saben que todo el conocimiento que dan en la escuela es falso. Basta abrir el libro de Geografía Universal para reconocer que los datos ahí consignados corresponden a una realidad absurda. “¿Cuántos planetas dijo que hay en el Sistema Solar, maestra Bety?” “¿Nueve?” La maestra Bety reprobaría a los René del mundo que dijeran: “Son más.” La maestra los reprobaría, porque ella nunca ha abierto la otra ventana, ella, desde que subió a la bicicleta, por primera vez, nunca ha dejado de pedalear, nunca se ha bajado para ejercer la contemplación.
Bi, dice el diccionario, es un prefijo que significa dos. Bípedo, sostiene el mismo libro, significa que tiene dos patas. ¿De verdad? Rosendo, en plan de broma, decía que era falso, porque los “Bitles” (así lo pronunciaba), ¡eran cuatro!

lunes, 22 de abril de 2019

CARTA A MARIANA, CON CAMBIOS EN LOS TENDEDEROS




Querida Mariana: Le explicamos, pero tío Arsenio no quiso entender. Él insistió, dijo que esa figura de caricatura era un Judas absurdo. ¡Cómo han cambiado los tiempos!, dijo, abrió una cerveza y le dio un trago generoso. La tía, enojada, dijo que siempre andaba buscando pretextos para beber, porque el tío, al abrir la segunda cerveza dijo que bebía de dolor, de ver cómo han cambiado los tiempos. ¡Ah, mis tiempos sí eran buenos tiempos!, dijo y volvió a beber otro trago generoso.
En realidad, querida mía, esa tarde de sábado de gloria fui testigo de diversas percepciones generacionales, porque Pau, juguetona, dijo que lo que hacía Bob Esponja era equilibrio sobre la cuerda, y su mamá dijo que, en realidad, María había lavado el muñeco y luego lo había puesto a secar, mientras tanto, el tío Arsenio abría la tercera cerveza y decía que estos tiempos eran tiempos apocalípticos. ¡Ah, en mis tiempos, los Judas eran verdaderas obras de arte!
Y es que era sábado de gloria y, se sabe, en este país existe la tradición de quemar monigotes de cartón o tela. La tradición, cuentan, comenzó como un motivo religioso (quemar al apóstol que traicionó a Jesús) y derivó en una manifestación social (quemar imágenes de políticos que traicionan al pueblo).
La mamá de Pau dijo que, a pesar que el calor era intenso, corría poco aire, por lo que el muñeco tardaría en secarse. Pau dijo que era lógico, pues Bob era una esponja y las esponjas, por si no lo sabía, sirven para absorber agua, por esto, Bob vive en el fondo del mar. Y, no satisfecha con esa explicación, Pau dijo que, por lo tanto, Bob era primo de Aquamán y ocasional tío de la Sirena Pancracia.
Cuando Pau dijo lo de la Sirena Pancracia medio mundo comenzó a elucubrar acerca del origen de tal personaje. ¿Quién era Pancracia? Esto le sirvió de pretexto al tío Arsenio para abrir la cuarta cerveza, porque, dijo, en sus tiempos, las únicas sirenas existentes tenían nombres griegos, eran sirenas que seducían a los marinos, porque poseían una voz exquisita, algo fuera de este mundo, de este mundo torcido y cambiante, y, ¡de puro coraje!, terminó la cerveza con un trago que hizo que se derramara el líquido sobre su playera del Guadalajara, el equipo de su adoración.
Y digo que ese sábado de gloria reconocí diversas percepciones generacionales porque Víctor (lector contumaz) dijo que la imagen del Bob Esponja le recordaba el inicio de la novela de Gabo, Cien años de soledad, y poniéndose de pie, al centro del patio, como si fuese un actor universitario, casi declamó: “Muchos años después, colgado en el tendedero, Bob Esponja había de recordar aquella tarde remota en que su mamá lo sacó del mar y lo llevó a conocer el viento de Comitán”. Las carcajadas brotaron de las bocas de todos, con excepción de la del tío que, después de un farfulleo como de foca, se llenó con otro trago de cerveza.
El tío, como a las seis de la tarde, se levantó de su poltrona, se quitó el cinturón y dijo que en sus tiempos, el sábado de gloria servía para dar de cuerazos a los niños malcriados. Y, tatarateando, yendo de un poste hacia otro, deteniéndose en los maceteros y en las sillas, el tío, con el cinturón doblado, con el brazo en alto, persiguió a los niños que ahí jugaban. Los niños disfrutaron la carreriza, como toreros se hacían hacia la izquierda mientras el tío, convertido en miura bolo, se iba en banda y trastabillaba.
A final de cuentas, todo mundo estuvo de acuerdo que el mundo es cambiante, pero que esa tarde, el tío había logrado rescatar la tradición de los cinchazos del sábado de gloria y, por fortuna, a nadie se le ocurrió aventarse agua, tradición boba de los tiempos del tío Arsenio.
Posdata: Al otro día, el tío, tomando un caldo de gallina de rancho, con chile sietecaldos, y una cerveza para el descrude, contó que se había puesto una borrachera de órdago, porque al coraje de los cambios en las tradiciones, en la noche se sumó la derrota de su amado equipo y quedó fuera de la liguilla. Pero él, fiel hasta la muerte, seguía portando la playera del Guadalajara, que ya apestaba de tanto sudor de borracho.
Y el tío siguió bebiendo todo el domingo, ya menos encorajinado, porque, dijo, celebraba el Domingo de Resurrección; es decir, conmemoraba la vida por encima de la muerte.

sábado, 20 de abril de 2019

DE ANIMALITOS Y OTRAS PLUMAS




¿Cuál es el animal más comiteco? Digo, ¿cuál es el nombre del animal que más pronunciamos los comitecos? Porque, hay que admitirlo, los habitantes de Comitán tenemos una propensión a mencionar animales en cuanta ocasión se nos presenta.
Todo mundo sabe que muchos comitecos pronuncian el nombre del caballo cuando hacemos o vemos a hacer una caballada. “¡Qué caballo sos!”. El caballo es uno de nuestros animales favoritos. Lo mismo sucede con los perros (chuchos, le decimos acá). “¡Es chucho para beber trago!”, decimos para expresar que a alguien le encanta beber charrito o güisqui o coñac en cantidades industriales.
Lo mismo sucede con el burro. Los comitecos, así como hacemos caballadas, hacemos burradas. “¡Ah, burro, qué bonito te quedó!”. Usamos al burro como sinónimo de bobería o para expresar admiración, por lo que el aludido no se ofende. Mucho menos se ofenderá cuando un amigo generoso le dice que está como burro en primavera. Esto no es una bobera sino una exquisitez varonil.
Como en Comitán empleamos el diminutivo con frecuencia, el mono también es un animal mencionado a cada rato, porque decimos “¡Qué monito!”, cuando algo nos parece bello.
Sí, tienen razón, uno de los animales más mencionados es el tlacuache, que acá en Comitán rebautizamos como tacuatz. En Comitán a cada rato hay reconvenciones para no hacerse tacuatz; es decir, dejar de hacerse como tío Lolo, como que la virgen te habla, en síntesis: ¡Dejar de hacerse pendejo y ponerse a trabajar!
Otro animal que ronda por la mente de los comitecos es el cerdo, que acá llamamos cuch. Este nombre se emplea también en el mismo sentido que empleamos el nombre de chucho. Por esto, cuando alguien es chucho para el trago también se le puede decir que es un cuch para beber, porque hay varios bebedores consuetudinarios que, en cualquier convivio, terminan joceando de bolos.
El tzisim también está presente en nuestras comparaciones, recuerdo que cuando estudié el bachillerato decíamos que fulanita, chaparrita culoncita, tenía culito de tzisim.
Somos dados a comparar con animales de tierra. ¡Claro! En regiones que están al lado del mar o grandes ríos mencionan al tiburón o al pejelagarto. En Comitán no se escucha que alguien mencione al cocodrilo o al elefante o a la llama. Asismismo, llama la atención que las aves las mencionamos muy de vez en vez. Como que nos hizo falta un poco de alas, para el vuelo; como que deberíamos emplear más al colibrí, por ejemplo. Deberíamos, digo yo, cuando vemos a un compa muy trabajador, decir que es “Enjundioso como colibrí”.
Eso de burro en primavera es un lugar muy común, se emplea en todo el país y más allá. Así que los comitecos, para decir que alguien está arrecho, bien podíamos decir que “Anda como cenzontle”, porque tiene 400 voces para repartir.
Nos acostumbramos a los burros, a los caballos, a los cuches, a los chuchos. Dejamos de lado a animales más sutiles.
“¡Qué caballo sos!”, decimos para dar a entender que algo estuvo mal hecho. No sé en qué momento el caballo se volvió sinónimo de bobera. El caballo es imagen representativa del trabajo y de la lealtad. La equitación es un deporte de príncipes. En Comitán denigramos al caballo.
Cuando ocurra una genialidad debemos decir que es una Unicorniada. Tal vez así comencemos a incluir animales menos pedestres; tal vez debamos decir “Se puso bien Cíclope”, cuando alguien termine choroco de bolo.

viernes, 19 de abril de 2019

CARTA A MARIANA, CON UNA ERRATA




Querida Mariana: Es difícil que un libro se escape de las erratas. Casi todos los libros que se publican en el mundo tienen algún error. Hay erratas ortográficas, así como palabras que omiten alguna letra o duplican otra. Y no sólo libros, también hay exámenes con erratas. ¿Exámenes de ortografía con errores? También. De todo hay en la viña del lenguaje.
Antulio, el joven, maestro de Taller de redacción revisó su examen y no halló errata alguna. Al otro día, al distribuir el examen, los estudiantes resolvieron la prueba. Nunca se dieron cuenta que el examen tenía una ligera errata, muy ligera: En lugar de escribir Vocación, el maestro escribió Vacación. No se dieron cuenta, porque ellos no sabían que el maestro se había equivocado al pasar la prueba a la computadora. Nadie pudo haber detectado tal error, porque, en estricto sentido, no tenía error alguno. Era una errata simple, apenas del cambio de una letra, que no afectaba en absoluto la validez de la prueba. En el borrador del examen, que Antulio, el joven, había hecho a mano, con lápiz, escribió Vocación, pero al transcribir la prueba en la computadora, por error de lectura o por error al escribirla, la palabra pasó de Vocación a Vacación.
El maestro solicitaba que los muchachos dieran una definición del concepto. Los muchachos respondieron (tal como lo solicitaba la prueba) con una definición breve y concisa; es decir, con precisión.
Cuando el maestro, en la tarde, tuvo el bonche de pruebas en la mesa de su estudio, comenzó a calificarlas. Todos los alumnos, sin excepción, obtuvieron una palomita en la pregunta ocho, la que decía: “Define el concepto: Vacación”.
Antulio no se dio cuenta del cambio de palabra. Olvidó que en el borrador había escrito Vocación.
La prueba consistía en revisar el grado de concisión. Los estudiantes habían hecho alarde de ello, por lo que el maestro marcó como buena cada respuesta de la pregunta ocho del total de exámenes.
Al azar tomó una prueba y leyó: “Vacación: Lapso en que el trabajo cotidiano se suspende”. Le puso buena.
Todas las demás respuestas iban por el mismo sendero. Sólo una se salía del lugar de lo decente y entraba al terreno de lo prosaico, pero Antulio también la calificó como buena, ya que consideró que estaba dentro del rango de lo comprensible: “Vacación: Periodo en que mandamos a la mierda el trabajo.”
En cuanto terminó de calificar y anotó en la relación del grupo todas las calificaciones vio el borrador, lo tomó e iba a romperlo, pero algo, como si apareciese un arco iris a mitad de la noche, envió su mirada hacia la palabra: ¡Vocación! ¡Se había equivocado en la transcripción! Torció la boca como si fuese un trasatlántico chocando contra un iceberg.
Tal vez, pensó, viendo el jardín por la ventana, había colocado la palabra Vacación porque el examen lo había practicado el último día de clases, antes del periodo vacacional de Semana Santa. ¡Sí, eso había pasado! Su mente le hizo un juego. En lugar de escribir la palabra Vocación, su mente le ordenó escribir Vacación.
Antulio, el joven, se sentó en el sofá al lado de la lámpara de pie, sacó un cigarro de la cajetilla, lo prendió y lo dejó en el cenicero que estaba sobre la mesa del té. Las dos palabras rondaron su mente; como si saltaran la cuerda brincaron de un lado a otro: Vocación – Vacación.
Y pensó que él, igual que los alumnos, había dado gracias a Dios el último día de clases. Los muchachos, igual que él, no veían que llegara la hora de salir de ese encierro y correr hacia la puerta que era el mayor símbolo de libertad. El periodo vacacional los llevaría a los campos, a la playa, a la alberca, a los antros, a las calles y plazas. Se levantarían tarde, comerían comida rica y no los sándwiches desabridos de la cafetería. No verían la cara de Peptobismol del conserje, ni sufrirían el maltrato de la apergaminada señora que atiende la biblioteca.
Pensó, entonces, que su vocación no era tal, pues prefería el concepto vacación. Su amigo Iván estudió cinematografía en el CUC, de la UNAM. El cine fue su vocación, desde niño. Iván asistía al Cine Comitán todas las tardes. Una vez, ya cuando él daba clases en la preparatoria, e Iván presentaba su primer cortometraje en el Festival de Cine, de Morelia, supo que su amigo no tenía vacaciones, porque no las buscaba, siempre estaba realizando su pasión: El cine. En cambio él, cuando iniciaba el ciclo escolar, lo primero que hacía era revisar el calendario para ver los días de asueto, los puentes programados y los periodos vacacionales de Semana Santa, Navidad y de Fin de Cursos. Podía decirse que trabajaba de lunes a viernes esperando que llegara el periodo de vacaciones. En cambio, su amigo Iván…
Había sido un ligero error, un simple cambio de letra: Vocación se había transformado en Vacación. Sus alumnos habían respondido de manera breve y concisa. Antulio, el joven, había puesto buena a todos los exámenes, en la pregunta ocho.
Vio hacia la mesilla y halló que el cigarro se había consumido, un chorizo frágil de ceniza salía de la boquilla y se recostaba en la superficie del cenicero.
Posdata: Recordó que su papá, Antulio, el viejo, le había dicho de joven que seguiría la tradición y él aceptó estudió la Licenciatura en Español, y en cuanto terminó buscó trabajo en una escuela. Sí, siguió la tradición. Ahora, muchos años después, había descubierto que una simple letra modificaba el concepto Vocación y se convertía en Vacación, concepto que significaba, más o menos, “Mandar a la mierda el trabajo.”

jueves, 18 de abril de 2019

CARTA A MARIANA, CON TAMBORES EN FORMA DE ALAMBIQUE




Querida Mariana: Martha me contó, hace muchos años, que en África hay un poblado que se llama Marimba; me contó que un tío suyo bautizó a una de sus hijas con ese nombre tan sonoro: ¡Marimba!
Olvidé lo que Martha me contó en su departamento de la Ciudad de México. En realidad, otros son los recuerdos que conservaba de Martha, recuerdos tan nítidos como si fueran un puesto de frutas recién humedecidas. De Martha recordaba ese puesto donde me mostró sus mejores duraznos, los kiwis y la papaya. Su departamento estaba en lo más alto de un edificio de diez u once pisos. Desde ahí se veía gran parte de la Colonia Roma (creo que el edificio estaba en Campeche, lo digo como mera referencia, no para albur). En más de cuatro ocasiones estuve ahí. Ella había nacido en Chiapas, en algún pequeño pueblo de la Costa, de nombre impronunciable, pero sus papás (por trabajo de él) se trasladaron a la Ciudad de México, cuando ella no tenía más de dos o tres años de edad. Sin embargo, como si fuera un destino o una bendita maldición ella recordaba muchos pasajes de su vida de criatura, en Chiapas. ¿Cómo era posible que recordara con precisión asombrosa la cantina donde su papá, después del trabajo, pasaba a tomar una cerveza, acompañada de un ceviche? ¿Por qué recordaba con exactitud las mesas metálicas, los hombres con sombrero de palma, con el torso moreno descubierto, lleno de sudor? ¿Por qué designio tenía grabado en su memoria los aromas del piso de tierra recién humedecido, los camarones secos, las piguas hirviendo, los meados en la arena, el sudor de la entrepierna de la mujer que permanecía sentada debajo de un ventilador de aspas? ¿Por qué tarareaba con fidelidad extrema la Tortuga del Arenal, interpretada en marimba?
Ahora, después de muchos años de haber coincidido con Martha, volví a toparme con la referencia. En el “Segundo libro de crónicas”, de António Lobo Antunes (sí, António con tilde, recordá que él es portugués), aparece un texto que se llama “Crónica para ser leída con acompañamiento de kissanje”. Lo leí sin el acompañamiento sugerido, porque (según explica Mario Merlino, el traductor) el kissanje es un instrumento musical angoleño, consistente en una pequeña tabla en la que se fijan varias lengüetas metálicas que se hacen vibrar con los pulgares. Mi Paty tiene un instrumento que se llama kalimba, que tiene una gran semejanza con el llamado kissanje. No le hice caso a Lobo Antunes y busqué en Internet un piano suave y con esta música leí su crónica y ahí descubrí las siguientes líneas que me enviaron (en catapulta) al piso de Martha y a su comentario. Lobo Antunes dice: “…la tía Teresa, gorda, enorme, que regentaba una cabaña de putas en Marimba…”
¿Mirás la coincidencia? Martha tenía razón, en Angola hay un pueblo que se llama Marimba. Sí, los musicólogos tienen razón. Los que deseen hallar huellas de la marimba moderna, chiapaneca y centroamericana, deben adentrarse en los mares de Venustiano Carranza y en Guatemala, pero si desean hurgar en el mushuc original deben rastrear en las arenas de Angola.
Cuando leí la línea de Lobo Antunes tuve ánimos de jugar con ella, de decir que la tía Marimba, gorda, enorme, regentaba una cabaña con la puta Teresa; o decir que la tía Puta, gorda, enorme, regentaba una marimba pueblerina; o decir que la tía Pueblo regentaba una puta marimba.
Pero luego pensé que no, que era una bobera. La línea de Lobo me había concedido el privilegio de regresar a aquel departamento en el que Martha y yo y más amigos bebíamos cerveza, fumábamos, charlábamos, bailábamos, subíamos a la azotea a mirar la luna o las luces de los departamentos vecinos, o nos escondíamos detrás de los tinacos para respirar el aire ya enrarecido de aquella ciudad en la que, los chiapanecos, oíamos sonidos extraños: sirenas, pasos apresurados sobre asfalto, arrancones de carros, danzones, pregones, silbatazos de árbitros y de agentes de vialidad, cortinazos, carritos de plátanos asados, mariachi, mariachi. Oíamos muchos sonidos que se encaramaban sobre los grandes edificios y caminaban sobre el hormigón. Extrañábamos nuestra marimba. Por eso, en noches de luna llena subíamos a la azotea y aullábamos nuestros sonidos llenos de nostalgia, y nos emborrachábamos con comiteco y declamábamos el Canto a Chiapas de Enoch Cancino. La luz de la luna se colaba por en medio de nubes grises, de nubes vestidas de smog, e iluminaba nuestros rostros, nuestros corazones, y nosotros, tatarateando entre tendederos, con ropa puesta a secar, gritábamos: “…He de volver a ti, a aquella bendita tierra…”
Posdata: Colgábamos nuestros espíritus en el mismo alambre de calzones y roídas camisetas. Nos secábamos.

miércoles, 17 de abril de 2019

MAÑANITAS EN SAN CRISTÓBAL




Ayer fue su cumpleaños. Cumplió más de cien. Los cumplió en ausencia. Yo, porque él nació en San Cristóbal de Las Casas, decidí viajar a aquella ciudad para cantarle las mañanitas, para pararme en una banqueta del andador de la Real de Guadalupe, mirar el cielo (que ayer estaba limpio, azulísimo) y cantar, en voz baja, pero a gritos emocionados, sus mañanitas.
Él no me cantaba las mañanitas; él, cuando era mi cumpleaños, cargaba un tocadiscos portátil, lo ponía frente a la puerta de mi recámara y yo escuchaba las mañanitas cantadas por Pedro Infante. Así todos los años. Él no era cantor, sí era ¡chiflador! Chiflaba a todas horas. Siempre, a la hora que realizaba cualquier trabajo, lo veía, chaparrito, arremangada la camisa, abrir tantito los labios para soltar un vientecito que se volvía un silbido quedo de tiuca alebrestada. Cuando yo estaba en mi cuarto y él deseaba algo me silbaba. Me acostumbré a ese llamado. Ahora sigo pensando que era una forma muy afectuosa de llamar a alguien. No hubo gritos en casa (bueno, a veces hubo, muy pocas veces. Cuando se molestaba por algo que yo había hecho mal). Silbaba. Fue un chiflador nato. En la consola grande ponía un disco con música de acordeón y silbaba las melodías. Lo recuerdo en el sillón, con los ojos cerrados, silbando “Vereda tropical”.
¿Por qué me ponía las mañanitas de Pedro? Tal vez porque el 15 de abril de 1957 todo México se paró un segundo al conocer la noticia de la muerte de Pedro. En ese tiempo no había redes sociales, pero la patria se enteró casi al instante por las transmisiones de radio. Tal vez me ponía las mañanitas de Pedro porque 1957 fue el año de mi nacimiento, el mismo mes de la muerte de Pedro; tal vez porque él cumple años el 16 de abril, un día después de la muerte del cantante y actor. O tal vez, simplemente, porque la voz de Pedro se le hacía la más bella para que su hijo recibiera las mañanitas.
Y yo, tal vez, soy menos modesto. Desde siempre pensé que la mejor voz para cantarle sus mañanitas era la mía. Y esto lo pensé porque cuando sus amigos llegaban a la casa y tomaban la copa (varias) y comían la botanita, él, muy chento, me llamaba, hacía que subiera a una silla y desde ahí, ¡cantara!, como si estuviese en el escenario de Bellas Artes. Yo, mientras cantaba, miraba su orgullo en la mirada, miraba cómo su pecho se hinchaba lleno de orgullo. Tal vez imaginaba que yo iba a ser un cantante tan famoso como Pedro. No lo sé. Recuerdo que tenía buena voz, pero ahora de aquel chorro de voz sólo me quedó un chisguete.
Fui a su pueblo natal y lo caminé. Pasé por las casas de los amigos y familiares, patios y estancias que lo recibieron con cariño: la casa de mi tío Fernando, la de mi padrino Ramiro, la de mi tía Lolita, la de las hermanas Molina Molinari. Por ahí, frente a la casa de su hermana Carmelita, la de los ojos tiernos y corazón de hierbabuena, cerré tantito mis ojos y recé el Padre Nuestro, ¡claro!, lo recé diciendo Padre mío. Padre mío que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, por siempre, por siempre.
Ayer fue su cumpleaños y como lo he hecho todo el tiempo, me subí a la silla de madera y desde ahí le canté sus mañanitas y lo vi tomar su copa y sentirse chento y tal vez pensar que yo podía llegar a ser tan famoso como el famoso de Pedro.

martes, 16 de abril de 2019

CARTA A MARIANA, CON UN MACHOTE SOBRE PARED




Querida Mariana: El cantante brasileño Roberto Carlos canta una canción que dice: “Yo quiero tener un millón de amigos”. ¿Para qué desea tantos amigos? “Para así más fuerte poder cantar”. La canción del brasileño habla del poder de la unión. Si solo ha cantado fuerte, imaginá la fortaleza de un coro monumental de un millón.
A veces, en protestas sociales se advierte esa fortaleza. No es lo mismo una manifestación de mil personas que una en la que hay ríos de gentes que desbordan las plazas y las calles.
Mi tía Emelina me explicó que en las oficinas había “machotes”. ¿Machotes? ¿Machos muy machos? ¡No! Eran formularios que ya tenían escrito el texto principal y sólo precisaba llenar los espacios en blanco, para personalizar.
Ya te conté que, a mediados del siglo pasado, estuvo de moda un libro con cartas para que los enamorados enviaran a sus novias y viceversa; es decir, eran “machotes” amorosos, porque servían lo mismo para Juana que para Chana.
El otro día me topé con este letrero en una pared: “Yo quiero tener un millón de…”. El letrero es como un “machote” monumental (bueno, ni tanto). Está en espera de que alguien llene el espacio en blanco. Si Roberto Carlos caminara por ahí ya lo hubiera llenado con la palabra Amigos. Pero, pensé que tal espacio puede llenarse con mil conceptos (con un millón de conceptos). Depende de la persona que por ahí camine.
Coincidirás conmigo en que el letrero es expresión de un deseo, como si el genio de los cuentos infantiles se apareciera y preguntara “¿Qué deseas?” y la persona cerrara tantito los ojos y, con toda su fuerza, uniera las manos y pidiera: “Yo quiero tener un millón de…”
Y si el que estuviera enfrente fuera Carlos Slim pediría una cosa diferente a Juan Pueblo, porque un millón para Slim es muy diferente para un mexicano de a pie. Tal vez Juan Pueblo pidiera un millón ¡de pesos!; tal vez Slim pidiera un millón ¡de millones de dólares!
Pero tal vez, mi sobrina Pau no pensara en dinero sino en muñecas. Con su vestido rosa y sus lentes redondos, se pararía frente al muro del deseo y pediría un millón ¡de muñecas Barbie!
¿Un millón de qué solicitaría el hombre que está inválido en su sillón? ¿Un millón de qué pediría la chica que odia ser gorda? ¿La que odia ser flaca? ¿La que nunca ha tenido novio y ya cuenta con treinta y ocho años de edad? ¿Qué pediría aquél que te conté?
Un político chiapaneco retomó la frase de Roberto Carlos y dijo que quería ¡un millón de amigos! No sé si él pagó derechos de autor al creador de la frase. Roberto Carlos (ya lo dije) quería un millón de amigos para “así más fuerte poder cantar”. ¿Para qué quería el millón de amigos el político chiapaneco?
La tía Emelina también me enseñó algo que contradice el deseo de Roberto Carlos. Ella siempre me dijo que, en cuestión de afecto, más valía pocos, pero sinceros; es decir, en el valor de la amistad siempre se topa uno con billetes falsos, desde los que tienen doble cara hasta los que juran ser de cien y, en realidad, no valen ni un centavo partido por la mitad.
Posdata: Juguemos, mi niña. ¡Juguemos! Imaginá que caminás en la calle donde está este letrero. ¿Con qué palabra completás la frase? ¿Te gustaría tener un millón de qué?
Estoy seguro que no pedirás dinero. Los seres como vos no son tan mezquinos. Vos y yo sabemos que hay cosas más importantes en el mundo. Un millón de lingotes de oro ¡envilece! Quien piense lo contrario es un vil, un simple millonario que posee autos, yates, jets particulares, residencias fastuosas, viajes, mujeres bellas, comidas opíparas y demás chunches lujosos, pero ¿con qué llena su espíritu? Bueno, tenés razón, hay millonarios que tienen cuadros de Picasso y Van Gogh en los muros de sus residencias, que construyen instituciones a favor de gente discapacitada, que donan millones a favor de proyectos culturales, como creaciones de orquestas en comunidades desfavorecidas. ¡Tenés razón! A mí me gustaría tener un millón de…

lunes, 15 de abril de 2019

ÁRBOL DE FRUTOS AMABLES




Los niños jugaban todas las tardes. Colocaban una mesa de madera en el patio, al lado de la barda. La mesa era un poco endeble, siempre quedaba chueca, con una ligera inclinación, pero como los niños eran delgados y siempre estaban descalzos, la mesa los soportaba. Los niños trepaban a la mesa para ver la calle, a través de las hendijas de la celosía. En esos tiempos no había llegado la televisión, así que su diversión era esa: Ver la calle a través de la celosía.
La televisión (decían) era como el cine, en la pantalla se veían montañas, carreteras con carros veloces, gasolineras solitarias en medio del desierto, vaqueros cabalgando en las praderas que eran territorios de indios apaches, altos edificios de Nueva York, trasatlánticos en el mar, bañistas en bikini, hombres peleando en las cantinas o recogiendo las redes de pescar. La televisión mostraba escenas de muchas partes: mujeres africanas con los pechos desnudos, bailando alrededor de una fogata; esquimales desplazándose en trineos en las superficies heladas; hindúes trepando a la parte alta de los trenes; franceses tomando café mientras escuchan al acordeonista debajo de un árbol sin hojas; mexicanos bebiendo tequila en medio de mariachis; argentinos comiendo un asado en un patio lleno de árboles; norteamericanos comiendo un hot dog en una avenida llena de rascacielos. Lo que los niños veían a través de la celosía era más modesto, mucho más sencillo, pero era una manifestación de vida. La celosía, de igual manera, era bella y sencilla. Era uno de los grandes prodigios de la arquitectura popular. Triángulos hechos con ladrillos, recostados, sueños isósceles.
Los niños miraban lo que sucedía en la calle, escuchaban (de primera mano) los sonidos de la calle. Reconocían los pasos de la abuela, después del rezo; escuchaban el grito del nevero y bajaban de la mesa, corrían a la sala y pedían una moneda al abuelo; oían el silbato del afilador y avisaban a la abuela. Por la celosía se colaba el viento que despeinaba sus cabelleras y les echaba un vaho de frescura; por la celosía miraban al Chepe que, todas las tardes, metía sus manos debajo de la falda de la Minga, quien dejaba en la banqueta la canasta con pan, y cerraba los ojos y acezaba como si fuera una gata ronroneando.
No importaba que hubiese mucho calor (era un calor afectuoso) o estuviera lloviendo a cántaros. Los niños trepaban a la mesa y oían cómo el agua de lluvia carrereaba afuera. En el patio (donde ellos estaban) el agua caía a chorros, pero el sonido era monótono; en cambio, en la calle, el agua se volvía como caballo y cabalgaba hacia abajo, cada vez el trote era más escandaloso, como si en cada esquina se uniera un grupo a la cabalgata fenomenal. ¡Ah, qué tropel tan fastuoso! Los niños escuchaban la algarabía del agua y chapoteaban sobre la mesa. Ellos (a diferencia de los demás niños) no aventaban barquitos de papel al agua. Ellos, desde su altura, hacían avioncitos y, por encima de la barda o por en medio de los huecos de la celosía, los aventaban para que cayeran sobre el río fantástico que corría frenético. Tomaban los avioncitos con sus dedos pulgar e índice, lo llevaban hacia atrás y luego los soltaban. Los avioncitos, de inmediato, se abrían como si fueran paracaídas, por la fuerza del aguacero, y caían como pétalos enormes a la corriente y ahí, ¡mantarrayas de papel!, navegaban hasta desaparecer en la boca de una alcantarilla abierta.
Los tres niños cumplieron su destino. Uno de ellos estudió arquitectura, el otro fue a la Ciudad de México y se convirtió en director de documentales, y el tercero se hizo escritor. Si alguien (en entrevista periodística o en plática de amigos) preguntara acerca del origen de su vocación, cada uno de ellos, sin dudar un instante, diría que lo pepenó a través del hueco de una celosía hecha con simples ladrillos.

sábado, 13 de abril de 2019

CARTA A MARIANA, CON CUATROCIENTAS VOCES




Querida Mariana: En estos días se celebra el IV FESTIVAL INTERNACIONAL DE ARTES Y LITERATURA BALÚN CANÁN, organizado por integrantes del Puente Cultural del Sur Sureste, dirigidos por su creador, el poeta Arbey Rivera, y por su directora, Alejandra Constantino.
Todo mundo está de acuerdo que el Festival inició con el pie derecho. La ceremonia de inauguración fue el pasado once de abril de 2019, con un acto de reconocimiento a la trayectoria de dos grandes de Chiapas: el escritor Óscar Palacios, y la artista Sonia Conde.
En el programa apareció la siguiente frase: “Homenaje a dos voces”; en realidad, el Festival se convirtió en un homenaje a muchas más voces, todas las que han participado con su canto, con su actuación o con su lectura. ¡Ah!, este Festival en que se rinde homenaje a dos voces, es como un Festival Cenzontle, ¡pájaro de cuatrocientas voces! El año pasado, los homenajeados fueron dos poetas: Roberto Rico y Óscar Bonifaz.
La tarde inaugural (que se efectuó en el Auditorio Roberto Cordero Citalán, del Centro Cultural Rosario Castellanos) fue plena, el auditorio se llenó de amigos de los homenajeados, de autoridades, de intelectuales, de escritores, poetas, gente de teatro y de música. ¡Ah, qué gusto ver los espacios llenos de personas ávidas de beber cultura! Y vaya que hubo mucho para ver y escuchar, para paladear. Como dijo Óscar Palacios, escritor galardonado, hubo de todo para todos los gustos, porque hubo música y danza, de Guatemala; hubo una puesta en escena, por parte de un grupo español; hubo canciones interpretadas por el fabuloso cantautor César Gandy; hubo lectura por parte de escritores provenientes de diversos estados de la república y del extranjero; hubo representación teatral por parte de nuestra actriz Rosa Hortensia Aguilar Trujillo; hubo un grupo coral, dirigido por Juan Merino, que interpretó lo que podemos llamar Canción Poema, ya que Sonia Conde musicalizó un poema de Rosario Castellanos. ¡Todo bien bonito! Un acto pesado, porque tardó más de tres horas. ¡Sí, en serio! Comenzó a las seis y media de la tarde y terminó a las nueve y media de la noche. Cuando mi Paty y yo salimos del auditorio nos topamos con Humberto Pedrero y a la hora que me vio me dijo: “¡Qué estás haciendo a esta hora fuera de tu casa!”, y luego contó que había comprado una planta en un vivero que se llama “Dormiloncita” porque dice que todo el día tiene abiertas sus flores, pero en la noche, se cierran. Dijo que me regalará una de esas plantitas, que son como Molinari. Pero, la tarde de inauguración del Festival estuve atento y, a pesar que ya mis pilas estaban a punto de agotarse, disfruté del acto, bien organizado.
Y pensé que esa tarde, la convocatoria del Puente Cultural del Sur Sureste había logrado una conjunción de voces de muchas partes del mundo. Disfruté la danza, la música, el video, el teatro y, sobre todo (lo sabés), la lectura. ¿Podés imaginar que una poeta de Finlandia, Inger Mari Aiko, leyó su obra escrita en una lengua que ya es hablada sólo por quince mil personas? La audiencia puso atención a la sonoridad de esa lengua que, pienso, en algún momento de la historia, fue hablada por muchos más.
Una sorpresa me estaba reservada, la última participante de la mesa de lectura fue una escritora que llegó desde Argentina (ella nació en Buenos Aires, en 1951). Liliana Lukin dijo estar emocionada de estar en Comitán, de estar en México, “un país lleno de amigos para los argentinos”. Ella sólo corroboró lo que los demás escritores expresaron. Jorge Souza dijo que estaba muy a gusto “en el lugar donde está grabada la memoria de Rosario Castellanos”, y Jesús Ramón Ibarra expresó que agradecía “La hospitalidad de un pueblo grandísimo: Comitán”.
¿Mirás qué dijo Jesús Ramón Ibarra? Definió a Comitán como un pueblo grandísimo, porque eso es lo que es este pueblo, eso, ¡ni más, ni menos!
Arbey Rivera, Alejandra Constantino y demás integrantes del Puente Cultural del Sur Sureste logran que intelectuales del mundo acudan a nuestro pueblo, reconozcan sus virtudes y bondades y, luego, regresen hablando de estos frutos llenos de pulpa exquisita. Ellos, destacados pensadores del mundo, se convierten en embajadores de buena voluntad de nuestro pueblo. Nos hace falta más actos en que lleguen a Comitán más invitados del mundo.
Pero decía que Liliana Lukin me tenía reservada una sorpresa, agradable, afectuosa. Sé que ahora que lo comente, vos también sentirás un hilo de conexión con ella.
¿Recordás al enormísimo poeta Gonzalo Rojas? Él es chileno, falleció en 2011. Su obra está considerada dentro de las más altas voces de América Latina. Bueno, pues don Gonzalo comentó algo acerca de la obra de la argentina Liliana Lukin. ¿Querés saber qué dijo? Copio dos líneas: “Publica el nuevo libro y esas cartas distintas, tersas, traslúcidas, por donde pasa y tiembla el arco de las alondras del Principio”.
Y es que no he dicho que Liliana Lukin leyó dos poemas del libro que Rojas le recomendó publicar. El libro se llama: “Cartas” y sí, lo que estás pensando es cierto: son cartas, como éstas que te mando, pero las cartas que ella escribe son cartas “tersas, traslúcidas, por donde pasa y tiembla el arco de las alondras del Principio”; es decir, son cartas llenas de poesía, donde la palabra es exacta. Lukin lleva el género epistolar a la cumbre. Narra, cuenta, pero lo hace con la sensibilidad de la poeta, de la gran poeta que ella es.
¡Ya podés imaginar el impacto que recibí cuando escuché la voz de Liliana! ¡El arco de luz que se abrió a la hora que comenzó a leer y dijo: “Mi querida…”
Ella comienza así cada una de sus cartas: Mi querida, y luego narra, con palabras que son como gotas de agua limpia, como pétalos de orquídeas.
¡Ah, disfruté la lectura de esta poeta argentina! ¡Agradecí la coincidencia! ¡Qué bueno que exista el Festival Internacional de Artes y Literatura Balún Canán! De esta manera es como llegan voces novedosas a nuestro pueblo, voces inteligentes.
Liliana leyó dos cartas. La primera que leyó fue la CARTA II. Me impresionó su lectura, la voz de la poeta (pausada, certera como gota de agua a mitad del aguacero), y me causó un impacto el tema. Su poema comienza así: “Mi querida: Me dije / algún poema tiene que haber / porque hay tanto ruido en el país / y en estos días las metáforas se cumplen. / Ya casi no hablamos más / que de nosotras: metonimias de un paisaje de guerra / o pequeños predios donde cultivar imágenes de sí…”
Y por ahí sigue. ¡Ah, pensé, algún día, tal vez, una carta que le escriba a mi niña se acercará a esa altura, dejará su vocación de pasto y se asumirá para el vuelo del cenzontle, de esa ave que estuvo rondando por el auditorio toda la tarde! Hubo una inmensa pluralidad de voces, todas dignas de escucharse, pero a mí (me conocés) me ganó la literatura, y en medio de las voces literarias, elegí como mi destino las cartas de Liliana.
Y esto fue, lo sabés, porque soy un admirador de este género. Me encanta leer libros en donde aparecen intercambios epistolares. En los últimos días he releído las cartas que Rosario le envió a Ricardo y he hallado muchas líneas que no pudieron ser dichas por ella de otra manera. Rosario nunca hizo lo que Liliana. Rosario contó, a Ricardo, viajes, ideas, sufrimientos, gozos, actos cotidianos, anécdotas casi pedestres, apenas algún deslumbre poético, mínimo, como gajo de bonsái. En cambio, Liliana narra, pero lo hace desde el rincón donde está el fogón de la palabra. Me impactó la poesía de Liliana, con la misma intensidad que me impactaron las palabras de Gonzalo Rojas respecto al trabajo de la poeta argentina. Perdoná mi insistencia, pero cuando tengo sed vuelvo al vaso de agua en forma frecuente. Oí de nuevo: “Son cartas tersas, traslúcidas, por donde pasa y tiembla el arco de las alondras del Principio”. Mirás qué comunes las palabras, y sin embargo, el acomodo que le da el poeta las convierte en algo jamás dicho, jamás visto.
Posdata: ¿Quedarme a un acto después de las ocho de la noche? ¡Ni loco! Pero, el jueves me quedé hasta las nueve y media, algo “temblaba” en mí. No era un temblor por el desvelo, no era un temblor de desasosiego, ¡no!, era un agua de cenzontle que cantaba en mi espíritu.
Quise comprar el libro de Liliana, pero no estaba a la venta, pero la muchacha bonita me dijo que estaría disponible en la biblioteca del Puente Cultural, entonces aproveché la tecnología y, con la cámara del celular, “escaneé” todo el libro. Ahora, en mi celular tengo las cartas de Liliana, así como vos recibís las cartas que te mando. Ella comienza cada carta diciendo: Mi querida. ¿Yo? Yo te nombro: Querida Mariana, dos puntos.

viernes, 12 de abril de 2019

EL JUEGO DEL AIRE




¿Cómo puede decirse un amanecer en Comitán? ¡Ah, ya Sabines nos dijo cómo! Nos lo dijo en un poema que colgó en el aire.
¿Cómo puede decirse un atardecer en Comitán? El poeta Sabines ya no vivió para decírnoslo. Se fue antes, se volvió aire.
Pero, ahora, nosotros, sobrevivientes, podemos colgar un sol sobre la rama de una jacaranda en primavera, que llena de morados y lilas los cielos azules de estos cielos.
Podemos, si queremos, desgajar los pétalos de una orquídea y ofrecerlos con las manos abiertas.
Pero, Robertoni, el gran ceramista chiapaneco, llegó a Comitán y dijo un atardecer a su manera, de la mejor manera.
Robertoni llegó a Comitán por invitación de los organizadores del IV Festival Internacional de Artes y Literatura Balún Canán. Llegó la tarde del once de abril de dos mil diecinueve, y llegó colgado de una liana de aire, liana pariente de aquélla en la que Sabines se descolgó como un sencillo Tarzán de las Letras.
Y Robertoni llegó desenfadado, libre, gozando del aire de Comitán y colocó las piezas de exposición en los corredores del Centro Cultural que lleva el nombre de Rosario, quien, cuenta en su novela Balún-Canán, una tarde en que fue a volar papalotes en los llanos de Nicalococ, conoció ¡el viento!, y corrió a contárselo a su nana y su nana, también hija del aire, le dijo, con voz mesurada, con voz de cántaro de barro, que el viento era uno de los nueve guardianes de su pueblo.
Y esto, sin decirlo, sin contarlo a voz abierta, porque los misterios del mundo deben conservarse como si fueran pétalos de ámbar, Robertoni descolgó del aire y comió sus hojas, como si fueran hojas de hierbabuena, y las maceró en su boca y luego soltó su aliento sobre las máscaras de barro que estaban expuestas, que estaban recargadas sobre la columna vertebral de piedra del edificio.
Y fue un instante prodigioso, porque él, niño de barro, jugó esa tarde en Comitán, jugó porque su oficio es jugar la tierra disuelta en agua. Descolgó el aire (el viento de Rosario, el guardián de Balún Canán) y colocó sus manos sobre las bases de madera y aventó su huelgo (juelgo diríamos en Comitán) y dio vida a sus máscaras, las que cerraron los ojos, abrieron sus bocas, dejaron que sus cabellos se retorcieran ante esa manifestación de vida. Porque esto es lo que hace el poeta de la cerámica, dar vida en donde sólo hay una pella de barro.
Se trata, demuestra Robertoni, que el lodo tome otra categoría, que, en lugar de manchar las rodillas y los pies, pinte el espíritu con colores tierra, con sepias quemadas que, a su vez, dan vida a los ojos del espectador.
Robertoni jugó al llegar a Comitán. Jamás lo había hecho. Esa tarde prodigiosa lo hizo, porque, al fin poeta, debía nombrar un atardecer en Comitán. Y él, niño travieso, colocó las manos sobre las bases de madera, hinchó sus pulmones y soltó una línea de aire que se enredó en los ojos y en el cabello de sus máscaras, máscaras que, en ese instante, despertaron a una vida que las mantenía encerradas en el sueño de Xibalba, de la otredad.
Robertoni dijo que esa era una forma de nombrar un atardecer en Comitán, en los corredores del Centro Cultural, ahí en medio de esos muros que, dice Gladys Bonifaz, están bañados en piedra. Conjunción de piedra y barro, de barro y huesos con carne, de la carne del gran ceramista, del gran pepenador de hilos de tierra.
Robertoni vino a exponer sus obras en el corredor del edificio que lleva el nombre de Rosario. Ahí, Robertoni jugó, nos dijo que basta un soplido para despertar del sueño de los tiempos.
¡Ah, qué artista tan juguetón, tan de meter las manos al barro, tan de darle forma, tan de darle vida a la tarde, tarde de Festival, de arte y literatura, de barro encimado sobre la cuerda del aire, del viento, del papalote que Rosario echó a volar, del vuelo enorme de los cielos llenos de lilas jacarandas, de orquídeas comitecas, de blanco tenocté, de tejas, de tejas de barro, del mismo barro con que juegan las manos de Robertoni!

jueves, 11 de abril de 2019

LO MÁS BONITÍO




¡Lo dijimos! El número 10 de ARENILLA-Revista está bonitío. Hoy comenzamos a distribuir los dos mil ejemplares de manera gratuita, para que nuestros lectores vean que, en efecto, este número está ¡sen-sa-cio-nal! ¡No podía ser de otra manera! Llegamos al número 10, quisimos sacar la máxima calificación. ARENILLA-Revista es una revista niña, apenas saliendo del cascarón, niña escolar que sueña con que su maestro (el lector) dibuje un hermoso diez en la hoja de la libreta.
Este número está bien bonitío. Como todos los demás números y los que están por venir, lo hicimos con mucho cariño, con mucha pasión. Lo hicimos ¡a la comiteca! Y los hombres y mujeres de bien, de estas tierras, saben que hacer algo a la comiteca significa ¡hacerlo bien! Los comitecos de buena cepa somos ¡bien hechos! Si no, cómo podríamos haber logrado construir esta ciudad, este pueblo para la eternidad.
Por esto, porque Comitán está hecho a través de los siglos, por manos y corazones buenos, un día decidimos hacer una revista que contuviera parte de lo mejor de nuestro pueblo y de la región. Hoy comenzamos a distribuir nuestra revista, número 10. ¡Nuestra, porque es de todos! Sin la colaboración generosa y decidida de nuestros patrocinadores, quienes le apuestan a Comitán, sería imposible llegar a las manos de dos mil lectores cada bimestre, de manera gratuita. ¡Dos mil lectores nos reciben en sus casas! Ellos, también generosos, nos abren sus puertas y sus corazones. Ya nos hemos vuelto uno, ya somos un todo. ARENILLA-Revista conforma una triada: patrocinadores, lectores y editores. Nuestros anunciantes son los más prestigiados inversionistas, instituciones y empresas de la región. Para nosotros es un lujo contar con ellos, y ellos saben que se anuncian en la mejor revista, de estos últimos tiempos, en la región.
Nuestros lectores ya nos esperan con ansia, con el mismo deseo con que muchos espíritus esperan el sol del nuevo día.
Entregamos una revista impresa en papel, porque creemos firmemente que tener la revista en físico, entre las manos, ofrece una experiencia imposible de describir. Tener una revista como la nuestra es como meter las manos en un estanque con agua limpia, es como estar en medio de un bosque y respirar el aire desempolvado. Nosotros sabemos que la mayoría recibe la revista, la lee y luego, ¡bendito Dios!, la conserva en su librero, porque ARENILLA-Revista es una revista de colección, es una revista que no tiene caducidad, porque lo mejor de Comitán y la región debe conservarse para siempre. Ese es uno de nuestros objetivos.
Hoy comenzamos a distribuir el número 10 de ARENILLA-Revista, hoy comenzamos a entregar parte de lo mejor de esta región.
Ya lo dijimos ¡está bonitío! En este número los lectores hallarán joyas: Encontrarán un publirreportaje del Restaurante TA’BONITÍO. ¿Cómo el chef Sergio Caballero García comenzó a construir este sueño que hoy está convertido en el toque mágico de la gastronomía comiteca? Bueno, pues en este número 10 está una línea que da luz a esta interrogante. ¡Hmmm! A nuestros lectores se les antojará probar el pan compuesto con pulpo, flameado con comiteco.
¿Y después de una rica comida, qué? Ah, pues un caramelito de aquella hermosa tierra llamada Zapaluta. Ahí, doña Margarita Molina, quien es una joya de aquella joya, prepara los más ricos caramelitos de miel. ¡Ah, qué historia tan dulce, tan rica! En nuestro número 10, los lectores hallarán un testimonio de doña Margarita, que es como una gotita de propóleo para la piel de nuestro espíritu.
Pero ¡hay más! ¡Mucho más! Adolfo Ruiseñor, uno de los mejores poetas de Chiapas, comparte unas “Palabras para Rosario Castellanos”, artículo en el que, con maestría cercana a la genialidad, nos dice que celebra a la célebre escritora ¡leyéndola!, e invita a hacer lo mismo a los lectores de nuestra revista.
¿Qué más hay? Ah, bueno, ahora inauguramos una nueva sección que se llama LA TIENDITA DE DOÑA PIFA, que es un homenaje a aquellas tienditas en las que, en estantes y mostrador de madera, hallábamos diversos artículos. En esta primera entrega retomamos la frase “¡Ay, nanita!”, que aparece en el libro GLOSARIO. HABLA POPULAR, de José Luis González Córdova, y decimos que Santo, el enmascarado de plata, nunca la dijo, porque a él le bastaba una “quebradora” para acabar con las mujeres vampiro y con los zombis.
Y tenemos más, un reportaje con algunos de los TALENTOS MARIANO; es decir, los alumnos que, por su dedicación, están colocados en la relación de honor del Colegio Mariano N. Ruiz, en sus niveles de secundaria, bachillerato y universidad.
¡Claro! Por supuesto que sí, en este número no podía faltar el cuentito, que los lectores adultos deben compartir con los pequeños. ¡Uy, en este número el cuentito nos presenta un animal que es invisible y que se llama Carinto! ¿Alguien conoce o ha visto a Carinto? ¿No? Ah, pues este número es oportunidad para entrar al mundo maravilloso de la imaginación.
Sí (¡bendito Dios!) con este número obtuvimos un diez. Y así seguiremos, porque nosotros insistimos en colocar una ARENILLA en la inmensa playa de las cosas bien hechas, de las cosas que nos dan orgullo, de las que nos impelen a seguir luchando por construir un Comitán digno, el Comitán que nos merecemos.
Gracias a todos nuestros lectores y a nuestros patrocinadores por su generosa complicidad. ¡Juntos estamos construyendo una mejor ciudad, una mejor región! ¡Gracias! ¡Salud! ¡Salud, por siempre!

Nota: Los lectores interesados pueden pasar por su ejemplar gratuito en la Estética Vanity, a cuadra y media del templo de El Calvario, en Comitán.

miércoles, 10 de abril de 2019

CARTA A MARIANA, CON UN REFLEJO EN EL AGUA




Querida Mariana: Azucena nunca lo entendió a cabalidad. Jamás comprendió que su novio Elías era el hombre más bello del mundo, a pesar de que era chaparrito y tenía una cicatriz debajo del labio, que parecía un gusano. La sociedad (las amigas de Azucena) dijeron que era un hombre avaro, miserable, regiomontano, codo (dirían en Comitán). Esta avalancha hizo que Azucena terminara su relación.
Todo sucedió en su primer cumpleaños que pasaron juntos, el cumpleaños de ella. Azucena estaba acostumbrada a que sus enamorados (había tenido dos o tres) le llevaran serenata, le obsequiaran perfumes, ramos de rosas y la invitaran a cenar a algún restaurante exclusivo.
Una tarde de abril, Elías le recordó que al día siguiente era su cumpleaños. ¡Claro!, dijo ella. Lo sé, aseguró, llevo sabiéndolo veintidós años.
Esa misma noche, al despedirse, Elías le dijo al oído: Mañana es tu cumpleaños. Azucena dijo que sí, ya un poco molesta, por la insistencia. Pensó entonces que esa noche, Elías le llevaría serenata. Azucena se acostó a las diez (siempre lo hacía a las once o doce de la noche) y esperó que el mariachi sonara, pero, como dice la canción: “Los mariachis callaron”, porque nunca hicieron acto de presencia. El sueño venció a Azucena y se quedó dormida sobre su cama, con el vestido que había elegido para bajar a la hora de la serenata.
Dos o tres meses después que Azucena se hizo novia de Elías respondió a la pregunta de Amalia: ¿Por qué te hiciste novia de Elías? Azucena no se lo había planteado con tal seriedad. En su casa decía que las cosas se habían dado de manera natural, sin buscarla. Una tarde de abril, mientras ella estaba en la biblioteca, se acercó Elías y colocó sobre la mesa un libro de Gabriel García Márquez (ya no recordaba el título), Elías (en ese momento no sabía que ese era su nombre) le sonrió y dio unas palmadas al libro, como si dijera que sugería la lectura. Azucena no era lectora contumaz. Vio el libro a la distancia y pensó: “Qué sonso” y siguió haciendo la tarea de Química, motivo por el que estaba esa tarde en la biblioteca. A la hora que guardó su libreta en la mochila y salió de la biblioteca vio que el muchacho aparecía, dejaba un clavel blanco sobre un pretil y, con su mano, hacía el mismo movimiento que había hecho con el libro. Azucena siguió caminando y volvió a pensar: ¡Qué sonso! Pero, a partir de ese día, Azucena encontró claveles blancos por los lugares que caminaba: en el asiento del templo, en la banca del parque, en el asiento del autobús urbano, en el pretil de la ventana de su recámara, en la banqueta, en el asiento del cine, en la portezuela de su auto. Ella supo que esos claveles venían de la mano del chico del libro. Y así comenzó la historia del enamoramiento. Elías logró el objetivo de llamar la atención de Azucena. Por esto, cuando Amalia le preguntó por qué se había hecho novia de Elías, un chico que no era, según ella, el más apropiado para la chica más bella del colegio, dijo que le había llamado la atención la forma sutil y diferente con que la sedujo, casi sin palabras, con una serie de símbolos maravillosos, dijo que Elías no era un chico común. ¡Eso!, dijo, por eso me hice su novia.
Pero, cuando llegó el primer cumpleaños de ella, sus amigas le llamaron temprano por teléfono para felicitarla y deslizaron la idea de que Elías era un chico miserable, porque no le había llevado serenata y cuando en la noche se enteraron del obsequio que Elías le había dado, arreciaron los comentarios al grado que Azucena se sintió mal y pensó que todo era culpa de él. Su novio la había puesto frente al paredón de la crítica de la sociedad, ¡de sus amigas! Al día siguiente, Azucena fue a casa de Elías y clavó en la puerta un mensaje de despedida. Tocó el timbre y se fue. En el mensaje, Azucena había dejado muy en claro que no respondería a sus llamadas y a sus mensajes y que no se atreviera a buscarla en persona porque lo ignoraría, así como un gato, al contrario del perro, ignora la salida o llegada de su amo.
Azucena jamás lo entendió a cabalidad. Jamás comprendió que su novio Elías era el hombre más bello del mundo. Ella, ¡qué pena!, olvidó por qué había aceptado a Elías como su novio; olvidó que hay vientos suaves que traen lo mejor de otras regiones.
El día de su cumpleaños, Azucena había cancelado su malestar por la ausencia de la serenata, se vistió con el vestido rojo que tan bien le sentaba, colocó su mejor sonrisa en su rostro y esperó a que Elías llegara. A las doce en punto, ella escuchó el timbre, bajó apresurada, abrió la puerta, con la misma intensidad con que abrió sus brazos y cerró los ojos en espera de una sorpresa, Elías la abrazó, fuerte, con una mano retiró un mechón del cabello y le dijo al oído: “Hoy es tu cumpleaños”, ella sonrió, dijo que sí. Abrió los ojos y vio que su novio nada llevaba entre las manos. ¿Ni un ramo de flores? ¿Una caja de chocolates? ¿Nada? Elías vestía una playera polo, de color azul. Repitió: Hoy es tu cumpleaños, mientras le daba un beso en la mejilla. Azucena comenzó a impacientarse. Fue cuando Elías le dijo que le tenía una sorpresa, que subiera al auto. Azucena recuperó su sonrisa, subió al auto y dejó que su novio le colocara una bufanda en los ojos y le pusiera el cinturón de seguridad. Escuchó que Elías subió al auto, cerró la puerta, prendió el carro y metió primera. El auto se deslizó por las calles llenas de baches, ella brincaba, pero se divertía con el juego, esperaba con ansias el momento en que el auto se detuviera, él se bajara, abriera la puerta, le retirara la bufanda, abriera los ojos, poco a poco, hasta acostumbrarse de nuevo a la luminosidad del día y escuchara que él dijera: ¡Hoy es tu cumpleaños!, y, con las manos abiertas, como si le entregara el mayor presente del mundo, le ofreciera ese ramo inmenso de narcisos que se desprendían de lo alto de una barda. Él repetiría: ¡Es tu cumpleaños!, y la acercaría al muro para que oliera el aroma fascinante del narciso.
Ella se fascinó con el obsequio, pero ya la ponzoña había hecho efecto en su espíritu desprotegido.
Posdata: En fin, ella jamás comprendió a cabalidad que estaba al lado del hombre más bello del mundo, el hombre que, lejos de ser un narcisista, le obsequió un buqué exquisito, que se derramaba generoso en una mañana única, con fondo azul.
Los que saben dicen que el narciso sólo florea una vez al año y su perfume no se prolonga más allá de veinte días, pero los espíritus sensibles que lo admiran guardan el buqué durante toda su vida.

martes, 9 de abril de 2019

EL SUEÑO DE TOPITO




Imaginá que te llamás tope, imaginá que sos tope. Tu territorio natural será Chiapas. Aunque hay miles y miles de automovilistas que odian los topes, éstos proliferan (diría el poeta) como hongos bajo la lluvia. ¡Ah, cómo hay topes en este estado! ¡Quién sabe de dónde viene esta herencia! Tal vez de algún resabio de la época en que las carreteras estaban llenas de piedras. Chiapas (todo mundo lo sabe) no termina de adaptarse a la modernidad. Muchos ciudadanos siguen añorando los tiempos idos. Mientras en el norte de la república todo mundo ve hacia el futuro y trata de construir un porvenir acorde a los nuevos tiempos, en el sur, muchísimos ven hacia el pasado. Su mirada está llena de nostalgia. Esta nostalgia hace que no reparen en los instantes del presente, que no formulen un mejor desarrollo. Así que si sos tope, aunque muchos te odien, vos vivirás durante mucho tiempo, porque cuando llega un reglamento de prohibición y las autoridades ordenan el retiro de topes, éstos vuelven a brotar un día después. Hay muchos habitantes que viven en casas modestas construidas a la orilla de la carretera, estos habitantes son los encargados de levantar túmulos que tienen mucha semejanza con las bardas, porque la altura provoca daños a la panza de los autos.
Si sos tope cumplirás con éxito tu misión, porque el noventa de los carros se detendrá justo dos centímetros antes de tu cuerpo, porque (¡faltaba más!) las carreteras de Chiapas no cuentan con una señalética conveniente y, en lugar de avisar la cercanía de un tope, cien metros antes (como sucede en cualquier carretera del mundo), en Chiapas el aviso de tope (escrito con letra chueca, sobre una tabla húmeda) se encuentra justo al lado del tope, esto hace que el conductor que maneja a ochenta kilómetros por hora tenga que meter el pie en el freno de manera abrupta, sin dar tiempo para el aviso de los compañeros de viaje. En Chiapas, ¡Dios mío!, se debe bajar la velocidad de ochenta a cero, en la absurda distancia de un metro.
Si sos tope te divertirás, porque el conductor y sus acompañantes brincarán como si estuvieran en brincolín, se pegarán contra el toldo, rebotarán, se descoyuntarán, mentarán madres y se sobarán. Todo esto en ¡fracciones de segundo! Tu presencia provocará todo un festejo inadvertido, innecesario y violente.
Si sos tope, lograrás el sueño de todos los niños: que los papás se detengan y queden mudos de la impresión, por, cuando menos, un segundo.
Claro, podrás elegir entre ser tope de la carretera de Comitán a San Cristóbal o tope de San Cristóbal a Palenque o tope de alguna carretera rural, apenas transitada. Si decidís ser tope de camino de extravío llenarás de polvo a los pasajeros, y alguno de ellos, enojado, bajará a orinar encima de vos; pero si decidís ser tope de carretera asfaltada serás la delicia de los niños que pensarán que están en Six Flag sobre uno de esos aparatos donde el vértigo es la cosa más divertida del mundo; pero, en contraposición recibirás el rechazo de los conductores adultos, quienes, con los riñones destrozados calcularán el coste de las descomposturas de sus autos. Porque, ¡ah, cómo joden los topes! Los autos se desajustan y quedan como pollos deshuesados.
Si sos tope cumplirás el sueño de los huevones, porque estarás tirado todo el día en la carretera, sin estar muerto. Alguien podrá pensar que no podrás dormir con tanto auto que pasa encima de vos, pero, en realidad, vos disfrutarás ese constante movimiento, porque naciste para molestar, tu vocación es estar ahí jorobando a los otros. A vos, lo sabés, nada te pasará. Tu panza, ¡enorme, rotunda!, jamás perderá su forma, y, como ya dije, si alguien te elimina una tarde, como el Ave Fénix, emergerás de tus cenizas, y volverás a estar en el lugar que te corresponde. Los chiapanecos aman los topes. Esto es como un símbolo de su nulo desarrollo económico. No poseen la capacidad de transitar por súper carreteras rumbo al porvenir. ¡No! Insisten en colocar túmulos que hacen que el progreso se detenga a cada rato.