martes, 3 de diciembre de 2019
ANTES DE QUE TODO SE ACOMODE (II)
Rómulo asegura que no todos deben escribir sus memorias. No deben, dice él, escribirlas los hombres y mujeres que son ególatras, porque sus historias estarán llenas de lentejuelas y de esos cristalitos que los españoles cambiaron por el oro de estas tierras; no deben, dice él, escribirlas los jóvenes, porque les falta vivir, les falta tiempo para caminar sendas luminosas o llenas de espinas.
Es lo que Rómulo piensa, pero yo digo que el ejercicio debe ser general, porque, insisto, el mundo está soportado por millones de columnas de diversas alturas. Si los jóvenes escriben sus memorias (a manera de diario), éstas estarán frescas, como atunes recién pescados. Recordemos que la memoria es la más infiel de todas las infieles, con frecuencia se pinta con el color gris del Alzheimer.
Escribir testimonios antes de que todo se acomode persigue, precisamente, que los tonos de las paredes tengan luminosidad y estén ausentes de moho. Los testimonios de los viejos son chimuelos.
Pero, los jóvenes pueden decir ¡Qué hueva! Además (se sabe), ahora los jóvenes sólo escriben tuits y envían mensajes breves por WhatsApp. ¡Adelante! Que estos sean los papalotes de sus cielos. En lugar de sólo enviar cien tuits que se pierden en el éter cibernético, sería recomendable que cada día enviaran noventa y nueve tuits y el solito fuera el registro, breve, anti solemne, natural, del día vivido.
El maestro Óscar Bonifaz recomienda a los muchachos que tienen el deseo de ser escritores que escriban una cuartilla al día. Asegura que al final del año tendrán trescientas sesenta y cinco cuartillas, que, corregidas, pueden dar el material para un libro impreso.
¿Imaginan trescientos sesenta y cinco tuitazos que den cuenta de lo cotidiano? En los próximos diez años tendrán tres mil seiscientos cincuenta tuitazos, que serán el recuento de un lapso histórico. Cuando Eduardo Casar estuvo en el Teatro de la Ciudad, en Comitán, durante la participación que tuvo en la décima novena edición del Festival Rosario Castellanos, recomendó que medio mundo escriba. Tal vez muchos de esos escritos no deban ser publicados, pero bien pueden servir para organizar ideas, para exponer las radiografías a contraluz.
Toda vida merece ser contada. Es lógico de comprender que son los escritores quienes más han hecho este ejercicio, porque la vida de los grandes escritores es materia de morbo y de interés para millones de lectores; además, los escritores saben que las vidas deben pasarse al papel. Tal vez fue Gabriel García Márquez quien nos legó no sólo su testimonio sino el título que sintetiza el interés de escribir las memorias, Gabo escribió la biografía que nombró “Vivir para contarla”, un poco como si dijera que la vida que no se cuenta sirvió para nada. Vive la vida y, antes de que todo se acomode, ¡cuéntala!, para que otros sepan que viviste, que fuiste parte de ese engranaje maravilloso que es la vida. Y si alguien en este instante preguntara ¿qué cuento de mi vida? El nombrado Gabo podría dar la respuesta inmediata: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla.” Con frecuencia me topo con amigos de mi generación (yo nací en 1957, el cuatro de abril), con quienes compartí la infancia, bien porque llegaban a jugar a mi casa o porque asistimos a la misma escuela, en el mismo salón. Y ellos (y yo, por supuesto) tienen recuerdos comunes, puntos coincidentes, pero, también, muchas divergencias. Ellos juran que sucedió tal cosa y yo no la recuerdo así; o lo contrario. Este ejercicio se denomina IAC (Intento de acomodo del caos). Es preciso que existan esos ángulos que no dejan ver la horizontal perfecta; es bueno que así suceda, porque si sólo existiera una versión de la historia, ésta sería falsa de entrada.
Dije que Rómulo piensa que los megalómanos y mitómanos no deben escribir sus memorias, porque éstas, sin duda, estarán trepadas sobre ladrillos. Yo discrepo de tal prohibición. Al contrario, yo aliento a que todo mundo escriba sus memorias (incluidos los Dorian Grey del mundo). El mundo también está sustentado sobre esos falsos cimientos. ¡Ah, cuántos escritores están picados por la víbora de la soberbia y cuentan sólo luces y esconden sus sombras! ¡Que me lo digan a mí, que conozco a más de diez amigos escritores chiapanecos que cuentan mitos acerca de su personalidad!, y que los riegan como si, en lugar de regar una simple planta rastrera, regaran una ceiba tan alta como la que acompaña al templo de San Caralampio, en Comitán.