miércoles, 18 de diciembre de 2019

Y VOS, ¿CÓMO ESTÁS?




A veces voy en el auto con rumbo a mi trabajo y en la banqueta de MUEBLIMEX me topo con el maestro Temo. Él va con su traje deportivo, hace su diaria caminata. Me detengo, pongo las luces intermitentes y, sacando la cabeza por la ventanilla, le pregunto: ¿Cómo está? Él, frotándose las palmas de las manos, sonríe y responde: “Sin esperanzas de muerte.” Yo también sonrío. Me despido, pongo primera y acelero.
Me encanta su respuesta. Es como un conjuro. Recuerdo que una mañana, hace muchos años, fui a casa de mi tía Azucena, ya estaba muy malita, su casa tenía el color gris de la pena. Salió su hermana, la tía Romelia, le pregunté cómo estaba la tía Azucena, y ella abrió sus brazos, buscó el refugio de mi pecho y, con un llanto incontrolable, dijo: “Sin esperanzas de vida.” La tía murió en la tarde.
A veces voy a casa del maestro Óscar, toco el timbre, se abre el portón eléctrico y entro, casi sintiéndome un auto, elijo ser un BMW. Encuentro al maestro sentado ante la mesa redonda de su comedor, escribiendo. Levanta la vista. Pregunto: ¿Cómo está? Y él, como si estuviera en un campo sembrado de margaritas, riendo, responde: “A toda madre.” Reímos. Luego, sin dar tiempo de algo más, dice que el mundo debería inventar la mentada de padre, ¿por qué -pregunta- sólo hay mentada de madre? Yo estoy a punto de decirle que, en este año (2019), filmaron una película mexicana que se llama “Mentada de padre”, pero callo, nada digo.
En otras ocasiones me topo en el patio de la escuela con el maestro Jorge. Camina orondo, lleno de vida. Me abraza, me dice que hace rato que no nos vemos, que ha ido a mi oficina y que ha encontrado la puerta cerrada, yo digo que he salido, que he tenido que ir a la presidencia o a la radio y luego le pregunto: ¿Cómo está?, y él, como si mostrara su vestimenta en televisión, recorre su figura con las manos al aire y responde con otra pregunta: “¿Cómo me ves?” Yo quisiera decirle: Lo veo a toda madre, sin esperanzas de muerte, pero como, a veces se me pone seriecito, me concreto a decirle que lo veo muy bien, y cuando respondo veo que él me ha metido en su juego de vida. No responde. Es como si alguien le preguntara: ¿Cuántos años tiene usted?, y él respondiera: “¿Cuántos me echás?”
No hay necesidad de echarles años a mis amigos mencionados. El maestro Temo tiene ochenta (y no es casualidad que en Comitán le digan “El eterno joven de Comitán”, porque se mantiene muy bien, física y mentalmente.) El maestro Óscar, amigo íntimo de Rosario, nació en el mismo año que ella: 1925, por lo tanto, tiene noventa y cuatro años y, salvo que se apoya en un bastón y camina ya con cierta lentitud, está, también, con gran fortaleza física y mental; y lo mismo sucede con el maestro Jorge, quien acaba de cumplir ochenta y dos. Los tres son grandes viejazos comitecos, sabios, sin esperanza de muerte, al contrario: están a toda madre.
Paco, más joven (debe tener unos sesenta y cinco años), siempre que me topo con él en el parque o en la fila del banco, cuando le pregunto cómo está, me responde: “Regular, sólo a los pendejos les va mal y sólo a las putas les va bien.”, y suelta la carcajada. Yo sonrío, sin darle mucho crédito a lo que dice. Pienso que hay muchos pendejos (sobre todo en estos tiempos) a los que no les va nada mal; pienso que hay muchas putas (las que esperan a los clientes en las esquinas malolientes, en penumbra, tristes) a las que no les va muy bien.
Pienso que, en cuestiones de bienestar, las respuestas deben ser precisas, porque son como mandalas, como cartitas al universo.
Cada vez con más intensidad, la ciencia nos explica que la salud física tiene mucho que ver con el estado de ánimo que creamos. Si alguien dice que está a toda madre, sin esperanzas de muerte, así será, por los siglos de los siglos, mientras viva.
El maestro Óscar dice que deberían inventar la mentada de padre para ofender, así como emplean la mentada de madre. Cuando le pregunto cómo está de salud, su respuesta envía al concepto madre al otro extremo, en lugar de ser una ofensa se convierte en un elogio de vida, estar a toda madre es estar más que bien.
¿Yo? ¿Cómo estoy? ¡Bien!, gracias a Dios.
¿Y vos, cómo estás?