miércoles, 11 de diciembre de 2019

ANTES DE QUE TODO SE ACOMODE (VII)




Amigos escritores o periodistas me han hecho dos o tres entrevistas que han publicado en periódicos y revistas. Ellos (hábiles entrevistadores) me avientan preguntas como si aventaran piedras. El entrevistado debe capear esas piedras y convertirlas en aviones de papel o en dardos certeros o en nubes de algodón. Yo he hecho lo mismo, porque el género de la entrevista me apasiona. Pero, cuando soy el entrevistado pienso en las preguntas que no me hicieron y que me gustaría responder. Así pues, este método es otra posibilidad para acercarse a las memorias, para bocetar una autobiografía, que es ejercicio propuesto para todos y cada uno de los habitantes de la tierra.
Este ejercicio permite volar hasta donde uno quiera, más arriba de donde vuelan los pájaros, los aviones, las naves interplanetarias, los ángeles. La experiencia me ha demostrado que mientras más “voladas” las preguntas, las respuestas son más íntimas, más sorprendentes. Cuando el ejercicio es del entrevistador hacia el entrevistado, las respuestas entran en el terreno de la imaginación; pero cuando el ejercicio es un mero juego íntimo: “De mí para mí”, las respuestas son como catapultas que derriban muros personales, que tiran esas defensas que nos autoimponemos para desviar la mirada de la realidad. El De mí para mí ayuda a exorcizar monstruos, a pulverizar fantasmas. Al regreso de la cueva nos sentimos más liberados, con menos costales en la espalda.
Cuando escribimos para nosotros, sobre nosotros, no podemos mentirnos. Reconocemos el instante donde inventamos o donde entramos a terrenos de ficción o donde evadimos saltar la barda inconveniente, para no llegar al territorio donde está el infierno, el infierno que caminamos. Los seres humanos propendemos a contar las cosas buenas y a ocultar las malas. Dejaríamos de ser humanos al hacer lo contrario. Un ejercicio que recomiendan es pararse frente al espejo, cada mañana, para decirnos que somos únicos, que somos bellos. Esto ayuda a elevar la autoestima, ayuda a querernos. Lo de únicos es cierto, lo de bellos (en serio, con autoestimas bien cimentadas) es falso, salvo que los hombres seamos Brad Pitt y las mujeres… la que ellas decidan es su prototipo.
Lo importante es iniciar el ejercicio. Soltar amarras y ver qué rumbos toma nuestro barco. Total, ya Cristóbal Colón nos dijo que la tierra es redonda y que no tenemos peligro de caer al profundo abismo. Lo más que puede sucedernos es llegar a islas ignotas, pero, de igual manera, ya Robinson Crusoe nos enseñó que es posible sobrevivir, y podemos hallar en esa tierra ignorada a un Viernes y ¡el cuerpo lo sabe!, los viernes son sencillamente deliciosos.
Escribir, escribir, es la consigna, es el juego divertido. Lo importante, como en cualquier actividad vital, es el inicio y luego la constancia y después la conciencia de que hacemos una labor que servirá para decir que no vivimos en vano.
Digo, pues, que iniciemos con preguntas o con conceptos. ¿Qué pregunta me gustaría que me hicieran los entrevistadores en mis entrevistas? Una que nunca me han hecho y que deseo es: ¿Por qué decís que tu memoria es una pichancha? Y entonces comenzaría a responderme, a decir que admiro las memorias prodigiosas, las que, como la de Monsiváis o la de doña Lolita Albores o la del maestro Jorge Gordillo Mandujano o la del maestro Cuauhtémoc Alcázar, son capaces de inventariar los sucesos más excelsos de su vida. Yo, ¡Dios mío!, con mucho trabajo recuerdo mi nombre. Hay muchos instantes de mi vida que no acuden a mi cuarto oscuro, por lo tanto no puedo revelar mis fotografías. No recuerdo nombres de personajes famosos, no recuerdo fechas de momentos históricos relevantes.
Te hacés tacuatz, me dicen amigos. ¡No! De veras mi memoria es memoria pichancha, casi todo se escurre. Pero, ¡ojo!, dije casi todo, porque, en realidad, un sustrato queda, un sustrato que es riquísimo. Cuando viajo a Chiapa de Corzo, como medio mundo, pido una jícara con pozol. Lo que queda en el fondo, el chincaste, que decimos en Comitán, el musú, que le dicen por allá, es como el concentrado de la bebida. A muchos no les gusta beberlo, porque ya no tiene líquido, pero a muchos otros les fascina. Asunción hace una cucharita con sus cinco dedos y, como pala mecánica, rescata el musú y se lo lleva a la boca. ¡Ah!, veo su cara iluminada.
Mi memoria es pichancha, pero lo poco que queda en el fondo, el chincaste, el musú, lo aprovecho. No me queda de otra.
Julito Cortázar aseguraba que en la memoria está todo. Él se exigía ejercicios recordatorios, desechaba los que aparecían en la superficie, se esforzaba por ir más adentro de la caja de recuerdos. Después de una intensa jornada regresaba con algún mínimo objeto. Mínimo objeto que antes del juego no existía. Esto es lo importante. A veces juego este juego; a veces regreso, así como Julio, con algún aroma, con alguna piedrita pepenada en algún día de campo. Esta pequeña piedrita me sirve, como le servían las galletas a Proust, para desencadenar más imágenes.
En nuestra mente está todo. Basta rascarle tantito. El mejor método es comenzar a escribir los testimonios, las memorias, las autobiografías.