miércoles, 4 de diciembre de 2019

ANTES DE QUE TODO SE ACOMODE (III)




Gabo nos dijo que la vida se vive para contarla, para desmenuzarla; otro escritor entrañable, Pablo Neruda fue más adentro del túnel y escribió sus memorias con el siguiente título “Confieso que he vivido.”, y con este título, igual que Gabo, nos legó la importancia de escribir las memorias, porque esta confesión, en un valle de lágrimas y de culpas, nos regresa la luminosidad de la palabra. Mientras medio mundo se confiesa para recibir la absolución de sus pecados, Pablo, Pablito, el que clavó clavitos, se encarga de ponerse ante el lector (que juega el papel del sacerdote) y, sin ningún recato o dejo de culpa, grita a los cuatro vientos: “He vivido”, porque, como dice Jazmín, la vida es un desarreglo que exige atrevimiento.
Asimismo, Mario Vargas Llosa, quien, cada vez que viene a México, levanta polvo con sus declaraciones políticas, escribió una especie de testimonio personal con el título “El pez en el agua.”, declaración común de alguien que sabe que, al final, será pescado. Mientras llega ese momento final, Mario nada tranquilo en las aguas del aire universal.
Acá, pues, mínimos, pero grandiosos ejemplos de memorias. ¿Por qué Gabo, Mario y Pablito escribieron sus memorias? Porque cada uno entendió que es la forma de trascender, para decir que alguna vez se formó parte de ese acomodo universal, llamado vida.
¿Es más interesante la vida de Octavio Paz que la del anónimo personaje que habitó en la misma región y fue un modesto agricultor? ¡No! Para efectos de grandilocuencia, tal vez, pero para efectos de registro de existencia, todas las vidas son importantes y necesarias.
Millones de lectores en el mundo hispano han leído las memorias de Gabo, las de Mario y las de Pablito, porque fueron escritas y porque son personajes de fama internacional. Si las memorias de Pedro equis fueran publicadas, con seguridad podemos decir que no serían leídas por millones de lectores, pero, con la misma certeza, podemos afirmar que serían leídas por sus cercanos, y los hijos de Pedro equis tendrían elementos para sostener su edificio personal.
No hay cosa más lamentable que ignorar la historia de los ancestros; no hay vacío más lamentable que desconocer los nombres de abuelos y de bisabuelos. ¿De qué árbol somos rama? ¿De qué raíz se nutre nuestro árbol?
He mencionado con profusión a Gabo, tal vez porque es alguien muy cercano a nuestra identidad, nació en Colombia, pero radicó muchos años en México (donde murió); además, su narrativa tiene un puente que une las orillas de su imaginación desbordada con nuestro imaginario colectivo. Las historias que le contó su abuela tienen un hilo de conexión con las historias que las abuelas de Latinoamérica han contado a los nietos de todos los tiempos. Por ello, ahora vuelvo a ponerlo a bailar en este templete. Cuando, en una entrevista, le preguntaron a Gabo quién era, se concretó a decir, palabras más, palabras menos, que él no era más que el hijo de un modesto telegrafista colombiano.
Sí, cada hombre y mujer de todos los tiempos no hemos sido más que eso, hijos de un padre y de una madre, quienes a su vez… Por esto, para que la cuerda no se rompa, es necesario reconocer las querencias y los ascendentes.
Imaginemos si, en este ejercicio propuesto, alguien hubiera escrito sus testimonios y a la hora de morir hubiese hecho formal entrega a un hijo con la encomienda de continuar relatando las vivencias personales y así, en trasmisión de estafeta, se continuara por los siglos de los siglos, el familiar del siglo XXI poseería el testimonio más rico de la tierra. Pero, no lo hacemos. Nadie tiene tiempo para registrar sus memorias, destinamos el tiempo en otras actividades que consumen el tiempo. El tiempo se vuelve nada y nadie puede explicar en qué consumió esa nada.
Carlos Fuentes también registró un ejercicio autobiográfico. Carlitos (el llamado “Mujerujo”, por la diva María Félix) se definió a través de conceptos, que van de la a (de amistad) a la z (de Zurich). En este divertimento quedó plasmado parte de la personalidad de este escritor que llegó a gozar de la fama, pero cargó la piedra de la tragedia, porque perdió a los dos hijos que tuvo con Silvia Lemus. De hecho, el ejercicio biográfico, que tituló “En esto creo”, está dedicado a su hijo Carlos Fuentes Lemus (1973 – 1999). Continuando con el juego memorístico, se puede decir que en el libro de Carlitos hay una declaración de fe ante la vida. Como cualquiera puede apreciar, el juego de Carlos es infinito, como infinita es la vida. Cuando la tierra acabe, la vida seguirá por los siglos de los siglos, porque, como se indicó en la primera parte de este juego memorioso, el guante se volteará y otro Big Bang aparecerá.
En la autobiografía de Carlos Fuentes hay 41 conceptos, es un tachilgüil elegido, porque el libro da una idea de las preferencias del escritor. Por ejemplo, un concepto que desarrolla es “Silvia”, la madre de sus dos hijos fallecidos a temprana edad. ¿Por qué no escribió algo acerca de su primera esposa, la productora cinematográfica, Rita Macedo, con quien tuvo una hija? Los famosos, por lo mismo, sin que lo promuevan tienen retazos biográficos en otros escritorios. Por esto sabemos que su hija que tuvo con Macedo comentó, en una carta, que ella, la que él ignoró, era la única hija que le quedó. Los otros hijos (Carlos y Natasha) estaban bien muertos. Uf, qué declaración tan ingrata. La ignorada hundió el cuchillo en la herida jamás cerrada. Y de esto sabemos, porque Carlitos escribió en el libro “En esto creo”, en el capítulo dedicado a la m de muerte, estas líneas: “…Compañera final e inevitable. Pero, ¿amiga o enemiga? Enemiga y, más que enemiga, rival, cuando nos arrebata a un ser amado. Qué injusta, qué maldita, qué cabrona es la muerte que no nos mata a nosotros, sino a los que amamos…” Cabrona que le arrebató a sus dos amados hijos, a su Carlitos (por enfermedad) y a su Natasha (por causas nunca aclaradas, su cuerpo fue hallado debajo de un puente peatonal, en el barrio fuerte de Tepito).