sábado, 7 de diciembre de 2019

CARTA A MARIANA, CON AIRES NAVIDEÑOS




Querida Mariana: Mi mamá preparaba hojuelas. Ya no las hace. Nunca volví a probar unas como las que ella preparaba (esto lo decimos siempre los hijos). En Comitán, antes, a las hojuelas les llamaban “Pañalitos del niño Dios” y a mí se me hace un nombre encantador. Son como antojitos preparados para honrar al niño cumpleañero. Sí, querida mía, lo sé, ahora miles y miles (millones) celebran la navidad sin honrar al niño Dios. Estos tiempos han convertido a la natividad en un mero acto comercial. Ya mirás pues que en las empresas se acostumbra hacer “Intercambio de regalos”. Como porqué, diría mi amiga Catalina. A mí, viejo empedernido, me sigue atrayendo la tradición. Mi mamá (bendito Dios) hace un mini nacimiento. Lo hace pequeño (sobre una cómoda), porque, al Misha (nuestro gato) le encanta desbaratarlo. Como niño travieso (cuando mi mamá lo hacía en el piso) destrozaba los caminitos y aventaba las figuritas. Una vez, cuando vinimos a ver, el niño Dios (imagen de madera, del siglo pasado) se extravió. Horas después lo hallamos metido en la parte de atrás, con un bracito ya cholenco.
Digo que me gusta lo tradicional, la celebración que los comitecos hacían antaño. Me encanta ver cómo los vecinos y familiares salen a la calle, en la noche, y una persona carga el niñito en una bandejita de mimbre y cantan villancicos y se acompañan con velas y luces de bengala. Entiendo que esas caminatas, breves, rememoran el viaje que realizaron María y José, él jalando el burro y ella montada sobre él (el burro, niña, el burro).
Las hojuelas, por definición, deben ser delgadas, crujientes y quebradizas. Las que preparaba mi mamá no eran tan delgadas, tenían una consistencia un poco más gruesa. Esto me encantaba, porque me permitía, a la hora de dar la mordida, evitar la quebradura de las delgadas, que provoca, muchas veces, que un pedazo de la hojuela se caiga al plato (en el mejor de los casos) o al suelo. Así como el niño del comercial televisivo decía: “Extraño a mi mami”, yo digo que extraño las hojuelas que hacía mi mamá y ya no hace. Pero si el antojo me gana, voy al mercado y compro unas mis dos hojuelas y las rocío con miel de abeja. A muchos les gusta con azúcar y otros las comen con temperante.
Mi mamá sostiene que luego invento cosas (tiene razón, cuando escribo un cuento o una novela creo personajes y escenarios), pero yo recuerdo que mi mamá mandó a hacer unos palitos especiales para hacer las hojuelas, eran algo así como esas agujas para tejer, terminaban en punta; recuerdo que mi mamá ponía manteca en un trasto y luego, cuando ya estaba hirviendo la manteca, ella levantaba un pañalito del niño Dios que había hecho con un rodillo y había dejado secar e introducía la hojuela para que se friera. Los palitos los usaba para sacar las hojuelas. Con el palito le daba vuelta a la hojuela y luego la pinchaba para sacarla. Ahí se quedaba la hojuela, en el palito, porque ayudaba a escurrir la grasa. Hay frutas de temporada y antojos de temporada, y para hacer estos antojos también hay chunches de temporada, los palitos de madera ya no volví a verlos. Cuando fui niño, viví en la casa que ahora es un estacionamiento y está frente al Supermercado del Centro. Enfrente de mi casa vivía el doctor Poo y, durante un tiempo vivió la mamá del doctor, doña Rita de Poo. Mi mamá contaba que ella también hacía hojuelas, para esto utilizaba un cuarto de harina y doce huevos, ¡doce huevos! Esas hojuelas (que yo nunca probé) eran suavecísimas a la hora de morderlas. Doña Rita era coleta, traía una receta de coletos ilustres.
En Comitán, querida niña, muchas personas, en lugar de decir ojalá, dicen ojala; es decir, la palabra aguda la convierten en grave y por lo tanto la acentúan en otra sílaba. No sé por qué es así. Bueno, pues el tío Andrés lo hacía más enredado, en lugar de decir el comiteco ojala decía ojuela. Mi mamá me jalaba la oreja cada vez que yo me atacaba de la risa, pero no podía impedir la carcajada, cuando el tío decía: “Ojuela no venga tan tarde la de las tortillas”, “Ojuela no vaya a llover más tarde”, “Ojuela tengamos tiempo para terminar”. No sé de dónde el tío pepenó que se decía ojuela en lugar de ojala, en lugar de ¡ojalá! No sé porqué muchos comitecos dicen ojala en lugar de ojalá. Mi prima Marisol, botada también de la risa, cuando mi mamá se iba, remedaba al tío y decía: “Ojuela que mi hojuela tenga harto temperante”. Marisol, ahora, trabaja haciendo guiones para la televisión colombiana. Pues sí, desde chiquitía fue ingeniosa y sabía hacer uso del idioma.
Muchos otros antojos se preparan durante todo el año. Las hojuelas son antojos navideños. Es fascinante saber que, así como hay frutas de temporada, hay antojos de temporada. El pan compuesto y los chinculguajes los hallamos todos los días del año, pero, digo yo, ¿quién toma ponche en semana santa? El ponche es una bebida que nos remite a nuestros recuerdos de infancia, cuando en la casa aparecían las hojuelas y el aroma del ciprés. Ahora medio mundo acude a las tiendas a comprar árboles navideños sintéticos, pero antes las familias iban al campo a cortar ramas de ciprés que servían como fondo de los nacimientos que se hacían. Ahora, ya no hacen nacimientos en todas las casas, la mayoría coloca el árbol, con series de foquitos, que es una costumbre anglosajona que ahora se ha vuelto nuestra. Antes, los mayores lo recuerdan con gran emoción, quien dejaba los regalos de navidad era el Viejito de la Nochebuena, ahora, en todo el mundo es Santa Clos, quien viene del Polo Norte en un trineo. Uno tiene que reconocer que la mercadotecnia capitalista es apabullante. La historia de Santa Clos está muy bien cimentada. Los niños comitecos de la primera mitad del siglo XX siempre esperaron la llegada del Viejito de la Nochebuena, pero cada niño debió crear la imagen, porque no hubo una como sí la tienen ahora los niños acerca de Santa Clos. Esto ayudaba a que los niños de antes usaran su imaginación, pero, en contrasentido, tuvo la desgracia de que no existió una imagen que se popularizara y creara un precedente. Un año (¿quién sabe bien a bien?) llegó a Comitán la imagen del Santa Clos y pulverizó la del Viejito de la Nochebuena, que cayó en el olvido. Ahora, todos los niños esperan con ansias la llegada de Santa Clos y van al parque y ahí encuentran la imagen y se toman fotos con él y miran al cielo para ver si logran observar el trineo jalado por renos.
Lo que diré a continuación no tiene un verdadero sustento científico, pero parece que la nostalgia, sentimiento permanente en el ser humano, logra sus más altas cotas en temporada navideña. La nostalgia de navidad tiene características especiales. Así como las casas se llenan de foquitos, el espíritu de las personas se llena de un alambre húmedo que se llama nostalgia. Conozco amigos que aman esta temporada por encima de todas las demás temporadas del año; pero, de igual manera, conozco amigos que odian esta temporada, si por ellos fuera, la borrarían del calendario y la convertirían en verano o en primavera. ¡Ah, qué mezcla de sentimientos afloran en época navideña! Muchas personas arrastran la frustración por no haber recibido el regalo que deseaban en su infancia; muchas otras cargan la tristeza enfurecida al recordar la cena donde el papá, borracho, golpeó a la madre; muchas otras sienten el ahogo de la cuerda al ver que el abuelo ya no estará en la mesa de nochebuena; y muchas otras se quiebran como cristal porque, la estadística lo ha demostrado, la navidad es la época en que ocurren más suicidios.
Me encantan las posadas. Un chiste malo es aquel que dice que fulano de tal también estaba fascinado con Las Posadas, pero éstas eran dos gemelas calientonas que se apellidaban Posada.
Me gusta el ritual maravilloso donde algún intrépido se trepa en una escalera y tiende una cuerda en el vacío del patio y luego cuelga una piñata de picos. ¡Ah!, qué alegría provoca ver a los niños, con los ojos cubiertos con un pañuelo, tratar de quebrar la piñata, con un palo de escoba. Cuando alguien le atina (¡Dale, dale, dale!, no pierdas el tino…) la marabunta de chiquitíos se tira al piso y con los brazos en arco se apodera del mayor número de frutas y de dulces.
Tenés razón, la piñata no es exclusiva de la navidad, pero es en esta temporada cuando está llena de mandarinas y tejocotes.
Posdata: A mí me gusta la temporada navideña. No me causa nostalgia por las ausencias, disfruto el presente y doy gracias a Dios por la cuerda de la vida. Este año, de manera particular, estoy feliz, porque volverás después de haber estado muchos meses en tu diplomado de cine, en Guadalajara. Te veré. Tu presencia será uno de mis regalos. El otro ha sido el arreglo del parque central del pueblo. Muchas personas han alabado el buen gusto de los organizadores. Sí, el parque está bello. El árbol se ve lindo. Los conquistadores españoles se desgastaron buscando El Dorado. Nunca lo hallaron. Este año, los comitecos tenemos un árbol dorado que ilumina nuestros corazones. Habla bien de la nobleza y dignidad de nuestro pueblo. El Dorado está en nuestro parque central, por siempre en nuestro espíritu.