sábado, 28 de diciembre de 2019

CARTA A MARIANA, DONDE APARECE UNA FUENTE




Querida Mariana: Desde siempre me ha gustado la palabra fuente. Contiene elementos luminosos. En la ciudad de México tuve una amiga periodista que cubría la “fuente de la presidencia”. ¿Mirás? La fuente presidencial.
De igual manera, tuve amigos que no compartían su “fuente de información”. Sus fuentes eran amigos que se movían en círculos políticos muy cerrados y les pasaban información confidencial.
La fuente siempre es como el origen de las cosas. Cuando una embarazada sufre la ruptura de fuente debe correr al hospital, porque su criaturita debe nacer. La fuente es todo.
En Comitán parece que los comitecos han comprendido tal concepto universal y han hecho de la fuente (la que se encuentra en el parque central) el motivo esencial, como si al verdadero centro lo hubieran desviado tantito. El motivo más importante no es el kiosco, sino la fuente, ahí donde (así lo dijo Cri cri) hay un chorrito que se hace grande y se hace chiquito.
En los años setenta esta fuente no existía. En ese espacio había una residencia particular, que formaba parte de la manzana que fue derruida y que se llamó Manzana de la Discordia.
Los que nacieron en los años ochenta ya tuvieron este espacio para jugar con el agua de la fuente. En la actualidad la fuente es un elemento de identidad y funciona como un referente preciso. He conocido muchas parejas que se citan ahí, dicen, con una gran naturalidad: “Nos vemos en la fuente." Yo mismo, en muchas ocasiones he empleado el sitio para reunirme con alguna persona que desea saludarme o conocerme. Me gusta ese espacio y lo disfruto como miles de comitecos, como decenas de palomas que ahí tienen su pista de acuatizaje. A veces me siento en las gradas y miro cómo las palomas, como si fueran integrantes de alguna fuerza aérea, se desplazan por el aire y acuatizan en la parte alta de la fuente y se bañan y toman agua y zurean.
Me encanta ver cómo los fotógrafos buscan el mejor ángulo en el reflejo para tomar la fotografía única que sintetice la arquitectura cercana. Muchas fotografías muestran el reflejo de los árboles, de la fachada del templo de Santo Domingo, de la Casa de la Cultura o del reflejo del rostro de una muchacha bonita.
Hace años, la administración municipal que encabezó el contador José Antonio Aguilar Meza editó un libro con imágenes de algunos de los mejores fotógrafos de Comitán. El libro se llama “Comitán de mis amores”. La portada es una fotografía (excelente) de Ángel Gabriel que es una toma nocturna donde se refleja la Casa de la Cultura en el agua limpia y calma de la fuente. No sé a qué hora tomó Gabriel la foto, pero debió ser a altas horas de la noche (o de la madrugada). La foto es limpia, porque sus elementos están concentrados al mínimo. Claro, la esencia de ese espacio está dado por el movimiento que se da en torno a él. La fuente, cuando el chorro de agua salta divertido, cuando está lleno de palomas que juegan, cuando hay parejas de novios o de amigos que se toman la fotografía del recuerdo, cuando los niños meten la mano al agua y mojan a las niñas, cuando los papás sientan a sus hijos en la orilla para que jueguen con el agua, cuando alguien llega y se acoda para ver con atención cómo juega el sol en el reflejo, cuando las personas se sientan en los bordes para presenciar un concierto al aire libre o se suben para ver un desfile, en ese instante, la fuente cumple con su misión de vida. La fuente, como cualquier elemento arquitectónico de nuestro pueblo, justifica su existencia en el momento que sirve para reacomodar las emociones de los seres humanos. ¿Cuándo un balcón es más balcón? ¿Cuando el dueño de la casa sale y presencia un desfile o cuando está solo? ¿Cuándo una puerta es más puerta? ¿Cuando se abre o cuando permanece tapiada? ¿Cuándo una banqueta es más banqueta? ¿Cuándo una calle es más calle? ¿Cuándo una ciudad es más ciudad? Por supuesto que un pueblo es más pueblo cuando está lleno de personas, cuando hay multitudes en sus calles, en sus plazas, en sus mercados, en sus parques y en sus casas. Un pueblo es más pueblo cuando cada resquicio transpira vida. Cuando veo una azotea llena de ropa secándose al viento pienso que ahí, en esa casa, hay vida, hay niños que van a la escuela, hombres que van al taller a trabajar, mujeres que preparan la comida en las cocinas, abuelos que cuentan historias de aparecidos a los nietos. Los pueblos se justifican cuando hay personas que aman, se emborrachan, juegan fútbol llanero; se justifican cuando hay mujeres que van al templo, cuando hay hombres que tocan las campanas, cuando los jóvenes fajan con sus chicas, cuando corren, cuando sueñan, cuando vuelan.
Lo mismo sucede con la fuente. Justifica su esencia cuando las personas pasan a su alrededor, cuando entienden que ahí hay un elemento que da vida. Se llama fuente, porque alimenta el centro del espíritu del hombre.
La otra mañana hallé a dos señores del departamento de parques y jardines del Ayuntamiento, estaban embrocados, no jugaban con el agua, a pesar de que uno de ellos metía la mano y la sacaba a cada rato. Los dos hombres tenían el cometido de limpiar el agua.
En la casa de Emiliano hay una alberca, cuando se llena de hojas secas, uno de los sirvientes toma un chunche especial, que es una vara larga con una red en un extremo, y limpia el agua. Los empleados hacían su labor con una escoba y a mano limpia. Bueno, pensé, hay comunidades de pescadores donde el oficio se hace con un anzuelo y una caña de pescar o con arpones y hay otras donde (lo he visto en documentales) los nativos pescan a mano limpia, ven el pez y, con un movimiento agilísimo, pepenan el pez, que se contorsiona en la mano hasta que, agotado, termina dando los últimos coletazos en una cubeta.
La fuente de mi pueblo es tema para una composición musical o para un poema. Basta que un poeta se siente en las gradas y pepene los rayos de luz que de ahí se desprenden y lo traslade a signos musicales en un pentagrama o en palabras en un procesador de texto. La fuente de mi pueblo es tema de nostalgia para quienes ahora radican fuera de Comitán y extrañan la riqueza de las tardes en que fueron felices. La fuente de mi pueblo es tema para que los habitantes de hoy la consientan, la mimen.
Si los empleados del ayuntamiento estaban encumbrados sobre el redondel es porque (¡nunca faltan!) hay personas que avientan las cáscaras o las cubierta de plástico. Dios mío, ¿por qué no entienden que todo chunche tiene su vocación original? ¿Por qué convierten la fuente en un basurero? A veces pienso que viven la vida al revés. ¿Se les ocurriría llenar un basurero con agua y decir que esa es su fuente?
Un día te conté que hallé a una mujer trepada en el borde, como si estuviera en el malecón de La Habana, lanzaba un cordel que, en su extremo, tenía amarrado un imán. ¿Qué hacía? Rescataba las monedas que algunas personas tiran a la fuente. No faltan los visitantes que convierten la fuente en una réplica (modesta, sencilla) de la Fuente de Trevi, donde cada año, los millones de turistas tiran monedas, porque la leyenda dice que quien, de espaldas a la fuente, tira una moneda regresará feliz a la capital del mundo: Roma. Esa mañana le pregunté a la mujer si sacaba buen dinero, dijo que no, que la gente era muy coda (¡faltaba más!). Apenas conseguía diez o quince pesos.
Los integrantes de mi generación (como sabés, nací en 1957) vivimos la vida que estimulaba la manzana de la discordia, íbamos a comprar tortas a la cantina de tío Tavo, jugábamos billar o tomábamos un helado en Nevelandia, comprábamos libros o revistas (play boy) en la Proveedora Cultural, mandábamos a hacer nuestros anillos de graduación en Joyería Escobar, mirábamos los nuevos modelos Ford en la agencia del señor Nápoles, o comprábamos un jugo y galletas en el súper de don Límbano, o comprábamos los discos de José José o de Roberto Carlos en la Casa del Ciclista o muebles en Casa Tovar. Vivimos otro centro, nuestra fuente de vida fue otra. Ahora, los comitecos de hoy viven otra esencia, tienen una fuente que es como un elemento unificador. Alrededor de la fuente se manifiesta la vida. Por esto da coraje que algunos (bobos) la usan como basurero.
Posdata: Hay personas que tienen la capacidad de hallar las fuentes primigenias, personas que ven en cada grano de arena el principio de la construcción monumental. Yo (gracias a Dios) tengo la capacidad de hallar motivos centrales en cada acto de vida. Puedo decir, como si viajara en un barco y abriera los brazos al viento, que vos sos una fuente de vida, vos sos el chorrito que se hace grandote y se hace chiquito cada vez que sonreís, cada vez que leés, cada vez que me contás una bobera, cada vez que hacés un guiño y la vida (no le queda de otra) también sonríe y se llena de vida. ¿Mirás? ¡Das vida a la vida!