viernes, 13 de diciembre de 2019

ANTES DE QUE TODO SE ACOMODE (VIII)




Vi en televisión una entrevista que le hicieron al poeta Marco Antonio Campos. Él y la entrevistadora estaban en la sala de la casa del poeta. Él, sentado en un sofá, recibía la luz de una ventana, ella, la de una lámpara. Cuando estaban a punto de finalizar la plática, ella le dijo que, para terminar, le lanzaba dos preguntas con respuesta corta: la primera pregunta fue: ¿Cuál es la palabra que más te gusta?, y después que Marco Antonio dio su palabra, llegó la segunda pregunta: ¿Cuál es la palabra que menos te gusta? Marco Antonio, acostumbrado a jugar con las palabras, respondió de inmediato.
Pensé, entonces, que este juego también puede ser inicio de la escritura de las memorias. En las respuestas hay un camino que nos define, que nos da una idea de nuestra personalidad. Tal vez, digo sólo que tal vez, algún ancestro respondería la misma palabra, porque (esto es terreno de los sicólogos) el lenguaje que empleamos también está emparentado con nuestras raíces ancestrales. Si los jóvenes de hoy emplean palabras de moda, muchas de ellas grotescas, como la desgastada palabra verga, por debajo de la superficie (de lo superficial) existe un tesoro lingüístico que perteneció a los abuelos, bisabuelos, tatarabuelos y choznos.
Me gustaron las dos preguntas que la chica le hizo al poeta. Son preguntas sencillas que tienen respuestas claras. No hay mucho qué buscar, basta con abrir la gaveta mental y sacar la palabra que más nos gusta y echarla a volar como paloma en medio de un bosque; basta con abrir la otra gaveta y sacar la palabra que más nos disgusta y botarla y pisotearla y quemarla y olvidarla. Pienso que éste también es un juego que proponen los sicólogos. La palabra más gozosa debe uno atesorarla, consentirla; por el contrario, la palabra monstruo debe eliminarse. Algo hay en esta última palabra que nos provoca urticaria, tal vez dicha palabra ha convivido con nosotros desde siempre y es como una piedra en el zapato, que nos impide caminar con gusto. Y la otra, la gozosa, es una palabra que nos ilumina, que nos calienta el espíritu, es una palabra madre que es como un chal.
El ejercicio es muy sencillo. Ahora mismo imagino que la chica está frente a mí y me entrevista (no soy poeta, pero soy un ser humano, y con esto basta). Ella, con sus preguntas, me ayuda a descubrirme, a saber quién soy. Y ahora me lanza la pregunta: ¿Cuál es la palabra que más te gusta? Y, como no estoy apremiado por el tiempo de la televisión, comienzo a buscar con calma en mi gaveta. ¿Cuál, de todas las palabras que uso, que conozco, es la que más me gusta? ¡Luz!, sí, la palabra luz la empleo con frecuencia y me gusta, porque es palabra que sólo necesita una emisión de voz y que, como su significado, provoca que la oscuridad se elimine. Sí, desde niño, he buscado los lugares llenos de luz. Cuando estuve en la prepa anduve metido en tugurios oscuros, como bares y prostíbulos. Cuando, al día siguiente, me levantaba y salía al corredor de la casa, la luz que me acariciaba era como la mano paterna que decía: Todo está bien, ahora ya todo está bien. Y me prometía que no volvería a pisar esas cuevas donde las sirenas me llamaban a la hora que veían que yo pasaba en mi barca. Yo, cobarde, cedía de nuevo a sus cantos. Jamás hice lo que el héroe, jamás me até al palo mayor del barco. Con ello habría evitado la tentación del pozo oscuro. Pero (¡bendito Dios!) a la mañana siguiente abría la puerta del cuarto y la luz me abría los brazos y me recibía de nuevo y me decía que todo estaba bien. La luz ha sido generosa desde siempre conmigo, ha sido como mi padre, como mi madre; ha sido la teta que siempre me da leche para llenar mi espíritu de anticuerpos.
Sí, la palabra luz es una palabra que me llena, que le otorga sentido a mi vida. Basta una emisión de voz, funciona como un abracadabra divino. Es una palabra conjuro, basta que la mencione para que la oscuridad se disuelva.
El poeta Gustavo Ruiz Pascacio, siempre que se entera del fallecimiento de un amigo dice: “Luz en su camino”. Ahí está dicho todo. Yo, desde siempre, desde el inicio de los tiempos, desde el útero de los siglos, digo: Luz, en el camino de la vida; luz en cada paso, a cada instante.