sábado, 14 de diciembre de 2019

CARTA A MARIANA, CON UNA FOTOGRAFÍA AFECTUOSA




Querida Mariana: Te anexo una fotografía que tomé la noche del 10 de diciembre, en el Auditorio Francisco I. Madero, de Tuxtla Gutiérrez.
¿Ya miraste el nombre que está detrás del grupo? ¡Vicente Kramsky! Un fotógrafo excepcional de Chiapas. Don Vicente falleció en 2010. Esa noche, por iniciativa de Coneculta-Chiapas se efectuó un homenaje en su memoria, consistente en una exposición fotográfica, con el título de “Interludio de una misma historia.”, con fotografías que él tomó, de cinco ciudades de Chiapas: Tuxtla Gutiérrez, Chiapa de Corzo, Tapachula, Comitán de Domínguez, y su pueblo, San Cristóbal de Las Casas. A la par, se efectuó un Conversatorio, con la participación de cronistas de las ciudades hermanadas en esta muestra fotográfica. Estuvieron el maestro José Luis Castro Aguilar, cronista de Tuxtla Gutiérrez; Raúl Vázquez, cronista de Chiapa de Corzo; y el historiador Carlos Montesinos Kramsky (nieto de don Vicente). Hizo falta el cronista de Tapachula. Ah, perdón, hizo falta decir que asistí. Vos sabés que no muy salgo del pueblo, pero acá mi presencia era necesaria, para que Comitán estuviese representado en este acto.
El grupo que aparece en esta fotografía es parte de la familia de don Vicente. ¿Mirás las caritas de todos? ¡Sí! Todos están sonrientes, orgullosos, porque son ramas de un tronco enormísimo.
El maestro José Luis Castro comentó que conoció a don Vicente en San Cristóbal. Yo no tuve el privilegio. Lo que sí puedo contarte es que en dos o tres ocasiones pasé a la tienda que tenía en San Cristóbal. Ahí vendía postales y diapositivas. A mí me encantaban las diapositivas. Ahora, este tipo de fotografía ya casi es inexistente. Yo, en ese tiempo, poseía un proyector de diapositivas, así que me encantaba la posibilidad de proyectar las imágenes en la pared de la sala. Ahora el término diapositiva lo emplean ustedes, los jóvenes, para referirse a las imágenes que diseñan en una computadora y proyectan en pantallas. Pues las diapositivas de los años setenta seguían el mismo principio, eran laminillas en positivo que se proyectaban en las paredes. Nunca, por desgracia, platiqué con don Vicente, pero la noche del diez, al ver su obra en las mamparas y al estar al lado de muchos de sus familiares, sentí como si su mano se extendiera en un saludo afectuoso, el mismo saludo que le extendimos los que ahí estábamos en el homenaje que se le rindió.
Por eso, esta fotografía es histórica. Sin ser un Kramsky o uno de esos grandes fotógrafos de México, me siento feliz de haber conseguido esta imagen que hoy comparto con vos. Acá están muchas ramas de un enormísimo árbol coleto, tierra de mi padre, tierra que mi padre me enseñó a amar, junto con el pueblo que me vio nacer.
Esa noche, digo, se hermanaron las ciudades representadas en las fotografías de don Vicente. Por eso, esa noche leí un textillo que escribí a propósito, un texto que trató de hacer una fotografía instantánea de lo que somos, de lo que estamos llenos. Te paso copia de dicho textillo. A ver qué te parece:

Buenas tardes.
Hay una línea que nos une. En esta exposición de Kramsky se aprecia esa línea. Hay vasos comunicantes que nos hablan de una misma esencia, diversa, pero semejante.
Las comunidades de Chiapas son como hilos de un mismo tejido hecho con telar de cintura. La invitación expresa que en esta exposición hay fotografías de San Cristóbal de Las Casas, de Tapachula, de Chiapa de Corzo, de Tuxtla y de mi pueblo, Comitán.
Por esto, hoy estoy presente como representante de mi lugar de origen. Cuando me invitaron para estar acá me dijeron que pretendían realizar un conversatorio con los distintos cronistas de las ciudades mencionadas, para que los asistentes conocieran hechos históricos y personajes relevantes de cada ciudad.
Acá estoy, pues, aunque el término conversatorio me provoque un poco de urticaria. En los pueblos de Chiapas más que conversar se platica, se platica en los parques, en los cafés, en el aula (¡ah!, cómo platican los alumnos a la hora de clase), se platica bien sabroso en las cantinas, bebiendo cerveza acompañada con botanas como costillitas, frijol molido con chile de Simojovel y chicharrón de hebra y huesos de Tío Jul. En Chiapas se platica en la sobremesa, se platica tomando café con pan y, esto es lo más importante, se platica con el habla auténtica de nuestros pueblos. Se habla (aunque esta práctica está en desuso) con modismos y con el tradicional voseo.
Digo que hay una línea que nos une. Acá, los curadores de esta exposición nos entregan el hilo de unión, a través de las fotografías de Kramsky. Pertenecemos a una misma tierra, una hermosa y sufrida tierra.
¿Puntos de unión? Muchísimos. Permitan que platique con ustedes de algunos, que están relacionados con mi experiencia personal.
El poeta tuxtleco, Enoch Cancino Casahonda, dijo una vez, palabras más, palabras menos, que el apodo de Comitán era ingenioso y el apodo de Chiapa de Corzo era cruel. Enoch tomó un hilo donde unió, gracias al apodo, a Chiapa de Corzo y a mi pueblo.
Otro poeta tuxtleco, Jaime Sabines, caminó por Comitán una mañana y escribió el poema “Cómo puede decirse un amanecer en Comitán”, poema que, después de la canción Comitán, es como un himno para la nostalgia. La canción “Comitán” fue compuesta por el tapachulteco Roberto Cordero Citalán.
¿Verdad que hay hilos invisibles que nos unen? Dije que Sabines, tuxtleco, nos dio un regalo de luz a los comitecos; dije que Cordero Citalán, tapachulteco, nos obsequió una cuerda musical donde se columpia nuestro flato. Pero, todo mundo sabe, Tapachula no sólo nos dio la balada del Cordero, también nos iluminó con la Tentativa del León de Córdova y el éxito de su empresa. Fray Matías, con su tea incendiaria, inflamó estas tierras para buscar su independencia.
Una mañana me enteré que Belisario Domínguez, en 1911, le escribió a Espinoza Torres en estos términos: “…Para resolver en qué ciudad deben permanecer los poderes, si en Tuxtla o en San Cristóbal, propongo a usted un duelo entre usted y yo…” Belisario aclara que lo hace para evitar derramamientos de sangre. Y dicta las reglas del juego fatal, donde moriría uno de los duelistas, porque una pistola estaría cargada y la otra no. Sí él moría, los poderes se vendrían a esta ciudad, y si él quedaba vivo los poderes se quedarían en San Cristóbal. Cuántas guerras se evitarían si los presidentes de las naciones contendientes hicieran tal cosa, pero los poderosos no tienen el arrojo inconsciente de nuestro máximo héroe civil. Belisario estuvo a favor del orden, de que los poderes siguieran en la ciudad donde estaban constituidos, estuvo a favor de San Cristóbal de Las Casas. Esto demuestra cómo nuestras ciudades han compartido a sus mejores hijos, Tapachula dio a Comitán a Fray Matías para que, en el modesto pueblo, iniciara la gesta libertaria de Chiapas y de Centroamérica. Comitán dio a San Cristóbal a Belisario para que peleara su derecho a seguir siendo la sede de los poderes estatales.
Y estos hilos siguen bordándose hasta la fecha y seguirán por los siglos de los siglos, a pesar de que los de Chiapa de Corzo griten que su feria es la más grande y que su pila es grande y que, bueno, dicen que todo lo tienen grande. Siguen esos hilos de complicidad, a pesar de que San Cristóbal grita que su ciudad es la capital cultural de Chiapas y que los tuxtlecos les responden que no les queda de otra, porque la capital política es Tuxtla y punto y aparte. Continúa la identidad de nuestros pueblos, a pesar de que los tapachultecos, amenazan a cada rato con independizarse, porque el centralismo de Tuxtla los quiere ahogar y no reconocen la riqueza de la región, riqueza que sí reconoció el gran Miguel de Cervantes, quien le pidió al Rey Felipe II lo nombrara gobernador del Soconusco. Tenemos hilos de unión, a pesar de que los cositías decimos que Rosario fue más grande que Sabines, porque Sabines no pasó de ser diputado federal, en cambio nuestra Rosario llegó a ser embajadora de México en Israel. ¡Nadita! Pero los defensores de Jaime dicen que él fue chiapaneco de nacimiento, en cambio la gran Rosario nació en el distrito federal, fue chilanga de nacencia.
Tengo amigos escritores y poetas que nacieron o se han apropiado de esas tierras y cuentan de ellas, y lo cuentan muy bien. En San Cristóbal tengo a Mónica Zepeda y a Pancho Álvarez y a Jesús Morales Bermúdez; en Tapachula tengo a Enrique Orozco, a Gabriel Hernández y a Yolanda Gómez Fuentes; en Chiapa de Corzo tengo a Mario Nandayapa y a Ethel Beutelspacher; en Tuxtla tengo a Óscar Oliva, Gustavo Ruiz Pascacio, a Héctor Cortés Mandujano, a las hermanas Trejo Sirvent y a mil más; y en mi pueblo tengo a Óscar Bonifaz, a Marirrós Bonifaz, a Amín Guillén y a mil más.
Todos hacemos un maravilloso bordado, un bordado que se llama Chiapas, y que es tierra ignorada y que es tierra amada.
En fin, me invitaron para un conversatorio. Como no soy conversador, más bien soy un hombre escaso de palabras, convertí este conversatorio en un platicatorio leído, pero ya me callo. Gracias.

Posdata: Me encanta ver imágenes donde los integrantes de una familia están reunidos por motivos de gozo. Esta fotografía es una de esas imágenes. Que viva San Cristóbal y que viva don Vicente, por siempre, para siempre.