martes, 10 de diciembre de 2019

ANTES DE QUE TODO SE ACOMODE (VI)




Escribir sobre uno mismo es muy fácil y, sin embargo, es lo más difícil. Es muy fácil si mentimos, por el contrario, es dificilísimo si rascamos en la verdad y, como si rescatáramos un gatito extraviado en un pozo, la mostramos con el brazo en alto. Por eso, los escritores expertos recomiendan comenzar con ligeros ejercicios de redacción. Como si fuera el ejercicio literario que realizó Carlos Fuentes, uno debe tomar una serie de palabras para escribir lo que dicha palabra motive. Digo que Carlos, en su libro “En esto creo” escribió un capitulito que nombró Silvia, porque Silvia fue su última compañera, la madre de sus hijos: Carlos y Natasha. Bueno, digamos que cada Carlos del mundo tiene a su Silvia y cada Silvia del mundo tiene a su Carlos. Y acá comenzamos ya a rectificar, porque, en realidad, muchos Carlos del mundo tienen a su Carlos y muchas Silvias del mundo tienen a su Silvia o algunos Carlos del mundo se asumen como Silvia o viceversa. Y no todos los Carlos del mundo tienen a su Silvia, no, muchos permanecen solos, hermosamente árboles únicos, y lo mismo sucede con alguna que otra Silvia. Pero si vemos, acá ya existe una encrucijada que nos lleva por diversos caminos y en cada senda existen ramas por donde (es inevitable) caminamos con las parejas o solos. Es una bobera lo que diré, pero lo diré: Cada ser humano camina por una senda única, jamás trillada, y, como diría el poeta, hace el camino al andar. A pesar de las personas que insisten en el determinismo y en los destinos inmanentes, los seres humanos hacemos el camino, porque caminamos por donde jamás persona alguna ha caminado. Si tuviésemos un mapa de los distintos destinos del ser humano, desde los inicios de los tiempos, veríamos el riquísimo entramado donde no hay un solo hilo que repita su ruta. Hay rutas que parecen semejantes, pero si tomamos una lupa electrónica observamos que cada ruta jamás se ha repetido (lo mismo se aplica en cualquier ruta ocurrida en otras partes del universo o de universos alternos). Por esto, en muchas ocasiones se repite que cada vida es única; por eso, la insistencia de poner en papel el testimonio vivido, porque si no se pone por escrito las huellas se extravían y, no lo apreciamos a cabalidad, pero cada vida llena de polvo es como una estrella apagada.
Así pues, el ejercicio podría iniciar con el nombre de la pareja. Así como Carlos tuvo a su Silvia, yo tengo a mi Paty; así como Carlos tuvo otras chicas antes de Silvia, conmigo sucedió lo mismo. Un recuento preciso y exacto exigiría el testimonio de las otras chicas. En sus memorias Carlos no hizo el ejercicio, porque, como bien lo advierte cada lector, escribir los testimonios de vida es un acto casi imposible. ¿Cómo dar fe de tantos millones de segundos vividos? La memoria no alcanza, ni el tiempo de vida. En un cuento escrito por un narrador colombiano (¿o era peruano?) aparece un personaje que no hace otra cosa que escribir cada momento de su vida; es decir, no hace más que estar en el café, en su casa, en el campo, con la libreta abierta dando a conocer qué es lo que ve, qué es lo que imagina, qué es lo que sueña. Así se le fue la vida. Si no mal recuerdo, el cuento se llama El escritor. Bueno, la vida tampoco puede irse en contar lo vivido, porque entonces lo vivido no es más que el recuento de lo no vivido.
Mi amiga Rocío dice (y dice bien) que un buen ejercicio de memorias es la escritura de Diarios. En estos, las personas dejan constancia del día, tanto en los actos acaecidos, como en los pensamientos elaborados. Es cierto. Los Diarios son las bitácoras del gran viaje. Son los borradores de las memorias, son los acordeones para el examen final. Muchísimos escritores, al lado de la libreta donde escriben ensayos, obras de teatro, poemas, cuentos o novelas, tienen otra, grande, choncha, donde escriben lo que les sucede a diario: los diálogos con amigos escritores o personajes importantes con los que tomaron café esa mañana; comentarios acerca de la película que fueron a ver en la noche; opiniones de la noticia más impactante; el inicio de una dolencia física y de lo que el médico les dijo; las frases que dijo la chica a la hora que, coqueta, se acercó a pedirles un autógrafo y pidió el número de teléfono y dijo que, coquetísima, podía llamarle alguna tarde de éstas; la muerte del gato que los acompañó durante tantos años; los pendientes de la siguiente semana, entre los que se incluye, la horrible cita con el dentista.
Otro ejercicio posible es imaginar que un entrevistador famoso (del New York Times o del Reforma, o de La Jornada, o de ARENILLA-Revista) solicita una entrevista, pero uno es el que le da las preguntas y responde (¡Pucha!, ningún entrevistador del New York Times o del Reforma o de la Jornada o de ARENILLA-Revista se prestaría al juego, pero, ya se dijo, es un mero juego de imaginación, a fin de tener elementos para comenzar a redactar los testimonios personales.)