jueves, 30 de abril de 2020
CARTA A MARIANA, CON UN REGALO POR EL DÍA DE LA NIÑA
Querida Mariana: mi niña bonita, te mando un abrazo por el día de la niña. Qué bueno que existe el día que puedo celebrarte; el día que todo mundo festeja a los niños de hoy, de siempre.
Te mando el noveno dibujito de la temporada. Es para vos, sólo para vos. Te lo envío con mucho cariño, lo envuelvo en papel de china (virtual) y con una gaza de hilo de oro (también virtual, ¡interesada!)
He permanecido en casa. Acá trabajo, acá pinto, dibujo, leo, escribo y amaso. ¿Digo que amaso? Sí, no debería decirlo, porque despertaré tu antojo, pero también hago pan integral. Un panito bien sabroso y nutritivo. Lo he hecho en varias ocasiones, tantas, que ahora casi lo hago con los ojos cerrados y con las manos en automático. No me preguntés en qué pienso cuando amaso la masa, pero lo hago como si metiera la mano en el agua del deseo, por eso me sale muy bien. Hay un instante en que sólo juego, extiendo mis dedos como si lo hiciera sobre la arena de la playa, como si acariciara el plumaje de un pajarito. Con la misma convicción leo, pinto y escribo. Tal vez por esto a varios lectores les gusta mis textitos, todo lo hago con pasión, con deseo.
Alfredo me dijo el otro día (por inbox), cuando vio los dibujitos de la serie: “Puras encueradas dibujás, vos, perverso.”
Nada dije. ¿Qué podía decirle a Alfredo?
Vos sabés que no dibujo puras encueradas, ¡por supuesto que no! En este dibujito que te mando aparecen tres niñas y un niño. Son, digamos, el porcentaje mínimo de animalitos, porque hay más, hay una jirafita, un cuchito que tiene el perfil griego, un chuchito que mira desde abajo a la niña iluminada, un conejito, un pájaro despeinado, un elefantito recién nacido, un chango marango, un cervatillo y un ukutuk, que tiene los ojitos bien alebrestados.
¿Pura encuerada? ¿Por qué Alfredo no vio lo otro? ¿Por qué no vio los animalitos que nos niños sí ven?
Yo, perdón, niña mía, no dibujo para adultos, yo dibujo para miradas niñas. ¿Te conté que en Puebla, cuando vendía cajitas en el bazar Los Sapos, una niña se enamoró de un elefantito? El papá se detuvo a ver mis cajitas y la niña tomó la que tenía un elefantito en la tapa y vi en sus ojos que se había enamorado como dicen que se da el enamoramiento auténtico: a primera vista. Le pidió a su papá que le comprara la cajita. Pero cuando lo pidió, ella ya tenía la cajita abrazada a su pecho, era su cajita, ¡su elefantito! El papá dijo que estaba bien, preguntó el precio y cuando yo le dije el precio, el papá, casi molesto, le arrebató la cajita, la depositó sobre la mesa y se llevó a la niña del elefantito, ella lloraba, suplicaba, miraba hacia atrás, hacia donde había quedado la cajita. Mi Paty me dijo que no, que no lo hiciera. Ella me conoce. Sabía lo que estaba pensando, casi estaba a punto de tomar la cajita, correr detrás de la niña y obsequiársela, decirle: Es tuyo, este elefantito es tuyo. Ponele nombre, bautizalo. ¡No lo hagás!, volvió a decirme Paty. Yo me quedé clavado en mi puesto. Nuestra sobrevivencia dependía del dinero que nos dejaban los clientes que se enamoraban de mis cajitas, así que me quedé con el espíritu aguado. Pensé que el elefantito sería para otro espíritu sensible. El domingo siguiente llegó una turista española y ella, igual que la niña, se enamoró de la cajita y la compró.
¿Te confieso algo? La española, a pesar de ya era una persona mayor, tenía la misma mirada que la niña del elefantito, tenía una mirada infantil. Por eso digo que yo dibujo y pinto para niños. Vos sabés que la infancia espiritual no tiene fecha de caducidad. No existe regla física alguna que diga que un hombre de cuarenta ya no tiene alma de niño. ¡Falso!
Pienso que mi amigo Alfredo es un hombre que ha crecido, que, en algún momento, botó su infancia y se puso el traje, sobrio, elegante, de la madurez. Por eso, cuando vio mis dibujitos sólo miró encueradas.
¡Yo no pinto encueradas! Pinto niñas (algunas creciditas, con sus cositas bien puestas). Pinto niñas con la misma naturalidad con que pinto caballitos, chuchitos, elefantitos y tucanes. Me encanta presenciar la carita de los niños cuando descubren un animalito extraño y juegan a hallarle un parecido. “Parece un ornitorrinco”, dicen, pero luego reculan, porque el ornitorrinco no tiene alas.
Dibujo para personas como vos. Por eso, ahora, en este 30 de abril, te mando un abrazo y este obsequio. Es tuyo. Ahora lo envió en imagen virtual, pero cuando la vida nos permita volver a vernos uno frente al otro, te lo daré enmarcado, para que lo coloqués en una pared de tu recámara.
Vos sabés que una de las tres figuras humanas te representa a vos. Sé que no tenés que explicarle a tu novio que jamás posaste encuerada para mí. Dios me concedió el don de desvestir a las niñas sin tocarlas, sólo con la mirada. El dibujo de tu figura lo tomé de una fotografía que está en tu muro de Facebook. Vos estás vestida con un vestido rojo. Yo, simplemente, con mi súper mirada de Supermán pasé un poco más allá de la tela y te vi tal como acá aparecés, como te ves frente al espejo, como estás al entrar a la bañera y le das vuelta a la llave del agua caliente, como te ve tu novio cuando jugás con él. ¡Traviesa! ¡Perversa! ¡Cochinota!
Posdata: El arte es juguetón. El escritor juega con palabras; los fotógrafos, dibujantes y pintores con la imagen; los músicos con sonidos y silencios; el escultor con la plastilina, con la masa. Todo es un mero juego, la gran diversión. Me divierto leyendo, escribiendo, pintando, dibujando, dibujándote, tal como sos en tu intimidad, niña linda, linda nube, nube viva, siempre viva. ¡Felicidades, niña, en este treinta de abril!
miércoles, 29 de abril de 2020
CARTA A MARIANA, CON UNA TORRE MÁS MODESTA QUE LA EIFFEL
Querida Mariana: Hoy te mando una fotografía con una torre, es una torre pequeñita, de madera, que sirve como exhibidor de postales. ¡Sí, de postales!
No sé si los turistas mexicanos que viajan a Europa o Asia envían postales en estos tiempos de celulares con mensajes por WhatsApp. No sé, y la verdad es que no pienso que así sea. Más bien pienso que las postales hoy son anacrónicas. Sin embargo, en La Trinitaria (pueblo prodigioso) hay un local de fotografía donde está vigente la postal. El maestro Francisco Javier Santiago (fotógrafo desde hace más de sesenta años) ofrece postales para el recuerdo, para que los visitantes que llegan a ese pueblo, las adquieran, escriban algo en la parte posterior, la lleven a la oficina de correos y las envíen a sus amigos. ¿Alguien hace esto todavía? Tal vez no. Pero de lo que sí estoy seguro es que hay personas que compran esas postales, como mero recuerdo, y porque ahí está la mirada precisa de un artista.
Esta torre tiene siete compartimentos. Cuatro de ellos están ocupados; tres están desocupados, en espera. Y cuando digo siete compartimentos, digo siete pisos. En los dos pisos inferiores, las ventanas nada tienen, ¡ah!, pero qué diferencia en los pisos superiores, del tercero al sexto las ventanas están ocupadas por la mirada de don Francisco Javier (el pent-house de esta torre, de este edificio, es como la terraza de las casas, ahí nada se expone, porque ese espacio sirve para mirar el horizonte).
En el tercer piso hay una imagen del palacio municipal, con bandera mexicana y toda la cosa; en el cuarto piso se muestra la imagen coqueta del kiosco que está en el parque central y que, prodigio, tiene un espacio en el sótano que funciona como cafetería; en el quinto y sexto pisos, el aire limpio es un pájaro que vuela sin límites, porque el fotógrafo muestra postales de Los Lagos de Montebello.
Los visitantes que llegan a Los Lagos toman cientos de fotografías instantáneas, con sus cámaras digitales o con sus celulares de última generación, pero la mayoría de esas fotos tienen un defecto, sólo uno, no todas las fotografías que captan están tomadas a la hora conveniente, porque (esto lo sabe cualquier aficionado y cualquier profesional) hay una hora precisa para que se logre la toma perfecta. Esa es la ventaja de las postales que ofrece el maestro Santiago. Él viaja a Los Lagos, se sienta frente al paisaje y espera que el sol haga el milagro, cuando el cielo y el entorno se vuelve trigo, él aprieta el botón de la cámara y captura para siempre el instante perfecto. La ventana de las postales (aún en estos tiempos) es la mirada experta del experto fotógrafo. No es la mirada del diletante sino la del conocedor, la del que posee el don de la mirada.
Entrar al local del maestro Santiago es entrar a una cápsula del tiempo. ¿Ya viste el monitor de la computadora? En tiempos de laptops y computadoras de última generación, el monitor se antoja como pieza de museo. Asimismo, hay una cartulina donde se exponen fotografías con diversos tamaños para certificados de primaria o para pasaportes. Es, de igual manera, un servicio que ya no tiene la demanda de hace años; ahora, los muchachos se toman una fotografía con el celular, la pasan a su computadora, hacen el diseño del tamaño y, en la impresora y con papel fotográfico, imprimen diez o veinte fotos en menos tiempo que canta un gallo.
A veces voy a La Trinitaria, paso a repartir la edición impresa de ARENILLA-Revista en muchos hogares e instituciones de allá. Siempre paso al estudio del maestro Santiago, siempre me sorprendo ante lo que aparece frente a mis ojos. Por ejemplo, este exhibidor esbelto, que es como un árbol sin ramas, tronco enhiesto que exhibe, como si fuera su camiseta, una serie de postales tomadas por el ojo del maestro.
Y digo que su estudio es como una cápsula del tiempo, porque en esta fotografía que tomé se advierte en un extremo superior una línea de escarcha y una esfera y cuando la tomé la temporada navideña ya había pasado.
Posdata: Me fascina entrar a espacios donde el tiempo tiene una cara más modesta, más sin la prisa de estos tiempos del siglo XXI.
A veces tengo la fortuna de saludar al maestro Francisco Javier. Él, tan delgado como esta torre, tan modesto como este árbol, con una mirada de pájaro alerta, me ofrece su mano y yo la sostengo, y pienso que esa mano ha sido la compañera ideal de sus ojos. La conjunción de mirada, mano y cámara fotográfica logran hacer eterno el instante. Instante que luego, el maestro, convierte en postal.
¡Postal! Qué palabra tan de llena de encaje, de luz de quinqué.
martes, 28 de abril de 2020
CARTA A MARIANA, DONDE APARECE UN CAMIÓN DE BASURA
Querida Mariana: Esta foto es de 1994, de hace 26 años. El pie de foto dice: “Ardua tarea de recolección de basura en la ciudad”. Ah, cómo han cambiado los tiempos. Ahora, los camiones recolectores de basura son especiales, tienen un sistema de compactación. Hace poco, el presidente municipal de Comitán hizo entrega a la comunidad de tres camiones nuevos. La actual administración hizo un reconocimiento a empleados de limpia y eligió a tres integrantes del personal para que sus fotografías aparecieran en los laterales de los camiones. ¡Ah!, fue un acto muy digno.
En 1994 usaban de esos camiones que sirven para cargar piedra o arena. Por eso, los empleados debían ir encaramados sobre las montañas de basura. Aparte del chofer y del que recibía las cargas de basura, había un empleado de piso, que era el encargado de levantar los bultos de basura y pasarlos al compañero que estaba arriba de la góndola. ¡Qué labor tan difícil!
Lo único que no ha cambiado es el trabajo del campanero. En 1994 un empleado iba delante del camión, avisando con una campana que el camión de la basura estaba cercano. Las personas que escuchaban la campana salían y dejaban la basura en el sitio convenido (a mí siempre me ha llamado la atención cómo fijan el punto de acopio). En 2020 se mantiene esa tradición, todas las mañanas o tardes, un campanero avisa y las personas sacan los bultos de basura. La recolección de basura en estos tiempos se hace con camiones compactadores. Hemos avanzado.
En los años sesenta, más o menos, hubo un personaje que se hizo famoso: “El güero de la basura”, un empleado que iba trepado en la góndola del camión de la basura. Él, así lo reconocían todos los niños de ese tiempo, era “Hijo del sol”, porque él era albino y tenía sus pestañas blancas. No me preguntés, pero yo digo que si el trabajo del empleado de limpia es un trabajo difícil, para el güero de la basura debió ser más difícil. Digo esto, porque tuve una alumna en el bachillerato que era albina y cuando salíamos a hacer alguna investigación de campo ella procuraba siempre la sombra, era hija del sol, pero su padre Sol le molestaba. ¿Cómo le hacía el güero de la basura para desarrollar su labor? No lo sé. Lo que recuerdo es que siempre lo veíamos trepado en el camión, cumpliendo con su labor. Si en los años sesenta hubiese habido camión compactador y viniles, sin duda que uno de los rostros mostrados en un lateral habría sido el del güero (el güero de la basura, no el otro). Tal vez por ahí, algún comiteco tiene en su baúl de recuerdos una fotografía del güero de la basura, ¡ah!, sería genial que compartiera en redes sociales.
Pero lo que acá comparto es una fotografía de 1994. Esta fotografía, además de dejar constancia del trabajo que implicaba levantar la basura, es testimonio de un tiempo ya ido. Acá se puede observar que en ese año, el templo de San Caralampio estaba pintado de blanco. Al fondo, a la derecha, se observa parte del templo, pintado de blanco. La casa de Tere Morales también estaba pintada de blanco. Esto le otorgaba una gran armonía a la plaza (sólo una accesoria está pintada de otro color).
Debo decir que esta fotografía la tomé de una revista que está expuesta en un librero de la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez. La revista es una publicación que editaba el Ayuntamiento del trienio 1992-1995 y se llamaba Comitán. En este trienio estuvo como presidente municipal mi amigo el ingeniero Javier Utrilla Alvarado y la coordinación de la revista estaba a cargo de otro entrañable amigo, el licenciado Efraín Albores Cancino (destacado cronista de esta ciudad), quien, en ese año, era Director de Planeación y Coordinación para el Desarrollo.
Las bancas blancas que se ven al fondo ya no existen. ¿Por qué en muchos espacios públicos se quitan las bancas, que sirven para que las personas descansen? Ahora que soy viejo me encanta que haya bancas para poder descansar. Debe haber alguna razón poderosa, para que las autoridades no provean de bancas a los espacios públicos. Mi corto entendimiento no lo comprende. Entiendo la carencia de sillas en las oficinas públicas. En un cuento que acabo de leer hay un personaje de altos vuelos políticos que mandó a quitar todas las sillas de su oficina para que las personas que llegaban a solicitar algo no tardaran mucho. Llegaba a tal grado su encono que mandó retirar su silla, así que recibía de pie a los ciudadanos, permanecía parado detrás de su escritorio. Era una situación muy incómoda, los ciudadanos se sentían mal y tardaban poco tiempo, se retiraban agobiados, sin saber bien a bien la causa. ¡Ah, el político era muy listo! El cansancio es una estrategia. Pero, acá en el parque de La Pila, ya no están estas bancas tan bonitas, tan hamacas de fierro, tan invitación para sentarse y mirar el vuelo de la tarde.
Posdata: En fin, no quería hablar de bancas. Quería compartir una imagen del Comitán de 1994 contigo, una imagen que ahora nos parece anacrónica. ¡Dios mío, qué montañas de basura! Para contener tanta basura era necesario colocar tablas encima de los laterales, un poco como si le dieran un segundo piso, un pent-house a ese cerro de basura.
lunes, 27 de abril de 2020
CARTA A MARIANA, CON UN RECUERDO
Querida Mariana: Te comparto una foto que tomé hace como dos meses, en mi casa. Acá está una moneda de a peso, sólo lo puse para que sirva como referencia del tamaño de la imagen hecha en madera. La imagen es la representación de San Caralampio, el santo más consentido del pueblo. ¿Ya miraste la miniatura?
¿Cuál es el diámetro de una moneda de peso, en México? No sé bien a bien, pero pienso que no pasa de dos centímetros y medio, así pues, la base de la imagen en madera es menor a los dos centímetros. Digo esto para que mirés el tamaño de este San Caralampio que me obsequió mi amigo Artemio (en paz descanse). Temo era un amante de la madera. En su casa tenía un taller en el que, en los últimos tiempos de su vida, se dedicó a hacer imágenes de San Caralampio, imágenes de todos los tamaños. A mí me encantaba un San Caralampio “Transformer” que hizo, digo transformer, porque sus brazos eran movibles, si uno lo jalaba de las manitas, éstas se hacían para adelante, como si entregara alguna ofrenda (no sé si alguien le compró la pieza o ella se encuentra en la casa de su esposa, mi amiga la güerita María Antonieta, nieta del recordado maestro Bernardo Villatoro).
Mi amigo Temo se murió intempestivamente, en abril de 2019. Una mañana, Comitán amaneció con la noticia de su fallecimiento. ¡Ah, la güerita lloró mucho la pérdida de su compañero de vida!
Temo se fue, pero a muchos nos dejó buenos recuerdos. A mí me dejó esta miniatura de Tata Lampo. Vos sabés que muchos creyentes comitecos tienen imágenes del santo en sus domicilios. Hay de todos tamaños.
En los años setenta, mi tía Mechitas, esposa de mi tío Jorge Bermúdez (ambos ya fallecidos), era la mera buena para hacer las imágenes de San Caralampio, ella vivía con su familia en la bajada al parque de La Pila, siempre que llegaba a su casa la veía con herramientas diversas dándole forma al bloque de madera.
Porque, vos y todo mundo lo sabe, hay una gran diferencia entre tener una imagen de yeso o de resina (hecho en moldes) que poseer una imagen en madera, hecha por un artesano, que se convierte en una pieza única.
Yo, bien chento, tengo una pieza única, en madera, hecha por mi amigo Temo. Es una miniatura, no tiene los rasgos bien definidos, los trazos son toscos, si alguien me urgiera a compararla con una pintura diría que tiene mucho de Wilfredo Lam, pero nadie (de los comitecos, grandes conocedores de la imagen de Tata Lampo) dudaría al ver la imagen que es la representación de nuestro santo querido. La imagen no tiene las manos al frente, las tiene guardadas debajo de la capa, en tonos oscuros. Lo más visible es la barba blanca y el rostro. El rostro también está hecho con pinchonazos burdos. Es mi mini San Caralampio. Está, como en todas sus representaciones, hincado, cubierto con la capa.
No hay, querida mía, otro San Caralampio igual en todo el mundo, en todo el universo. Es un San Caralampio único. Temo me lo obsequió una tarde que fui a su casa, que cruzamos el patio central y entramos a un cuartito acondicionado como su taller. Ahí había una serie de imágenes, algunas acabadas, otras en proceso; sobre un banco de madera había punzones, clavos, gubias, sierras, pinturas, pinceles, pomos y cajas (sobre una de ellas estaba el transformer). Cuando me despedí, me llamó y como quien entrega las llaves de un Porsche me entregó la miniatura, me dijo: “Para que te acompañe”. Yo lo llevo en el auto, a veces se cae, a veces se extravía, pero vuelve a aparecer.
Me conozco, soy un hombre que extravía las cosas. Por esto no me gusta recibir obsequios, porque me conozco. Luego tomo culpas ajenas por extraviar los suvenires que me dan amigos que van de viaje. Mi mini San Caralampio ha estado conmigo por más de dos años, pero lo sé, un día se extraviará para siempre. Me conozco.
Por esto, ahora he decidido que no asumiré culpas bobas. Cuando alguien me obsequie algo le tomaré foto y te la mandaré con una carta. Sé que vos, cuidadosa como sos, integrarás esa carta a tu archivo personal. Cuando yo tenga necesidad de ver el obsequio bastará pedir que me mandés copia de la carta y la tendré frente a mis ojos, porque, ¡eso sí!, todo lo que me obsequian lo guardo en mi espíritu. En mi espíritu tengo un llavero que me obsequió mi nieta Fanny, en mi espíritu tengo un llavero que me obsequió mi amigo Hugo Morales Zúñiga, como recuerdo de un viaje que hizo a Holanda. El llavero lo compró en el Museo dedicado a Van Gogh y tiene la imagen de uno de los cuadros sensacionales de ese sensacional impresionista.
Posdata: Temo nos dejó recuerdos. Yo tengo un mini Tata Lampo que él talló en un pedacito de madera y pintó con sus manos. Temo murió en abril de 2019, ya hizo más de un año.
Mi primo Pepe, cuando estaba muy enfermo, pidió a sus hijos que, cuando muriera, pusieran la imagen de San Caralampio en su cajón, para que lo acompañara en el trayecto a la otra vida. Cuando falleció sus hijos cumplieron su voluntad. La imagen que Pepe tenía en su casa era una imagen en madera, tallada por la tía Mechitas, la mera buena para las imágenes de Tata Lampo. La imagen que yo tengo, la que me obsequió Temo, no tiene la delicadeza de los trazos de mi tía, pero es una pieza de arte, es un Wilfredo Lam en madera, pedacito de cielo, de cielo chiquito, pichito de Comitán.
sábado, 25 de abril de 2020
CARTA A MARIANA, DONDE APARECE COMITÁN
Querida Mariana: Lo mejor de Comitán es su gente. Su gente hace único a este pueblo; la gente que, cuando no hay contingencia sanitaria, va al parque central o al de San Sebastián y se sienta en una banca y come una paleta de chimbo y escucha los pájaros, y va a las cenadurías y come un pan compuesto o un hueso o una orden de chalupas. La gente que acude a las escuelas y bromea con los compañeros y se pasa la tarea; la gente que baja por las resbaladillas y sube a los columpios y se impulsa; la gente que acude a los templos, y prende una veladora ante la imagen de San Caralampio y le pide o agradece los favores; la gente que va al mercado y, mientras compra las manzanas, los elotes, las tostadas, el chile en vinagre, los cacahuates, el chile siete caldos, el chicharrón de hebra, toma un vaso de atol de granillo; la gente que celebra su cumpleaños en un salón y contrata meseros y la marimba orquesta y sirve “puritos” a sus invitados y platica y baila hasta bien entrada la noche; la gente que va a la Unidad Deportiva y lanza la pelota de básquetbol o corre por el circuito; la gente que va al botanero con los amigos y pide una michelada y se sirve una tostada con frijoles refritos y crema y pico de gallo; la gente que sale a los balcones y mira la calle y saluda y platica; la gente que escucha el segundo repique y se enreda un chal y va a misa y se persigna y se confiesa pecador y comulga; la gente que sube a la bicicleta y pedalea dos, tres, diez kilómetros y toma una bebida energizante; la gente que sube al auto y va a un bar y solicita la compañía de una chica bonita; la gente que se tira debajo de un auto y revisa que las balatas estén en buen estado; la gente que sube al Junchavín o baja la sima del zopilote; la gente que toca marimba, la que hace sillas de cedro, la que abre la cortina cada mañana y espera que lleguen los clientes, la que escribe en los periódicos e informa a los lectores, la que va al campo y vuela papalotes, la que manda cadenas por el celular, la que mira cine mexicano en la tele todas las tardes, la que borda tapetes, la que hace pan, la que destila el posh, la que hace rebozos en telares, la que juega fútbol en el estadio, la que va al cine con su pareja, la que disfruta los encuentros de básquetbol en el auditorio Roberto Bonifaz Caballero, la que lee los libros de Óscar Bonifaz y los de Rosario Castellanos y los de Leticia Román de Becerril y los de Amín Guillén y los de Omar Ruiz y los de Arbey Rivera y los de Octavio Gordillo y Ortiz; la gente que disfruta los documentales que hace Zarape Films; la gente que habla de vos, con cantadito especial; la que sigue dedicándose al noble oficio de la peletería; la que bebe su trago sin empacho; la que, todavía, cuando está alegre grita ¡Cotz!; la gente que, con diablitos, lleva las cajas de mango y de jocotes a la Central de Abasto; la gente que va a la huerta y cosecha los rábanos y la acelga y el perejil y la albahaca; la gente que dibuja, la que pinta, la que danza, la que escribe, la que lee, la que canta, la que vive.
Comitán es su gente con sus dichos, con sus anécdotas, con sus apodos, con sus modos de ser, a veces fieros, pero chulas sus caras. Comitán es un pueblo único, tan único como los demás pueblos del mundo, pero más único, porque sólo acá a la tostada la hacen polvo, polvojuan; sólo acá ofrecen trompadas a los amigos y, de mojol, les dan quiebramuelas; sólo acá la armonía no es un estado de concordia, sino al contrario, cuando alguien dice que tiene armonía dice que tiene una cierta intranquilidad; sólo acá se les ocurrió, en los años cuarenta, derruir la pila que daba nombre al parque de La Pila y ahora es una pila sin pila.
Comitán es su gente, sus hombres y sus mujeres. ¡Sus mujeres! Rosario Castellanos, escritora de fama internacional; Josefina García, mítica comiteca que ilumina la historia de la Independencia de Chiapas; María Ignacia Gandulfo, generosa dama que dispuso su fortuna para la creación de un hospital; Isabel Soria, soprano comiteca que cantó en grandes escenarios del mundo; Lolita Albores, primera mujer cronista de Chiapas.
Y porque Comitán es su gente, en los últimos veinte días, desde casa, comparto videos breves en las redes sociales que son un homenaje permanente a Lolita Albores, quien, como ya mencioné, fue la primera mujer cronista de Chiapas. Un orgullo de Comitán, porque ella, con su modo sencillo, sin tufos intelectuales, salvaguardó mucho de nuestra identidad. Sus crónicas poseen el encanto de la personalidad del comiteco, encanto que contiene una picardía sublime, que es la forma de honrar a la vida, de ponerle juncia al patio del corazón.
Y digo que en los últimos veinte días he compartido algunos textos escritos por ella. No hago más que dar lectura a fragmentos de su libro “Así te recuerdo, Comitán”. Ahí está su voz, yo la comparto, para que su legado siga estando presente en los comitecos, no por ella, porque su gloria nada necesita, ¡no! Lo hago para que las nuevas generaciones se reconozcan en ese árbol enormísimo que se llama Comitán y cuyas raíces culturales son reconocidas por todo el mundo.
Así pues, hoy, sólo para compartir, te paso copia del texto que otorga el nombramiento de cronista a doña Lolita. ¿En qué fecha se dio? ¿Cómo es que ella fue nombrada cronista de nuestra ciudad? Acá, en este pergamino está la respuesta. Del texto se colige que su nombramiento fue la respuesta que la autoridad municipal dio a una propuesta del director y empleados de la Casa de la Cultura, en el año de 1984. El presidente municipal era el profesor Ernesto Cifuentes López, el síndico municipal era don Rodolfo Conde Gordillo (don Popo) y la secretaria municipal era doña Conchita Pérez de Penagos. El maestro Jorge Melgar Durán era el director de la Casa de la Cultura.
De acuerdo con el texto, en sesión ordinaria del día lunes 30 de abril de 1984, estando presentes el presidente municipal, la secretaria municipal, el síndico y los regidores, se dio a conocer la propuesta para que la señora Martha Dolores Albores vda. de Solórzano ocupara el cargo de Cronista de la Ciudad, conociendo “las cualidades y capacidad” de la mencionada, el cabildo en pleno la nombró Cronista de la Ciudad. Queda pues la fecha del 30 de abril de 1984 como el día que se nombró a doña Lolita y pasó a la historia de la crónica chiapaneca, como la primera mujer cronista del estado. Ahora, por fortuna, hay muchísimas mujeres chiapanecas que honran e iluminan a la crónica de Chiapas. Doña Lolita fue punta de lanza. ¡Era comiteca!
En el texto del nombramiento no aparece el nombramiento vitalicio, pero por la entrega y amor con que ella desempeñó el cargo, todo mundo supo que ella era cronista para siempre. En los últimos meses de su vida, ella tuvo una dolencia física que la recluyó en su casa y le impidió hablar con fluidez. Ya no podía cumplir con su encargo, no obstante, todo mundo de Comitán estaba pendiente de su salud y recordaba con emoción (tal como ahora lo hacemos) la efectividad de su labor como cronista de la ciudad. Doña Lolita falleció el 6 de enero de 2006, falleció el día que todo mundo partía la rosca de reyes. Ella, reina indiscutible de la anécdota comiteca, se hizo rosca y ya no estuvo en la tamaliza de febrero de 2007.
Posdata: ¡Gloria permanente a doña Lolita! ¡Cronista vitalicia de Comitán! Por si tuvieras gusto, paso copia del texto del pergamino que el cabildo le entregó a doña Lolita, donde se consigna su nombramiento. Comitán es su gente. Adiós.
Texto: “Al margen superior izquierdo, sello que dice: Escudo nacional, Estados Unidos Mexicanos, H. Ayuntamiento Constitucional, Presidencia Municipal Comitán de Domínguez, Chiapas.
“Acta.
“Concepción J. Pérez de Penagos, Secretario del H. Ayuntamiento Constitucional de Comitán de Domínguez, Chiapas, México.
“Certifica: Que en el libro de sesiones que lleva el H. Ayuntamiento Constitucional de este Municipio, durante el año de mil novecientos ochenta y cuatro, se encuentra el punto del acta número 56, de fecha lunes 30 de abril que dice:
“H. Ayuntamiento Constitucional de Comitán de Domínguez, Chiapas, México, sesión ordinaria del día lunes 30 de abril de mil novecientos ochenta y cuatro, Presidencia del Profr. Ernesto Cifuentes López, con la asistencia del Síndico Municipal sr. Rodolfo Conde Gordillo y de los señores regidores c. Rubén Domínguez Domínguez, Consuelo C. vda. de Delfín, profr. Mario Hermilo Vives, c. Esteban G. López, Cliserio Molina Argueta y Ma. Antonieta Gutiérrez vda. de Ortiz.
“En seguida la secretaria dio cuenta con la proposición expuesta por el Director y todos los empleados de la Casa de la Cultura de esta ciudad, relativo a elegir al Cronista de la Ciudad, informando todos ellos que han pensado en la sra. Martha Dolores Albores vda. de Solórzano, para que ocupe este cargo. Acuerdo: Tomando en consideración lo expuesto por el Director y demás empleados de la Casa de la Cultura y conociendo este H. Ayuntamiento las cualidades y capacidad de la sra. Dolores Albores vda. de Solórzano, se acuerda que sea ella
“El cronista de la ciudad.
“Se expide la presente en la ciudad de Comitán de Domínguez, Chiapas, a los veintidós días del mes de junio del año de mil novecientos ochenta y cuatro.”
Y luego vienen las firmas del presidente, de la secretaria, del síndico y regidores.
viernes, 24 de abril de 2020
CARTA A MARIANA, CON UNA IMAGEN SENSACIONAL
Querida Mariana: La foto que te comparto es de junio de 1988, me la regaló mi amigo Paco Flores, quien, en esa fecha, era el Director de la Biblioteca Pública Rosario Castellanos. Es una foto sensacional.
En ese entonces, la biblioteca funcionaba en la planta baja y en el mezzanine del edificio que actualmente ocupa Megacable. En 1988, no eras proyecto de vida. Pienso que tus papás aún no se casaban. Yo, que nací en 1957, tenía 31 años de edad, estaba casado con mi Paty y éramos padres de dos hijos.
La tarde de esta fotografía estuve presente en la biblioteca. En el mezzanine de la biblioteca hubo dos actos importantes, bueno tres. El primero fue la donación de la colección completa de novelas de Luis Spota, un bestseller mexicano. Esa tarde se dispuso un estante metálico de la biblioteca para albergar la colección; el otro acto fue la inauguración de una muestra plástica de Ricardo García Mora (quien en la fotografía aparece sonriente, con un saco negro y un pañuelo blanco, como paloma en el pretil de una ventana); y en el tercer acto, que son de esos actos que no quedan registrados en imágenes, sino en grabadoras de periodistas, Isabel Arvide, la periodista que era directora de comunicación del gobierno de Absalón Castellanos Domínguez, anunció que, muy pronto, se inauguraría un museo de arte en Comitán, con unas palabras que más o menos decían así: “No le estoy pidiendo permiso, gobernador, le estoy informando que dicho museo llevará el nombre de su mamá, doña Hermila Domínguez de Castellanos”. El general Absalón Castellanos Domínguez, gobernador de Chiapas en ese momento, no pudo evitar que sus ojos adoptaran un brillo de agua.
¿Mirás por qué digo que esta fotografía es sensacional? Porque es testimonio de esos tres instantes de la cultura comiteca, pero además es prodigiosa por la reunión de damas que acá se ve, mujeres que disfrutan la plática de un poeta de México: Alejandro Aura. Tal vez estas damas se reunían frecuentemente, pero pienso que nunca se había dado su coincidencia en Comitán. Digo que quien habla es Aura (poeta que siempre honró su apellido, porque poseía un aura que encantaba a las audiencias), a su lado está doña Hermila Grajales de De La Vega (esposa de Jorge De La Vega Domínguez, ex gobernador de Chiapas); luego está mi amigo Francisco Flores Medina, quien, ya lo dije, era el Director de la Biblioteca; a continuación, con un vestido amarillo y un collar de ámbar, doña Patricia Ortiz Mena (esposa de Patrocinio González Garrido, ex gobernador de Chiapas); luego doña Elsy Herrerías (esposa de Absalón Castellanos Domínguez, gobernador de Chiapas en ese momento); de saco negro está el artista cuya obra se exponía (Ricardo era tabasqueño, falleció en 1992. En el museo de arte Hermila Domínguez Castellanos hay obra de él. En ese momento, ya lo dije, el museo no existía. Dicho museo fue inaugurado el 28 de agosto de ese mismo año, apenas dos meses después del anuncio. Isabel logró que Hernán Pedrero, quien era el encargado de las finanzas del gobierno de Chiapas, le soltara el dinero para la compra y remodelación de la casa, así como para pagar el acervo con que se inauguró.) y atrás del artista está doña Albita León (esposa de Leopoldo Leal Melgar, quien era el presidente municipal de Comitán en ese momento).
Alejandro Aura fue invitado especial en esa ocasión. Aura llegó a Comitán para estar presente en las Jornadas de Periodismo Libres por la palabra libre, Belisario Domínguez, que se celebró en nuestra ciudad del 1 al 6 de junio de 1988. Las ponencias se realizaron en el Teatro Junchavín y por ahí recuerdo, entre otros, a Polo Borrás, a Óscar Wong, a Guillermo Samperio (quien recibió el Premio Nacional de Periodismo Literario 1988, al mejor libro de cuentos, por su libro “Cuaderno Imaginario”). Asimismo, dentro de las jornadas, los periodistas Rosa Rojas e Ignacio Trejo Fuentes fueron galardonados con el Premio Nacional de Periodismo Cultural Comitán de Domínguez. ¡Ah, qué jornada tan llena de luces!
¿Mirás, querida mía? En nuestro pueblo, Isabel organizó una jornada donde el periodismo cultural fue el centro de atención. Es una pena que el Premio Nacional de Periodismo Cultural Comitán de Domínguez no quedó instaurado para que se otorgara cada año. A una tierra libertaria como la nuestra le iba bien un premio con ese nombre y con esa dignidad.
Posdata: Alejandro Aura falleció veinte años después, en 2008, en España. Alejandro fue compañero de mi amiga Carmen Boullosa, destacada poeta y narradora mexicana. Murió de cáncer. Cuando supo que estaba enfermo abrió un blog y ahí compartió el proceso de su enfermedad. En ese blog aparece un poema que se llama Despedida. No sé, pero pienso que puede gustarte leer algo de este poeta que estuvo en Comitán una tarde de junio de 1988, fecha en la que vos no eras ni anteproyecto de vida. Acá pues, paso copia del poema Despedida.
“Así pues, hay que en algún momento cerrar la cuenta,
pedir los abrigos y marcharnos,
aquí se quedarán las cosas que trajimos al siglo
y en las que cada uno pusimos nuestra identidad;
se quedarán los demás, que cada vez son otros
y entre los cuales habrá de construirse lo que sigue,
también el hueco de nuestra imaginación se queda
para que entre todos se encarguen de llenarlo,
y nos vamos a nada limpiamente como las plantas,
como los pájaros, como todo lo que está vivo un tiempo
y luego, sin rencor, deja de estarlo.
¿Se imaginan el esplendor del cielo de los tigres,
allí donde gacelas saltan con las grupas carnosas
esperando la zarpa que cae una vez y otra y otra,
eternamente? Así es el cielo al que aspiro. Un cielo
con mis fauces y mis garras. O el cielo de las garzas
en el que el tiempo se mueve tan despacio
que el agua tiene tiempo de bañarse y retozar en el agua.
O el cielo carnal de las begonias en el que nunca se apagan
las luces iridiscentes por secretear con sus mejillas
de arrebolados maquillajes. El cielo cruel de los pastos,
esperanzador y eterno como la existencia de los dioses.
O el cielo multifacético del vino que está siempre soñando
que gargantas de núbiles doncellas se atragantan y se ríen.
Lo que queda no hubo manera de enmendarlo
por más matemáticas que le fuimos echando sin reposo,
ya estaba medio mal desde el principio de las eras
y nadie ha tenido la holgura necesaria para sentarse
a deshacer el apasionante intríngulis de la creación,
de modo que se queda como estaba, con sus millones,
billones, trillones de galaxias incomprensibles a la mano,
esperando a que alguien tenga tiempo para ver los planos
y completo el panorama lo descifre y se pueda resolver.
Nos vamos. Hago una caravana a las personas
que estoy echando ya tanto de menos, y digo adiós.”
jueves, 23 de abril de 2020
CARTA A MARIANA, CON UNA BAYA DE ENEBRO
Querida Mariana: Ayer recordé que la tía Elena tenía un dicho que repetía en forma constante: “No todos los días hay enebro”. Ni me preguntés cómo llegó el dicho a mi cabeza, yo dibujaba y cuando dibujé la pierna de una muchacha bonita, llegó el dicho de la tía y luego llegó su rostro, siempre enmarcado por un par de aretes de oro. Y con el dicho llegó también la casa de la tía, con un patio generoso, donde, en varias ocasiones jugamos carritos con mi primo Elías.
No todos los días hay enebro. Yo entendía que tal dicho confirmaba la certeza de que hay días en que el pato nada y días en que ni agua tiene. No todos los días hay enebro. Y yo no sabía qué era el enebro, pero también repetía el dicho, cuando mi papá reclamaba que en mi boleta de calificaciones aparecía un siete en la materia que en el mes anterior había aparecido un ocho. Yo, muy sabihondo, le decía a mi papá: “No todos los días hay enebro”, y mi papá señalaba con su índice el cinturón y nada decía. Yo comprendía que si bien no todos los días hay enebro, sí, todos los días, había cinturón para detener el pantalón de mi papá y para darme dos o tres cuerazos si seguía con mi insuficiente aprovechamiento escolar.
Y ahora, mil años después, a la hora de dibujar la pierna de una muchacha bonita, como si fuera una mariposa, llegó el dicho. Dejé el bolígrafo sobre la mesilla, me paré y entré a este chunche para averiguar qué es el enebro y sus bondades o deficiencias. Escribí la palabra enebro en el buscador y me apareció lo siguiente: “Arbusto siempre verde de tronco ramoso y corteza lisa, copa espesa, hojas agrupadas de tres en tres, rígidas y punzantes, flores de color pardo rojizo y cuyo fruto es una baya de forma esférica color negro azulado; puede alcanzar hasta 10 metros de altura.” Uf. Sólo saqué en claro que el enebro es un árbol, pero luego, cuando iba a cerrar la información encontré este agregado: “La ginebra se elabora con las bayas del enebro.”, y casi casi adiviné por qué la tía Elena decía lo que decía.
Entonces, ya picado por la curiosidad le pedí al buscador me diera información acerca de la ginebra y encontré que la ginebra es un aguardiente de grano de maíz, centeno o cebada, que se obtiene por destilación y al final se aromatiza con bayas de enebro. ¡Ah!, el enebro aromatiza la ginebra.
Y entonces recordé que la tía Elena amaba a James Bond. Amó a todos los actores que interpretaron al agente inglés, desde el viejo Sean Connery (que consideraba el auténtico) hasta Pierce Brosnan (ya no conoció al Bond más reciente, porque la tía falleció en mil novecientos noventa y feria). Era tan fanática que, en su cartera, al lado de la imagen de la Virgen de Guadalupe y del Sagrado Corazón de Jesús, llevaba una miniatura del cartel de la película “Agente 007 contra el doctor No”.
Y digo que casi adiviné la reiteración del dicho, porque, todo mundo sabe, la bebida predilecta de James Bond es el Martini, que lleva ginebra y que en la copa adornan con una cáscara de limón.
Ahora pienso que cuando la tía decía “No todos los días hay enebro”, quería decir que no siempre se puede tener a James Bond o no siempre hay paga para tomar un Martini, porque, imagino, sólo imagino, tal bebida no es barata. La tía bebía limonada a la hora de la comida, y en el desayuno, como buena comiteca, bebía café con pan.
Jamás la vi beber una Martini, en esas copas transparentes tan bellas que se ven en las cintas del agente. No, pero sí la vi, en muchas ocasiones, sentada en el sofá de la sala, con una taza de chocolate, poner un video en la reproductora para ver, una y mil veces, las películas de Bond. Ah, la tía fue simpática y genial, como era maestra enviaba a la sirvienta a la papelería a comprar útiles escolares y siempre era enfática cuando agregaba a la lista: “Y veinte hojas tamaño carta, de papel ¡bond!”
No tenía para más. En la vida “no todos los días hay enebro.”
Ahora que te escribo hago un ejercicio memorístico, desearía recordar el sabor de la ginebra y, sobre todo, el aroma. Por más que hago el intento no logro hacerlo. Tal vez si tuviera frente a mí una botella de ginebra, la abriera y la llevara a mi nariz, podría detonar el mecanismo del recuerdo, porque nunca bebí un Martini (nunca fui James Bond) pero sí, en una ocasión, con la palomilla compramos una botella de ginebra (de la corriente, Oso Negro) y la combinamos con agua de coco, así como lo bebió Julio Cortázar cuando vino a las playas de Zihuatanejo, al lado de Carol Dunlop, en 1982.
Posdata: Pero ahora que he seguido viendo la información veo que el enebro se ha usado desde la antigüedad con fines medicinales y espirituales, y tal vez todo lo que he dicho líneas arriba es una simple y llana chaqueta mental. Tal vez la tía mencionaba el enebro por sus propiedades curativas y nos quería decir que hay días en que la salud se escurre por las alcantarillas del cuerpo. Ah, qué embrollo de enebro.
Y ahora pregunto: ¿Hay árboles de enebro en Comitán? ¿Se da en estas regiones? ¿Alguien usa las bayas de enebro para hacer ungüentos?
miércoles, 22 de abril de 2020
CARTA A MARIANA, CON UN FESTEJO
Querida Mariana: Te comparto una foto que me robé del muro de Roberto Martínez, acá está al lado del virtuoso pianista chino Lang Lang. Entiendo que la foto fue tomada hace años (no sé cuántos) en el palacio de Bellas Artes, porque Roberto (virtuoso artista, también) es un comiteco del que nos enorgullecemos, porque afina los pianos de Bellas Artes y de muchas residencias particulares. El otro día me contó que fue a una residencia en la Ciudad de México a afinar un piano y resultó que en medio de la plática salió que era comiteco, la propietaria del piano y de la residencia le dijo que ella había tenido a un alumno comiteco en la Escuela de Arquitectura, en la Universidad del Valle de México. ¿Ah, sí? ¿Quién? Se llama Alejandro Molinari. ¡Cómo, dijo Roberto, Alejandro es mi amigo! Y entonces yo, sin saberlo, me volví el hilo de coincidencia, porque, en efecto, Roberto estaba en la residencia de mi queridísima maestra Miriam. Miriam fue la maestra que más influyó en mi vida profesional; es decir, mucho del camino que ahora camino fue por la inspiración que hallé en las clases de Miriam, quien, lo digo con orgullo, actualmente es una destacada artista plástica que ha expuesto su obra en muchos países.
Ahora estoy contento. Apenas inicio la carta y ya he mencionado a tres seres humanos talentosos, ejemplares, inspiradores (bueno, cuatro, porque, como cada día, ya te mencioné a vos).
Cuando pienso o hablo de Roberto recuerdo una mesa con botanas y cervezas. Estábamos Roberto, Manolo Nucamendi y yo. Roberto, mientras comía un chicharroncito con pico de gallo, contaba que su papá, en su adolescencia, lo obligaba a ensayar el método de afinación de piano, descubierto por el maestro Mariano N. Ruiz. ¡Ah, cómo odiaba Roberto esas tardes! Las odiaba, porque a la hora que su papá (también destacadísimo pianista de nuestra ciudad) lo ponía a estudiar el método de afinación, los amigos de Roberto andaban montando bicicleta en el parque de San Sebastián, pedaleaban, el viento los despeinaba, reían, bromeaban. ¿Y Roberto? Roberto escuchando las explicaciones de su papá. Hoy, Roberto hijo es uno de los más talentosos afinadores de pianos del país y todo es por las enseñanzas de su padre. Por esto, cuando ya estábamos en la cuarta cerveza y nos habían pasado como botana las tradicionales tortillas con asiento, Roberto, con el vuelo de garza de la nostalgia, repetía a cada instante: “Pídele al tiempo que vuelva.”, decía, y todos levantábamos la cerveza y decíamos ¡salud!
Sí, en aquella plática (en el Comitán de los años ochenta), Roberto le pedía al tiempo que volviera, que volviera su padre, que regresaran aquellas tardes donde el maestro (bendito, siempre bendito), le daba los principios fundamentales de lo que ahora es su profesión.
Y si ahora hablo de Roberto, si te comparto una foto que robé de su muro, es porque hoy (¡ah, qué alegría!) es su cumpleaños. Hoy Roberto Martínez Gordillo cumple años. Él ahora está en la Ciudad de México, que es su lugar de residencia desde hace muchos años.
Si él estuviera acá celebraría su cumpleaños con una paleta de chimbo, de esas sabrosas que prepara su mamá, doña Estelita, la inventora de las paletas de chimbo; si estuviera acá, lo celebraría en compañía de sus hermanos (todos artistas, igual de talentosos que él); lo celebraría al lado de su esposa, la poeta Marvey Altuzar, y al lado de sus hijos: Sofía, chica de veintiún años que estudia Interpretación y Traducción de Idiomas, y Roberto, chico de diecinueve, quien estudia Ingeniería en Electrónica, ambos chicos igual de talentosos que sus padres.
No estás para saberlo, pero Sofía es igual que vos, es ¡una gran lectora!, pero parece que ella te lleva delantera. Ya sé, ya sé, la lectura no es competencia, pero ¿sabés cuántos libros leyó el año pasado? ¡Sesenta! Pucha, es comprensible, es una gran lectora y sólo se dedica a la actividad intelectual, acude a clases y luego va a la Cineteca y ve ciclos de cine de arte y luego lee, lee mucho. Los fines de semana se reúne con sus amigos y va al antro y baila, vive pues. Roberto, así bien orgulloso, me confió que le compró una colección completa de libros de Saramago y Sofía los leyó todos. No dejó ni una piedra por levantar en los terrenos del portugués.
Posdata: Y hoy es cumpleaños de Roberto. Lo celebra en la Ciudad de México, al lado de sus hijos, porque su esposa Marvey está en Comitán atendiendo a su mami.
Sigo contento, porque en esta carta aparecieron muchos artistas, muchos, tantos que parece una de esas tarjetas musicales que, cuando las abrías, sonaba una sonata.
Desde Comitán, su pueblo, enviamos a Roberto, una reja de papel de china, unas mañanitas en marimba, una paleta de chimbo (de las de su mamá) y un caballito de mezcal, que es una bebida que él disfruta con todos sus acordes y nervios bien afinados.
¡Salud, Roberto! Si fuera posible regresaríamos a los viejos tiempos, a los tiempos en que con tu viejo aprendías el método de afinación de un piano; a los tiempos en que yo me sentaba en un banco y escuchaba, embobado, la cátedra de Miriam. Pero, vos y yo lo sabemos, los tiempos no vuelven. El tiempo es un joven perverso que sólo nos da una probada, antes de deshacerse. ¡Ah!, pero eso sí, qué sabrosa es la paleta de la vida, qué sabroso el mezcal que resbala por la garganta y, como niño en tobogán, nos hace levantar los brazos para gritar: ¡Que viva la vida! ¡Que viva la amistad infinita! ¡Que viva el cumpleañero, orgullo de Comitán!
martes, 21 de abril de 2020
CARTA A MARIANA, CON UN CINCUENTA Y SIETE
Querida Mariana: A veces, sólo a veces, regresa a mí el juego del 57. Te cuento. En mis inicios de lector (en la secundaria) cuando compraba un libro lo abría en la página 57 y contaba las palabras hasta hallar la 57. Perdón, no he dicho la causa del juego: el juego era porque consideraba que el 57 era mi número mágico, ya que nací en 1957.
Ayer, en casa, tomé un nuevo libro del librero: “Una vida por la palabra. Entrevista con Sergio Ramírez. Prólogo de Carlos Fuentes.”, de Silvia Cherem, y lo abrí en la página 57. Recordé entonces mi juego de adolescencia. Así que con mi dedo índice de la mano derecha comencé a contar las palabras del párrafo hasta que llegué a ¡la cincuenta y siete!
Cuando jugaba en mi adolescencia, como si repitiera una oración, andaba de arriba hacia abajo, por las calles del pueblo, por el parque, por el patio de la escuela, por la cancha de básquetbol, diciendo, en voz baja, la palabra que ese día tenía señalada como la palabra mágica.
Era un juego que tenía su dosis de misterio. Al abrir el libro en la página cincuenta y siete, comenzaba a contar las palabras y pedía, con mucha fuerza, que fuera una buena palabra, porque, en una ocasión, en un libro de Poe hallé la palabra Tiniebla y pensé que esa era una palabra no propicia. Ese día, como siempre lo hacía, repetí a todas horas la palabra, pero lo hice con temor, como si al decirla invocara la tiniebla y a mí me gustaba (hasta la fecha) repetir palabras luminosas. Una vez me tocó la palabra Rosa y pensé que era una buena señal, porque, en ese tiempo, me gustaba una niña, de por el barrio de San Sebastián, que se llama Rosa (ya no la he visto en el pueblo desde hace muchos años, quién sabe dónde vive, quién sabe con quién se casó, quién sabe si tiene hijos y nietos. Quién sabe si es feliz. Desde acá, ahora, le deseo lo mejor.) Ese día caminé contento por el parque central, me senté en una de las bancas de granito y silbé. Veía cómo todos los que caminaban frente a mí me miraban y sonreían, como si ese silbido fuera algo como una contagiosa felicidad. Al final caminé rumbo a su casa, pidiendo que estuviera fuera de su casa. Y mi deseo me fue concedido, Rosa estaba en la puerta de su casa, vestía una blusa floreada, una falda azul y tenía un moño que iluminaba la trenza que le caía generosa sobre su pecho. Sonreía. Sonreía, porque platicaba con Mario, quien fue su novio toda la secundaria; es decir, toda mi prepa.
Ese día comprobé que las palabras no son buenas ni malas, porque el día que mi palabra mágica fue Tiniebla no sucedió desgracia alguna; en cambio el día de la palabra Rosa. En una ocasión me tocó una A (así solita). La respeté y, todo el día, Alejandro anduvo con la A de Arriba para Abajo,
Ayer abrí el libro de Silvia (no lo había leído. Lo compré en el viaje más reciente que hice a Tuxtla Gutiérrez, en la librería José Emilio Pacheco, de la UNACH, mi universidad, que en estos tiempos celebra su cumpleaños cuarenta y cinco. La celebro.). Puse mi índice derecho sobre la página, y como si fuera un chapulín lo hice brincar de una a otra palabra, hasta llegar a la ¡cincuenta y siete! ¡Boquilla!, esa fue la palabra. Ah, qué bonita palabra: Boquilla. Pensé en las actrices de los años sesenta, quienes fumaban cigarros con boquillas de plata. La boquilla era como una extensión que agrandaba el cigarro, que le daba personalidad. No todo mundo fumaba con boquilla, porque no todo mundo tenía el caché de una gran actriz.
Me gustó el juego, tenía tiempo que no lo jugaba. Si vos querés hacerlo te vas a divertir. Tu número mágico será el binomio final de tu año de nacimiento. No, no, no me lo digás. Lo sé. ¿1995? ¿1994? Bueno, vos sabés.
Como estoy en casa, siguiendo la recomendación de las autoridades sanitarias, anduve de arriba para abajo de la casa diciendo boquilla a cada rato. Boquilla en la cocina, en el comedor, en la sala, en el patio, en la recámara, en la sala y vuelta a comenzar. Dije: Boquilla: Quilla de la boca, y recordé que la quilla en un barco es la base que va de propa a popa y que sostiene la estructura y que se desliza por la superficie del agua y entonces disfruté el juego, porque imaginé a la boca como una canoa e imaginé que tiene propa y tiene popa y elegí la comisura izquierda de los labios como la proa y la comisura derecha como la popa y pensé que la popa es la parte trasera, y pensé en el Titanic y pensé en un mar de saliva y miré cómo en mi boca había sirenas y delfines y, como si fuese Odiseo, escuché el canto de las sirenas y debí resistir a ese llamado mágico.
Posdata: Digo que a veces, sólo a veces, vuelve a mí el juego del cincuenta y siete. Ayer volvió. Volvió cuando tomé del librero ese libro donde el escritor Nicaragüense Sergio Ramírez cuenta acerca de sus dos grandes pasiones: la literatura y la política. ¿Sabías que llegó a ser vicepresidente de Nicaragua? ¿Sabías que jugó para ser presidente de su país y no ganó más que el uno por ciento de la votación y quedó con una deuda de más de medio millón de dólares? ¿Sabías que tuvo que vender su casa para pagar algo de la deuda? ¿Sabías que Carlos Fuentes y otros amigos mexicanos le procuraron conferencias y talleres para que ganara algo de paga?
Un día se retiró de la política y ahora dedica todo su tiempo a la literatura, porque, como Carlos Fuentes dice en el prólogo: “Sergio Ramírez fue escritor, antes, durante y después de la Revolución. Sabía que los gobernantes pasan y los escritores quedan.”
Ahora, imagino, Sergio fuma la vida con boquilla, con elegancia, con donaire, con espléndida madurez.
Posdata dos: Ayer, en la tarde, entré a Cinépolisclick y renté la película “Un día lluvioso en Nueva York”, de Woody Allen, y ¿qué creés? El joven protagonista entra a una tienda de cigarros y compra… ¡Sí, compra una boquilla! ¡Qué coincidencia tan grata! Es el poder de la palabra, sin duda.
lunes, 20 de abril de 2020
CARTA A MARIANA, CON EL BALCÓN DE LA CASA DONDE NACIÓ EL POETA
Querida Mariana: Hacé de cuenta que escribo un cuento y escribo un epígrafe con el fragmento de un poema; hacé de cuenta que leo el cuento ante una audiencia, entonces, como lo hacen los escritores, digo: “Tiene un epígrafe del poeta Gustavo Ruiz Pascacio, que dice: La casa donde nació el poeta tiene la arcilla quemada de los siglos.”, y levantaría la mirada y miraría a la audiencia, como exigiendo el primer aplauso de la tarde. Un aplauso, por supuesto, que no me pertenecería a mí, sino al poeta. ¿Has visto cómo algunos escritores leen un epígrafe de Jorge Luis Borges o de Octavio Paz y sienten como si ellos fueran los autores de esas citas?
Pero no, no escribo un cuento. Lo mío es algo más sencillo, más caballo en la llanura. Lo que hago es enviarte una carta, porque quise compartir con vos esta imagen que el poeta Gustavo Ruiz Pascacio compartió en las redes sociales (¿o fue Viridiana quien la compartió?). Comparto la imagen, porque corresponde, en realidad, al balcón de la casa donde vive el poeta.
Cuando esta imagen apareció en las redes sociales, muchos amigos del poeta comentaron que era una imagen bella. Así es. Bendito el poeta y bendita su compañera que tienen la dicha de poseer este balcón que les permite ser un poco pájaros, un poco soñadores del vuelo.
Coincido con los amigos del poeta: el balcón es bello, y más con la escenografía preparada. Imagino que ahí, el poeta y su compañera, salen a desayunar, a comer, a cenar, a soñar. Los dos, una vez saciado el apetito, con ropa holgada y sandalias en los pies, deben escribir o leer o cantar o sólo (y este sólo es como decir mucho) ponerse a ver la calle.
No todo mundo tiene el privilegio de poseer un balcón en casa. ¡No! Hay muchas casas que únicamente tienen una planta (los jardines necesitan más plantas). Hay otras casas (acá lo vemos) que tienen dos o más plantas, pero no poseen balcones. La vida no les dio más que para tener ventanas. Las ventanas permiten ver la calle, pero son como pequeñas jaulas de canario. Hay que poner las manos sobre las contraventanas y sacar la cabeza. En cambio, los balcones, ¡ah, qué privilegio de peatón elevado!
La imagen es modesta, bella en su modestia. Todo está como preparado para que el poeta sueñe, para que Viridiana vuele.
La mesa, breve, es de esas mesas que se doblan. Son geniales esas mesas. Mientras están desarmadas no son más que chunches estorbosos, pero cuando con un sencillo movimiento de manos se vuelven mesas, son esta lindura que acá observamos. ¿Mirás cómo es el genio del ser humano? Con un sencillo movimiento de manos arma una mesa. Así arma autos, roperos, chifonieres, burós, escaleras, cuerdas, marimbas. ¿Dije marimbas? En la casa del poeta, recuerdo, había una marimba en la sala, en la planta baja. Cuando un visitante entraba a la casa del poeta se topaba con una marimba. La casa del poeta también contiene prodigios en la planta baja. En la planta alta, acá se ve, tiene el privilegio de poseer un balcón, para otear la calle (hacia abajo), las ventanas y azoteas vecinas (hacia el frente), y el cielo tuxtleco lleno de luz (hacia arriba). ¿Y a los lados? A los lados, las paredes que sostienen la casa del poeta, paredes donde resbalan palabras, palabras con “arcilla quemada de siglos”.
Dos sillas de plástico, plantas sembradas en modestos recipientes de plástico (acá se ve una maceta que una vez sirvió para contener pintura de agua y ahora está convertido en el corazón de la tierra para que crezca un arbolito que el poeta sabe cómo se llama. Porque el poeta nombra a los árboles, a las vigas, al aire y el desayuno que acá se ofrece).
¿Fue el poeta quien cocinó este desayuno? Casi puedo apostar por el no; casi puedo apostar que este desayuno lo preparó Viridiana, pero puedo perder la apuesta y quedarme sin la materia apostada. Y digo que fue Viridiana, porque ella es experta estudiosa de la gastronomía de estas tierras.
¿Qué desayuna el poeta? Acá hay dos platos, dos juegos de cubertería y sólo una taza de café chiapaneco (¿Toman el café de la misma taza? ¿Alguien no toma café?) Hay una botella de chile habanero y, en los platos: huevitos revueltos, frijoles y platanitos fritos.
¡Ay, querida niña! Vos desayunás lo mismo con tu novio, pero (cuando menos en tu casa) no podés hacerlo en un balconcito como éste, porque en tu casa (de una sola planta) no tenés más que ventanas que dan a la calle. Algún día debés construir un cuartito en la azotea, para que lo dotés de un balconcito, como el de la casa donde nació el poeta.
Posdata: ¡Ah, me encanta el detalle de forrar trochimoche la mesa con una cubierta plástica que imita la madera! Algunos pedazos quedaron al original y otros fueron empapelados para proteger la madera de los infaltables momentos en que se riega el café.
El poeta dice: “La casa donde nació el poeta tiene la arcilla quemada de los siglos”, yo, con palabras burdas, digo que, además, tiene un balconcito donde desayuna el poeta. En este balconcito le quita la cáscara rugosa al fruto de la vida.
sábado, 18 de abril de 2020
CARTA A MARIANA, DONDE ARI RECIBE UNA SERENATA
Querida Mariana: Ari ara aros, juega a que avienta aros al cielo, al cielo recién arado. Ari, una mañana antes de los tiempos de COVID-19, antes del llamado a permanecer en casa, caminó por las calles de Comitán y se sentó en la base de esta escultura hecha por Luis Aguilar. Se sentó y envió un mensaje a un amigo, a través del celular: “No lo vas a creer, estoy oyendo una serenata.” Sí, nadie podría creerlo. ¿Una serenata en plena mañana, con el sol potente? ¿Una serenata ejecutada por marimbistas sin bolillos? ¿Ya viste que el artista de la guayabera sólo tiene el bolillo de la mano izquierda? ¿Y el compañero? La tiene más difícil, porque carece de bolillos en ambas manos. Menos mal que el del tololoch sí tiene completo el instrumento. Los traviesos que robaron los bolillos no alcanzaron a llevarse el tololoch, porque el tololoch pesa mucho. Acá en Comitán, antes se decía que no era trabajo tocar el tololoch, sino cargarlo. Lo bueno es que quien toca la guitarra sí tiene completo el instrumento, pero acá se alcanza a ver, en el traste, carece de cuerdas. ¿Cómo dar una serenata a pleno sol y sin los aditamentos necesarios?
¡Ah, la marimba! La niña que llegó a Comitán desde Venustiano Carranza, la niña que llegó desde Guatemala, y acá la adoptamos y la hicimos nuestra madre. La madre de todos los sonidos bellos. En un cuento de Sergio Ramírez, escritor nicaragüense que ya obtuvo el Premio Cervantes, aparece un personaje que cuenta que, en los años cincuenta, a su hermano Rogelio, un día, le cortaron los bucles. Hasta la casa llegó el barbero, “que siempre viste de blanco incluyendo los zapatos”, y usó tijeras y usó una maquinilla manual para pelar al niño. Lo sorprendente viene después, el narrador dice: “todo al son de una marimba y en presencia de los invitados, niños y adultos, a los que se repartió refrescos y licores, mientras los bucles iban quedando regados a merced del viento en el piso del corredor. Así era mi padre, de todo hacía una fiesta.”
¿Mirás qué cosa más asombrosa? El papá de Rogelio pagaba marimba el día que a su hijo Rogelio le cortaban el cabello y hacía una gran fiesta. De todo hacía una fiesta. Ya dije que la escena se produce en Nicaragua, de lo contrario, cualquiera podría pensar que se daba en Comitán, porque en nuestro pueblo, de igual manera, todo lo hacemos una fiesta y hubo un tiempo, ¡maravilloso tiempo!, que todo guateque era amenizado con marimba. ¿Nació una pichita? ¡Pues ahora, vamos a bautizarla y a hacer una fiesta! Contraten a la marimba de Manuel Hijo (Manuel te hago uno, decían acá); ¿Bautizo de la niña? ¿Qué esperan? Contraten a don Límbano Vidal y a sus Águilas de Chiapas. ¡Ah, se daba un guateque de lujo! ¿Boda? Pues a regar juncia en el patio, a adornar los pilares con palmas, a poner el manteado y a echar traguito y a bailar al ritmo de la marimba de los hermanos Molina o de los hermanos Penagos o de la familia Ruiz Gordillo. Como en el cuento de Sergio Ramírez, en Comitán, de todo hacíamos una fiesta, pero con marimba. La marimba presidía los actos más relevantes, era la invitada de honor, era la reina suprema.
Esa mañana, Ari envió el mensaje y cuando le preguntaron ¿en dónde estaba? Dijo que estaba sentada en la base de la escultura “Los músicos” y que recibía una serenata. Ya podemos imaginar el rostro del destinatario del mensaje y su cara de incredulidad. Nunca, en la historia de la humanidad, un ser humano había recibido una serenata con marimba, a plena luz del día y sin bolillos, y, sin embargo, vos y yo le creemos a Ari, porque, en efecto, es posible escuchar el sonido de los ejecutantes. No sé si el ciprés y la benjamina tenían ese brillo antes que comenzara la serenata. No creo. Advierto que sobre las cabezas de los músicos hay una especie de aura que camina, que está a punto de inundar por completo a la benjamina, que tocará las manos del ciprés y a su cabello enredado.
Sí, se escuchan los acordes de la marimba y el rasgueo de la guitarra y el discreto lamento del violín y el sonsonete armonioso del tololoch. No sé cómo se da la magia, pero esa mañana, Ari recibió una serenata al mediodía.
Ahora ya no se escuchan las serenatas en Comitán. Apenas en los años setenta del siglo pasado (apenas hace cincuenta años) las muchachas recibían serenatas con marimba en sus balcones. Ahora ya no. Pero acá hay algo como una ventana de esperanza. Si Ari logró el prodigio, ¿por qué Roxy, Elena, Linda, Esperanza, Mónica y demás amigas no hacen lo mismo? El protocolo, como mirás, es muy sencillo. Basta que Eugenia, Lulú, Martha, Rocío, Catalina o Lupita se acerquen a la plaza que está frente al templo de San José y se sienten en la base de la escultura, cierren los ojos y dejen que la magia de la música inicie. Al principio, el griterío de los peatones, de los cláxones de los autos, y de los ocasionales cohetes interferirán con el caminar de la música, pero poco a poco los ruidos del entorno desaparecerán y, como acá lo presenciamos, la música llenará todo el espacio. ¿Mirás cómo en las hendijas de las piedras del murete parecen posarse, como pájaros, los acordes?
Sí, tenés razón, el ejercicio no es sencillo. Es preciso que exista una disposición a imaginar que la magia es posible. No sé vos, pero yo, acá, en esta imagen escucho que los músicos tocan bien bonito. ¿Mirás cómo el ejecutante del requinto sonríe mientras mueve los bolillos invisibles? ¿Mirás cómo el otro ejecutante mueve la cabeza de un lado hacia otro, mientras borda el tapete con sonidos?
Ya no se ve en la foto, pero hubo un momento en que Ari dejó el celular, cerró los ojos, colocó su cabeza sobre los tecomates de la marimba y dejó que la música se adueñara de su espíritu. Debió ser una experiencia inenarrable, porque el sonido no sólo fue una línea danzando en el aire, sino que fue una mano que percutía sobre la cabeza de Ari.
A final de cuentas, todos los chiapanecos, ¡todos!, tenemos el sonido de la marimba en el registro de nuestra memoria, en el registro de nuestro corazón. El muchacho ya no recuerda, pero una tarde de domingo fue de niño con sus papás al parque central de Comitán y ahí, mientras comía un algodón azul, escuchó los acordes de la marimba municipal; no recuerda, pero esa mezcla armoniosa de algodón con música en marimba se le enredó en el corazón para siempre, por esto, cuando fue a estudiar a Puebla, una tarde con amigos, donde bebían cerveza y platicaban y bailaban con sus amigas, cuando el dueño de casa puso un disco de marimba, mientras los demás chavos silbaban en señal de protesta, él se acurrucó en su nostalgia y escuchó la pieza con una emoción contenida.
Todos los chiapanecos tenemos el sonido de la marimba colgado en el patio de nuestro corazón. He visto, ¡Dios mío!, entierros donde, después de la carroza, va una camioneta de redilas que lleva una marimba y a sus ejecutantes, quienes tocan las canciones que le gustaba al difunto.
Por esto, querida mía, cuando miro camionetas de redilas en las calles de Comitán escucho los ecos del servicio que presta. Escucho el sonido que hacen mientras transitan por las calles; a veces escucho risas y silencios, ¡ah!, esa camioneta que lleva un toldo sirve para transportar personas de comunidades rurales; cuando la camioneta tiene un sonido de cristal golpeándose, sé que esa camioneta sirvió para transportar cajas con refrescos en botellas de cristal. ¿Has oído el sonido de las camionetas que llevan garrafones de agua? Es un sonido alucinante, el agua se bambolea de una pared a otra del contenedor de plástico y es como si decenas de mares estuvieran adentro de botellas. A veces, muy de vez en vez, miro una camioneta de redilas y escucho sonidos de marimba. Sin duda que esa camioneta llevó, alguna vez, la marimba de don Manuel Hijo y se estacionó frente a la casa de la novia que tendría el privilegio de escuchar la serenata del novio.
El personaje del cuento de Sergio contrataba marimba y hacía todo un guateque la mañana en que le cortaban los bucles a su hijo. Acá no hemos llegado a tanto. Por esto, la literatura es una cuerda invisible que otorga luz. ¡Reculo! ¡Doy la vuelta! Acá somos tan geniales, que nos sentamos en la base de la escultura de Luis y escuchamos un concierto de marimba, en la placidez de la tarde, mientras las chinitas buscan refugio para dormir en el ciprés de la plaza; mientras en las bancas, las parejas platican y se abrazan y se besan; mientras una pareja de novios, acompañada por decenas de invitados, entra al templo de San José para prometerse que vivirán unidos hasta que la muerte los separe.
En la plaza del arte, de San José, existe una escultura que hace la diferencia, ahí, muchos visitantes se toman la fotografía del recuerdo, porque saben que cuando regresen a sus países de origen, a la hora que muestren la fotografía a sus amigos, un sonido de selva brincará en las lianas de su memoria.
Posdata: A mí me encanta la proeza que logra el arte. Si en ese espacio no estuviese esta escultura, la magia de las serenatas diurnas no podría alcanzarse. Todo sería como un vacío.
viernes, 17 de abril de 2020
CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA DE NUESTRA REVISTA DIGITAL
Querida Mariana: Dicen que alabanza en boca propia es vituperio. La verdad es que no sé bien a bien qué significa eso de vituperio, pero entiendo que es un poco como ese dicho que dice: Lo que hace la mano izquierda que no lo sepa la derecha.
Pero acá, a riesgo de caer en pecado, digo que el número especial digital de ARENILLA-Revista está de lujo. Sí, de lujo. Sé que a nuestros lectores les gustará y lo compartirán, porque (como en todas nuestras ediciones) damos al mundo un poquito de lo mejor de Comitán y de la región.
Bueno, dirás, que estoy promete y promete y nada. No. Ya pronto estará disponible. Y este pronto significa que la próxima semana nuestro número andará volando por muchos celulares y pantallas del mundo. ¡Ah, qué bendición de estos tiempos! Estos chunches permiten que estemos comunicados, de manera instantánea. Ahora sí que haremos lo mismo que decía un famoso grupo al anunciarse: “Desde Yalchivol, ¡para el mundo!”
Sí, estará de lujo. Ya te conté que este número contiene la entrevista juguetona que respondió la gran poeta chiapaneca: Mónica Zepeda. ¡Pucha, esto ya es un botón de oro!, pero hay más, mucho más.
Lo único que ahora no diré, porque será una sorpresa para Comitán, es el nombre de la señora que engalana nuestra portada. ¡Ah, vas a ver qué bonita señora y vas a ver qué bonita historia de vida! Pero sí diré, como para abrir boca, los otros contenidos.
Como siempre están incluidos el Editorial (que ahora es un mensaje lleno de esperanza en estos tiempos difíciles), la Tiendita de doña Pifa (donde se cuenta todo lo que ella vende en su tiendita. Se parece mucho a la tienda de don Santiago, la que está en la Esquina Blanca, que es una tienda pequeña, pero que vende de todo. Era como un OXXO del siglo pasado).
¿Qué más? Enviamos un saludo a nuestros fieles lectores de Guatemala y les contamos un recuerdo de 2008, año en que Quique, Héctor, Pepe y yo viajamos a Huehuetenango, para asistir a las famosas Fiestas Julias. Ojalá que para julio de este 2020 la vida permita salir del enclaustramiento y los amigos chapines celebren este festejo, que es sensacional.
¡Ah, lo olvidaba! Te va a encantar el artículo que se llama “El top ten del top”. ¿Juego de palabras? Sí y no. Medio mundo sabe que la palabra top, en tojol-ab’al, significa culito. Por eso cuando los comitecos decimos que fulano estaba tintintop decimos que estaba con el tutís mirando para el cielo. ¿Imaginás “El top ten del top”? Ah, está genial.
Digo, perdón por la inmodestia, que nuestra edición especial está de lujo, preparada especialmente para nuestros lectores inteligentes, como vos y como tu novio (hmmm).
Otra sección nos recuerda que el Colegio Mariano N. Ruiz está celebrando setenta años de vida fructífera. Por ahora, como en todo el mundo, se ha pospuesto el acto celebratorio, pero todo el personal prepara el retorno con bombo y platillo (asimismo celebramos los cincuenta años de San Marcos y los cuarenta de la panadería La Flor de México. Recordá que el año veinte veinte es el año cuarenta de La Flor de México.) Comitán celebra la vida, siempre lo ha hecho, siempre lo seguirá haciendo, por esto, porque amamos la vida, ahora hacemos caso a las recomendaciones de las autoridades de salud y ¡permanecemos en casa!
Y nosotros, para vos y para nuestros miles de lectores, trabajamos en casa y les entregamos un número bien bonito, un número que querrá leer todo el mundo de acá y de allá.
¿Qué más? Un artículo que habla de un libro de doña Leticia Román de Becerril. Este textillo tiene la pretensión de ser un reconocimiento a esa maravillosa comiteca, quien ahora está un poco delicada de salud. Doña Lety ha sido una gran cronista de este pueblo. Con su paga mandó a publicar una serie de libros que son un legado importantísimo para nuestra identidad comiteca. Una vez alguien propuso que se le nombre Cronista Honoraria de este pueblo, honoraria, porque ahora su estado físico le impide salir a la calle, permanece en su casa, pero con lucidez y con la luz que siempre ha irradiado. La propuesta debería ser retomada. Comitán le debe un reconocimiento a doña Lety.
Y por último (recordá que los últimos serán los primeros) publicamos el cuentito del bimestre. El cuentito que siempre pedimos que los papás lean con sus hijos.
En esta temporada de encierro, grandes cuentacuentos chiapanecos comparten lecturas en redes sociales, por ahí he visto a Karly Mont, a nuestra paisana Clarita del Carmen Guillén, a Carlos Díaz Serrano (el de la Cajita Mágica), a Hugo Montaño (que hace cosas sensacionales) y a muchos más.
Nosotros hacemos lo nuestro. Carlitos, hijo de nuestro Gerente Comercial, ha invitado, en redes sociales, a que los niños lean los cuentitos que hemos publicado en nuestros números impresos (por ahí andan en versión digital).
Ahora, en este número especial, publicamos el cuentito que se llama “El espíritu bueno”. El cuentito da respuesta a la interrogante de un niño que pregunta: ¿Por qué solo los espíritus chocarreros salen a mitad de la noche? ¿Por qué solo el Cadejo, el Sombrerón y la Llorona son dueños de las leyendas? ¿No hay espíritus buenos?
Posdata: Perdón por la insistencia: el número está de lujo. No te lo podés perder. Es gratuito. Lo hacemos para todos nuestros lectores, con gran pasión, con gran entrega. Lo único que pedimos es que lo lean y lo compartan con quienes amen.
La lectura es un supremo acto de amor. Nos amemos, nos amemos de manera inteligente y cordial.
Posdata 2: Lo olvidaba. También tenemos unas pildoritas culturales que recuerdan a nuestra gran escritora: Rosario Castellanos. Digo, pues, que… ¡sí, ya, ya, tenés razón! Me callo.
Posdata 3: Decile a tus amigos que nos manden su número telefónico, por inbox, para que reciban nuestra revista. Ya, ya, ya me despido. Adiós, bonita.
jueves, 16 de abril de 2020
CARTA A MARIANA, CON HÁBITOS AUTOMÁTICOS
Querida Mariana: Me arrepentí de haberle hecho el comentario a Matías, pero ya era tarde. Matías fue hasta su escritorio, buscó en una pila de papeles y regresó con una libreta que tenía una serie de gráficas. Y comenzó a explicarme. Yo tenía prisa. Tuve que escucharlo.
¿Qué detonó todo? Mi comentario fue sencillo, le dije a Matías que nunca me había dado cuenta de las veces que los humanos nos tocamos la cara durante el día. Ahora, por las indicaciones de las autoridades sanitarias, las personas tenemos cuidado de no llevarnos las manos al rostro. Ahora, por lo mismo, he estado pendiente de no llevarme las manos a la cara, pero (¡qué barbaridad!), me he dado cuenta de que en cualquier momento una pelusita se pega en la comisura de mis labios o un pelo se estaciona en uno de mis ojos. No sólo es eso, por quién sabe qué razón, la nariz me escuece, me escuece una mejilla. ¡Padre de Dios! ¿Por qué tanto escozor? Entiendo que antes de la contingencia, me quitaba la pelusilla, hacía a un lado el pelo, me rascaba la nariz, me frotaba los ojos, sin tener conciencia plena del acto, todo era en automático.
Matías puso frente a mí la libreta y me dijo que, en esa hoja, estaba una gráfica que demostraba que los seres humanos nos rascamos, de manera inconsciente, tal cantidad de veces. La gráfica estaba dividida en hombres y mujeres. Por ejemplo, los hombres nos rascamos la cabeza más de diez veces en el día; nos frotamos los ojos, más de cuatro veces; nos rascamos el sexo dos o tres veces; nos rascamos los oídos, nueve veces al día, ¡nueve veces! Las mujeres no cantan mal las rancheras, llamó mi atención ver que las mujeres, según la estadística de Matías, se rascan dos o tres veces las axilas y una o dos veces la parte donde el sostén hace la unión de la tetita con el hombro. Matías dice que las mujeres son más discretas, pero cuando menos una vez, se rascan el órgano sexual y el ano. El dato que más me impresionó fue el siguiente: las mujeres se pasan las manos sobre las nalgas más de cinco veces durante el día, no se rascan, se soban, se acarician.
Recordé un día que estaba en una fila del cajero automático para sacar una paguita. Me tocó estar detrás de una muchacha bonita, quien, sin duda, había salido del gimnasio porque vestía un pantalón ajustado de likra (su trasero era casi perfecto, con una curvatura amable), olía a sudor, a sudor limpio. Mi lado perverso me dijo que me acercara tantito, que cerrara los ojos y que oliera, pero justo en el momento que iba a hacerlo, la chica se volvió, me vio y sonrió. Mi lado de ternura me clavó en mi lugar, yo también le sonreí. De pronto vi que ella, como si siguiera en una rutina del gimnasio, comenzó a mover sus pies como si pisara un ejército de hormigas. Vi cómo su cuello se contrajo. El movimiento se hizo más intenso, la chica froto sus piernas, una contra la otra, en repetidas ocasiones. Dios mío, pensó mi lado perverso, la chica se está orinando, y como si ella hubiera escuchado mi pensamiento, se volvió y con una sonrisa fingida me pidió si podía apartarle su lugar. Dije que sí. Ella abandonó la fila y fue a pararse en el extremo de la sala, se recargó sobre la pared y pegó su trasero. Mi lado tierno hizo que disimulara la mirada y viera hacia el frente, pero mi lado perverso obligó a mi ojo derecho a treparse en la hendija y argüendear: la chica (preciosa, de cara bien bonita) raspó sus nalgas con la pared, llevó una de sus manos a la pared y, en forma disimulada, la pasó por detrás, vi que su mano desapareció tras su trasero y vi en su rostro una luz armoniosa. Sí, supe que estaba rascándose el hoyito. Mi lado perverso dijo que cuando volviera a la fila su dedo tendría un aroma diferente. La chica abandonó la pared, caminó hacia la fila, me sonrió, dijo gracias y se dirigió al cajero automático, pues ya le tocaba su turno. La vi por detrás, la vi meter la tarjeta, digitar su nip. Ya estaba tranquila. Mi lado perverso decía que el dedo con el que digitaba era el mismo que le había servido para rascarse. Mi lado tierno me obligó a preguntarme qué le había sucedido para tener la urgencia de rascarse en tal forma.
He visto a hombres que les sucede lo mismo, pero éstos no tienen empacho en rascarse frente a todo el público. Los hombres son más groseros, más cochinos. Nunca he visto a una muchacha universitaria eructar en público, cosa que sí hacen los muchachos, lo hacen como gracia, ¡qué gracia tan asquerosa!
Matías comentó, con lujo de detalles, cómo había llegado a hacer esta investigación. Yo tenía prisa, pero él me detuvo, dijo que mi comentario simple tenía un fundamento científico. Los seres humanos no tenemos conciencia real de cuántas veces nos rascamos al día, de cuántas veces nos llevamos la mano a las comisuras de los labios, a los interiores de las narices o de los oídos, de cuántas veces nos frotamos los ojos, de cuántas veces nos rascamos los huevos.
Posdata: Ahora procuro no llevarme las manos a la cara. Si tengo una pelusa en el ojo, busco una servilleta y me limpio con ella y tiro al basurero el papel.
Me escuece todo, todo, y cuando digo todo es ¡todo! Qué raro, qué extraño. Digo que tal vez siempre ha sido así, pero no había tenido conciencia plena.
La chica del cajero era muy linda, muy bella, casi una reina, pero también muy humana, porque ella no estaba exenta de que le picara una parte hermosa de su cuerpo (esto último lo dicta mi lado tierno, pero también hay agregados de mi lado perverso. Cierro los ojos, aspiro y vuelvo a sentir su aroma a sudor limpio.)
miércoles, 15 de abril de 2020
CARTA A MARIANA, CON BENDICIONES AL POR MAYOR
Querida Mariana: Bendigo el don de ser lector, lector atento. En estos tiempos de contingencia, la lectura es una de las actividades que me infunde vida. Además de leer, pinto, dibujo, escribo. Todas estas acciones hacen que el día sea como trepar a un árbol de durazno, como volar un papalote, como meter los pies en un riachuelo de aguas tibias, como recostarme en una hamaca al lado de unos limoneros con azahar. Pero es la lectura la que me permite abrir la ventana más alta, la más extensa, la más generosa; la lectura es la cuerda que me permite ver más allá de la pared, ¡ir más allá de la pared!, salir, caminar, volar. La lectura me permite, desde la cima, mirar un viñedo o un valle donde vuela un águila, portentosa, y sentir la mano del aire que, como pájaro libre, se posa sobre mi hombro. Desde esta ventana puedo caminar por un puente sobre el Sena y sentarme en un café al aire libre en París, mientras escucho a un acordeonista tocar “La dernière valse”, mientras imagino que la canta Mireille Mathieu. Bendigo, por los siglos de los siglos, el don de la lectura. Admiro a mis amigos que poseen el don del canto, de la interpretación al piano, de escalar montañas, de disfrutar la vida alrededor de una alberca; admiro a mis amigos que montan bicicletas, que compiten en carreras de autos, que son felices detrás del mostrador de sus negocios, que beben su trago con enjundia, que cuentan anécdotas a la hora que se reúnen con amigos; admiro a mis amigos que llevan a sus pequeños nietos a hacer camping a mitad del sitio de la casa; admiro a mis amigos que, como eternos adolescentes, siguen jugando videojuegos; admiro a mis amigos de entonces que ahora se reúnen con sus amigos de hoy en los cafés del pueblo y, en medio de risas y cotilleos, ven pasar la vida sin apremios.
Pero yo bendigo, hoy y siempre, el don de la lectura, porque es la senda por donde camino a mis anchas.
Agradezco a quien corresponda la bendición que me fue otorgada. Han sido tantos y tantas, tantos los seres y tantas las horas. La tía Emelina que siempre me obsequió libros; la abuela Esperanza que me regaló estampas con figuritas de luchadores; la secretaria de mi papá que me dejaba revistas con monitos sobre el escritorio de mi papá; mi mamá Hilda que me daba dinero para comprar libros, no sólo en mi infancia y en mi adolescencia, sino también cuando estudié, ya grande, ya padre de dos niños, en la Universidad Autónoma de Chiapas; mi papá Augusto que una tarde, ¡bendita tarde!, me llamó al comedor y al lado de una torta de pierna me legó los dos tomos de “Lectura clásicas para niños”. Han sido tantos y tantas, tantos hombres y mujeres que han abonado para que este árbol hoy sea un árbol enorme, tan grande que alcanza a tocar con sus ramas las faldas de los cerros, el redondel del cielo, la línea luminosa del universo. Han sido tantas las ansias, tantas las ganas de vuelo, tantas las horas colocadas, como monedas, en el cochinito para los tiempos de horas flacas.
Bendiciones a los que inventaron el abecedario, a quienes lograron el prodigio de la imprenta, a quienes, con sus ojos cansados, pero firmes, escribieron millones de hojas que, como espejos de otoño, caen sobre los ladrillos de mi casa.
Bendigo a Orhan, a Julio (Julito), a Rosario, a Mónica, a Gabo, a Mario, a Sergio, a Elena, a Pablo y también a Pedro; bendigo a la mano que me permite dar vuelta al libro, a los ojos que me permiten ir más allá de mi cuarto, más allá de esta mesa donde hay cuadernos y hojas y plumas y libros. Bendigo al que soy, al que he sido, al que seré, por siempre, para siempre. Bendigo a todos los que aman el fútbol, a los que gozan con el tenis, a los que van a la costa y trepan a yates de competencia; bendigo a quienes surfean, a quienes bajan las montañas heladas en esquí.
Pero, bendigo más a quienes son como yo, a los que, no en la tribuna, no en el concierto, no en la cancha, no en la plaza, sino en el espacio mínimo de la sala, con una lámpara encendida, abren la ventana más prodigiosa, y forman parte de esa multitud que vuela desde una estancia modesta.
Posdata: Y bendigo el instante en que te conocí, el instante en que nos reconocimos como rama del mismo árbol, como nube del mismo cielo. Bendigo a todos los lectores que buscan la lectura completa que siempre alienta Goran Petrovich.
Y bendigo al árbol de durazno, al mango que pelás, al jocote que curtís, a la tostada que molés para hacer polvo juan, al listón que amarra tu cabello, al edredón que acaricia tu cuerpo, al gato que juega con vos, al pájaro que se posa en el dintel de la ventana, a la nube que se descuelga en el patio de tu casa y se deshace en lluvia; bendigo a la flor del tenocté que está en tu sitio y en su sitio, al libro, ¡el libro!, que besa tus manos, las manos que te sirven para jugar los naipes, que te sirven para bañar tu cuerpo; las manos que te peinan, las que te dan de comer en tu boca, las que abren la puerta, las que te rascan, las que te sirven para decir adiós y para recibir el abrazo de tu novio. Bendigo el instante que ahora pasa como gato entre las piernas, el instante en que despertás y abrís los ojos y con ellos abrís la posibilidad del vuelo en el supremo abismo del libro. Bendigo cada momento, cada vaso de agua, cada palabra, cada deseo.
martes, 14 de abril de 2020
CARTA A MARIANA, DONDE APARECEN VARIAS JOYAS
Querida Mariana: ¿Sabías que Ricardo Gómez Herrera es joyero? ¡No! Ni siquiera sabés quién es Ricardo. Bueno, te daré un dato, sólo un dato, que ayudará a ubicarlo (más o menos). Hijas de Ricardo son las propietarias del Café Pillangó. Sí, el café bien bonito que está ubicado donde fueron las oficinas y la refaccionaria de don Ulises Gordillo, empresario exitoso, que, entre otras iniciativas, puso en servicio el primer autobús urbano, el famoso “Tostonero”, así lo llamaban los comitecos, porque el coste del pasaje era “un tostón”; es decir, cincuenta centavos.
¿Ya fuiste con tu novio a tomar un café en el Pillangó? ¿No? Ah, pues, cuando termine esta cuarentena (tardará un poco, pero, primero Dios, pasará) no dudés en ir. Es un ambiente muy acogedor, sabroso.
Bueno, pero del café, que es una joya de la gastronomía mundial, paso a otra joya, la que trabaja Ricardo, Ricardo es joyero, y de los buenos. En las redes sociales tiene una página donde aparece el catálogo de sus obras. Trabaja los metales y las piedras semipreciosas con gran precisión.
¿Por qué te cuento esto?, estarás preguntando ahora. Bueno, esto que cuento sale porque Ricardo y yo somos ex alumnos de la Escuela Primaria Matías de Córdova.
¿Y? Bueno, disculpá, pero para los que tenemos sesenta y más reconocernos de pronto en los otros es como vernos en un espejo sublime.
El otro día, Ricardo me escribió en inbox y dijo que cursó el quinto y el sexto grado en la Matías, sus maestros fueron el maestro Juanito, en quinto, y el maestro Luis Vila, en sexto. Perdón, mi niña, pero me emocionó la mención de estos nombres, porque ambos maestros también fueron mis maestros. Y cuando digo mis maestros pienso que Ricardo dice lo mismo: fueron mis maestros. Este posesivo es muy importante, porque es la cuerda que jala la memoria. Nos hemos apropiado de dos personajes, los hemos hecho nuestros. El maestro Juanito ya no vive. Él fue papá de quien hoy es una gran poeta: Mirtha Luz. Por fortuna, el maestro Luis vive y está en perfectas condiciones físicas y mentales. Hace dos o tres años, nos reunimos los compañeros de generación y él estuvo conviviendo con nosotros.
Ricardo recuerda a Alex Bonifaz como su compañero y a Roberto Gutiérrez Dávila. Alex es de una generación posterior a la mía.
Pero, digo que me emociona reconocerme en la historia de Ricardo. Cuando mencionó que habíamos estudiado en la misma escuela, escuché la bulla de todos los muchachitos a la hora que tocaban la campana para receso y bajábamos en tropel por las escaleras para ir a comprar a la tiendita. Yo compraba diez galletas ckackets y una coca cola chica. En ese tiempo era la combinación ideal. Yo daba una mordida a la galletita redonda y tomaba un sorbo de la coquita, mientras veía a los compañeros que jugaban básquetbol en la cancha. Cuando Ricardo mencionó el nombre de nuestra escuela recordé cómo quince o veinte minutos antes del receso pasaba el auto con altavoz que, con la voz de Ricardo Saborío, daba a conocer la cartelera del día de los cines Comitán y Montebello. Yo dejaba de poner atención a lo que el maestro explicaba en el pizarrón y escuchaba lo que Saborío decía, porque, en la tarde, pediría dinero a mi mamá para ir al cine. Se escuchaba la voz de Saborío: “Fantástico estreno de “Doce del patíbulo”. Un alto mando del ejército estadounidense selecciona y entrena a 12 criminales peligrosos para hacer una incursión en una fortaleza nazi”, y terminaba así: “Con las soberbias actuaciones de Lee Marvin y de Charles Bronson”, y luego daba el horario e insistía que todo era “Permanencia voluntaria”. A mí, este carrito me llenaba de alegría, porque ya estaba cercano el toque de campana para el recreo y porque alimentaba mi gusto por el cine.
No sé bien a bien en dónde vive ahora Ricardo, parece que vive en Querétaro. No lo sé con certeza. Pero sus hijas optaron por regresar al terruño y abrieron el Café Pillangó.
Lo que sí sé es que Ricardo es joyero, y de los buenos. Me encanta saber que se dedica a hacer joyas. ¿Mirás qué profesión tan llena de deslumbres? Ricardo hace joyas. No sé si él fue como yo: “una joyita” en la escuela. Los maestros decían así cuando tenían alumnos no muy estudiosos y traviesos. Hubo muchas “joyitas” en la Matías. Sin duda que en estos tiempos aún los hay. En todas las escuelas hay “joyitas”.
Posdata: Pero como Ricardo me dijo, no sólo nos une haber estudiado en la misma escuela primaria. Él, igual que yo, tiene el privilegio de poder entrar a la casa donde pasó su infancia. Te conté el otro día que yo crecí en una casa que hoy es estacionamiento (frente al Súper del Centro), por lo que puedo entrar sin mayor problema. La casa donde Ricardo vivió, ahora es una tienda (Chacharilandia), así que, de igual manera, cuando viaja a Comitán, entra a su casa y revisa el techo y recuerda en dónde estaba su recámara y pepena hilos luminosos de su historia.
Ahora, Ricardo hace joyas. Yo pergeño textillos, que pretenden, algún día, ser tan luminosos como las obras que él diseña.
lunes, 13 de abril de 2020
CARTA A MARIANA, CON LETRAS DE UNA POETA
Querida Mariana: ¿Ya te conté que preparamos una edición digital especial de ARENILLA-Revista? El equipo de Arenilla está en casa y trabaja para sus lectores, sus miles de lectores. Ahora, por la contingencia, no podemos repartir la edición impresa, pero, gracias a estos chunches cibernéticos, sí podemos entregar un número que tendrá contenidos impresionantes. No te lo podés perder. ¡No! Tenés que pedir tu pdf. Es gratuito. Y no te lo podés perder, porque en este número digital viene una entrevista (una Arenilla) con la poeta Mónica Zepeda. Sí, Mónica aceptó jugar y respondió las diez preguntas juguetonas. Mónica, vos sabés, es una de las voces más diáfanas de la nueva poesía chiapaneca, está llamada a ser una de las voces mayores de la poesía de Hispanoamérica, y ella, juega y comparte el juego, y nosotros, bien chentos, lo compartimos con nuestros miles de lectores.
Ahora que escribo esto recuerdo que el juego de las diez preguntas juguetonas ha sido respondido por, ¡uf!, decenas y decenas de amigos intelectuales de Chiapas y de México. ¡Qué digo de México, también de otros países! Hay una Arenilla con Paco Nadal, quien escribe regularmente en El País, periódico conocidísimo de España y, asimismo, colabora en el National Geographic.
Los amigos son generosos y aceptan el juego y se divierten, se divierten mucho y nosotros, los lectores, disfrutamos el vuelo de su pensamiento. Vos sabés que la entrevista Arenilla lanza preguntas inéditas, por lo que las respuestas son sorprendentes, porque la mente toma caminos insólitos. ¡Ah, qué deslumbre de palabra!
Y Mónica dijo que sí y jugó. Ahí está la voz de una poeta, jugando con las palabras. A final de cuentas, los verdaderos poetas no hacen más que jugar con la palabra, no hacen otra cosa que dignificar a la palabra. Los poetas, los verdaderos poetas (como Mónica), construyen estructuras de aire y soplan y en ese soplo les dan vuelo, les dan vida eterna.
Sí, las Arenillas han sido respondidas por muchos poetas, grandes poetas: Carmen Boullosa, Jorge Esquinca, Marirrós Bonifaz, Óscar Wong, Roberto López Moreno, Balam Rodrigo, Gustavo Ruiz Pascacio, Natalia Toledo (sí, la hija del gran Francisco Toledo), Mario Escobar, Mirtha Luz Pérez Robledo, Arbey Rivera, Luis Daniel Pulido y muchos más. La lista es grande, tan grande como el talento y la buena disposición.
Siempre que lanzo una Arenilla (que es especial para el entrevistado) imagino al jugador, sentado en el piso, con una limonada con hielos (que sorbe de vez en vez), con muchos cubos de madera que coloca hasta lograr una estructura inédita, jamás construida. El juego tiene mucho de divino, tiene la esencia del acto creativo.
¿Te suena el nombre de Raymundo Zenteno? ¿El de José Martínez Torres? ¿El de Enrique García Cuéllar? ¿El de Mónica Lavín? ¿El de Solmarena Torres? ¿El de Miriam Libhaber? Miriam fue mi maestra en la facultad de arquitectura, en la UVM, a fines de los años setenta y ahora ella es una gran artista plástica que ha expuesto su obra en muchos países del mundo. Raymundo (todo mundo lo sabe) es el genial productor del programa radiofónico Radiombligo; Martínez Torres es uno de los grandes narradores del país (fue becario del Centro Mexicano de Escritores y es Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos. Tengo el orgullo de decir que fue mi maestro en la carrera de literatura, en la UNACH, que fue mi jefe y que es mi amigo.) Enrique García Cuéllar es uno de los más importantes comunicólogos (uy, qué palabra) de Chiapas; Mónica Lavín, gran novelista mexicana; Solmarena es, actualmente, directora del Centro Cultural Jaime Sabines, de Tuxtla.
¿Mirás cuánto talento? Por ahí también aparece la entrevista de un estupendo todólogo, Arcadio Acevedo, columnista, monero, artista plástico, narrador y no sé cuántas gracias más. Asimismo, aparece una entrevista con Marco Antonio Besares, entrevista que me hizo el honor de replicar en su libro más reciente “Mi vida rial en las palabras”.
El juego ha sido emocionante, lo seguirá siendo. Bueno, con decirte que, además de entrevistas con Amín Guillén, Omar Ruiz Gordillo, Cuauhtémoc Alcázar y Rosa Hortensia Aguilar, hay una Arenilla con doña Lolita Albores, sí, nuestra hermosa cronista comiteca, recordada por siempre, jugó un día y nos legó su pensamiento juguetón.
Posdata: Por eso digo que no podés perder la lectura de esta edición especial digital que estamos preparando. ¡No! Tiene contenidos muy interesantes. Digo que tenemos la Arenilla que respondió Mónica Zepeda, orgullo de la tierra orgullo de mi papá: San Cristóbal de Las Casas. ¿Conocés a algún amigo que pueda interesarse por esta revista digital? Pasame su número telefónico en inbox, para que, en cuanto esté listo, le pasemos este número extraordinario, donde podrá leer las respuestas luminosas y juguetonas de Mónica. ¡Hasta entonces!
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