sábado, 4 de julio de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN BUSTO HECHO DE AIRE




Querida Mariana: Debemos reconocer que Luis posee el prodigio en su mirada, en sus manos y en su espíritu. Luis hace que el bronce, ¡el bronce!, sea tan liviano como una nube. Sus obras, pesadas, desafían la ley de la gravedad y parecen tan livianas, como si estuvieran hechas con hilos de aire.
Muchas de sus obras contienen ventanas por donde el aire brinca la cuerda y danza.
Acá está una obra que ya es parte de nuestra imagen urbana cotidiana. El otro día comenté, en un video dedicado a Rosario Castellanos, que muchos visitantes y turistas aprovechan el busto modelado por Luis para tomarse la foto del recuerdo.
Hablo, por supuesto de Luis Aguilar Castañeda, el escultor comiteco más reconocido. Hemos platicado, vos y yo, cómo fueron los inicios de Luis en el terreno de la creación, la semilla germinó viendo lo que sucedía a su alrededor en el patio de su casa, en el mostrador de madera del tendejón, en la calle empedrada, en el jardín de la casa de sus padres, en el patio iluminado de las escuelas. Fue en clases de modelado, con el maestro Güero (amigo íntimo de Rosario Castellanos), donde Luis hizo sus primeros pinitos, en plastilina y en barro, barro de Los Zanjones.
Todo lo que vemos, lo que tocamos, lo que oímos, lo que sentimos, nos lo han dicho los que saben, es motivo de creación y de recreación. La máxima musa del arte es la vida, la vida de todos los días.
La obra de Luis que está contra esquina del palacio municipal, obra que obtuvo un premio en Japón, es la representación (genial) de dos sencillas canasteras, mujeres que, a diario, viajan a Comitán desde sus comunidades rurales para ofrecer lo que cosechan en sus sitios: chile siete caldos, tzolitos, ejotes, chayotíos, flores de cempasúchil, tortillas hechas a mano, hojas de momón (la bendita hoja santa) y acelga y rábanos y perejil y cilantro y la hierba buena.
La creación y recreación de Luis rindió un homenaje permanente a esas mujeres sencillas, trabajadoras, honestas y humildes que han contribuido al desarrollo de nuestra cultura popular.
Luis, de niño, a la hora que jugaba en el patio de la casa de sus padres, a la hora que, con la mano, hacía avanzar un carrito de plástico, escuchaba la voz que entraba por el zaguán, por la puerta siempre abierta: “¿Va’sté a mercar chayotíos?”, era la voz de una canastera que visitaba con frecuencia la casa de Luis. La mamá de Luis salía de la cocina, limpiándose las manos en el mandil, y saludaba a la mujer que bajaba su canasto, quitaba la manta limpísima, bordada, y mostraba los chayotes recién cortados, frescos. Esa imagen, repetida una y otra vez, quedó impresa en la mente y en el corazón de Luis y un día, ya siendo el gran escultor que es, en su estudio, concibió la imagen en cera y luego en bronce y, tiempo después, dicha obra (“Día marcado”) mereció el premio en Japón. ¿Mirás? ¡En Japón! En el lejano Oriente, fue embajador de la cultura comiteca, de algo de lo mejor de nosotros.
Y luego, Luis hizo el busto de Jaime Sabines, el gran poeta de Chiapas; busto que está en la explanada del centro cultural que lleva el nombre del poeta que regaló a Comitán el poema ¿Cómo puede decirse un amanecer en Comitán? Fue cuando, una tarde, Luis, escultor, de manos prodigiosas, pensó: ¿Y Rosario? Fue algo así como pensar: Ya le hice el busto al poeta de Tuxtla, ¿cuándo le hago el busto a la poeta de Comitán? ¿Qué hacer? Buscar un archivo con retratos de la escritora comiteca. ¿En dónde? Luis pensó en el hijo de Rosario, Gabriel, y fue a la casa que habitó la poeta, en la avenida Madereros, frente al bosque de Chapultepec. Rebeca Orozco, quien escribió una excelente biografía novelada de Rosario Castellanos, dice que la casa donde vivió Rosario era una “amplia casa de tres pisos”; y el artista gráfico Pedro Friedeberg recuerda que la avenida Madereros era “una subida muy inclinada” que luego cambió de nombre y se llamó Constituyentes. A esa casa, ya en la avenida Constituyentes, llegó Luis, a ver a Gabriel. Necesitaba fotografías de su madre, para pepenar los rasgos físicos esenciales y modelar el busto. En el momento que Luis llega a la casa de Rosario Castellanos, la misma sirve como oficina de Guerra Castellanos y Asociados, empresa fundada por Gabriel, hijo de Rosario y del filósofo Ricardo Guerra.
Luis cuenta que llegó a la casa de Constituyentes y fue atendido por una secretaria, quien le dijo que dejara su petición y volviera días después para tener la respuesta. Luis salió de la casa y miró hacia el frente, hacia el bosque que tantas veces acunó la mirada de Rosario (Luis dice que sí, recuerda que la casa era de tres pisos, y en ese momento estaba pintada en color beige, con acentos en café).
Cuando, días después, Luis regresó, la secretaria le dijo que Gabriel había respondido en forma positiva a su petición y le entregó un folder con copias de excelente calidad, de fotografías de Rosario Castellanos. Lo que Luis necesitaba lo tenía ya entre sus manos. Le bastó llegar a su casa, poner, como barajas, las copias sobre la mesa para comenzar a pepenar los detalles del rostro de Rosario, gajos del espíritu que siempre flotan en los retratos de los seres humanos. La mirada, esa mirada que recogió tantos verdes de Chapultepec, la sonrisa que era como una línea de vuelo de colibrí, y las cejas, que eran dos altivas alas de aguiluchos en vuelo.
Esa casa de tres pisos, que fue el nido donde Rosario acunó sus sueños y sus pesadillas, ya no existe. Fue demolida, como demolida la casa de Insurgentes donde ella nació. Los restos mortales de Rosario Castellanos reposan en La Rotonda de Las Personas Ilustres. ¿Sabés en qué avenida está la puerta principal de La Rotonda? Sí, en Avenida Constituyentes. La escritora reposa cerca, muy cerca, de la casa donde vivió. Los ahuehuetes de Chapultepec la abrazan, es el chal de su espíritu.
Y Luis, como dice el dicho, puso “manos a la obra”, modeló los trazos principales, abrió las ventanas por donde juega el aire y dejó lista la pieza. Luego (ah, el largo calvario de los artistas) comenzó a tocar puertas para mostrar la obra, para decir que era importante que dicho busto estuviera en Comitán y, después de un tiempo, y tocando las puertas correctas, logró su cometido, que la monumental obra en bronce estuviera en la tierra de la escritora, en el corazón del pueblo, en una esquina del parque central, en la esquina que domina.
Dejá que te cuente, por qué digo que es la esquina que domina. En los años setenta, una mañana, mi mamá y yo íbamos en el auto de mi tío Samuel, quien nos llevaba al aeropuerto de la Ciudad de México, para volver a Chiapas. Por no recuerdo qué situación habíamos salido tarde de su casa, donde nos daba hospedaje. Conducía rápido. Puso la radio y sintonizó la estación XEQK, que daba la hora cada minuto. Fue más dramático, porque en cuanto nos deteníamos tantito por la fila interminable de autos, el locutor anunciaba: Son las siete con dos minutos, y un minuto después, son las siete con tres minutos. Yo, para evitar la cuerda del nerviosismo, me puse a escuchar los anuncios que intercalaban y que eran una prueba maravillosa del talento de los publicistas de aquel tiempo. Escuché un anuncio que se hizo muy famoso (bueno, todos eran muy famosos, por su brevedad y por su contundencia): “De Sonora a Yucatán, se usan sombreros Tardán.”, y era cierto, porque mi papá contaba que varios de sus amigos usaban sombreros de esa marca. Otro anuncio fue el genial que decía: “No hay cuervo que no sea negro, ni tequila que no sea Cuervo.” ¿Mirás, niña? Este anuncio es de una calidad literaria fantástica. No hay cuervo que no sea negro, ni tequila que no sea Cuervo. Ah, una rima asonante genial; una frase concluyente, casi irrefutable. Ahora, hay mil marcas de tequilas, pero en aquel tiempo todo mundo tomaba tequilas de la marca Cuervo. Y luego, ya casi cerca del aeropuerto, ya con los nervios hasta arriba de la cima del Everest, porque estábamos a punto de perder el vuelo, en la radio apareció el anuncio: “Para muebles ni hablar, sólo Baltazar. La esquina que domina, Aldama y Mina.” Acá sí estaba la rima exacta, que hacía que el anuncio se pegara como con cera cantul en la mente de los escuchas. La esquina que domina, Aldama y Mina. Jamás se me olvidó. Para no dejar inconclusa la anécdota diré que llegamos a tiempo, mi tío se estacionó frente a la entrada principal, con mi mamá corrimos con las maletas en la mano, llegamos al mostrador de la aerolínea y recibimos los pases. Diez minutos después ya estábamos sentados en nuestros asientos, yo miraba a través de la ventanilla del avión la pista donde llegaban y salían los aviones, mientras, en mi mente, volvían los anuncios de la Hora del Observatorio, misma de Haste, Haste, la Hora de México.
Y te cuento esto, porque el busto de Rosario Castellanos que modeló el gran Luis Aguilar Castañeda está colocado, desde agosto de 2011, en la esquina que domina. El día de la inauguración estuvieron presentes el autor de la obra, el presidente municipal de Comitán en ese momento (contador público José Antonio Aguilar Meza), muchas personalidades de la comunidad y dos amigos íntimos de Rosario Castellanos, los poetas Óscar Bonifaz y Dolores Castro.
Y digo que es la esquina que domina, porque el busto de Rosario está frente al icónico Teatro de la Ciudad. En un pueblo donde abundan los lugares luminosos, este espacio contiene dos relevantes símbolos del pueblo. El busto de Rosario y el Teatro de la Ciudad están colocados en “La esquina que domina, del espíritu ¡la mina!”
Posdata: Cuando leí lo que dijo el artista plástico Pedro Friedeberg algo como una mariposa aleteó frente a mi mirada, Rosario vivió, en la Ciudad de México, en la Avenida Madereros (hoy Constituyentes) y era una “subida muy inclinada”. Ah, el destino le puso a Rosario esa avenida inclinada para que no olvidara a su Comitán, el Comitán que mi hijo Fernando, cuando era niño, definía así: “subidas y bajadas y un viento de la chingada.”, lo decía con su voz tierna, con la gracia del chiquitío que dice una malcriadeza sin tener mucha conciencia de lo dicho.
Luis bautizó a su obra con un título lleno de aire: “El cielo es el límite.”