martes, 21 de julio de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN GAJO DE ESPERANZA




Querida Mariana: ¡Qué tiempos! ¡Qué tiempos nos tocó vivir! Lucía dice que su abuela, quien nació en Polonia, le contaba historias de la Segunda Guerra Mundial, y una tarde que tomaban té en la terraza de su departamento, a la hora que se ocultaba el sol, dijo: “Para mi padre no volvió a nacer el sol.”, y agregó que, en la guerra, a muchas vidas, miles, les habían robado sus sueños. No sólo de los muertos, sino, de manera brutal, a los sobrevivientes.
La abuela siempre dijo que a su padre no le tocaba morir, platicaba que todo había sido como si él, tranquilo, estuviera viendo el mar desde un acantilado y alguien, en forma bestial, llegó a toda carrera y lo aventó, sin una razón válida, sin conocerlo, sin que su padre lo hubiera ofendido en algún momento.
Siempre, en los momentos más oscuros de su pensamiento, cuestionaba a su Dios, le preguntaba ¿por qué se había dado eso?, y decía que en la guerra el destino de su padre se había modificado por un absurdo acto humano, donde Dios no había tenido la misericordia de evitarlo.
Ahora, Lucía dice que en el mundo sucede algo similar, el mundo está metido en una fatídica guerra. Lucía insiste, como insistía en decir su abuela, que muchas personas están muriendo antes de tiempo.
Si el bisabuelo de Lucía no hubiera sido obligado a ir a la guerra, aseguraba la abuela, hubiera vivido con ella más tiempo; habría presenciado muchas veces el nacimiento del sol; habría cultivado más nabos, leído más novelas del siglo XVIII, que tanto le gustaban; habría escuchado sus discos con música de Mozart; habría reunido más tardes a los hijos para contarles cuentos infantiles polacos.
Óscar Bonifaz, en un documental que filmó Zarape Films, cuenta que a su papá, en una leva ilegal, se lo llevaron para la Revolución, siendo muy joven, casi un niño, tenía catorce años. Por supuesto, la mamá quedó muy afligida y lloraba mucho. Una vecina salió de su casa y le preguntó por qué lloraba, y la abuela del maestro Óscar le dijo que se habían llevado a su hijo a la Revolución; entonces, la vecina, para mitigar la aflicción, le dijo que no se preocupara: “Los hombres tiran las balas, pero Dios las reparte.”, y la abuela de Bonifaz respondió: “Sí, pero me lo llevaron donde están repartiendo.”
El papá de Bonifaz salió ileso y volvió a Comitán, pero al bisabuelo de Lucía le tocó una de las balas que estaban repartiendo.
Ahora, en esta contingencia mundial, Lucía dice que es como si a todo el mundo lo hubieran enviado a la guerra. La maestra María Elena dice que es una guerra donde los seres humanos no tenemos fusil para defendernos.
Al inicio de la pandemia, en Italia apareció una leyenda que decía: “A nuestros abuelos les pidieron que fueran a la guerra, a nosotros, sólo nos están pidiendo que nos quedemos en casa.” Pero el virus es tan agresivo que, como misil, se mete en muchos domicilios. Hay cientos de casos registrados de personas que han permanecido en el interior de sus casas y que han seguido todas las medidas de precaución, y, sin embargo, se han contagiado.
Por el covid-19 han muerto miles y miles en el mundo. ¿Todas estas personas ya tenían predestinado morir de esta forma? Lucía dice que no, que muchos estaban como estaba su bisabuelo, en la orilla de una cima, viendo el atardecer, a los pájaros en busca de refugio, recibiendo el beso del aire, cuando algo (así lo dice, algo) llegó en forma violenta y los empujó al vacío. Nada malo hacían, sólo respetaban la naturaleza, la vida, y sin embargo…
¡Qué tiempos! ¡Qué tiempos nos tocó vivir!
Posdata: Sin advertirlo, nos vimos envuelto en una redada infernal que nos aventó al campo de batalla; el campo es yermo, oscuro. Por el momento, el único resguardo posible es no subir a la montaña, ver los amaneceres desde los patios de las casas, aunque sea apenas a través de una mínima ventana. Hay que agradecer a Dios que aún vemos nacer el sol; hay que agradecer a Dios porque nos aleja de la repartición de las balas. ¡Salud, niña, salud!