miércoles, 22 de julio de 2020

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL PASADO NOS ALCANZÓ





Querida Mariana: La película “Volver al futuro” es simpática. A mí me gusta el juego que el título hace con el tiempo. ¿Puede volverse al futuro? En el plano de la realidad real ¡es imposible! Volvemos al pasado, pero sólo en la imaginación. Quien visualiza el futuro no lo hace de regreso, sino en viaje de ida.
Hubo un tiempo que los mayores aseguraron que “Todo tiempo pasado fue mejor”, muchos no lo creyeron, argumentaron que cada época tenía su singularidad, su lado bueno y su lado positivo. Pero, ahora, a partir de la pandemia, nadie puede dudar que “Todo tiempo pasado fue mejor”, incluso el pasado más reciente.
Ustedes, los jóvenes, saben, por primera vez, que los mayores no hablan de los años en que fueron jóvenes, en que no había Internet, ni celulares, ¡no!, ahora, todo mundo habla de lo que sucedió apenas hace seis o siete meses.
Nadie podrá objetar que la vida de hace ocho meses fue mejor que la vida actual. Hace apenas ocho meses celebrábamos la navidad en todo el mundo, incluso en países donde no se festeja el nacimiento de Cristo.
En Comitán, como todos los años, días antes de la celebración, miles de personas fueron a las tiendas y compraron regalos para los hijos, para los papás, para los abuelos o para la pareja (muchos, desde noviembre, hicieron sus compras en línea, para tener a tiempo los lectores digitales o los sintetizadores de lujo o los juguetes sexuales que disfrutaron con su pareja, convirtiendo así la noche buena en una buena noche); fueron a las vinaterías y compraron cervezas y botellas de ron o de güisqui para el festejo con los familiares o con amigos; llenaron la cocina con ollas y charolas, y en la estufa y en los hornos aparecieron los aromas de los guisos tradicionales; el tío imprudente salió al patio y preparó los triques y cuetes para encenderlos a media noche; acudieron al templo para celebrar al niño motivo principal de la celebración; colocaron el arbolito y el nacimiento en una esquina de la sala; adornaron el frente de la casa y el patio principal con series de foquitos que derramaron miles de luces en cascada; dieron unas monedas a los menesterosos que, a la salida del templo, pedían un poco de misericordia, para que ellos también tuvieran una feliz navidad. Todo mundo esperó la llegada de la media noche y se abrazó y repartió los regalos. Los niños, con emoción, rasgaron las envolturas, abrieron las cajas y brincaron de emoción, enseñando a todos los celulares que Santa Clos les había dejado. En las casas más modestas, el festejo fue similar, la cena, las bebidas y los regalos fueron más sencillos, pero, también, fueron llenos de alegría, de sonrisas, de besos y de abrazos.
Esto fue, apenas, hace ocho meses. Ocho meses, como decir: Tiempos a la vuelta de la esquina, y ahora, con nostalgia, revuelta con pesar, todo mundo ya dice que esos tiempos fueron mejores que los actuales. Los jóvenes, ahora, igual que los viejos, también dicen que los tiempos pasados fueron mejores. Porque el presente no posee la libertad del pasado. ¿Cómo volver al futuro, si es imposible regresar a la placidez del pasado?
Jamás imaginé que jóvenes y viejos coincidiéramos. La historia demuestra que los jóvenes y los viejos están colocados en polos extremos, los jóvenes piensan que los viejos vivimos tiempos secos, mientras ustedes viven tiempos frescos. ¡Y mirá ahora! La historia nos colocó en un mismo plano temporal. Viejos y jóvenes decimos: “Todo tiempo pasado fue mejor.” Ustedes, pata de chucho, por antonomasia, ahora (igual que nosotros) deben extremar precauciones. ¿En dónde se extraviaron los saludos de beso? ¿En dónde quedaron los abrazos que les daban a la abuela, en el día de cumpleaños? ¿En dónde los fajes robados con las parejas?
Posdata: Vos sabés que soy muy de casa, que soy escaso, casi no me doy con la gente. Es algún resabio de complejo infantil. Soy muy issh, dirían en Comitán, en cuanto a relaciones sociales. No me gusta que me saluden de beso, con trabajo, mucho trabajo, doy la mano. No obstante, extraño las salidas al parque central de nuestro pueblo, extraño levantar la mano y saludar al amigo que está sentado en una mesa del café, extraño sentarme en una banca del parque, abrir un libro y leer y mirar a los zanates y observar a las muchachas bonitas que, como palomas orgullosas, pasaban frente a mí moviendo sus brazos y las demás partecitas de sus cuerpos. Extraño a los que hoy extraño de más; extraño pararme frente a las multitudes que gozaban la vida y no se molestaban por la cercanía que no pasaba de un olor desagradable o de un empujón alebrestado. Ah, qué jodido tener qué admitir que los tiempos pasados fueron mejores. Siempre pensamos que el presente era el motivo principal de la vida. No el futuro, impredecible, ni el pasado, irrecuperable. El presente, este momento, el único que poseemos. Ahora tenemos que atesorar este instante, olvidar lo que vivimos antes y pensar que el futuro nos alcanzó y que debemos reinventarlo, no al deseo nuestro, sino a la forma que adquiere.
Como dice el cantante argentino Fito Páez, quien le ha hallado buen tono a la vida, esta situación no será para siempre, Fito dice: “Siempre que llovió, ¡paró!” Nadie dirá: “Todo tiempo pasado fue mejor”. ¡No! El futuro, ¡seguro!, será mejor que este presente, que, para entonces, será pasado. Así lo pedimos, así lo deseamos. Parará. Fito dice que “Siempre que llovió, ¡paró!”