lunes, 27 de julio de 2020
CARTA A MARIANA, DESDE UN ÁRBOL
Querida Mariana: ¿Vos sabés quién es Pete Nelson? ¿No? Bueno, resulta que este señor se dedica a una actividad que algún comiteco debería imitar. Don Pete tiene una empresa que construye casas en los árboles. ¿Lo imaginás?
Todo mundo, de chiquitío, tuvo el sueño de tener una casa sobre un árbol. Algunos privilegiados lograron que sus papás, junto con los tíos, les hicieran una casita arriba del árbol de ceiba que estaba sembrado en el sitio de la casa.
Don Pete llevó este sueño al plano profesional. Gente con paga lo contrata para hacer realidad ese sueño infantil. Lo que don Pete hace rebasa cualquier idea, entrega casas sensacionales. Los dueños se fascinan con la realización, suben por escaleras y se maravillan con las terrazas, con las recámaras, con las salas. ¡Son unas verdaderas casas! Suben y desde ahí miran el bosque, beben el aire y se sienten pájaros.
¿Cómo me enteré de este proyecto? El otro día me topé en la televisión con el programa y me lo eché completito. Desde que los dueños le dijeron todas sus necesidades y gustos, hasta que don Pete (después de días de talacha intensa) llevó a los propietarios con los ojos cerrados y, frente a la obra, les pidió que abrieran los ojos y admiraran su sueño hecho realidad.
El día que vi el programa, una pareja de amantes del teatro le pidió a don Pete construyera una casa en el árbol que tuviera un escenario. Don Pete hizo una casa bellísima, con una terraza y una sala con un escenario para representar pequeñas obras con pocos actores. Los propietarios quedaron fascinados. Acá te paso la fotografía que logré tomar de ese espacio. ¿Miras qué bonito? Sus cortinas, una mesa con dos sillas (como parte de la escenografía) y al fondo un librero, con libros y dos o tres objetos decorativos. Esa parte de la casa del árbol tiene un estrado, para que los actores estén en altito. Es fácil imaginar una velada inolvidable, donde los amigos de la pareja amante del teatro suben por una escalera al lado de ramas, entran y se sientan sobre cojines en el piso y se divierten como niños con la representación.
Digo que algún compa comiteco debería imitar la profesión de don Pete, acá, en el pueblo, hay grandes artesanos, excelentes carpinteros, personas con mucha imaginación y capacidad para el diseño. Ah, sería un éxito esa empresa.
Don Pete cuenta con un grupo de expertos en construcción y diseño. En el equipo existe una muchacha bonita que se encarga de todo el decorado, ella elige qué muebles, qué cortinajes, qué lámparas y todos los demás chunches que le dan el toque especial a cada casa del árbol.
Como ves, los propietarios gastan su paguita, se pagan su gusto, un gusto que viene desde la infancia. ¿Imaginás una casita así en el sitio de tu domicilio? Ah, ya estoy imaginando la divertida que te darías estando ahí con tu novio.
Pero ahora te contaré otra cosa que me sorprendió ese día. La diseñadora llegó y comenzó a colocar los libros en los libreros. Si ponés atención verás que los libros están colocados con las hojas al frente; es decir, no están bien colocados. Los libros no presentan el lomo, para ver los títulos y los autores, como es usual. ¡No! Acá llegó la muchacha bonita y con cuidado, eso sí, acomodó los libros con las hojas al frente, de tal suerte que quien se acerque a dicho librero no sabrá de qué títulos se trata. Pensé que la muchacha era una ignorante o una descuidada. Luego pensé que había que darle el reconocimiento por inaugurar la primera biblioteca con los libros alrevesados. Ya más tranquilo, pensé que todo era como un juego (arriba del árbol se vale olvidarse del mundo terrenal). El lector normal se acerca a un librero y comienza a leer títulos y autores, hace un escaneo rapidísimo, se detiene en algún título o autor que le llama la atención y lo toma y lo hojea. En esta biblioteca de la casa del árbol no es posible mantener una actitud normal. Uno se acerca y no sabe de qué libros se tratan. Lo único que se ve son columnas de hojas. Es preciso tomar cada libro, sacarlo y darle la vuelta para enterarse del título y del autor. ¡Ah, qué juego tan entretenido! La ignorancia y descuido de la chica propicia que en la casa del árbol haya un juego infinito con posibilidades infinitas.
Posdata: Sí, querida Mariana, me gustaría tener una casa en el árbol, pero no una casa improvisada hecha con costera. No, me gustaría una casita como las que hace don Pete, profesional, con paga, pues. Las casitas que él hace cuentan con sanitarios. No me preguntés adónde van los desechos. Te digo que don Pete es un profesional. Nada de baño con cuch joceador. ¡No! Baños ecológicos, como el que tiene la casa de mi amigo Crispín, allá en Las Margaritas. Baño higiénico, sin malos olores, que no gasta agua.
Sí, me gustaría una casita en el árbol, pero primero, como decía Antolino, necesito conseguir el árbol.