sábado, 11 de julio de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN RECUERDO




Querida Mariana: Difundo videos en redes sociales. Hago una serie de cápsulas dedicada a doña Lolita Albores, cronista vitalicia de Comitán. Es sencillo lo que hago: Comparto fragmentos de textos escritos por ella en su libro “Así te recuerdo Comitán”.
¡Ah, no imaginás cuántas personas preguntan dónde pueden conseguir el libro! Muchas personas están interesadas en el libro. Entiendo que es inconseguible, porque están agotadas las dos ediciones que ella mandó a hacer.
Por esto, porque ahora el libro es inconseguible, comparto fragmentos en video, para que más gente conozca el contenido y más personas sepan cómo era el Comitán que ella recordaba a la perfección, porque, lo he dicho mil veces, doña Lolita tenía una memoria prodigiosa y poseía el don de la trasmisión oral. A veces, su redacción es nebulosa, en la lectura que hago me trabo tantito, porque una palabra no está en el lugar que le corresponde, o se adelantó o se atrasó o, traviesa, quiso encaramarse. Su editor de muchos años, Xavier González, quien publicó sus crónicas en el Boletín ImaginARTE a Comitán, hizo una labor de verdadero corrector a la hora de pasar en limpio sus trabajos. Pero, sí reconocemos el trabajo dedicado que ella realizó en favor de Comitán. Sus méritos son muchísimos. Recuerdo que ella, en la estación de radio local, se presentaba a fines de año, para leer las efemérides. Ella, con amorosa pasión, consignaba los sucesos más representativos ocurridos en el año y luego los compartía con la audiencia de la radio. Asimismo (ya lo dije), ella publicaba en el Boletín las crónicas. Fue, sin duda, una cronista muy leída, porque el Boletín llegaba a muchos hogares de nuestro pueblo. Y escribía libros (el que comento ahora) y dos de chistes. Sí, chistes, porque ella era muy graciosa, muy simpática. Siempre, en las reuniones, contaba alguna anécdota que hacía que medio mundo se botara de la risa. Por eso he dicho (también muchas veces) que cuando me invitaban a una reunión, al llegar al salón o al patio central de la casa, patio regado con juncia fresca, lo primero que hacía era ver si por ahí andaba doña Lolita y si así era acercaba una silla plegadiza de madera, saludaba a todos y me sentaba atrás de doña Lolita, quien sonreía al verme. Como has de imaginar, mi posición era muy incómoda (yo lo sabía), así que no faltaba el alma caritativa que, con todo el coraje contenido, decía: Pero no estés ahí, a ver, acá te hacemos un huequito; y movía la silla y le pedía al que estaba sentado al lado que se hiciera un poquito más allá y yo, ni tardo ni perezoso, movía mi silla y quedaba sentado a dos lugares de donde estaba sentada doña Lolita y así no me perdía ninguna de sus anécdotas, ninguno de sus chistes, ninguno de sus recuerdos. Lo que yo hacía era lo mismo que hacía medio mundo. Medio mundo gozaba la compañía de nuestra cronista y de su carcajada de río desbocado, río que mojaba las orillas de nuestros corazones.
Porque su libro “Así te recuerdo Comitán” es inconseguible es que me he dado a la tarea (muy satisfactoria) de leer fragmentos para que las nuevas generaciones conozcan al Comitán de sus abuelos, para que identifiquen las ramas del tronco enormísimo del que proceden.
El ejemplar que poseo corresponde al año de 1986 y tiene una portada en color sepia con letras plateadas (hubo otra edición con una portada en tono azul deslavado). La fotografía en sepia es la de la calle que baja y luego sube, con dirección al templo de Guadalupe, cuyo campanario y nave techada se ven al fondo. La fotografía es muy decidora de la identidad. Ya dije que es una bajada y una subida y muestra un caserío en medio de árboles que crecen en los sitios. Al lado de la calle hay pedazos de banquetas y muretes de piedras que están amontonados. La figura principal es el de una mujer que camina a mitad de la calle (¡ay, padre, nadie lo haría en estos tiempos!) La foto debió ser tomada antes del mediodía, por la sombra que proyectan las casas sobre la calle y la sombra de la mujer que camina, enfundada en el tradicional chal. La mujer que camina solitaria es de una belleza indescriptible, camina con un paso soberbio, tranquilo, sosegado; camina justo a la mitad de la calle, por una angosta vereda que está marcada por las llantas de las carretas que por ahí pasaban. Si uno ve con atención la fotografía puede sentir el calorcito tibio de una mañana comiteca, el rumor del viento al despeinar las frondas de los árboles (de jocote, de lima, de limón, de naranja agria, de chulul -¡ah, tan sabroso el chulul!-, y de pinos). Nada interrumpe el caminar discreto de esa mujer que camina solitaria, dueña de ese espacio (más allá, como media cuadra más adelante, casi al inicio de la subida, caminan dos hombres.) Hay una gran armonía en la imagen. Todas las casas están techadas con tejas, con tejas hechas en Yalchivol. Las bardas tienen los característicos remates triangulares y algunas casas ostentan sobre las puertas de entrada los techitos de tejamanil, de dos aguas que, vistos de perfil, eran como cruces, con el infaltable letrero de “Viva Cristo Rey.”
El libro abre con el contenido que, como en botica gastronómica, tiene textos de chile, dulce y manteca, ya que doña Lolita entrevera crónicas como las de bodas celebradas en el año de 1925 y en el año de 1985 y muchos recuerdos más, al lado de textos rimados que ella escribió a la avenida donde estaba su casa, su amada quinta avenida.
En la página siguiente está la dedicatoria, donde explica a la perfección el motivo de la publicación. Ahí queda consignado mucho del carácter y personalidad de nuestra autora. Dice que es un libro sencillo. ¿Mirás, qué humildad, qué acto tan noble? Dice que su única pretensión es “hacer recordar a los paisanos y a los que en años anteriores vivieron en Comitán, cómo eran nuestras ferias, costumbres y creencias y cómo fueron cambiando.” Le faltó pensar en el porvenir, decir que su libro serviría (como lo está haciendo) para que las generaciones que vendrían después tuvieran elementos para reafirmar la identidad.
Y en el último párrafo de la dedicatoria escribe un texto que ya se volvió clásico: “Comitán de Las Flores, Comitán de Domínguez, Comitán clima de Dios, Comitán de Los Tomates, tomate una, tomate dos; tierra de fiebres, de ollas y de hoyos; de vientos encontrados; de bolos y bravucones; tierra de Dios y de María Santísima.”
¿Por qué somos como somos? Porque nuestra esencia está contenida en lo que de manera puntual sintetizó doña Lolita. Lo de Comitán de Los Tomates es una genialidad. ¿Y por qué se llama así? Ah, porque acá decimos tomate una, tomate dos… y cele el que deje algo.
Digo pues que acá, ya en la presentación tan sencilla, queda demostrado el carácter de doña Lolita, ella, mera comiteca, tenía la chispa que poseen los nacidos en esta tierra de Dios y de María Santísima (recordá que estamos hablando de años donde la religión católica era la única que tronaba sus chicharrones en el pueblo. En estos tiempos, doña Lolita, de la misma forma en que escribió el texto “Del zacate a la gasolina”, escribiría un texto titulado: “De los mochos católicos a las muchas sectas.”)
Muchos de los textos publicados tienen ilustraciones del Comitán antiguo, copias de esas postales que aún siguen circulando y que nos hablan de un pueblo que ha perdido mucho de su traza urbana que le daba identidad. Por ejemplo, el texto “Feria de San Caralampio” está ilustrado con una fotografía tomada desde la esquina de la Calle del Resbalón, donde se ve el templo al fondo, pero, justo al borde inferior de la puerta aparece, sobre la calle, un tablero de básquetbol. Esto quiere decir que los pileños, en las tardes, llegaban a jugar un veintiuno en la placita que queda entre las casas y los chorros de La Pila. En la fotografía del libro vemos a un burrero con un patache de burritos que llevan en sus lomos los característicos barriles llenos de agua. Ahora esta imagen es inalcanzable. Ahora, la gente (cuando escasea mucho el agua) baja con sus autos (sustitutos de los burros) y llenan sus ánforas de plástico (sustitutas de los barriles).
Por eso, muchas personas que ven y escuchan las cápsulas que comparto en las redes sociales, me preguntan dónde pueden conseguir el libro “Así te recuerdo Comitán”. Es inconseguible, quienes poseen un ejemplar son benditos.
Posdata: Pero a veces pienso que, en estos tiempos de chunches electrónicos, sería muy fácil que alguien, ducho en papalotes cibernéticos, digitalizara el libro y lo compartiera con medio mundo. A veces lo pienso y digo: ¿Quién hará la caridad? Pero luego pienso en los derechos de autor y pienso que, tal vez, la familia no autorizara dicha publicación digital; pero cuando veo que un compa subió a Youtube los discos malcriados de doña Lolita, sin ninguna pretensión pecuniaria, sólo por el gusto de compartir con los demás la riqueza de nuestro lenguaje y de nuestras costumbres y medio mundo está agradecido con dicha acción, pienso que, de igual manera, alguien debe digitalizar el libro y ponerlo a disposición del mundo. Sería un homenaje merecido a la memoria de doña Lolita, quien jamás pensó en enriquecerse con el producto de la venta del libro. Su libro lo escribió, como ella lo dijo, “para que recuerden cómo se vivía un año en esta tierra de las que tantas cosas se dicen, de su clima, de sus gentes, de nuestra manera de hablar.”