viernes, 22 de abril de 2022
CARTA A MARIANA, CON ALAS
Querida Mariana: ya ni te digo, sé que ya sabés qué dijo Pau cuando vio esto en el cielo. Su manita señaló y Pau dijo: “¡mirá, tío, mirá!, un ala extraviada”. Al principio pensé en un ángel. Tal vez flotaba y nosotros no apreciamos que el ángel estaba en proceso de transformación y el resto de su “cuerpo” era invisible, como regularmente sucede. Tuvimos el privilegio de ver cómo un ala se materializó, como si el ángel sacara la mano y nos saludara, nos dijera que estaba ahí, que viéramos el prodigio, el milagro.
Recordé el cuento de García Márquez donde un ángel cae en un lodazal; también recordé la película de Win Wenders. ¡Ah, es genial la imagen donde el ángel, materializado, está sentado en el hombro de una escultura de otro ángel, el de la victoria! Sólo los genios tienen la capacidad de ver un poco más allá de lo que vemos los sencillos seres de carne y hueso, con capacidades limitadas.
Hace tiempo preparé una plática que analizaría el tema de los ángeles en la literatura. Hacía un repaso de algunos escritores que han colocado ángeles en textos literarios. María de los Ángeles (pues, sí, su nombre la bendijo) sostiene que los ángeles siempre aparecen para dar buenas nuevas y pone como ejemplo a Gabriel, que se le apareció a María para darle la noticia de que sería madre de Jesús, sin haber sido tocada por hombre alguno, por intervención del Espíritu Santo. La iconografía católica nos presenta un ángel bellísimo, lleno de luz.
Mi mamá (católica de toda la vida) me enseñó de niño que no debía preocuparme, ahí estaba ella para cuidarme, ahí estaba mi papá, y cuando ellos estaban ocupados en los trajines diarios, mi mamá en la tienda de sombreros y mi papá en la corresponsalía del banco, alguien me protegía. ¿Quién era ese espíritu protector? Ah, pues el ángel de mi guarda. Sí, decía mi mamá, cada criaturita tiene un angelito que lo cuida y protege las veinticuatro horas del día, todos los días del año.
La pregunta que me hice ya siendo mayor fue la que ahora vos te hacés: ¿en qué momento el angelito de la guarda de cada uno nos echa su bendición y nos suelta? ¿A qué hora desaparece y se va a otra parte? ¿Por qué este angelito fabuloso sólo cuida a las criaturas y no a las personas mayores también?
Todas las noches me hincaba ya a punto de meterme a la cama y seguía la voz de mi mamá que decía: “ángel de mi guarda, mi dulce compañía…” Me encantaba esa parte inicial: ángel de mi guarda, sí, era sólo para mí, cada niño tenía su propio angelito. No sé el de los demás, pero el mío era especial, con el cabello rizado y las alas doradas, pachoncitas, de artista de cine. Todo el día estaba a mi lado. Nunca necesité amigos imaginarios. ¿Para qué simples mortales? Yo tenía a mi lado a un angelito, que por ser divino me protegía de todas las injusticias del mundo.
A veces, a la hora que el compañero maldoso de la escuela me daba un puntapié, miraba a mi angelito y le pedía auxilio, pero la patada me obligaba a sobarme la pierna, en medio del llanto. Ah, qué dolor tan grande. Abusivo. Veía a mi ángel y le pedía que me defendiera, que él hiciera lo mismo, que le diera un patadón celestial y lo mandara muy lejos, lejos. Pero luego entendía que mi ángel no era un ser violento, al contrario, era un ser iluminado, una isla de paz. El dolor cedía, era la manita del ángel de mi guarda que me confortaba.
Una tarde, acompañé al tío Eulogio para sembrar un arbolito en el sitio de la casa, mientras él abría el agujero, vi una fila de hormiguitas y uno de esos bichitos que llamamos palomitas. Las hormiguitas iban de un lado para otro, en el acarreo de hojitas verdes, la palomita caminó por una hoja seca y luego voló. Pensé que las hormiguitas eran estupendos animalitos, pero no tenían la capacidad maravillosa de la palomita; vi a mi tío, quien, como hormiguita, trabajaba afanoso, pensé lo mismo, el tío, con toda su fortaleza y sapiencia nada tenía que hacer frente al más frágil de los ángeles. En ese momento pensé (no me preguntés cómo se dio la asociación, así me sucede) en Santo, el enmascarado de plata, quien vencía a mujeres lobo y a extraterrestres, pero que quedaba desvalido ante ese héroe norteamericano llamado Superman. Superman estaba a la altura de la palomita y de los ángeles.
Posdata: Pau señaló el ala y supe que un ángel nos enviaba buenas nuevas; pensé en el ángel de mi guarda de la niñez. ¿Era él? ¿Volvía para decirme que todo estaba bien, porque él seguía ahí?