lunes, 4 de abril de 2022

CARTA A MARIANA, CON NOMBRES LUMINOSOS

Querida Mariana: cuentan que existe un pueblo donde un muchacho se llama Agapito. Su mamá lo quería llamar Elías y su hermano mayor, Agapando, proponía bautizarlo con el nombre de Agachado. Pero prevaleció la idea del papá, que, por cierto, se llama Agasajo. De niño lo molestaban mucho en la escuela: Agasajo, carota de tasajo. Ah, cómo sufría. Buscó con vehemencia alguna rima para contrarrestar a los molestosos. Una tarde, cuando en el parque alguien le dijo: ¡carota de tasajo!, él respondió, en forma vehemente: “Agarrá mi badajo” y se puso la mano en su entrepierna. Todos rieron. Él sonrió satisfecho, porque el otro quedó callado. Al día siguiente, el molestoso ya no le dijo carota de tasajo, desde el segundo nivel de la escuela le gritó para que todo mundo lo escuchara en el patio: ¡Agasajo, carota de badajo! Y como dice el dicho: el que por su gusto se muere ¡que lo entierren parado! A partir de ese día, todos le gritaban: Agasajo, ¡carota de badajo! Pero una mañana, el maestro Luis llamó al molestoso y frente a todo el grupo le exigió que definiera badajo. El molestoso que se llamaba Armando, que le decían Armando broncas, se puso colorado y dijo: “yo no sé, el que lo dijo fue Agasajo”. El maestro, que ya tenía todo preparado, mostró una lámina donde estaba una campana y dijo a sus alumnos: “Badajo es esta pieza que al moverse y golpear las paredes de la campana hace ese sonido que escuchamos todas las mañanas. Sin esta pieza la gente no escucharía ese sonido y no acudiría a misa. A ver, levanten la mano todos los que tengan abuelitas y mamás que van a misa a la hora que escuchan el sonido de la campana”. Y la mayoría levantó la mano, incluidos Armando broncas y Agasajo. El maestro atacó en forma directa: “He escuchado que a Agasajo le dicen que tienen cara de badajo”. El silencio dominó el aula. El maestro siguió: “¿Qué le dicen a Agasajo cuando le dicen eso? Le dicen que tiene un rostro luminoso, porque toca las campanas que alegran nuestras mañanas. Bendito nombre que tiene Agasajo, es un agasajo escuchar sus sonidos”. Todos siguieron haciendo silencio. Agasajo, del color rojo subido por vergüenza, pasó a un rojo emocionado de orgullo. A partir de ese momento, nadie más molestó a Agasajo. Cuando Agasajo creció, no fueron los muchachos los que jugaron con su nombre, sino las muchachas. ¿Te llamás Agasajo? ¿De verdad? De verdad, contestaba él, y las chicas se repasaban la lengua por los labios. Agasajo se volvió muy popular entre las chicas y él hizo todo lo posible para hacer honor a su nombre. Por eso, cuando nació el hijo menor dijo que se llamaría Agapito, porque el tambor y el pito son los dos instrumentos musicales que alegran el espíritu del pueblo. El día del bautizo de Agapito, la familia invitó a decenas de amigos y familiares a un festejo que hizo honor al nombre del papá. Agasajo dio un donativo generoso al párroco del templo, a la hora en que el chiquitío recibió el agua, el sacristán bajó el brazo y los campaneros echaron a vuelo la llamada dobladora y otras dos chiquitías de sonido bien agudo. A la entrada de la finca, donde se sirvió la comida, un grupo de piteros, conformado por cincuenta integrantes, dio la bienvenida y deseó suerte al nuevo cristiano. Posdata: un amigo, cuando Agasajo tenía treinta y dos años y ya había nacido Agapando, le preguntó por qué su papá le había puesto el nombre de Agasajo. “¡Ah, si yo te contara!”, dijo Agasajo. Pues eso es lo que te estoy pidiendo, dijo el amigo, contame. Y Agasajo le dijo que, como en muchos casos en la historia del Registro Civil, fue por una equivocación. Agasajo, en realidad, se iba a llamar como su papá: Sigfrido, pero cuando estuvieron en la mesa de registro, al momento que el juez preguntó cómo se llamaría el niño, el papá, en voz baja, dijo: Sigfrido, pero el compadre Aristeo, que estaba a su lado y platicaba con Herlinda, dijo en voz más alta: Agasajo. El juez anotó el nombre que escuchó y así quedó registrado. Sí, dijo el amigo, pero por qué Aristeo dijo Agasajo. Ah, porque Herlinda le dijo que había preparado frijoles con pata, para la comida, y él, emocionado, relamiéndose, dijo: ¡Agasajo!