sábado, 9 de abril de 2022

CARTA A MARIANA, CON PASAJES SENSACIONALES

Querida Mariana: anexo una fotografía del famoso Pasaje Morales, de Comitán. Antes de la pandemia lo recorría sólo por placer. Entraba por esta puerta, llegaba al fondo, media vuelta y volvía a salir por el lugar donde entré. ¿Mirás mi juego? No es exclusivo, conozco a muchos amigos que lo hacen, por gusto. No se trata de recorrerlo porque vas a otro lugar, ¡no!, se trata simplemente de disfrutar el espacio. Y si digo que hay muchas personas que se fascinan con los pasajes, debo (perdón) mencionar de nuevo a Julio Cortázar, mi querido escritor argentino, quien falleció en 1984, en París, lugar donde residió desde mil novecientos cincuenta y tantos. Julio se fascinó con los pasajes, los de su natal Buenos Aires y los de París. Ya he contado en varias ocasiones ese cuento fantástico sensacional (“El otro cielo”), donde el personaje, por la magia literaria de Julio, entra en un pasaje de Buenos Aires y aparece en un pasaje de París. El pasaje le permite no sólo ir del punto a al punto b, sino que le permite pasar de un espacio temporal a otro, el personaje entra en un pasaje argentino y aparece en un pasaje francés, pero además, qué genialidad, aparece en un tiempo diferente. El juego literario de Cortázar rebasa con mucho el juego que hacemos las personas que recorremos pasajes sólo por placer. El juego, parece, es entrar y salir por el mismo acceso. Hay algo especial en este juego. El pasaje, casi por definición, sirve para ir de un lado a otro. ¿Qué sucede con las personas que no salen por el otro acceso? El personaje de Julio (se intuye) debe salir por el mismo espacio donde entró para regresar a Buenos Aires. Sin duda que la magia del cuento se echaría a perder si el personaje avanzara y saliera por la otra puerta del Pasaje francés. La magia está en entrar y salir por el mismo espacio. Esto que digo es como alterar la vocación del pasaje, porque, todo mundo sabe, el pasaje sirve para ir de un lado a otro. Los urbanistas idearon los pasajes para ir del punto a al punto b. Entrar por el punto a y salir por el punto b. Esto es un recorrido tradicional, lógico; pero hay personas que se rebelan a seguir la lógica. En los inicios, el Pasaje Morales se construyó para brindar servicio habitacional, había viviendas, en ambos lados, y el pasaje era el acceso común, un poco como ahora funcionan las privadas en los fraccionamientos. En las privadas existe una calle que da acceso a todos los propietarios de las diversas casas. En lugar de autos, en el pasaje transitaban peatones. A lo lejos recuerdo, siendo niño, una fiesta para grandes en una de las viviendas del pasaje, un pequeño zaguán y, asimismo, un pequeño patio donde había una marimba y sillas de madera donde estaban los invitados. Ya te platiqué que mis papás se pararon a bailar, nunca los había visto hacer eso, comencé a llorar, quería evitar que ellos bailaran. Quién sabe qué complejos ya cargaba desde entonces. Casi podría decirse que el Pasaje Morales cambió su vocación cuando tiraron la llamada Manzana de la Discordia. Muchos propietarios que se quedaron sin un local comercial buscaron espacios cercanos al parque central. Don Rafa Morales vendió las fracciones y varias personas compraron un pedacito para habilitarlo como local comercial. Mi mamá, que tenía la tienda de estambres en el edificio Yannini, adquirió un pedazo del Pasaje y ahí siguió con su negocio, que fue conocido como Tienda de Estambres El Gato, porque era una de las marcas que vendía. Ya también, en varias ocasiones, te he contado que don Rafa, quien tenía un buen humor me decía que pasaba a la tienda y le preguntaba a mi papá: don Augusto, ¿tiene usted bolas de estambre? No, don Rafita, si tuviera yo bolas de estambre, mi hijo fuera de peluche (la que vendía peluches era doña Martita de Ruiz, que tenía una tienda con regalos). Cuando don Rafa me lo contaba se botaba de la risa, y yo con él. Por algún problema físico, a don Rafa le amputaron una pierna y él bromeaba con eso: mira, Alejandro, no puedo ser presidente municipal, porque no puedo meter la pata. Y se botaba de la risa, y yo con él. A partir de entonces, el Pasaje Morales cambió de vocación. Si ahora caminás por ahí verás que la mayoría de locales son comerciales, hay loncherías, cafés, perfumerías, artículos para deportistas, venta de boletos de avión, una estación de radio, oficina contable, cibercafé, tienda de ropa para niños. Tal vez el local que rescató la vocación original es un hotel que ahí existe. ¡Un hotel! Jamás habría imaginado que alguien abriera un hotel en ese espacio breve. El prodigio de la arquitectura comiteca logró que ahí exista un espacio para descanso de visitantes. Es el único lugar, digo yo, que se sigue usando como vivienda, de ahí en fuera, todos los demás locales abren a las ocho o nueve de la mañana, algunos cierran a la hora de la comida, abren a las cuatro y cierran a las ocho o nueve de la noche. Los domingos, muchos de esos negocios permanecen cerrados. Pero en los años sesenta todos esos espacios eran viviendas. El otro día, en un Platicatorio que tuve con Carlos Gordillo Domínguez, me contó que él, como vivía casi enfrente (en la manzana que tumbaron), al fondo del negocio de sus papás, “Novedades Cecilia”, usaba este espacio como su pista de entrenamiento. ¿Podés imaginarlo? Bueno, hacé un ejercicio de imaginación: mirá la foto que anexo, como la tomé el 7 de abril de 2022, a las ocho y media de la mañana, está casi desierto; así estaba en los años sesenta, cuando Carlos fue niño (nació en 1959), así que salía de su casa, cruzaba la calle, entraba al Pasaje y se dedicaba a practicar la carrera de cien metros, más o menos, la meta estaba en ambos accesos, corría y al llegar a la salida, abría los brazos en señal de triunfo, trotaba tantito y luego hacía el recorrido contrario, la meta estaba en esta entrada. Carlos confió en ese Platicatorio que de niño quería ser deportista de grande, en forma profesional, le encantaba practicar el deporte. En su casa, Carlos no tenía patio, ¡no! En la parte de enfrente, sus papás tenían la tienda de ropa y ellos vivían en las habitaciones interiores. Pero, ¿cuál era el problema? Carlos tenía su pista de atletismo exclusiva, cortesía de don Rafa Morales. A nadie molestaba. Los vecinos del Pasaje lo conocían y dejaban que él entrenara todas las tardes. Carlos fue afortunado. En estos tiempos es difícil que alguien realice tal actividad. A mí me encanta este espacio. Digo que antes de la pandemia me gustaba recorrerlo sin salir por el otro extremo. Entraba por este acceso del parque, caminaba, disfrutaba ese embudo que nunca resulta asfixiante, y, al llegar al final daba media vuelta. Hacía casi lo mismo que Carlos, y digo casi, porque él practicaba la carrera y yo practicaba mi pasito tun tun de una persona de sesenta y más, mucho más. Mi caminata era sosegada, tranquila. Este paso permite observar quiénes caminan por el pasaje con prisa y quiénes lo hacen en forma apacible. Hay muchas personas que usan el Pasaje para acortar distancias. Como mi mamá tuvo ahí su negocio, cuando regresaba de la Ciudad de México, siendo estudiante universitario, pasaba varias horas ahí. Me gustaba pararme en la entrada del pequeño negocio para ver el movimiento que ahí se daba. Años después, mi Paty y yo pusimos una librería (Educal) y un expendio de revistas y periódicos. Tuvimos de vecino al doctor veterinario Ismael Sánchez Crócker (que en paz descanse). La mamá de Ismael, doña Mary, tuvo también su negocio en otro local, la Relojería y Joyería Sánchez. Como siempre, falta el recuento preciso de esto que, a vuelo de pájaro, te cuento. ¿Imaginás cuántos testimonios de vida reunidos en torno a este brevísimo espacio, pero lleno de savia? Mi amigo el doctor Jorge Antonio Ruiz sigue con su consultorio dental; ya no está el despacho contable del contador Trujillo (que en paz descanse), ni el laboratorio de mi primo Reynaldo Bermúdez. Tampoco existen ya la papelería del señor Crócker ni la zapatería de doña Elvita de Luengo. No he dicho que, al lado de la tienda de mi mamá, estuvo la dulcería “La italiana”, de doña Irene García. Ah, los chimbos, las obleas, los nuégados. Ah, las tabletas de manía. Los que ahí teníamos un negocio formábamos una comunidad cercana, cuando no había clientes, era común hallarnos en las puertas de los negocios y ahí platicábamos los sucesos del día y nos enterábamos de uno que otro chisme. Ismael en su puerta, mi Paty en otra y doña Elvita enfrente, compartiendo el instante. Llegaba una señora con su niña para comprar zapatos y doña Elvita entraba a su local; aparecía una muchacha con un perrito salchicha en brazos, y el doctor veterinario lo atendía; un señor entraba a comprar la Sensacional de Traileros y Paty cobraba. Hoy los integrantes de esa comunidad son otras personas (los huéspedes del hotel son ocasionales; sin embargo, algo de ese espacio los toca para siempre). Cuando tomé la fotografía pensé en ellos, los vi llegar a las nueve de la mañana, abrir su negocio para esperar la llegada de los clientes. Esto es un pasaje de vida. Posdata: cuando en 1994 ocurrió el movimiento zapatista mi mamá seguía con el negocio de los estambres. El ejército acordonó el área y, durante varios días, muchos, mi mamá no pudo atender su negocio (lo mismo ocurrió con los vecinos). Pensé en eso cuando apareció la pandemia y, de nuevo, un suceso externo impidió que los comerciantes pudieran trabajar. Tiempos difíciles. Me dio gusto ver el Pasaje esa mañana de 2022. Supe que, gracias a Dios, más tarde, llegarían a abrir los negocios y el Pasaje Morales volvería a cobrar vida. ¡Ah, la pista de entrenamiento exclusiva de Carlos! Si en lugar de estudiar economía en la UNAM, Carlos se hubiera dedicado a ser deportista profesional ¡habría alcanzado logros a nivel internacional! La placa diría: “El Campeón Carlos Gordillo tuvo acá sus entrenamientos iniciales”. Genial