sábado, 2 de abril de 2022

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA DEL COMITÁN QUE CONTÓ DOÑA LOLITA (segunda parte)

Querida Mariana: Doña Lolita Albores publicó crónicas en el Boletín Imaginarte. Los editores: Xavier González Alonso y Lourdes De la Vega Román, cedieron permisos para que la Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar publicara el libro digital “Crónicas de doña Lolita Albores, de 1996 a 2002“, que está disponible para todo mundo en forma gratuita. Vos entrás a Internet y podés bajarlo en tu dispositivo y gozar su lectura. En la primera parte de esta serie de cartas te dije que en su crónica “Así es Comitán”, habla de cómo era nuestra ciudad en 1948. ¡Mirá! ¡Mitad del siglo XX! Ya llovió. En mi primera carta copié un cachito que dice: “Hasta el año de 1948 Comitán era una ciudad llena de tradiciones, con costumbres religiosas muy arraigadas, tranquilo por las noches”. Ya comentamos esos tres rasgos. Ahora compartiré con vos otro cachito y si lo ves bien, lo comentamos. Dice doña Lolita: “Casi toda la gente se conocía y se visitaban, se ayudaban en sus mutuas penas y alegrías, y se puede decir que era como una gran familia que gozaba con sus ferias, fiestas de cumpleaños, bodas, bautizos y paseos de campo los domingos; vacaciones en las fincas y ranchitos o temporadas en tiempos de cosecha o de marcar animales, las hierras tan llenas de alegría, moliendas”. Así era el Comitán de 1948. Dice doña Lolita que “casi toda la gente se conocía”. Ya dijimos que en el Censo de Población de 1950, Comitán tenía 23 mil habitantes. ¿Cuántos vivimos ahora acá? Más de ciento veinte mil. ¿Mirás? En cosa de setenta años, la ciudad creció en más de cien mil habitantes. Por eso, doña Lolita dice que en 1948 casi toda la gente se conocía. Sí, la ciudad era pequeña. Ya comentamos que todas las colonias que ahora están a la derecha del bulevar (yendo a La Trinitaria) eran campos despoblados, muchos de ellos magueyales, de donde extraían el aguamiel para la preparación de esa maravillosa bebida alcohólica que se llama Comiteco. De ese tiempo viene el dicho: “¿hijito de quién sos?”, que decía alguna persona mayor cuando se asomaba un niño. Bastaba que el niño dijera el nombre de su papá para que el preguntón dijera: ¡ah, mirá!, reconociendo al padre. Don Alfonso cuenta que en una ocasión, en el portal poniente, ahí por donde está el Hotel Delfín estaba un señor fumando un cigarro, recargado en un pilar de madera, se acercó un niño, lo saludó y el señor dijo la clásica pregunta: “¿hijito de quién sos?” El niño, sin cambiar la voz dijo: “dice mi mamá que usted sos’té mi papá”. En el libro “Comitán 1940”, de Armando Alfonzo Alfonzo, hay un plano que él dibujó. En ese plano vemos que Comitán, con sus veintitrés mil habitantes, era una ciudad pequeña. Don Armando señaló con manchas negras las zonas habitadas. Unas sesenta manzanas, las que acuerpan el centro, están completamente marcadas. Todas las demás manzanas tienen ligeros manchones, lo que significa que tenían construcciones, pero la mayor parte eran sitios. Por eso, Comitán, a vista de pájaro, mostraba una hermosa postal armoniosa, con techos de teja y mucha arboleda. El plano de 1940 consigna 14 avenidas y 19 calles. Esta zona era donde estaba concentrada la población, lo demás, como ya se dijo, eran campos, amplias extensiones para siembra. Por el norte, la ciudad terminaba donde ahora está el Cedro; por el poniente, ya también se dijo, donde ahora está el Bulevar de La Federación; por el sur donde está el panteón municipal y por el oriente la zona de Yalchivol. Eso era Comitán. Por eso, doña Lolita dice que casi todos se conocían. Además, porque en ese tiempo, la ciudad no tenía mucha comunicación con el exterior, esto hacía que pocas personas ajenas al pueblo radicaran acá. Las familias eran comitecas por tradición. Ahora, un buen porcentaje de esas cien mil personas que aumentaron el Comitán de entonces, han llegado de otros lugares de la república y de otros países. No tenemos el tachilgüil de nacionalidades que sí se da en San Cristóbal de Las Casas, pero nuestro pueblo ya no está constituido por gente con árboles genealógicos endémicos. No, muchos otros arbolitos han llegado de otros lugares y, en su mayoría, gracias a Dios, son personas que han venido a regar luz a nuestra sociedad. Mis papás no nacieron en este pueblo, en 1955 llegaron a Comitán y acá se asentaron, mi mamá nació en Huixtla y mi papá en San Cristóbal de Las Casas, quien sí ya nació acá fui yo, mero comiteco, amante irredento de este pueblo. Mi Paty nació en la Ciudad de México, pero niña llegó a Comitán y acá se quedó. En 1948 este flujo de personas se daba muy de vez en vez. Ahora, mucha gente se enamora de Comitán y se queda a vivir acá. Ya somos más de ciento veinte mil habitantes. El pueblo ha crecido, con ello, lo que comentábamos en la carta anterior, la tranquilidad pueblerina de los años cuarenta ya no existe. Ahora, en comparación con otras ciudades, Comitán es tranquilo, pero con una calma que ya no tiene nada que ver con la armonía de los años cuarenta. El ruido es una de las características más diferenciadoras. En 1948 no había la ruidazón de las motos que ahora circulan por toda la ciudad, ni los escapes abiertos de los autos de los chavos, ni el aullido feroz de las ambulancias o de las patrullas, ahora, ¡Dios mío!, a cada rato nos sobresaltamos con esos sonidos que son augurio de tragedia, de dolor. Doña Lolita definió a los residentes de Comitán como integrantes de “una gran familia”. Tal vez convenga que sigamos siendo eso. Que todos entendamos que somos integrantes de este pueblo, que lo habitamos, que compartimos el mismo espacio y que éste debe ser armonioso para que los hijos y nietos crezcan en un ambiente sano. Como dicen los que saben, los buenos hacen mayoría. Un alto porcentaje de ciudadanos comitecos desea el bienestar del espacio común, aporta para que el desarrollo de Comitán sea óptimo. Tenemos el distintivo que indica que somos comitecos; es decir, este bendito membrete nos hermana. Ya no todos nacimos acá, ya muchos han llegado a radicar a este bendito pueblo, pero en el momento que decidieron quedarse a vivir acá se convirtieron en comitecos por adopción, así pues, todos debemos ayudar a sembrar gajos de esperanza, echarles abono, quitarles abrojos y echarles un poquito de agua, la necesaria, sin exagerar, porque el agua escasea en esta época, más que en otras. ¿Cuáles eran las diversiones de los comitecos en 1948? “Gozaban con sus ferias, fiestas de cumpleaños, bodas, bautizos y paseos de campo los domingos”. El pueblo disfrutaba los momentos significativos, donde la rutina hace una pausa y entra a una dinámica de rostro sonriente. La chamba y las obligaciones se quedaban en casa, sobre la mesa de trabajo y las personas se ponían sus mejores trajes, boleaban los zapatos, se echaban un poquito de loción o perfume e iban a la casa donde se celebraba el festejo por la boda, el bautizo de la criaturita o el cumpleaños del compadre. ¡Ah, qué alegría! El patio de ladrillo regado con juncia fresca y bendecido con el sonido de la marimba. Y las mesas, con mantel blanco, con botellas de comiteco y platitos con botanas típicas: chicharrón de cáscara, chicharrón de hebra, tostadas con sangre de carnero, chanfaina, chorizos asados, butifarra, guacamole… y me callo, porque ya me está salivando la boca. ¡Ah, qué delicia! El disfrute de las cosas sencillas, pero compartidas con amigos y familiares. En 1948 no había los salones donde ahora se realizan los festejos. ¡No! Ahora, la mayoría elige rentar un salón, porque (así lo dicen), ¡qué joda andar arreglando el patio de la casa! Esto donde todavía existen las casas tradicionales, las casonas majestuosas, con patio central y corredores. No me preguntés en dónde estaba el sanitario de damas en las fiestas anteriores, porque quien tenía necesidad de hacer pis debía ir al sitio, lugar donde estaba el baño. No me preguntés cómo eran los sanitarios de esos años. Armando Alfonzo Alfonzo en su libro “Sólo para comitecos” hace una detallada descripción de los sanitarios de esos tiempos. No daré detalles, mi niña amada, porque no sé a qué hora leerás esta cartita. ¿Qué tal que lo hacés a la hora de la comida? Sólo diré que don Armando dice que en los años cuarenta había un cuch (cerdo) cerca de donde estaba el baño de hoyo. ¿Baño de hoyo? Sí, el baño era una galera hecha de madera construida en el sitio de la casa, con las divisiones de tejamanil. El dibujo que presenta Alfonzo es una especie de banca alzada donde hay cuatro huecos, dos grandes (para adultos) y dos medianos (para niños) y cuenta que a ese tipo de sanitario le llamaban común. Uno entiende el nombre cuando se entera que bien podía pasar que si el niño hacía del dos, una tía, con trasero generoso, se sentaba en uno de los huecos grandes y hacía lo mismo que el sobrino. ¡Ya, con razón dice doña Lolita que en 1948 todo era como una gran familia! Posdata: Hay cosas que se añoran del pasado, pero no creo que alguien añore esos baños comunes que, si bien fomentaban la plática, eran totalmente antihigiénicos y demasiado pestilentes. No, no, no quiero imaginar a la tía. ¿Para qué servía el cuch? Ah, no lo diré, imaginalo.