lunes, 11 de abril de 2022

CARTA A MARIANA, CON CLAVES

Querida Mariana: ¿has escuchado cómo algunas personas tocan en las puertas? Con claves. Hay un código que únicamente reconocen los involucrados. Cuando el que está adentro escucha la clave sabe quién está tocando. Este protocolo es un código maravilloso de comunicación. Es como esos lenguajes escritos que sólo reconocen los amigos o los amados. ¿Recordás el Glíglico que aparece en la novela “Rayuela”, de Julio Cortázar? El Glíglico es un código de comunicación que sólo reconoce la pareja (aunque como es una propuesta literaria, pues todos los lectores hacemos las lecturas de acercamiento). Anexo una foto donde aparece un ventanillo, brevísimo, fabuloso. Estos ventanillos fueron muy utilizados en las puertas de casas de mediados del siglo XX, por ejemplo. Ahora, muchas casas ya no tienen ventanillos, ahora, lo que está de moda, son las cámaras. Si alguien toca la puerta (el timbre eléctrico, ya no la campanilla), el propietario ve la pantalla y sabe quién toca. El ventanillo cumplía la función de cámara, en el siglo pasado. Digo que cuando el propietario escuchaba el toque con la clave, ya sabía quién era, pero si el toque era sin clave, el propietario abría el ventanillo para ver quién era. En otras partes tal vez no había necesidad de abrir el ventanillo, porque el propietario preguntaba desde adentro: “¿Quién?”, y el de afuera decía: “Soy Mingo, vengo a recuperar mi do inicial”. Perdón, fue un chiste muy bobo, pero trato de ejemplificar que quien tocaba daba a conocer su identidad. ¿Qué sucedía en Comitán? Ah, nuestro pueblo es genial. Cuando el propietario preguntaba: “¿Quién?” El de afuera decía: “¡Yo!” Pucha. El de afuera creía que con eso ya revelaba su identidad. Ay, señor de todos los días. Por eso, el ventanillo era necesario. Además, ¡ah, bendito pueblo!, vos sabés que no sólo se abría a la hora del toque, sino también, sobre todo, a la hora del toque en puertas vecinas. Cuando aparecía un toque en casas vecinas, el propietario corría por el patio y, con cierto disimulo, nunca bien disimulado, abría el ventanillo para ver quién era la persona que visitaba a los vecinos. De ahí proviene la fama de que los comitecos somos argüenderitos, metiditos, chismosos, pues. En realidad, los comitecos amamos la vida y reconocemos que la vida es lo que acontece adentro de los hogares y, sobre todo, lo que acontece en la calle. Los comitecos (como cualquier persona del mundo) serían dichosos (con esa dicha cínica que es como chile piquín) si pudieran ver lo que acontece en el interior de las casas vecinas y de más allá. Esta ventanita es parte de la puerta de la tienda de artesanías, de doña Tony Carboney, que está frente a las oficinas de la Comisión Federal de Electricidad. ¿Cuántos años tiene? No lo sé. Ella, cronista maravillosa, podrá decir. Pero (como siempre) trato de unir hilos, aunque, la mayoría de ocasiones, llega alguien con la verdad verdadera y rompe mi bordado. ¿Qué hilos uní ahora? El papá de doña Tony tuvo una botica, en el mismo lugar donde ahora está la tienda de artesanías. ¿Para qué servía esta ventana? En tiempos remotos, cada botica de Comitán tenía la obligación de estar de turno, en días señalados por un calendario. La botica en turno daba servicio las veinticuatro horas del día. Si alguien (¡ah, la vida!) tenía urgencia de algún medicamento a las dos o tres de la mañana acudía a la botica en turno y ahí lo atendían. La ventanita servía para brindar ese servicio. El demandante tocaba y el boticario abría el ventanillo, hacía la cuenta de la receta, recibía la paga y daba los medicamentos junto con el cambio. Cumplida la encomienda, el ventanillo volvía a cerrarse. Sí, por eso, en la farmacia Luz, por el barrio de Jesusito, que no tiene puerta de madera, sino cortina de hierro, hay un ventanillo semejante a éste. ¿Qué pasa con la farmacia del Ahorro o con la de Guadalajara? Como ahora sus puertas son de cristal, tienen unos pequeños ventanillos corredizos por donde atienden las emergencias. Los ventanillos de las farmacias y boticas tuvieron (y tienen) un objetivo específico: atención especial en horarios especiales. ¿Y los ventanillos de las casas? Ah, pues también tuvieron y tienen objetivos precisos: ver quién “toca a peta (la puerta)”, bien sea la de uno o la de los vecinos. Es un pequeño resquicio por donde se cuelan las miradas, tanto de adentro como afuera. Por supuesto, los protocolos indican que quien lleva el control de la apertura es quien está adentro, el propietario tiene el mando, si él lo permite, la mirada externa puede volar tantito por el interior. Hay una historia maldosa: la del niño que tocó la puerta, esperó el grito de adentro: “¿Quién?”, respondió: “Yo”, y cuando la señora abrió el ventanillo para ver quién era “yo”, el muchachito agarró su pistolita de agua, disparó sobre el rostro y dijo: “Soy yo, abuelita” y salió corriendo.