sábado, 16 de abril de 2022

CARTA A MARIANA, CON PALABRAS

Querida Mariana: ¡hágase la luz! Esas fueron las palabras divinas para hacer la luz. Y desde entonces hay esa hendija donde la oscuridad no tiene cabida. Pero, de acá se deduce que antes que la luz fue ¡la palabra! ¿A poco no? Basta analizar tantito la frase para darse cuenta que la orden divina provocó el chispazo. Por eso amo la palabra. La palabra es la gran creadora. Escucho y veo con atención a las criaturitas, cuando comienzan a balbucear, a mover las manitas, a abrir los ojos ante el móvil lleno de colores, y me sorprendo cuando dicen su primera palabra. ¿Cuál fue la primera palabra que dijiste? Vos no la recordás, pero tu mamá puede decirte. Juan Esponda, vos lo conocés, se aventó la gran puntada. Cuando su novia (iniciaban la relación) le preguntó cuál era la primera palabra que había dicho de niño, él, cerrando los ojos, como si evocara el momento, dijo: ¡Gloria!, el nombre de ella. Pucha, una gran mentira, la más grande del mundo, pero qué mentira tan bella, tan llena de vuelo de mariposa, ¿no? La chica lo abrazó y lo llenó de besos. Hoy son una pareja sensacional, Juan sigue teniendo esos detalles sublimes. No sé cuál fue la primera palabra que dije, pero sé que soy un adorador de la palabra. Es mi herramienta de trabajo. Cuando redacto un texto hago uso de las palabras, las comunes. Admiro a los poetas que poseen el don de unir palabras en forma excelsa. Hemos platicado que los amantes de la buena gastronomía reconocen que hay sabores que se funden y provocan placeres indecibles. Mencionan la palabra maridaje, para designar cómo un determinado vino potencia el sabor de un platillo. No soy experto gourmet, pero entiendo que comer pastel de fresa con un trago de cerveza tibia no es el ideal gastronómico. ¡No! Nuestra cocina tradicional nos ha regalado mezclas que apreciamos y que son parte de nuestra memoria afectiva. ¿Te gusta la mezcla del salvadillo con temperante? Así como hay empresas que hacen estadísticas económicas y sociales, debería existir una empresa que nos diera datos de preferencias gastronómicas comitecas. Podrá parecerte un ejercicio ocioso, pero sería un elemento importante para determinar el carácter de nuestra sociedad. Pensá en la cantidad de guisos y postres con que cuenta la cocina comiteca. ¡Pucha! Como en cualquier lugar del mundo ¡es variada! Cuando pregunté salvadillo con temperante mencioné dos palabras que los comitecos amamos. El salvadillo es un pan simple, no digo que sin sabor, porque todo en la vida tiene sabor, incluso una piedra. Amadeo, que fue un amigo que tuve de niño (no sé qué paso con su vida, parece que su familia no era comiteca y un día emigraron) le encantaba chupar piedritas, pequeñísimas. Mi mamá siempre dijo que Amadeo tenía complejo de gallina, porque las gallinas tragan piedritas. Amadeo no las tragaba, siempre llevaba una bolsita con piedritas de río, pequeñísimas, metía una a su boca y ahí estaba jugándola con su lengua. Le hallaba algún sabor, sin duda. ¿Y si se atontaba y tragaba la piedrita? Nada pasaba. Era tan minúscula que no le provocaba problema alguno, pienso. No sé. El salvadillo tiene un sabor especial. Si entrás en el Internet al Diccionario Gastronómico de la afamada Editorial Larousse hallarás la siguiente descripción: “Salvadillo: pan blanco que contiene un poco de salvado en la base. Es conocido en Comitán, Chiapas”. ¿Mirás? Este diccionario especializado reconoce que el salvadillo es un elemento esencial en nuestro pueblo. “Contiene un poco de salvado en la base”. ¡Sí!, es buena descripción. Desde pequeño llamó mi atención esa característica. He conocido muchos panes que son planos en la base y llevan elementos en su cara superior. Pensá en las rosquillas regadas con ajonjolí o los panes dulces con la costra de azúcar en su pancita. Pero, ¿qué otro pan tiene elementos en su base? Debe haber, pero no conozco. El salvadillo tiene un culito rasposo, lindo. Tengo amigos que lo raspan y comen los granitos de salvado. ¿Y la palabra temperante? Ah, es otra palabra que escuchamos desde pequeños. No sólo se usa como complemento del salvadillo, en ese delicioso postre, también se acostumbra prepararlo como bebida, en agua o en leche. Mi amigo Roge acostumbra tomar leche con un chorro generoso de temperante. La tonalidad que toma la bebida es exquisita. El 10 de febrero de 2020, días antes que asomara la pandemia, estuve en el templo de San Caralampio, para registrar algunos instantes de la gloriosa Entrada de Flores. Como a la una de la tarde, me senté en una gradita, debajo del jacal, y vi cómo los fieles llegaban ante una mesa donde había tinas llenas de agua de temperante y recibían vasos de ese refresco, sencillo, pero estimulante. ¿En cuántas ciudades del mundo ofrecen agua de temperante en los festejos? No deben ser muchos. Acá es parte de la tradición en la Entrada de Flores. Lo que el diccionario no menciona es el maridaje que se da entre el pan y el temperante. Este delicioso postre es primo hermano del pan compuesto, ya que ambos son deliciosos y su preparación es sencilla y contiene elementos mínimos. Esto dice mucho del carácter de nuestro pueblo. Hay antojos que llevan tiempo y están hechos con muchos ingredientes. El salvadillo con temperante sólo precisa de estas dos maravillosas esencias: un pan y el dulce en líquido. Claro, el chiste está en el momento cumbre en que se le mete el dedo. Hay visitantes que se extrañan cuando les platico que la magia del salvadillo con temperante está simbolizada cuando uno, a mitad del pan, en la parte superior, le abre un hoyito para que por ahí se eche el temperante y el pan lo embeba. Los expertos saben la cantidad exacta del líquido que debe verterse. Nada de medidas (bien podría hacerlo un verdadero conocedor de gastronomía), ¡no!, todo es al tanteo. Cuando es para venta (ay, señor), la mayoría de veces al pan le falta temperante, esto hace que el bocadillo no tenga la riqueza (visual y de sabor) que es proverbial. Además, y dirás que es una bobera, también se necesita cierta gracia para meter el dedo. Conozco amigos que dicen ser expertos en abrir hoyitos perfectos. En el parque de San Sebastián casi siempre está un señor, con su carrito, que vende raspados (son riquísimos los de nance) y prepara salvadillos con temperante. Él (perdón por lo que diré) para seguir protocolos de limpieza, se pone una bolsa de plástico en el dedo índice a la hora que mete el dedo y le da tantita vuelta para dejar listo el hoyo. Siempre (pedí perdón por decir lo que diré) imaginé que era como si usara un condón. Ahora, muchas personas piden un salvadillo con temperante y el vendedor agrega un chorro de leche condensada. Sin duda que la propuesta debe ser exquisita, pero, la mera verdad, acaba con el sabor tradicional. La leche condensada funciona con la misma alevosía con que funciona la salsa cátsup. Ya te conté que el chef de la Casa Blanca hacía corajes cada vez que presentaba un platillo gourmet y la esposa de Kennedy (la guapísima Jackie) tomaba la botella de cátsup y, en forma inclemente, la sacudía sobre la creación del chef. Uf. Echaba a perder la riqueza del platillo. Todo, digo yo, tenía sabor de hamburguesa. Hace setenta años, sólo los fifís comitecos conocían la palabra “hamburguesa”. El salvadillo ya era una de nuestras palabras consentidas. Hoy, ambas palabras vuelan por nuestro aire. ¡Qué bueno! Dios dijo: “hágase la luz”, y ella se hizo, porque la divinidad habló. Antes de nada ¡el verbo! A mí me encanta el “maridaje” que hay entre la palabra y la luz, ambos conceptos están unidos en forma especial. Sí, vos que sos gran lectora sabés que la lectura ¡hace la luz! La lectura borra las fronteras oscuras de la ignorancia. Benditas las personas que leen, que tienen a la palabra como la aliada para abonar la reflexión, para imaginar otros mundos, para vivir otras vidas, para viajar por mil territorios. La palabra hace la luz, la luz del entendimiento, del raciocinio. Ahora digo salvadillo con temperante y en tu mente apareció este maravilloso antojo. ¡Ah, qué bendiciones tan afortunadas! Casi siempre, la palabra prende el deseo. Si vos mencionás la palabra “beso”, tu novio ya anda con antojo; si él menciona la palabra “deseo”, vos andás todo el día con la sonrisa en el patio de tu cara. Posdata: amo la palabra. En este pueblo bendito he pepenado muchas palabras que no se pronuncian en otras regiones de Hispanoamérica. ¿Cuál es la palabra meramente comiteca que más te gusta? ¿Cuál de todas, ¡tantas!, puede sintetizar la identidad de nuestro pueblo? El grupo de estadísticas bien podría decirnos qué dicen los comitecos. ¿Cotz o tenocté?