miércoles, 20 de abril de 2022

CARTA A MARIANA, CON FIGURAS REPETIDAS

Querida Mariana: cuando fui niño tuve repetidas. En los años sesenta (lo recordó Marco Polo el otro día, en un Platicatorio), los niños íbamos a la Proveedora Cultural a comprar sobrecitos con figuritas. Marco Polo dijo que las empresas editoriales llegaban a las escuelas primarias y nos obsequiaban el álbum para que lo llenáramos. De esta manera nos volvíamos clientes cautivos. De los primeros sobres servían casi todas las figuritas, pero a partir de la segunda compra salían ¡las repetidas! Los niños comenzábamos a tener bonches con figuritas repetidas. En ocasiones, algún amigo revisaba nuestro bonche y hallaba alguna que le faltaba. Se hacía un trato especial, podían ser diez figuritas por la deseada. La calle de La Proveedora se llenaba de muchachitos echando volados, paquete contra paquete. No sé cuál era la gana de tener bonches de repetidas, si, en términos estrictos para nada servían. Es el afán de posesión del ser humano, simple y sencillamente la codicia. Digo esto, porque el otro día, muchos años después de aquella feliz infancia, pensé que de viejo sigo viendo figuras repetidas. ¿En dónde? En nuestro pueblo. Comitán tiene muchas figuras repetidas, bueno, esto es ahora recurrente en muchas ciudades de Latinoamérica. ¿Has ido a los fraccionamientos de la periferia de Comitán? Si caminás por una de esas colonias verás que tienen la misma figura que las de otras ciudades de Chiapas, son parecidísimas. En algún momento se perdió la personalidad de las casas comitecas. Es comprensible. Por ejemplo, un día fundaron la llamada colonia Infonavit, que, como su nombre indica, fue construida con planos del Instituto del fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores. Las casas de todo el país tienen la misma horma. Si mirás una foto de “la infonavit comiteca” y otra de “la infonavit de San Cristóbal” no sabrás ubicar cada una con precisión. Si las caminás en vivo sólo el clima y el cantadito del habla darán indicios. La arquitectura vernácula cedió paso a la uniformidad. Se ven pocos árboles. Por fortuna, muchas personas continúan sembrando plantas y las flores alimentan el espíritu de arena y cemento de esos espacios. Son necesarios, necesarísimos, pero los tinacos, con sus hormotas panzonas, se adueñaron de todas las azoteas de nuestras casas. Todo el cielo está lleno de cables de energía eléctrica o de teléfonos o de servicios de televisión, con sus registros que parecen ratas gigantes trepadas en las líneas de acero. Estas figuritas repetidas aparecen en todos los álbumes de las ciudades latinoamericanas, ya no sirven para completar nuestra identidad. Estas colonias replican los modos de países subdesarrollados: montones de arena a mitad de la calle protegidos con bloques de cemento, para que la lluvia no se los lleve; autos estacionados al lado o con una llanta encima de las banquetas; cubrebocas y condones usados en alguna esquina o callejón. Pocos árboles, sonrisa de vida en la máscara de cemento. Damos gracias a Dios por esas islas en este mar artificial donde ahora chapoteamos. Los árboles reciben a los pajaritos y ellos nos compensan con sus cantos; los árboles nos regalan sombra, proveen oxígeno y alegran nuestros ojos. Ah, con qué agrado aterriza la mirada en las ramas y en los bordados de hojas llenas de vida. Pero en todo lo demás, pura figura repetida. Esto impide llenar el álbum de nuestra identidad. Jamás lo completaremos. Ya no es el álbum que comenzaron a llenar nuestros mayores. En nuestro entorno se extraviaron los techos de teja. Cualquier persona de este siglo podrá decir que ya no es práctico, que ahora los tiempos exigen losas. Los techos tradicionales hechos con madera y teja exigen mantenimiento. Existe una palabra que escuché desde niño: “trastejar”, cambiar las tejas en tiempo de secas, para que en temporada de lluvias, el agua no se colara. Ah, trastejar, una jodita. Ahora, dicen los expertos, basta impermeabilizar la losa una vez cada año. ¿Cuánto tiempo llevaba trastejar? Días. ¿En cuánto tiempo se impermeabiliza? En horas. Sí, también es cierto lo que decís, querida niña, hay menos riesgo. Lo de trastejar era una acción digna de los mejores equilibristas de circo sin red de protección. Los tiempos modernos son más prácticos, pero carecen de personalidad. Ahora, todas las ciudades parecen figuritas repetidas. Los álbumes se parecen cada vez más. Es la influencia cultural de la globalización. Por eso, por eso, querida mía, la Secretaría de Turismo, un día creó el programa de Pueblos Mágicos, para decir que existen pueblos que continúan preservando su identidad. Comitán es pueblo mágico, lo ha sido desde siempre. La arquitectura fue uno de sus distintivos. En el centro aún tenemos rasgos de nuestro espléndido carácter. El pueblo no posee grandes edificios que sorprendan al mundo, ¡no!, Comitán es un pueblo de arquitectura modesta, pero sus casas tradicionales le otorgaban una personalidad avasallante. Mucho de eso se perdió y ahora las colonias cada vez son más plásticas. Armando Alfonzo, en el prólogo de su libro “Comitán 1940”, cuenta que en un viaje que realizó con su familia, después de recorrer gran parte de Comitán, su hijo Carlos hizo el siguiente comentario: “Comitán se ha convertido en una vil Tlalnepantla”. Este prólogo lo escribió don Armando en 1978, hace cuarenta y cuatro años. ¡Uf! Carlos ya había encontrado que el pueblo tenía muchas figuritas repetidas. Posdata: ¿quién se atreve ahora a colocar tejamanil en los cercos divisorios? Por ahí, estoy seguro aparecerá un arquitecto que reúna los elementos de hoy con los tradicionales y otorgue personalidad a las bardas de nuestra ciudad, para que recomencemos a presentar figuritas inéditas, las valiosas, las auténticas.