miércoles, 25 de mayo de 2022

CARTA A MARIANA, CON PREGUNTA

Querida Mariana: escuché la pregunta: ¿Cambiamos ante la pandemia? ¿En qué cambiamos los seres humanos ante esta contingencia sanitaria? Me apropio de la pregunta y la comparto con vos. Pienso que hay muchísimas respuestas, ¿lo ves así? Esta respuesta no es válida si se generaliza, porque su esencia radica en el plano personal. Si alguien pregunta cuál es tu opinión acerca de la guerra emprendida por Rusia contra Ucrania, tu respuesta estará muy lejana del suceso. Sólo quienes viven esta tragedia pueden asomarse a una respuesta válida. La pandemia también ha sido una guerra. Cuando inició, en Italia apareció un mensaje que, más o menos, decía: “a nuestros abuelos les pidieron ir a la guerra, a nosotros sólo nos piden quedarnos en casa”. Ayer vi un documental con parte de la vida y obra del poeta español Tomás Segovia, ahí narra cómo, de niño, vivió en un pueblo pequeño, donde fue enviado para evitar el peligro de la Guerra Civil, en tiempos de Franco; posteriormente inició la Segunda Guerra Mundial y debió emigrar de nuevo, hasta que llegó a la Ciudad de México. El poeta narró su experiencia personal. A pesar de su nombre, la Segunda Guerra Mundial no tuvo impacto directo en todo el mundo. ¿En qué manera tocó a los comitecos? La guerra se desarrolló en países muy lejanos, casi casi tan lejos como nos queda Ucrania y Rusia. Pero, el Coronavirus sí afectó a todo el mundo. Parece que en todos los países hay casos de contagio. Hubo un tiempo (vi fotografías de París) donde las calles de las ciudades quedaron vacías, atendiendo a la recomendación de permanecer en casa. La pregunta, entiendo, debe ser en forma personal. No debe ser si el género humano cambió ante la aparición del virus, sino en forma personal: ¿cómo te cambió la pandemia? Y lo escribo así porque es algo que nos llegó de fuera y nos obligó a modificar comportamientos. El cambio se dio a través del mazazo que nos llegó. ¿Cómo te cambió la pandemia, querida mía? Ayer, mi Paty y yo fuimos a dar una vuelta al parque de San Sebastián, para llegar caminamos por la calle donde están las florerías, subimos hasta Elektra, vimos una fila de cincuenta o más personas en espera de entrar al banco Azteca. Muchas personas con cubrebocas, otras sin ese chunche. En el parque central hicimos una pausa. ¿Qué cambio se dio en mí en esta contingencia que no concluye? Mi trato con las personas. He contado que algunas gentes piensan que soy muy pesado, porque no me doy con facilidad, soy escaso en el trato; creen que la arrogancia es mi más fiel compañera. No es cierto, también he procurado dejar en claro que soy tímido de nacimiento, me cuesta trabajo relacionarme con las personas, por eso doy la impresión de ser un ish. Ahora, ¡oh, Dios mío!, ese rasgo de mi personalidad se ha agravado, porque al no tener mayor información acerca del comportamiento de este virus procuro seguir los protocolos sanitarios que dictan las autoridades: uso de cubrebocas, sana distancia y limpieza frecuente de manos con un gel antibacterial. Entiendo que el cubrebocas es un auxiliar, porque evita que las gotas de saliva se rieguen de manera indiscriminada en el aire. Si la otra persona tiene cubrebocas disminuye el riesgo de contagio, así que ahora, al salir de casa, procuro evitar todo contacto con personas que no tienen cubrebocas. Llegamos al parque de San Sebastián y lo encontré maravilloso. No fue sólo el hecho de estar más de dos años sin caminar por él, ¡no!, me encantó verlo con mucha vegetación. Parece que hubo siembra de plantas y esto lo llenó de vida, porque muchos pájaros brincaban contentos y piaban alegres. Ah, me dio mucho gusto caminar por el parque, mirar a varias personas sentadas en las bancas, comiendo una paleta de chimbo, trabajando en sus computadoras personales o leyendo una revista. Fui feliz cuando vi a una abuela acompañando a su nieta, mientras la niña, con el cuaderno en los muslos, hacía una tarea escolar. Volví a sentir la cinta de luz, fui tocado por la mano milagrosa de la vida. Pero esta sensación se dio porque siempre mantuve una sana distancia. En lo íntimo estaba la petición a Dios de que nadie se acercara a mí, pedía que los demás siguieran ignorándome por completo, que no se acercara algún conocido sin cubrebocas. Sé que esta sensación no es lo más correcto para la convivencia, pero, insisto, mi trato con las personas se volvió más extremo. Sé que muchos amigos que fallecieron por la pandemia se contagiaron ante el contacto con otra persona que tenía el virus y no hubo el cuidado extremo. Todos se enfermaron sin saber el momento preciso del contagio. Posdata: la pregunta es: ¿cómo te cambió la pandemia? Sé que la respuesta no puede ser general. ¿Cambió el ser humano? Sí, pero cada persona ha vivido su propia experiencia. ¿Cómo cambiaste? A mí me hizo más evidente mi dificultad de relacionarme con mis semejantes. Ah, lo lamento, pero fue algo que se dio por mi carácter y por las circunstancias extremas de esta guerra mundial que estamos librando. Hay más cambios, pero te los contaré como la tía Amanda repartía los naipes de la baraja española. Daba un naipe y suspendía el reparto porque contaba una anécdota o un chisme. El reparto le llevaba más de media hora.