lunes, 23 de mayo de 2022

CARTA A MARIANA, PARA REAFIRMAR AFECTOS

Querida Mariana: me encanta escribir cartas y enviártelas. Debo confesar que nunca escribí tantas cartas como lo hago ahora. Esto parece contradictorio, pero al final resulta novedoso: en épocas que las cartas ya están en desuso, escribo muchísimas. Cuando estudié en la Ciudad de México, en los años setenta, enviaba cartas a Comitán, era el puente para no estar tan solo en la gran ciudad. En ese tiempo todo mundo enviaba cartas, incluso quienes no sabían escribir. Había personas que se dedicaban a redactar las cartas de aquellos que no sabían leer ni escribir. Escribía desde la Ciudad de México (Distrito Federal, entonces), escribía a los amigos, a alguna niña bonita que me gustaba, a mis papás, a una prima, a un maestro, a mi abuelita (cuando estaba en la casa de Comitán). Al maestro le envié dos, unas diez o doce a los amigos, tres o cuatro a la niña bonita, dos o tres a mi prima, veinte o veinticinco a mi abuelita y más de cien a mi mamá y a mi papá. Escribía a mano. Las cartas comerciales y diplomáticas se escribían en máquina mecánica, pero las cartas para los afectos eran a mano. Cuando la carta era para la niña bonita, el pretendiente buscaba un papel especial, con un color diferente del blanco y con una textura más delicada, se trataba de impresionar. Hubo casos donde un compa pidió a otro, que tenía “buena letra”, para que hiciera favor de escribirla. Por fortuna nunca tuve necesidad de pedir favores, porque escribo con una letra muy digna. Pienso que le heredé la gracia a mi papá, quien tenía una letra bonita. Mi amigo Paco, en paz descanse, me regaló una plumita que regaba perfume a la hora de escribir. No me preguntés cómo se daba este prodigio, pero esa pluma sólo la usaba cuando redactaba carta para la niña que me gustaba. Eran cartas con “rascahuele”. Las cartas que le envié a esa niña eran generosas en palabras. Siempre he sido tímido y me cuesta mucho mantener una plática frente a frente, en forma presencial, diríamos ahora, pero no me cuesta comunicarme a través de un texto, por eso, ¡por eso!, te escribo a diario, sin callar sentimiento alguno. Imaginá que estamos sentados en la sala de tu casa y platicamos. Me costaría mucho, de veras, decir: “querida Mariana”, menos si, frente a nosotros, estuviera tu novio o tu papá. ¡Pucha! Me “chivearía”. Pero no tengo empacho alguno en llamarte así todos los días en estas cartitas. Siempre, sin ser Juan Gabriel, comienzo con una palabra afectuosa: querida, y lo digo a los cuatro vientos y lo canto bien fuerte, con voz de Plácido Domingo. Las cartas comerciales y diplomáticas comenzaban con vocativos más solemnes: “Respetado señor Venancio de La Cadena”, “Dignísimo señor obispo don…” En cambio, las cartas afectuosas comenzaban con un querida o querido. Todas mis cartas así comenzaban: querido Memo; querida prima; querido maestro; querida abuelita; querida mamá; querido papá. Esto es privilegio de los redactores de cartas para afectos. Amor es esencia más comprometida. Esta palabra sólo se reserva a la pareja. Nunca recibí una carta con este vocativo, pero sí he visto ejemplos epistolares donde comienzan con la palabra: Amor y luego ya el derrame de la miel. Hoy son tiempos de WhatsApp, de twitter (tuitazos), de chats, de pláticas virtuales. La comunicación es instantánea. Anteriormente, la carta tardaba mucho en llegar, pero cuando llegaba la cara del destinatario se iluminaba. En el departamento donde viví con los amigos, ellos se encerraban en las recámaras cuando recibían cartas de sus novias. La lectura de esas cartas era un momento íntimo, reservado, especial. Las palabras de las cartas tenían la capacidad de transmitir las emociones, en esos papeles iban anécdotas, noticias lamentables (ayer murió abuelito, como pajarito dobló su cabecita y todos nos echamos a llorar), noticias alegres (mi papá ya me dio permiso para ir al viaje de estudios a Guadalajara, nos veremos, mi vida, nos veremos), chismes (ah, qué te cuento, Rocío está esperando pichito, la muy cabroncita, ya dejó la escuela). Alcancé a ver cartitas que, en el sobre, llevaban flores secas, recogidas en los sitios comitecos, flores de tenocté o de jacaranda. Posdata: escribo cartas en época donde el género epistolar es infrecuente. Hay varios amigos escritores que están rescatando el género, esto merece una diana diana conchinchín y un pitutazo de comiteco. Las cartas afectuosas permiten iniciar con un querida o querido, y esto abre ventanas de luz en el universo. ¿No lo pensás así, querida mía?