lunes, 2 de mayo de 2022

CARTA A MARIANA, CON UN EXCESO

Querida Mariana: comparto una foto genial, testimonio de un momento compartido con los compañeros de trabajo del glorioso Colegio Mariano N. Ruiz. ¡No, no, por favor! No preguntés de qué año es, sólo puedo decir que es del tiempo A. P. (antes de la pandemia). ¿Por qué la comparto? Porque me dio gusto hallarla en los recuerdos del Facebook y porque tiene un elemento que dividió opiniones entre mi sobrina Pau, quien dijo: “ah, tío, sos de lo que no hay”, y su mamá, que dijo: “burro, te pasás”. ¿De qué hablaban? Del libro que tengo frente a mí, sobre la mesa. En la comida, todos los maestros tienen platos y vasos frente a ellos, y yo tengo ¡un libro! En la pasada conmemoración del Día del Libro, dije que el libro es mi alimento espiritual y que no salgo a la calle sin llevar un libro debajo del brazo. En esta foto, en forma simbólica, por supuesto, está la prueba de mi dicho: el libro es mi alimento y nunca salgo a la calle sin un libro. El día de esta convivencia, me senté ante la mesa. Debido a que no como los ricos taquitos que disfrutaron mis compañeros, no tuve un plato frente a mí. Donde debió estar un plato dejé mi libro. Así quedó consignado el instante, un instante soberbio. ¿Un exceso? Puede ser. La mamá de Pau dijo que me paso, Pau dice que soy de lo que no hay. Mi sobrina lo dijo como un halago a mi personalidad y su mamá como un reclamo. Me paso. ¿Un exceso? Puede ser que sí, mi mamá, cuando yo era niño, me regañaba si veía que llevaba un libro a la mesa. No podía cometer tal afrenta, la mesa era un espacio sagrado, destinado para comer y beber (mi papá a veces tomaba el agua de limón y a veces la cerveza o la cuba). En la mesa nos reuníamos los familiares y los amigos, era el espacio para la convivencia. ¡Nada de libros, era una falta de respeto! Dicen que Rosario Castellanos y su papá leían el periódico en la sobremesa. Mi mamá nunca se los hubiera permitido, les habría dicho: ¡vayan a leer a otra parte! Mi mamá siempre ha considerado que cada espacio tiene su vocación. Lo que mi mamá no sabe bien a bien es que el libro es un objeto genial que se puede llevar a todos lados, perdón, hasta en el baño puede llevarse. Acá, vuelvo a pedir perdón, lo puse sobre la mesa de convivencia. Claro, no cometí el desacato de ponerme a leer, porque la plática, la verdad, estaba sabrosa y ameritaba suspender la historia del libro para enterarme de otras historias, más locales, igual de interesantes. ¿Para qué usás la cama? Para dormir, para descansar, para hacer jueguitos de pareja y para ¡leer! Sí, millones de lectores en el mundo leen en la cama o en la hamaca, ah, qué sabroso. Pensá en el espacio más insólito y ahí podés hallar a un lector leyendo. Romeo, de niño, se metía debajo de la cama y ahí, con una lámpara de mano, leía “La isla del tesoro”. Cuando su mamá descubrió ese escondite, obligó a Romeo a barrer todos los días ese espacio. Cuando me enteré de eso me dio mucho gusto. ¿Mirás? La mamá sólo procuró que Romeo no fuera picado por una araña o se le subieran cucarachas en los brazos. Sé que ahora estás pensando que no es el mejor lugar para leer, por supuesto que no. La lectura exige, por salud, una buena luz, mejor si es la luz natural, pero a Romeo le encantaba esa “cuevita”, ahí disfrutaba la lectura. Dije que podés pensar en un lugar insólito y ahí hallarás a una persona ejerciendo el maravilloso arte de la lectura. ¿Qué otro pasatiempo posee esa posibilidad? Crecí y mi mamá tuvo que ceder. Un día hizo favor de servirme la comida calientita y vio que, mientras comía, daba vuelta a las páginas del libro. Iván Ibáñez dice que somos viciosos, nuestro vicio es la lectura, bendito vicio, maravilloso. Este vicio me lleva a cometer actos que algunos consideran extravagancias, excesos. Mi vicio pudo más que las recomendaciones sensatas de mi mamá. Ahora, varios libros de mi biblioteca tienen manchas de frijol o de salsa o ramitas de cilantro seco. Son las huellas del camino andado. ¿Exceso? No lo sé. El pecado de la gula provoca obesidad, con todas sus implicaciones; el vicio de las hierbitas o de los pinchazos provoca desvaríos mentales; el vicio del alcohol lleva a la demencia y a enfermedades corporales peligrosas. ¿Qué problemas conlleva escuchar las voces más lúcidas del mundo? ¿Qué riesgo corre un lector al conocer historias escritas por las mentes más brillantes? Llevo más de cincuenta y cinco años de ser un lector comprometido, más de cincuenta y cinco años de ser vicioso, y durante ese lapso, tan ancho como un río infinito, sólo he obtenido felicidad. Posdata: y si en lugar de mi comida, mi mamá me pusiera sobre la mesa un libro y me dijera: ¡ahora te lo comes!, ¿qué haría? Me haría falta, por supuesto, el alimento para el cuerpo, pero jamás tendría agruras o dolor de la panza cerebral. No. Ningún lector ha muerto por cirrosis intelectual. ¿De qué tiempo fue esta foto? No lo sé. Sólo sé que fue en el tiempo A. P., y que el buen maestro Sergio aún andaba con nosotros y no se había despedido para siempre. Acá se ve cómo el sol del fondo lo ilumina, lo consiente; ese sol nos acompañaba, como pájaro estaba suspendido sobre nuestras frondas.