miércoles, 11 de mayo de 2022

CARTA A MARIANA, CON UN PEDAZO DE PAN

Querida Mariana: el dicho expresa: “No sólo de pan vive el hombre”. El tío Marcos decía que era una realidad, también necesitamos choricitos y una botella de tequila, decía; la tía Emerenciana, quien de vez en vez también se hacía la simpática, decía, al estilo comiteco: “También hace falta una buena taza de café”. Bromas aparte, los simples mortales reconocemos que no sólo de pan vive el hombre. ¡No! Hace falta mucho más para vivir, para vivir con dignidad. Bueno, con decir que hasta en los presidios más mugrosos, el pan se sirve con un vaso de agua. Sabemos, querida mía, que esta frase va más allá de lo material. Cuando decimos que no sólo de pan vive el hombre, manifestamos que los seres humanos necesitamos alimento espiritual. Un animal irracional no necesita más que alimento para satisfacer su necesidad física, digamos que le basta el pan para vivir; pero los seres humanos, para justificar nuestra condición de racionales, necesitamos alimentar el espíritu. ¿Cuáles son los alimentos para el espíritu? Muchos, muchos. Los creyentes se alimentan de su fe. Ahí los mirás yendo a misa todos los domingos, caminando por el pasillo central para recibir la hostia, santiguándose, poniendo su día a día en manos de su Dios; los iniciados, van más allá, se comunican con Dios, no a través de la oración, sino de la meditación. Los expertos dicen que en la oración el ser humano se comunica con Dios; en la meditación quien habla es Dios. Parece que esta última práctica nutre más; en lugar de hablarle a Dios es más placentero callar y oír la voz divina. Pero, aparte de la religión y de sus menjunjes, uno de los alimentos espirituales más sanos y productivos es el arte, en sus muy diversas manifestaciones. Algunos analistas comentan que la pérdida de valores en la sociedad está en relación directa con la carencia de alimentos espirituales. Ahora, la sociedad está inmersa en consumir productos culturales chatarra. Cuando leí esto pensé en una juventud consumidora de Coca Cola y Sabritas, en cuanto a las manifestaciones artísticas. Los jóvenes de estos tiempos, querida mía, vos lo sabés, consumen cultura, por supuesto que sí, pero consumen algo que podría compararse con la comida rápida. Por eso, ahora, ¡qué pena!, tenemos muchos obesos intelectuales. ¿Qué creación puede emerger de un cerebro lleno de grasa? Como no sólo de pan vive el hombre, el ser humano de este siglo XXI consume otros productos para alimentar su espíritu, pero, en lugar de consumir proteínas (ópera, música clásica, jazz, blues) consume grasas (rap, banda, reguetón). ¿Viste el Platicatorio donde Marco Polo platicó que, de niño, leía una revista que se llamó “Clásicos ilustrados”? A ver, anoto algunos ejemplos que obtengo de imágenes del Internet: “El príncipe y el mendigo”, de Mark Twain; “Robinson Crusoe”, de Daniel Defoe; “Ivanhoe”, de Walter Scott; “Los miserables”, de Víctor Hugo; “Alicia en el país de las maravillas”, de Lewis Carroll… ¿Mirás? Cuando fue niño, Marco Polo se alimentó con estos productos culturales. Revistas de monitos (los llamados cuentos, los que ahora se llaman cómics, los famosos tebeos de los españoles). Se divertía y, a la vez, nutría su espíritu con productos sanos. Tuvo en sus manos (y en su cerebro) historias de los grandes escritores. ¿Qué leen ahora nuestros niños? En el supuesto caso que lean libros. Comen puras frituras, hamburguesas y refrescos embotellados. No es raro, entonces, detectar comportamientos que indican casos severos de hipertensión mental y de diabetes intelectual. Ya nada digo de los millones de niños y jóvenes desnutridos, quienes sólo se atiborran de pan material. En varias ocasiones te he contado que, por fortuna, en secundaria, en las clases que nos impartía el padre Carlos J. Mandujano, fundador del glorioso Colegio Mariano N. Ruiz, no sólo nos compartía pasajes del Cid, también llevaba un tocadiscos y nos hacía escuchar música clásica, mientras él, con los ojos cerrados, con una batuta imaginaria, marcaba el ritmo de cuatro por cuatro. Sin duda que siguen existiendo maestros de esa calidad, pero pienso que son los menos. El padre, a semejanza de su Maestro, partía el pan y lo convidaba con nosotros. Sin decirlo nos enseñó que ahí estaba el cuerpo de Cristo. Desde entonces, todos los días alimento mi espíritu, a través de música selecta o de cine de arte o de una novela clásica o de una antología de los mejores cuentos. Ocasionalmente escucho un pedacito de ópera. Me gustaría tener el hábito que tienen otros amigos de mi generación, a quienes admiro, porque se mantienen en forma, siguiendo aquella oración latina que el citado padre mandó a rotular en la cancha de San Sebastián: “Mens sana in corpore sano”. Posdata: somos animales, pero racionales, mi niña. No sólo vivimos de pan material, también necesitamos alimento espiritual, buen alimento, no chatarra.