sábado, 21 de mayo de 2022

CARTA A MARIANA, CON UNA IMAGEN LLENA DE IDENTIDAD

Querida Mariana: ¿reconocés esta calle? Mirala bien. ¡Sí, es la calle de El Resbalón! Ah, mítica calle. Hay muchas personas que recuerdan esta calle que tiene ese nombre en esta cuadra, apenas cien metros, más o menos. La avenida Rosario Castellanos abarca muchas cuadras. La calle de El Resbalón sólo conserva este nombre en esta cuadra, subida en este caso y bajada si la foto se toma en la esquina superior. No es nombre oficial, por desgracia. Pero sí es nombre que resguarda la identidad de Comitán. Vos me contaste un día que con tu novio estuviste en la ciudad de Guanajuato. ¿En dónde se tomaron la foto del recuerdo dándose un besito de piquito? ¡En el Callejón del beso! Los compas de Guanajuato son abusados, en la entrada del callejón hay una placa en cerámica que consigna el nombre. Ahí llegan las parejas y se toman la foto dándose un beso. Hay guías de turistas que cuentan la leyenda. ¿En Comitán? Ah, pues, ya sabés cómo somos. No existe tal placa. Por fortuna, el otro día pasé por la calle y miré que, cuando menos, ya hay una iniciativa comercial que conserva este rasgo cultural. ¿Ya miraste qué dice el anuncio de bandera? Sí, este negocio tiene el nombre de “El resbalón”. ¡Ah, genial! Claro, hace falta platicar el origen del nombre. Mi mamá platica que en los años cincuenta, cuando ella llegó a Comitán, esta calle ya tenía este nombre, era una calle empedrada y su nombre se debe a que en la parte superior de la pendiente bajaba el agua de los chorros, esto hacía que las piedras siempre estuvieran mojadas, resbaladizas. Más de cinco compas se dieron buenos porrazos. De niño bajé y subí esta pendiente en varias ocasiones. Mis papás me llevaban a casa de tío Guillermo y de tía Juanita, que estaba en la esquina final de la calle. Desde entonces aprendí que el nombre de la calle era El Resbalón. Ahora mirás que la calle está pavimentada, ya tiene un cablerío bárbaro que, por fortuna, los pajaritos hacen atractivo y singular, porque la naturaleza está sembrada en lo alto. Me dio gusto hallar el nombre de la calle en este negocio. Es un negocio que anuncia: abarrotes y micheladas y su lema es: acá el que no cae… En el 2022 la gente ya no resbala, bueno, a menos que le meta de más a las micheladas. El nombre de El Resbalón nos remite a épocas donde el agua no escaseaba como ahora. Claro, el servicio de agua entubada no existía, decenas de burreros colocaban los barriles en los chorros (frente al parque de La Pila), los llenaban, los subían a los lomos de los burros y los vendían en el centro de la ciudad. El agua manaba generosa, mucha se regaba y bajaba por la pendiente de esta calle. Si alguien no tenía cuidado resbalaba y hacía ¡pongoch! Ah, cuántas sentaderas terminaron húmedas y adoloridas. ¿Qué te pasó, Lampito? Ah, me caí en la calle del resbalón. ¡Cómo no! Era un acto temerario caminar por la banqueta de laja, toda resbalosa, llena de moho. Ahora, la gente ya camina con más seguridad, ya no dice que resbaló en la calle de El Resbalón, pero, por fortuna, muchos dicen que compraron un refresco, un dulce, o una michelada en “El resbalón”. Este negocio agrega su nombre a la tienda del veinticinco o al de abarrotes El Cotzito. Nombres que son parte de nuestra cultura, de nuestra identidad. El nombre de El Resbalón está unido a espacios maravillosos de este pueblo mágico. Las albercas de Los Morales y de los Bermúdez estaban ubicadas en esta calle. El agua fluía con tal generosidad que dos propietarios de casas construyeron los llamados tanques, donde cientos de chiquitíos y mocetones nadaban en esos lugares. Digo que mis papás me llevaban a la casa de tío Guillermo y de tía Juanita, que estaba en la mera esquina de la bajada. Ah, casa maravillosa, llena de claridad y de agua. Mi casa de infancia, al estilo de muchas casas comitecas de la época, tenía un zaguán que daba al patio central. El zaguán de mi casa era un espacio cubierto. La casa de mis tíos no tenía ese espacio cubierto. La puerta (también costumbre de esos tiempos) estaba abierta, acá, sobre todo, para recibir a quienes llegaban a disfrutar los tanques. A mí me encantaba caminar por el pasillo que daba al patio que estaba quince o veinte metros adentro. A la izquierda del pasillo había un maravilloso sembradío de cartuchos (alcatraces). Como siempre el arte ha llamado mi atención, ya había visto en un libro la imagen de un cuadro de Diego Rivera, donde una mujer hincada carga un grandísimo canasto lleno de alcatraces. Cuando caminaba por el sembradío de las Bermúdez la imagen de Diego brincaba. Pero ahí no estaba esa mujer indígena, ¡no!, ahí era un hombre quien cuidaba el huerto, el recordado Chepito. Al final del pasillo estaba la tía Juanita, sentada en un esquinero del corredor de la casa, ahí, con la manita extendida, recibía la moneda que pagaba el compa que pasaría a nadar en los tanques, porque eran dos. Ah, qué tiempos. El agua brotaba de forma descarada, daba para llenar decenas de barriles de madera, daba para llenar las albercas de Los Morales y de Los Bermúdez, daba para desparramarse sobre esta mítica calle, la calle de El Resbalón. El otro día leí el texto de un compa escritor que creó una leyenda que refiere a la clásica mujer que seduce a los borrachos y que es una aparición diabólica, les da una arrastrada a los bolos y los deja tirados en otros sitios. El autor mencionó en la leyenda a la mujer del Resbalón. No me hagás mucho caso, pero casi puedo asegurar que la casa de los Morales es la que está a mano derecha donde va este carrito Chevrolet. Hace como cuatro o cinco años me permitieron entrar y vi el espacio donde estaba la alberca, que, cuentan los que saben y disfrutaron estos espacios, era una alberca para expertos, los principiantes acudían a las albercas de los Bermúdez. Yo, ya lo sabés, siempre fui un niño muy cuidadito, mis papás permitían que fuera al fondo de la casa de mis tíos a ver a los niños nadadores, siempre y cuando me acompañara una de las tías. Así, de la mano de mi madrina Elenita, me paraba en un altito y desde ahí miraba a los niños aventarse a la alberca, jugar a tirarse agua, a hacer apuestas, a echar machincuepas. La vida se concentraba en ese espacio lleno de risas, palabras altisonantes, de sol y de aire puro. Nunca pedí que me dejaran meterme a esas albercas, pude aprender a nadar, como aprendieron muchos comitecos. Siempre, a pesar de la multitud, las vi llenas de agua limpia, porque el agua fluía en forma permanente. Los tanques recibían el agua que llegaba de arriba y salía para regar el huerto de cartuchos. Así que el espacio que más visité fue el cartuchal, porque ahí no corría riesgo alguno, ahí estaba Chepito, siempre pendiente. Caminaba por los senderos y saltaba los pequeños canalitos donde corría el agua, la altura de los canalitos no rebasaba los veinte centímetros. Y como no aprendí a nadar, una tarde el temor de mis papás fue demostrado. La casa de los tíos tenía tres corredores, en el corredor de entrada había un pequeño tanque que servía para regar el jardín majestuoso. Era un tanque pequeño, tal vez de un metro de profundidad, tenía una cerca de madera, para evitar que un niño cayera. Pero esa tarde, la puertita estaba abierta y como jugábamos con los primos, uno de ellos, ya mayor, me empujó y Alejandrito cayó al tanque. Como los adultos estaban sentados en el corredor, mi mamá corrió y me salvó de ahogarme. Dios mío, en un tanquecito de metro de altura. Salí temblando, todo mojado. Las tías corrieron a secarme, a cambiarme de ropa, a ponerme pantalón, camisa, suéter, calcetines y zapatos de algún primo de casa. ¿Por qué tantas carreras, tanto movimiento inusual? Porque Alejandrito había caído en el tanque. ¡Dios mío! ¿En el más grande? No, no, en el pequeñito. ¡Ah, pucha, ahí nadie se ahoga! No, pero me mojé todito y como digo que era muy cuidado, estuve a punto de tener un resfriado. Desde esa tarde ya evité jugar con los primos. Como es mi costumbre jugué solo. Después de saludar a los tíos iba al huerto donde estaba Chepito, ahí caminaba por los senderos, admiraba los cartuchos y brincaba los pequeños canales. Lo más que podía pasarme ahí si tropezaba era terminar con la ropa enlodada o con los zapatos mojados. Ahí estaba el espíritu genial de Diego Rivera, ahí estaba el hato de alcatraces luminosos que carga la indígena de su cuadro. Posdata: nunca resbalé en esta calle, siempre caminamos con mucho cuidado, en la banqueta del otro lado, donde el agua no corría con el descaro que sí lo hacía en la banqueta de los Morales y de los Bermúdez. La casa de mis tíos fue fraccionada, los tanques ya no pertenecen a la casa que está en la esquina, un hermosísimo árbol que estaba frente al huerto ya fue tumbado. No obstante, cuando paso por ahí recibo una energía luminosa. Recuerdo los instantes que ahí viví. Mi tía Juanita Bermúdez fue hermana de mi abuela María, mamá de mi papá. Ya podés imaginar todo lo que eso significa en mi álbum personal. La casa de mis tíos está al final de la calle de El Resbalón, la calle donde ahora está la tienda de abarrotes y micheladas que, por fortuna, desempolvó el nombre maravilloso.