domingo, 1 de mayo de 2022

CARTA A MARIANA, CON PROHIBICIÓN

Querida Mariana: “¡no miren el sol!”, era la recomendación de doña Elenita. Nosotros, en el sitio, mirábamos hacia arriba. No, no mirábamos el sol, o bueno, sí, sí lo veíamos, pero lo hacíamos como se ve en esta fotografía. ¡No lo veíamos a cielo abierto! No. Doña Elenita recomendaba no ver el sol directamente, porque podíamos quedarnos ciegos. Sí, lo mismo nos había advertido el maestro Beto, en la primaria, cuando hubo un eclipse de sol. En la primaria, el maestro preparó un chunche con un cristal ahumado, a la hora del eclipse, cuando el ambiente se nubló tantito e hizo frío, los alumnos hicimos fila y pasamos de uno en uno, con la vista hacia abajo, llegamos hasta donde estaba el cristal ahumado y por ahí pudimos ver el fenómeno maravilloso del eclipse. Que nadie mire directamente el sol, fue la recomendación de todos los maestros y de nuestros papás en casa. Pero, cuando estábamos en el sitio de la casa nos encantaba tirarnos en el piso, boca arriba, con las manos debajo del cuello, para ver cómo se filtraba el sol a través de las hojas. Era hermoso, es hermoso. Lo veíamos, querida niña, tal como se ve en esta fotografía, filtrado. El sol perdía su redondez y lo veíamos como una piñata con picos. ¡Era genial! ¡Es genial! No entendíamos cómo era posible que se diera esa maravilla. Desde entonces, los primos y yo siempre que nos vemos recordamos esos instantes prodigiosos e insistimos que ahí hay un milagro de la naturaleza. Algo, no sabemos bien a bien qué. Los científicos sí pueden dar indicios de esta maravilla. A cielo abierto no podíamos ver el sol porque podíamos quedarnos ciegos, la bola ardiente nos quemaría los ojos; pero si dábamos unos cuantos pasos y nos tumbábamos boca a arriba la bola perdía su cara ardiente, tomaba un rostro amigable, se difuminaba su redondez. ¿Mirás? El llamado astro rey perdía su cara de demonio implacable y tomaba un rostro amigable. Ahora, cuando el sol es más artero (pucha, en primavera, a las doce del día, unta paños ardientes en las pieles humanas), el experimento sigue prevaleciendo. Acá lo comprobás en esta fotografía, todo es más afectuoso. Cuando miré la fotografía recordé lo que te conté del eclipse, cuando era niño. Y luego recordé un cuento (no sé si yo lo escribí o fue otro escritor. Pucha, qué memoria), donde la situación económica de un grupo de mendigos es tan apremiante, que se mutilan para provocar más compasión en las personas que les dan monedas, se cortan manos o piernas; un día ocurre un eclipse y los mayores obligan a que los jóvenes abran los ojos, vean el sol para que queden ciegos y así aumenten los ingresos de la comunidad pordiosera. Es una imagen brutal. Sin el sol no existiría la vida, y sin embargo (como todas las cosas) puede ser dañino. Ahora, quienes acuden a las playas para disfrutar del mar, deben usar cremas que los defiendan de los llamados rayos UV. Cuando fui niño mis compañeros y yo jamás usamos tales cremas. Todo mundo iba a Uninajab, se asoleaba galán y nadie se quejaba de algo. Bueno, hay que confesar que ninguna chica usaba los trajes de baño minúsculos que hoy son la tendencia. ¡No! Las señoras usaban grandes batas, cuando se metían a la poza, el batón se abría como paracaídas. Cinco señoras en la poza se veían como pulpos blancos, sólo la cabecita al centro y las grandes carpas, como nenúfares gigantescos. La recomendación sigue vigente y lo será por siempre: no hay que ver el sol directamente. El cristal ahumado funcionaba como funciona el follaje de los árboles. ¿Existe una enseñanza? Por ahí existe un dicho: todo es según el color del cristal con que se mira. Cuando se dio el eclipse en los años sesenta, los niños vimos el sol a través de un cristal ahumado, para no dañarnos la vista. ¿Cómo doña Elenita tenía la certeza de que quien ve el sol directamente puede quedar ciego? Pensá en el primer eclipse que vio el ser humano en tiempo prehistórico. Un día, mientras un grupo de cazadores hace un hueco enorme en el piso para atrapar a un mamut, el cielo comienza a oscurecer, corre un viento helado, los seres humanos no saben qué ocurre, ven hacia el cielo y observan que el sol está siendo comido. ¿Alguien vio directamente el sol? ¿Fue el primer ciego del mundo porque el sol le provocó daños irreversibles en la retina? Posdata: Armando, quien siempre ha sido muy diplomático y carismático, decía que doña Elenita no tenía razón, él todos los días veía la carita de su novia y jamás había quedado ciego, remataba con algo que ya no tenía razón de ser, pero justificaba su amor: mi Sarita es ¡un sol!