sábado, 14 de mayo de 2022

CARTA A MARIANA, CON REVISTAS DE MONITOS

Querida Mariana: Alfonso dice que soy hombre de un sólo cuadro y de un sólo libro. Estoy de acuerdo con él. Mi proceso de creación gira sobre un mismo centro: el centro es Comitán, pero como a todo centro lo rodean círculos concéntricos, mi obra abarca a Chiapas, a México y el mundo en general; el centro de mi obra es el ser humano, y con esto digo que me interesa todo lo que al hombre interesa. El mundo así es: repetitivo. Basta ver la rutina de millones y millones de personas, de lunes a viernes, en el plano laboral; y de sábado a domingo, en el plano recreativo. Conozco a muchas personas que se levantan a las seis, se bañan, desayunan y van al trabajo; salen a comer, regresan a las cuatro y concluyen su jornada a las siete de la noche; a casa, a cenar, a ver televisión y a dormir. Al siguiente día, la rutina tiene casi casi el mismo rostro. Así es la vida. Los sábados, también se levantan temprano, preparan sus cosas para el deporte y van a la cancha donde tienen partido, al término se reúnen con varios integrantes del equipo y acuden a una cantina a botanear y tomar algunas cervezas y el famoso desempance. Hoy, de nuevo, retomo el tema de las revistas de monitos, que fueron el primer escalón en mi ascenso como lector. ¿Por qué el tema de nuevo? Es como una manda religiosa. Mi mamá reza el Padre Nuestro todos los días. No se cansa. Digo que retomo el tema, porque leí un texto de Héctor Benavides donde comenta que en una ocasión (en los años sesenta) Alejandro Jodorowsky, el gran director de teatro, de cine, y hombre polémico por sus declaraciones, ser de pensamiento non, le dijo lo siguiente: “Yo leo cómics porque considero que son el arte del futuro, primero que nada es la literatura que más se lee; un libro que llega al máximo éxito, tiene 60 mil ejemplares vendidos y corona al autor; un cómic, cuando tiene éxito, tira un millón de ejemplares a la semana, o sea que la literatura actual, hay que reconocerlo, es el cómic, o los monitos, como le dicen en México”. Sí, los paisanos de mi generación recuerdan que lo dicho por Jodorowsky fue cierto. ¡Sí! En esos años, en Comitán y en todo México muchas personas leían revistas de monitos. Los tirajes eran millonarios, ¡millonarios! El director de la película “El topo” dijo: “un cómic, cuando tiene éxito, tira un millón de ejemplares a la semana”. ¿Lo imaginás? “La Proveedora Cultural”, de don Rami Ruiz, era el lugar donde vendían las revistas, además de periódicos y libros. Decenas de compradores acudían cada semana a comprar Kalimán; Lágrimas, risas y amor; Memín Pinguín; Capulinita; Hermelinda Linda; la Familia Burrón; Los Agachados; Los Supermachos; Chanoc; Santo, el enmascarado de plata. Yo era un consuetudinario lector de Memín y de Chanoc. En mi novelilla “Historia triste de un cuenta historias” hago un homenaje a Chanoc, que era un impresionante pescador de un poblado llamado Ixtac, quien tenía un padrino, llamado Tzekub, a quien le encantaba beber cañabar, bebida alcohólica de la región. Las aventuras de Chanoc fueron llevadas al cine, el actor Andrés García, antes que se pusiera su bombita, interpretó al personaje. Las editoriales, como advertís, hicieron grandes negocios con las ventas de estas revistas de monitos. En ese tiempo las editoriales hicieron negocios millonarios. Sí, millones de lectores en todo el país leían los monitos. Siempre he sostenido que muchos niños que leímos cómics nos convertimos en grandes lectores. Las revistas de monitos son el peldaño inicial de la hermosísima escalera de la lectura. Ah, qué bendición. En esos años la industria de revistas de monitos en México era una gran mina de oro. Muchísimas familias dependían de esa actividad cultural: escritores de guiones, ilustradores (magníficos dibujantes), impresores y muchos más. En algún momento, esta industria comenzó a decrecer. ¿Por qué? No lo sé. Entiendo que el fenómeno de la globalización y de las nuevas propuestas culturales arrasaron con esa floreciente empresa. Debo decir que al lado de los monitos mexicanos consumíamos monitos de importación. Junto a Memín, Kalimán, Chanoc, Capulina nos entreteníamos con el Pájaro Loco, Batman, Superman (¡por supuesto!), Flash Gordon y otros héroes norteamericanos. Era tanta la pasión de las revistas ilustradas, que nunca percibimos a cabalidad lo que significaba esa mezcla. No supimos que esas historias importadas iban, poco a poco, injertando otro modo de ser. Nuestros maravillosos personajes: Chanoc y Kalimán, si los comparábamos salían perdiendo con los súper héroes gringos. Kalimán nos decía que él dominaba la mente y quien domina la mente domina todo, ¡todo!, menos el vuelo. Superman tenía una visión de rayos equis. Pucha. Al personaje de carne y hueso le bastaba entrar a una cabina telefónica y adoptar la personalidad del súper héroe que sobrevolaba toda la ciudad de Nueva York. En ese momento no advertimos que el héroe norteamericano superaría a Kalimán, a tal grado que en el siglo XXI Superman sigue vivito y coleando, mientras que nuestro héroe mexicano desapareció. ¿Qué revistas de monitos leen ahora los niños mexicanos? Ya no hay revistas de creación nacional. Todas las que mencioné ya desaparecieron. Memín se extinguió; de igual manera Chanoc. Los Supermachos, de Rius, que educaron socialmente a los mexicanos, es un mero recuerdo. Las boberas de Aniceto Verduzco y de Hermelinda Linda ya moran en el cielo de lo irrecuperable. Ya te conté que en varios pueblos de México había lugares donde alquilaban revistas de monitos. Los niños que no tenían la paga suficiente para comprarlas nuevas, llegaban a esos locales y las rentaban para la lectura. Se sentaban en la gradita y se divertían. Parece un acto mínimo, pero ¡no! Esa práctica hacía lectores. Ahora ya no están esos puestecitos, por eso nos va como nos va. Los niños de estos tiempos leen mucho menos que antes y si consumen cómics son revistas de importación. Nada de producción nacional. Mencioné a dibujantes, guionistas, coloristas… Ahora, los diseñadores ya no tienen ese nicho, que era un espacio sensacional. Las revistas de monitos no sólo sembraron el hábito de la lectura, también fomentaron la vocación de dibujo. Miles y miles de niños copiaban los dibujos de las revistas. Jodorowsky dijo que los monitos eran el arte del futuro. ¿Se equivocó en su vaticinio? En parte. Este siglo es el siglo de la imagen. Los tirajes millonarios de revistas de monitos ya no existen, pero ahora, los niños consumen muchas imágenes en las pantallas de los celulares y en las pantallas de las salas cinematográficas y del llamado Streaming. Disney nos dicta cómo ver a México; lo mismo hacen Netflix, Amazon, HBO, Fox y demás plataformas. Los héroes que siguen los niños son héroes importados. Cuando se celebra el cumpleaños de un niño, existe una tendencia temática: todo lo que ahí se presenta, incluida la piñata, está en relación directa con El Hombre Araña; cuando se celebra el cumpleaños de una niña, todo está relacionado con Frozen. La mercadotecnia nos ganó. No tuvimos la capacidad para que nuestros héroes trascendieran. Kalimán venció a momias, pero no logró vencer la globalización; lo mismo pasó con Chanoc. Él, que venció a más de diez tiburones, no logró alcanzar a Aquaman. Los héroes gringos siguen volando por todos los cielos y nadando por todos los mares, mientras los nuestros se ahogaron en sus modestas vidas. Dejamos de consumir lo local, menospreciamos al talento nacional y cedimos la plaza a otras manifestaciones culturales. Las poderosas editoriales: Marvel y DC publican series de súper héroes. Sus precios son altísimos, en comparación con los precios modestos de las revistas de monitos de los años sesenta y años setenta. Mi papá, comerciante genial, me decía que él confiaba en la prédica: más ventas a precios módicos, que menos ventas a precios estratosféricos. Las editoriales mexicanas vendían a precios módicos millones de ejemplares, cada semana. Las editoriales ganaron mucho dinero; nosotros, los lectores, nos divertimos muchísimo gastando poco dinero. El otro día encontré una revista de Batman y recordé mis años de infancia, pero cuando vi el costo (trescientos noventa y nueve pesos) me dolió la cartera. La revista de Batman que compraba en mi niñez me costaba un peso. Los niños de los años sesenta vivimos tiempos geniales. Posdata: fui un gran lector de revistas de monitos; ahora soy gran lector de novelas y de libros de cuentos. No lo creerás, pero en mi niñez, las revistas de monitos las llamábamos “cuentos”. Yo leía cuentos y sigo leyéndolos. En tiempos que las editoriales le apuestan todo a las novelas e imprimen pocos libros de cuentos, sigo siendo un fiel lector de cuentos. Me gusta leer una buena novela (ahora leo la maravillosa novela “El péndulo de Foucault”, de Umberto Eco), pero siempre ando en busca de cuentos clásicos. Me siguen gustando los cómics, sí. Disfruto muchísimo una revista de monitos.