lunes, 23 de enero de 2023

CARTA A MARIANA, CON ASOMBROS

Querida Mariana: quienes nacieron en este siglo XXI no se sorprenden. No sé si a los de mi generación les sucede lo mismo que a mí. Me cuesta escribir los años de este siglo. Nací en el siglo XX. Parece un acto mínimo, pero a mí me apabulla esta situación que defino como milagrosa. Mi papá nació y murió en el siglo XX. Cuando él tuvo que escribir una carta y fecharla siempre escribió mil novecientos y tantos. A mí me tocó lo mismo hasta que el año 1999 asomó y entendí que era el último año donde el mil novecientos y tantos aparecería. De pronto, el año 2000 asomó su cara y metió su pie en mi vida o, más bien dicho, yo me metí en él. Y el mil novecientos noventa y tantos perdió su preeminencia. A partir del año dos mil todos los subsecuentes han tenido el símbolo del nuevo siglo para mí, el siglo XXI. Viví la transición sin mucho conflicto, fue casi casi como una cosa natural, pero, en realidad, a la par del prodigio aparece algo que me provoca ruido: soy un hombre que ha vivido en dos siglos. La naturaleza es pródiga, nos ha provisto de un mecanismo de adaptación. Sin darme cuenta precisa he ido nadando en las aguas de este siglo portentoso. El siglo XXI es un siglo que nada tiene que ver con el anterior. Nací en 1957, en un Comitán apacible, afectuoso. Hoy, Comitán es una ciudad que, en ocasiones, se muestra caótica, como los demás pueblos de nuestra patria. Los que nacimos y crecimos en el siglo XX debimos aprehender mecanismos que nos permitieran asimilar la brutalidad de estos tiempos; a la vez hemos asimilado todos los avances tecnológicos que se mostraron tímidos a finales del siglo pasado y que ahora se muestran con gran descaro en toda su maravillosa presencia. Por ahí, en redes sociales, aparecen escritos que comentan los cambios radicales que se han dado en las personas de mi generación. Cambios en todos los aspectos, pero, sobre todo, en la apreciación de valores y en la aparición de los llamados gadgets (mirá qué palabra, para los chicos de este siglo es algo normal, para mí es algo que aun no entiendo a cabalidad, pero la uso, porque este siglo tiene bordados sus hilos en chunches sorprendentes). Sigo escribiendo cartas cuando muchas personas ya no lo hacen. Ahora, lo entiendo, ya no hay necesidad de escribir cartas como sí fue necesario hacerlo en el siglo pasado. En los años setenta fui a estudiar a la universidad en la Ciudad de México, allá viví casi cinco años, cinco prodigiosos años en los que leí muchísimo en la Biblioteca Central y vi cine de calidad en los cineclubs de las facultades de la UNAM. Esos años fueron definitivos para consolidar mi vocación. Nunca terminaré de agradecer a mis papás la oportunidad que me brindaron para llenarme de chunches que alimentaron mi intelecto, aportaron buen abono a mi espíritu. En los años setenta sólo podía comunicarme con mis papás a través de telegramas, cartas o llamadas telefónicas. Los telegramas permitían enviar mensajes breves (diez palabras), las llamadas telefónicas eran muy costosas. Las cartas tardaban tiempo en llegar, pero permitían contar muchas cosas y el costo era mínimo, así que me habitué a escribir cartas, a los amigos, a algunas chicas ocasionales que me gustaban y que, siempre, terminaron por aburrirse de mis envíos. ¿Hoy? ¿Qué puedo decirte? Todos los que vivimos estos tiempos sabemos de la riqueza de la inmediatez. Quienes radican en otras ciudades del país o del mundo pueden comunicarse con los suyos de manera inmediata y sin costos elevados. La chica que estudia en Tokio puede, tranquilamente, despertar a su novio y platicar con él mucho tiempo. ¿No te gusta escribir mucho? Ah, bueno, pues enviás un tuit con pocas palabras y te comunicás con todo el mundo. ¿Quién pierde su tiempo escribiendo cartas en un siglo donde domina la imagen y la brevedad? Pocos, pocos lo hacen. Tu Alejandro es uno de ellos. A mí me encanta escribirte cartas. Agradezco que vos sos mi cómplice en esta aventura de vida, porque pocas personas, también, están dispuestas a leer textos largos. Vos también compartís conmigo el privilegio de ser persona de dos siglos. Claro, vos naciste ya muy avanzado el siglo XX, yo nací cuando apenas rebasaba la cintura. Pero vos has sido la pértiga que me ayudó a dar el salto y el asidero para descubrir la maravilla tecnológica de este siglo XXI. Siempre escribí cartas a mano, en alguna ocasión lo hice en máquina mecánica, hoy te escribo en un teclado de computadora y te envío cartas por correo electrónico. Nunca imaginé esta bendición. Posdata: soy, como millones de seres humanos, hombre de dos siglos. He transitado de un siglo a otro, casi sin darme cuenta. Pero cuando vuelvo la mirada me apabulla esta simple idea. Vengo de un siglo afectuoso, estoy metido en un siglo de vértigo. Una certeza me invade. El siglo XXII es un siglo ajeno, no lo viviré. ¿Hasta cuándo en este siglo? ¿Cómo? ¡Tzatz Comitán!