jueves, 26 de enero de 2023

CARTA A MARIANA, CON PALABRAS SABROSAS

Querida Mariana: mi mamá veía un programa de cocina en la tele. Yo pintaba, al lado del ventanal. Mientras hacía una mezcla escuché que la chica decía: “la receta de un colchón de naranja”. Dejé de pintar. Miré. Sí, la chica enseñaría a hacer colchones de naranja. Al final, quedaron unas bolitas como conejitos, bien esponjados, la chica se sirvió un poco de café y probó el colchón. Pensé que si alguien tuviera esos colchones en Comitán los sopearía en el café. La consistencia del panecillo permitiría embeber de inmediato el líquido, el interior blanco tomaría una tonalidad maravillosa, el color que buscaba para el cuadro que pintaba. Pensé que la pintura está en todo, así como la comida. He visto que hacen dibujos con café. Alguien raspa granos de café, los mezcla con tantita agua y ahí ya tiene una tonalidad maravillosa. Lo que no tiene la pintura es lo esponjoso de estos colchones de naranja, pachoncitos, como pancita de osito. Como me conocés, no explicaré que dejé de pintar porque llamó mi atención el nombre de ese pan. Se me hizo maravillosa la posibilidad de comer un colchoncito. El alburero de Romeo diría que es una bendición, porque él se come a su panquecito sobre el colchón, y ya sabés que su panquecito es su pareja. ¿Mirás cómo el lenguaje también está en todo? El Romeo le dice panquecito a su muchacha bonita, la come y la sopea en el agua de su deseo. Por eso llamó mi atención. De inmediato marqué el número telefónico de Romeo. ¿Vos has comido algún colchoncito? Primero dijo que no era chucho y contó que tuvo un chucho: “Romeín”, se llamaba, que tenía el delirio de comer colchones, era tanto su gusto que mi amigo compró un colchón nuevo y vio hacia dónde se dirigía la preferencia del chucho. El tal Romeín decidió entrarle con todo al usado y mi amigo lo tiró al piso para que ahí retozara el chucho y se diera buenos atracones de estopa. ¿Nunca se enfermó?, le pregunté. No, me dijo como si hubiera preguntado algo común, Romeín tenía estómago de alcantarilla. Entonces le expliqué lo de los colchones de naranja. Con voz de ogro dijo que ¡no!, ni pensarlo, él era fiel a su panquecito. Y me preguntó si sabía qué sabor tiene su muchacha bonita. No, le dije, nunca la he probado y solté la carcajada. Él no recibió mi broma de buen agrado, dijo, con voz de ogro ya encabronado, que, en tal caso, probaría su puño de troglodita. Además, dijo, la naranja no es lo ideal para los pastelillos, vale para jugo en la mañana, pero es la fruta menos sublime. Y fue cuando, como si me compartiera un secreto íntimamente guardado, dijo que su panquecito era sabor paisaje de José María Velasco. Eso me gustó. Sí, cuando lo dijo, me llegó el aroma de esos valles limpios, cielos transparentes, el aroma de la ropa recién lavada, de la ropa doblada después de planchar. “Naranja dulce, limón partido”, dice la canción infantil. En Comitán es muy apreciada la naranja agria. Las cocineras tradicionales la usan para poner carne en salmuera, la carne toma un sabor exquisito. En casa de mis papás, en el patio trasero sembraron un árbol de naranja agria, mi papá mandó a hacerle una rotonda. Jamás he vuelto a ver un reconocimiento tan espectacular a un árbol de naranja. Estaba a mitad del patio, caminar a su alrededor otorgaba nobleza. Para cortar las naranjas, mis papás usaban un palo largo con un chunche especial en la punta que permitía doblar la ramita y que el fruto cayera. La naranja caía sobre la tierra que rodeaba al árbol y que era la base de la rotonda, a una altura de metro y medio, por lo que luego era algo simpático usar otro palo con una red en el extremo que servía para “pescar” la naranja que nadaba en la alberca circular de tierra. Posdata: llamó mi atención el nombre de los panecillos: colchoncitos. Le pregunté a mi mamá y dijo que sí, que puede hacerse con otros sabores. Iba a preguntarle si podría hacerse con sabor de paisaje de José María Velasco, pero sé que habría dicho que no. Y habría dicho no, porque ese es privilegio de Romeo, sólo él disfruta su panquecito con ese sabor. Recordé entonces que Jaime le dice bizcochito a su muchacha bonita. Me ganó la risa cuando pensé que Luis le decía butifarrita a una novia que tuvo. Él se comía su butifarrita sobre un colchón. ¡Tzatz Comitán!