martes, 10 de enero de 2023

CARTA A MARIANA, CON LETRAS DE CANCIONES

Querida Mariana: estamos hechos con letras de canciones, con retazos. Desde que nacemos escuchamos música, en casa, en el colegio, en la calle, en las plazas. Reconocemos que la música nos define. Los peatones, los simples mortales, estamos sujetos a un intenso bombardeo musical. Mamá nos cantó canciones en la cuna, poco a poco esas letras simpáticas y cándidas (“dormí, pichito mío”) se convirtieron en letras apocalípticas (“no tengo dinero, ni nada qué dar”). En todos los lugares corren ríos de música, ríos que no siempre tienen la riqueza auditiva de los ríos reales. El agua tiene un sonido relajante cuando cae en pequeñas cascadas o sonidos impresionantes, como del rugido de mil leones, cuando se desgajan en cascadas gigantescas. Lo natural es auténtico. El genio de los grandes creadores musicales siempre está muy cercano a los sonidos naturales. Una vez, Amanda me dijo que al escuchar música de Mozart sintió que volaba. Nadie, que yo conozca, ha volado con “grabé en la penca del maguey tu nombre”, y, sin embargo, medio mundo lleva grabadas estas letras en el espíritu, como si el espíritu fuera un simple maguey. Mi generación vivió su adolescencia escuchando canciones de Julio Iglesias. Todo mundo de entonces reconoce eso de “tiré tu pañuelo al río, para mirar cómo se hundía”. ¿Esto hizo que ahora seamos derrochadores y no ahorradores como fueron nuestros padres? Tirábamos pañuelos al río (que ni eran nuestros) y perdíamos el tiempo (el valiosísimo tiempo) mirando cómo se hundían. ¡Qué desperdicio! Nosotros (pido perdón) fuimos los primeros que comenzamos a contaminar los ríos. Luego ya aventamos botellas de plástico, pañales sucios, condones (también sucios). Lo peor es que nunca supimos bien a bien cómo se hunden los pañuelos y en qué benefician al mundo en general y a nuestro mundo en particular. “Solamente una vez amé en la vida”, andaba pregonando el tal Agustín Lara. ¡Falso! Fue un gran ojo alegre. Por eso me cae mejor la Consuelito Velázquez, quien pedía “bésame, bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez”. Ah, qué mujer tan sabia, ella reconoce que la vida no es más que el instante presente. Nos fajemos sabroso, como si fuera la última vez, aunque después haya más noches. Se fueron degradando las letras de las canciones. Un día, en una serenata (qué atrevimiento) un chico le soltó a la chica esa de “la chancla que yo tiro no la vuelvo a levantar”. Chancla, qué grosería. Los hombres comenzaron y luego llegó la iracunda respuesta: “rata de dos patas”. Ratas, qué grosería. Y hay gente que se alarma porque ahora existan “corcholatas”. Todo viene de los años setenta. Uno sube al taxi y escucha la música que le gusta al taxista (y ¡qué gustos, señor padre mío!). En la calle uno camina y escucha la música que lleva un motociclista. Antes, los albañiles cargaban un radio al hombro y escuchaban música a todo volumen mientras caminaban, mientras llegaban a la obra donde colocan el radio en un andamio para laborar con fondo musical. Ahora, los motociclistas tienen sistemas de audio que son como discotecas ambulantes. Nunca los he visto de noche, pero imagino que las motos tienen mil lucecitas que se prenden y apagan al ritmo de reguetón que escuchan y obligan a escuchar a cientos de peatones. Los de calle estamos sometidos a descargas de flechas que taladran nuestros oídos, que las batallas de las Guerras Púnicas se quedan pálidas. Posdata: en nuestra memoria hay toneladas de letras de canciones, canciones que son nuestras favoritas, que estimulan nuestra nostalgia “uno se cree se las llevó el…” y otras que odiamos, pero que, como delincuentes, se metieron en la sala de nuestra mente y ahí están sentadas, obesas, idiotas, burlándose de nosotros, provocándonos malestar infinito. A mí me provoca risa lo de “a mover el culo”, a mi mamá le causa malestar, respinga la nariz, en un movimiento que significa: “voy a apagar la luz”. ¡Tzatz Comitán!