sábado, 21 de enero de 2023

CARTA A MARIANA, CON RETAZOS

Querida Mariana: parece que la Biblia dice que hay un tiempo para sembrar y un tiempo para cosechar. La experiencia dicta que, en ocasiones, los que siembran no cosechan. Por eso, la sentencia popular advierte que “nadie sabe para quién trabaja”. Hay árboles que tardan mucho en dar frutos, por lo que quienes disfrutan los frutos son los nietos del abuelo sembrador. Dirás qué mosca me picó para que hable de esto. Pues no me picó mosca alguna, lo digo porque ayer caminé por nuestro pueblo (sigo con cubrebocas y conservando sana distancia, hasta donde el mundo me lo permite). Caminé por el centro de la ciudad y reflexioné en eso: este pueblo es fruto de la siembra de muchos comitecos, algunos de los cuales ya gozan de mejor vida. Ahora somos nosotros, los que acá vivimos y quienes llegan de visitantes, quienes gozamos de esos frutos. Pero, lo que sembremos hoy definirá el pueblo del mañana. ¿Estamos haciendo una siembra correcta? ¿Estamos sembrando los árboles que den los mejores frutos? ¿Hacemos lo correcto para preservar los mejores árboles que sembraron nuestros mayores? O ¿andamos, como talamontes, cortando nuestros mejores árboles y dejando desiertos donde fue selva? La pregunta obligada es: ¿te gusta el pueblo que sembraron nuestros mayores? Sé que vos decís ¡sí!, de inmediato. Sé que te gusta Comitán, que vivís a gusto en nuestro pueblo, que lo amás y que procurás hacer buena siembra para estos tiempos y los que están por venir. Conozco a muchas, muchísimas personas, que como vos aman este pueblo, los veo orgullosos de nuestras costumbres, nuestras tradiciones, los veo enamorados de la cultura comiteca. Se sienten chentos por haber nacido acá y, de igual manera, los veo sembrando luz para que nuestro pueblo siempre irradie concordia. Fui al mercado Primero de mayo y pedí un vaso de jocoatol. Me gusta mucho el atol agrio, me encanta su color. A veces, cuando pinto hago mezclas en busca de esa tonalidad, para que cuando me pregunten qué color usé yo diga: ¡color jocoatol! Cuando alguien tiene un carácter feo se dice que tiene un carácter agrio. A mí me desagrada esta comparación, porque el atol agrio es riquísimo y el color es fascinante. El carácter jocoatol debería emplearse para alguien que tiene un sabor especial y una tonalidad exquisita. Me fascinan las personas jocoatol. Al probar el atol calientito pensé en el instante que nuestros mayores (debieron ser mujeres) descubrieron esta receta. No sé en qué momento alguien descubre una maravilla. Las primeras mujeres que hicieron el jocoatol debieron ser mujeres conectadas con la esencia del universo. El otro día vi una serie en Netflix, narrada por el actor Morgan Freeman, que explica, en forma sensacional, cómo cada elemento de nuestra vida terrenal está conectado con lo más sublime del origen del universo. Muchos escritores hablan de su experiencia a la hora de crear un texto, dicen que hay algo misterioso en este acto creativo, en ocasiones piensan que algo superior dicta las palabras, los conceptos. Soy testigo de ello. A mí me sucede, comienzo a escribir sin saber bien a bien qué decir y cuando vengo a ver ya dije. Me sorprende esta maravilla que, salvadas las distancias, tiene mucha semejanza con el origen de todas las cosas. Esto de la escritura está relacionado con el descubrimiento de la receta del atol agrio (atol decimos en Comitán, pero es atole); está relacionado con la siembra que hicieron nuestros mayores y que ahora seguimos haciendo. Nuestros mayores construyeron un pueblo lleno de deslumbres. No por algo, las autoridades federales volvieron la mirada hacia acá y dijeron: este pueblo es un pueblo mágico. Sí, Comitán es un pueblo mágico, por la siembra que hicieron nuestros mayores, gente buena, noble, trabajadora, visionaria, inteligente, pícara, mordaz, chismosa, jodona, amante de la vida, de la vida sencilla. Lo sencillo ha sido una rama importantísima de nuestro árbol mayor. Eso está reflejado en muchos elementos de la gastronomía comiteca. ¿Qué cosa más sencilla que un vaso de atol de granillo o de un vaso de jocoatol? La grandeza está en la preparación, que no es sencilla. Pero si vemos los ingredientes necesarios para hacer estas delicias observamos que son esencias mínimas. Lo mismo podemos decir acerca de uno de los antojitos más reconocidos de Comitán: el pan compuesto. Todo mundo alaba esta exquisitez. ¿Qué tiene de especial? Su preparación, la perfecta armonía entre sus ingredientes, sencillísimos. En primer lugar está el pan, un panito casi simple que se llama “pan francés”, pucha, eso le da un toque internacional. ¿Por qué el nombre? No lo sé. ¿Desde cuándo se comenzó a hacer? ¡Sepa la bola! Por ahí algún experto historiador nos dará la respuesta. Mientras tanto, una amiga me dijo los ingredientes de este maravilloso pan que es esencial para hacer el pan compuesto. Mirá los ingredientes: agua, levadura, harina, huevo, manteca y sal. Punto. Ah, pero me explicó la forma de hacerlo, cuando lo hacía me dijo que los panaderos esperan que el pan “liude” para que quede con la consistencia perfecta. Mirá qué término tan bello: liude. En otras partes dicen que leude y es el crecimiento de la masa. Este término ya no es muy usado. Acá en Comitán sigue presente y se le dice: liude. Esto que digo es parte de la tradición, del enormísimo árbol comiteco. ¿Mirás que nuestra herencia cultural es como una sofisticada receta? Los comitecos heredamos los ingredientes sencillos para hacer un exquisito antojo de vida. La grandeza de Comitán radica en la forma como mezclamos los ingredientes que están en todas partes, en todas las ciudades del mundo. Nosotros heredamos la receta secreta y con la mano fabulosa de nuestros cocineros y chefs adobamos la esencia vital. Heredamos la lengua castellana, aderezada con exquisitas palabras del tzeltal, tzotzil y tojolabal. Con este selecto y único diccionario conformamos uno de los más hermosos dialectos del mundo, seguimos voceando, porque así lo dicta nuestra tradición. Igual que los argentinos y uruguayos nosotros decimos vení, sentate, bebé, comé, tragá, besá, rezá, trepá. Somos un pueblo auténtico, alimentamos la gran burbuja cultural, somos ejemplo de que la riqueza cultural está en la diferencia. Hemos vivido alejados de los modos solemnes, por eso amamos las anécdotas que muchos comitecos cuentan con una gracia especial; por eso somos jodoncitos e inventamos apodos, nos encanta nombrar y renombrar los chunches y a las personas. Esta práctica jodona no hace más que honrar al lenguaje y a la vida. Lo que no se nombra no tiene existencia. ¿Te llamás Alfonso? Ah, existen mil Alfonsos en Chiapas, pero Alfonso “Pocopelo”, sólo hay uno, y está en Comitán. Eso nos distingue, nos hace exclusivos. Salí del mercado Primero de mayo con mi vaso de jocoatol en una mano y con chinculguajes en la otra mano (con salsita roja, comprados con doña Chusy, de Quijá. ¡Exquisitos!). El Chinculguaj es muestra de lo que acá he dicho: es un antojito que está hecho con ingredientes mínimos, sencillos, pero que, hechos con manos benditas, producen un producto gastronómico delicioso. Maíz, agua, sal, cilantro, frijol y no sé qué más. Todos elementos sencillos. Comitán es una ciudad hecha con elementos sencillos, pero mezclados de forma auténtica, exclusiva, que han dado como resultado a una de las ciudades más afectuosas del mundo. No lo digo yo, no lo decimos nosotros, lo dicen las personas que nos visitan y se sorprenden. Ellos no saben decir bien a bien cuál es la magia que contiene este pueblo, pero se deslumbran ante su grandeza dentro de sus formas simples, dentro de su carácter sencillo. A la siembra cultural realizada por los comitecos de todos los tiempos agregale el maravilloso entorno físico y su clima y tenés la receta eminente, soberbia. Y digo soberbia no por pedante, sino por magnificente. Posdata: parece que la Biblia dice que hay un tiempo de siembra y otro tiempo de cosecha. Los comitecos de hoy cosechamos la siembra de nuestros mayores. Tal vez debamos comprender que estos tiempos son de cosecha, pero también de siembra. Que los malintencionados no nos jodan, que no talen nuestros árboles. Preservemos nuestra herencia y sigamos sembrando luz, mucha luz. Este pueblo es grandioso. Muchos comitecos merecen este pueblo y Comitán los merece a ellos. ¡Tzatz Comitán!