viernes, 27 de enero de 2023

CARTA A MARIANA, CON UN CRISTAL LUMINOSO

Querida Mariana: conocí a mi hermana y lloré. El llanto es liberador. Las personas lloramos por dolor o nostalgia. Algún día te daré más detalles del abrazo del universo que recibí con la visita de Esther. Lloré. Las personas lloramos por pérdidas o ausencias. Por esto, se relaciona el llanto con la tragedia. El niño llora cuando cae y se golpea; cuando lo castiga un maestro, cuando reprueba un examen, cuando se le muere su perrito consentido; el niño llora cuando se frustra. Lloré cuando, en secundaria, en clase de educación física, no logré subir la pendiente del panteón, a mitad de la subida jalé aire y me solté a llorar, mientras los compañeros pasaban a mi lado y reían o aventaban una mirada de “pobre gordo”. Pero, he visto llorar a muchas personas cuando son felices; en los aeropuertos y terminales de autobuses he visto a abuelos llorar a la hora que los nietos corren a recibir el abrazo. ¿Has escuchado la frase “lloró de la risa”? Sí, vos, yo y todo el mundo, hemos visto a amigos llorar por la intensidad de sus carcajadas. El llanto libera, es una ventana que oxigena el espíritu, es una mariposa libre. Mi hermana vino a Comitán y al verla lloré. Nos abrazamos. No nos conocíamos físicamente. Ella nació en 1945, en la Ciudad de México; yo nací en 1957, en Comitán. Soy su hermanito. Ambos somos hijos de Augusto Molinari Bermúdez. Después de 65 años pensó que debía conocerme, conocer a mi Paty, el pueblo donde nació nuestro papá (San Cristóbal de Las Casas) y el pueblo donde vivió desde inicios de los años cincuenta hasta 1990, año en que murió; vino a dejar flores a la tumba de nuestro padre. Ella me llamó por teléfono cuando regresó a su casa, en el estado de México. Ella vino acompañada de sus hijos Martín, Maricarmen Elvira y por sus nietos Mattew, Pamela y Xiadani. Ella es tan sensible que resumió en cuatro palabras luminosas esta experiencia de vida. Esas palabras ya las tengo guardadas en mi corazón. ¡Cuatro palabras! Pucha, yo me asumo escritor y jamás he logrado tal concisión. Lloré, porque me emocionó su presencia, su coraje para dejar su hogar por un rato, subir a un avión, viajar a pesar de cierta molestia física con sus rodillas; lloré, porque el universo me envió ese abrazo como lluvia de pétalos. El llanto no siempre es sinónimo de dolor ni de frustración. Ahora subo las pendientes de la vida sin prisa. Si me canso, me detengo y disfruto el paisaje, tomo huelgo y prosigo mi caminata. No corro. La vida está hecha de los extremos: risa y llanto. Como todo mundo, prefiero reír, abrir la ventana, ver el sol, los pájaros, las nubes, pero soy feliz cuando lloro de emoción amable. Odio el llanto que asoma ante la muerte de un ser querido; odio el llanto que asoma a la hora que el cuerpo del fallecido lo dejan para siempre en un hueco de la tierra o lo meten al horno. Odio las ausencias para siempre. Por esto, agradecí la presencia de mi hermana y sus palabras de hierbabuena. Vino a conocer a su hermanito, porque cuando tenía doce años alguien de su casa le dijo que en Comitán había nacido Alejandro. Ella vino a beber nuestro cielo. Cuando íbamos en el auto, ella, iluminada, señaló y dijo: ¡el templo de San José! ¿Sabés qué restaurante eligió para desayunar? El 1813. Sabía del restaurante porque ella, todas las mañanas, lee estas cartas. Mi hermana ya es bien comiteca. Posdata: un día te contaré lo que su presencia abonó en mi espíritu. Por el momento procuro imitarla, sin lograrlo. Ella, en cuatro palabras prodigiosas, sintetizó el instante. Yo apenas balbuceo y digo: lloré. Lloré el mejor llanto de la vida, el que asoma cuando Dios nos acaricia. ¡Tzatz Comitán!