viernes, 20 de enero de 2023

CARTA A MARIANA, CON MOSTRADORES

Querida Mariana: la palabra es hermosa, decidora: ¡mostrador! Entiendo que se aplica a lo que muestra. Mi prima Luvia era mostradora en su adolescencia, su mamá se molestaba, siempre la regañaba: “Niña, no andes mostrando todo”, y es que Luvia era generosa con el mundo, usaba blusas escotadas y faldas pequeñas. Pero, sobre todo, la palabra mostrador se aplica a los objetos que sirven para mostrar mercancía en los negocios. En los negocios tradicionales, el mostrador es como una línea divisoria. Detrás del mostrador está la persona que atiende, y al frente está el comprador, el que admira lo que el mostrador enseña. Los mostradores habituales tienen cristales al frente, los más novedosos llevan también cristales en la parte superior. Si entrás a una joyería mirás a través de los cristales los relojes, aretes y las deslumbrantes gargantillas de oro con incrustaciones de piedras preciosas. En las tienditas de la esquina los mostradores, más que exhibidores, sirven para guardar las cosas que los clientes pedirán y para, como ya dije, delimitar el espacio. Mi madrina Clarita tenía un amplio mostrador en su tienda, ella permanecía sentada detrás del mostrador, cuando llegaba un conocido lo pasaba al interior y le ofrecía una silla que tenía al lado de la que ella usaba. Esto era una muestra de confianza, era como si el guardia de otro país dejara pasar al territorio extranjero, sin necesidad de presentar documentos migratorios. “Pasá, sentate”, eran las dos palabras que mi madrina decía. Esas palabras servían como diferenciadores. Quienes permanecían del otro lado del mostrador eran clientes, los que pasaban la aduana eran amistades. Los mostradores siempre han llamado mi atención. También las mostradoras. La palabra es hermosa. Dice desde el primer instante para lo que sirve, nada esconde. La palabra mostrador es una palabra que tiene cristales limpios. ¿Puedo decir que crecí detrás de un mostrador? Mi mamá tuvo una tienda de estambres, durante muchos años. Ahí crecí. Me sentaba en el piso detrás del mostrador. Jugaba carritos, muñequitos o bloques de madera; ahí leía revistas de monitos o dibujaba. Me encantaba iluminar los rostros y fotografías en blanco y negro de los periódicos. Detrás del mostrador siempre existe una penumbra, la claridad total está en la superficie. Levantaba la vista y miraba la luz. Desde mi trinchera escuchaba las voces de los clientes (mujeres, sobre todo). Llegaban y pedían estambre Meta, de color rojo o blanco. Mi mamá iba al estante y bajaba la bolsa donde estaban los bollos. Escuchaba las voces de mi mamá y de la cliente. Me encantaba esa burbuja. Odiaba cuando quien llegaba era amiga. “Hildita”, y acto seguido mi mamá abría la puertecita lateral del mostrador y hacía pasar a la recién llegada. “Pasá, sentate”, decía mi mamá, repitiendo como loro lo que mi madrina Clarita decía. Eso provocaba una línea de cercanía entre ellas, pero tendía una alfombra de alambre de púas en mi burbuja. Alejandrito debía saludar, pintar una sonrisa falsa en su rostro. Mi nombre aparecía en la plática de ellas hasta que ya otros chismes superaban mi presencia. De todos modos, mientras la amiga estaba en el güirigüiri con mi mamá, mi mundo ya no era el mismo. Cerraba los ojos y pedía a todos los dioses, ¡todos!, que la fulana de tal recordara algún compromiso superior, se levantara y se despidiera. Los dioses, bola de abusivos, parecían ponerse de acuerdo en no hacer caso de mi petición y, por lo regular, la amiga tardaba horas y horas en la plática. Las veía satisfechas, felices. Me gustaba ver feliz a mi mamá, pero odiaba que su alegría estuviera encaramada en mi tranquilidad. Me gustaba estar en mi mundo, sentado en el piso de mosaico, detrás del mostrador. El mostrador cumplía con su misión inalterable de mostrar los productos que mi mamá vendía y de ser la frontera entre el mundo absurdo de afuera y mi mundo, el que me permitía jugar carritos, muñequitos, dibujar y colorear. Posdata: la palabra mostrador es una palabra limpia, cristalina, muestra sin misterios lo que nombra. El mostrador muestra, todo lo muestra sin ocultaciones. Por eso, sonrío cuando veo un mostrador al que le ponen una manta para proteger del sol las cosas del interior. Sé que lo hacen para evitar que las cosas se decoloren o se echen a perder, pero lo que echan a perder es la vocación del mueble que se convierte en un mostrador que nada muestra. Los primos le decíamos a Luvia que no le hiciera caso a su mamá, nos encantaba que mostrara. ¡Tzatz Comitán!