miércoles, 18 de enero de 2023

CARTA A MARIANA, CON MUEBLES

Querida Mariana: ¿en qué momento el hombre construyó el primer mueble? En el Internet debe estar la explicación. Adán y Eva no necesitaron chunches. A mí me encantan los muebles. En el mundo hay museos donde se exhibe mobiliario de todo tipo. Si pensás en la casa de tus abuelos verás que están llenos de muebles. En la oficina tengo un restirador, un escritorio y una mesa con tapa que se levanta y permite guardar cosas. Los tres muebles son de madera, de pino. Pero, en casa de mi tío Adolfo había escritorios y mesas construidas con madera de cedro. La madera de pino se apolilla, la de cedro no. Por eso, el tío Adolfo decía que él era de buena madera, se palmeaba el brazo: “de madera de cedro”. Pero, en la casa del tío Adolfo no sólo había mesas y escritorios de cedro, también estantes que conservaban cientos de libros. Sí, recuerdo el aroma del cedro al entrar a la biblioteca. Todas las paredes estaban tapizadas con estantes. Sólo en una pared lateral había un hueco entre estantes que tenía una ventana y permitía el paso de luz natural y del aire. En compensación, al centro de la estancia había una lámpara que regaba con luz generosa todo el espacio. En la cocina de la casa del tío Adolfo, obvio, había una serie de vitrinas donde guardaban hierbas, pomitos con esencias, cucharas de madera (nunca supe si también estaban hechas de cedro). La casa la vendieron los hijos cuando el tío Adolfo falleció. A mí me dio pena. Me gustaba tanto ir a esa casa con cuatro corredores y jardines llenos de plantas y árboles. El tío tenía dos jardineros de planta. Por eso siempre estaba limpio. Las flores crecían con un orden diferente al que existe en el campo o en jardines descuidados. Esto lo agradecían los pájaros que llegaban. Siempre pensé que el canto de los pájaros era diferente al que se daba en otras casas. Las vitrinas y estantes sirven para dar orden. Así como los jardineros se encargaban de mantener impecable el jardín, siempre pensé que el tío dedicaba cierto tiempo del día a ordenar los libros de su inmensa biblioteca. Cuando tardaba revisando los libreros, veía que el tío bajaba uno, dos, tres… muchos, los consultaba, los dejaba en el escritorio donde llenaba las carpetas que servían para redactar sus ensayos. Al día siguiente todo estaba en un preciso orden. Ah, ya me hubiera gustado ver a Carlos Monsiváis en ese espacio. Monsi conservaba un maravilloso desmadre en su estudio, su escritorio era un bosque lleno de revistas, periódicos y libros, un bosque donde la cereza del pastel eran los gatos encaramados sobre esas montañas de papel. Los estantes sirven para exhibir productos en negocios de artesanías. Las dependientes frotan con un paño las ollas y los muñecos y luego los colocan en un orden exquisito. Lo mismo sucede en dulcerías, panaderías y tiendas de juguetes. En las bibliotecas públicas existe un orden pulcrísimo, dictado por un sistema de registro. Cada libro tiene un lugar específico y los lectores lo encuentran en forma inmediata. En los supermercados también existen exhibidores que permiten hallar con facilidad lo que uno busca, incluso lo que uno no busca y termina comprando. Los muebles ponen orden en esta vida desordenada que llevamos. A mí me encantan los chunches. Los disfruto. Recuerdo los de mi casa de infancia. En el comedor hubo una mesa de madera para seis personas; cuando nos pasamos a vivir a la casa que fue propiedad nuestra, la mesa fue para doce personas. Sólo en dos o tres ocasiones estuvo llena. Nunca tuvimos muchos festejos. Hoy, la mesa es discreta, de nuevo. Sólo mi mamá come en ella. Mi Paty come en una mesita de plástico, de esas plegables. Hago lo mismo. Cuando llego a casa, preparo mi plato y como, mientras reviso cómo está el mundo de las redes sociales. Mi mamá siempre dijo que no se leía a la hora de comer, cuando fui niño. Yo tenía la costumbre de leer las revistas de monitos mientras comía las quesadillas o tomaba la sopa de poro. Esta lucha sí la perdió mi mamá. Hoy, mientras ceno, leo novelas o cuentos en el Kindle. Posdata: a veces pienso que faltan estantes para conservar recuerdos maravillosos. Sería bello extender la mano y tomar los momentos más sublimes; sería bello que estos instantes conservaran todas sus esencias, sus aromas, su calor. Que fueran como pomadas para untarlas al espíritu; que las vitrinas fueran hechas con madera de cedro, aromática, sin polilla. Y digo sin polilla, porque a veces, no sé si a vos te sucede, encuentro recuerdos apolillados, endebles, que se deshacen en cuanto los agarro y se hacen polvo, nada. En mi oficina tengo dos estantes para libros. Son de metal, fríos. El calorcito que se desprende es dado por los libros, las novelas y cuentos, aún los más dramáticos, tienen vida y la vida tiene la capacidad de la mano que se posa como mariposa. El de la foto que anexo estaba en la oficina del padre Carlos, ahora está en la Biblioteca del Colegio Mariano N. Ruiz. ¡Tzatz Comitán!