viernes, 9 de febrero de 2024
CARTA A MARIANA, CON BURROS
Querida Mariana: ayer hablé del inicio del cuento “Gimpel, el tonto”, de Bashevis. Dije que él no se asumía tonto, él decía ser ingenuo. Los compañeros de su escuela se burlaban de él y abusaban de su ingenuidad.
Ante Dios, igual que Gimpel, confieso no ser tonto (aunque muchos lo piensen), soy ingenuo. Crecí creyendo en un mundo bueno, crecí creyendo en la amistad y ¡mirá! a mis sesenta años con las paredes en que me he topado. Sin embargo, sigo creyendo en el mundo. Los chavos dirían que ¡hay señales! A veces encuentro gente que, de igual manera, no es tonta, pero que cree en la posibilidad de un mundo más digno.
No obstante, tampoco soy tan ingenuo (pendejo pues) para no ver que el mundo está lleno de gente mala, de gente que si bien no merece balazos tampoco merece abrazos. Sólo eso faltaba que uno anduviera abrace y abrace a gente que te daña.
Hay gente ingenua, gente noble. En la escuela sigo viendo la diferencia de personalidades. La escuela es el gran laboratorio donde, si fuera clase de química, se mezcla la bondad y la maldad.
¿Mirás que usé el término bondad como sinónimo de ingenuidad? Lo usé porque, para mí, la ingenuidad no es sinónimo de estupidez, es exceso de bondad, pero, como diría la Madre Teresa hay que dar hasta que duela.
El padre Carlos (hombre bendito) siempre me dijo que entre la bondad y la pendejada había una línea muy delgada (así me lo decía) y aseguraba que yo cruzaba esa línea con frecuencia y dejaba el territorio de la bondad para solazarme en el fango de la pendejada.
Hoy, ya viejo, pienso que mi vida ha sido tersa porque jamás he pasado de la ingenuidad al terreno espinudo de la maldad. Jamás he actuado con dolo, porque soy de los de este lado.
Digo que en las escuelas se dan esos contrastes con diferentes personalidades, las de los buena gente y los que traen en sus genes la maldad. Hay niños que son jodones por naturaleza. A veces, en casa veo a la perrita que baja del sofá para tomar agua, se acerca al recipiente, de color verde, y lengüetea rico. El gatito (que es un amor, pero que es un chingaquedito) permanece en una silla acolchada, ahí observa todos los movimientos de la Pigo. Cuando la Pigo termina y va de nuevo al sofá pasa cerca del gato y éste, así lo dicta su natural, baja la manita y suelta el zarpazo. La perrita se espanta. El pinche gatito queda tranquilo, esperando que alguien le cuelgue una medalla por la hazaña estúpida que hizo. Bueno, así hay muchos chicos y chicas en la escuela. A veces, un chico bueno sale de la cafetería con unas quesadillas, camina por donde están dos chicos sentados en el piso, con las piernas estiradas, como si estuvieran en una playa. El resultado es previsible, pero el niño bueno no lo ve llegar. Uno de los pelafustanes sube tantito el pie a la hora que el de las quesadillas pasa y provoca que trastabille, por fortuna, las quesadillas siguen en el plato. El que sube el pie ve hacia otro lado, mientras su amigo ríe descaradamente. Ah, la Pigo y dos pinches gatos jodones.
El problema es que, en ocasiones, los jodones van más allá, de pronto se regodean en molestar a un ingenuo, a un buena gente, porque saben que el otro no responderá con violencia ante sus acosos.
Siempre he escuchado que el maldoso sentencia al buena gente, que ni se vaya a quejar porque le irá peor. ¡No! En la escuela, los niños buenos deben saber que, de inmediato, deben notificar acoso para que los otros sean reprendidos. La autoridad es la que sentencia al maldoso, la que le explica que no debe volver a meterse con el niño bueno, so pena de más graves sanciones. ¿De verdad así funciona? No lo sé, nada sé, querida mía. Sólo sé que me enerva que los maldosos abusen de los niños que caminan indefensos por la vida.
Posdata: la mitad del mundo está llena de ingenuos, como Gimpel, no son tontos, son ingenuos, creen lo que les dicen. La otra mitad está llena de cabrones que se dedican a joder a los buenos. Basta que mirés a tu alrededor para que me digás si tengo razón o no. ¿Qué hacemos los buena gente ante tanta maldad?
¡Tzatz Comitán!