domingo, 18 de febrero de 2024

CARTA A MARIANA, CON SUÉTER CONSENTIDO

Querida Mariana: el de la foto soy yo. Mi Paty (quien la tomó) dice que tengo horma de bolo, pero no. Es foto de los años ochenta, en nuestra recámara de la casa a media cuadra de la Matías. Recargada en el escritorio hay una guitarra. Por un rato nos inscribimos con Carlos Gordillo, el gran artista, quien en ese tiempo daba clases. No prosperó nuestro estudio, pero la guitarra ahí andaba rondando de un lado para otro. En la pared está colgado un reloj, de esos medio chafones, de batería gorda, que daba muy bien la hora. Una lámina de cartulina ilustración está en el caballete. No lo alcanzarás a distinguir, pero te cuento que en el boceto está el padre Carlos y la imagen de una virgen, cuya capa ya está iluminada. El escritorio fue de mi papá, me lo regaló, de pura madera, un día que se miraba todo manchado me dijo que le daría una manita de gato, ¿qué color te gusta?, me preguntó y yo le dije que lo pintara del color que le gustara. Lo pinto de azul celeste. Ah, me encantó, se veía muy bien, bien cuco. Detrás de mí está la lámpara con la que iluminaba mis lecturas o mis escritos. El revoltijo de libretas es el que siempre me ha acompañado. Además de las libretas lo que más sobresale en el primer plano es una caja de gises al pastel, con esos gises dibujaba en ese tiempo (importados de Holanda, decía la caja. Ando en pose de divo, una mano, la izquierda, adentro de la bolsa del pantalón y en la otra sostengo el color pastel que usaba en ese momento. La verdad es que no es una pose muy de trabajo, pero así dibujaba en ese tiempo, sólo utilizaba la mano derecha para dar color, si era necesario difuminar dejaba el gis y con el dedo índice difuminaba. Ni me preguntés qué pasó con el cuadro del padre Carlos. No lo sé. Sólo tengo en la memoria un cuadro con el rostro de Cristo (que terminé en media hora) y que a mi Paty le fascinó. Lo tuvimos enmarcado durante mucho tiempo hasta que me enteré que el hijo de un amigo estaba enfermo y andaban haciendo una colecta para sufragar gastos. Le dije a mi Paty que se lo daríamos a un amigo del amigo por si quería rifarlo. Nunca nos enteramos de la rifa, sólo, ¡Dios mío!, que tiempo después el chico enfermo murió. En el extremo del escritorio hay una máquina de sumar, se alcanza a ver el rollo. En ese tiempo mi papá y yo teníamos un negocio de venta de triplay, era buen negocio. La maquinita me servía para hacer las cuentas de las ventas diarias, mismas que anotaba en un cuaderno. Lo que quiero platicar es el suetercito. Siempre, qué manías, he tenido suéteres consentidos. Donde me pongo uno y me gusta ya no lo suelto. Parecés retrato, dicen los amigos. Sí, este suetercito me gustaba mucho, no sé dónde lo compré: en Novedades Cecilia, en la tienda de Doña Chelo o en San Marcos, que eran los tres lugares que frecuentaba la familia, mi mamá sobre todo. En ese tiempo mantenía la línea más o menos, por lo que las franjas horizontales no eran inconveniente para la figura. Ya mirás que los expertos recomiendan que las personas obesas no usen líneas horizontales, porque los presentan más timbones. Yo pintaba y mi Paty tomó la cámara, me llamó la atención y soltó el disparo. Yo sólo moví tantito mi cara hacia donde ella estaba, la mata de cabello era generosa (no como es hoy, bien escasa). Usaba pantalones de mezclilla. Siempre he necesitado usar suéteres, así esté haciendo mucho calor. Mis compañeros de la universidad en Tuxtla, ya en los años noventa, me decían que sentían más calor en esa endemoniada ciudad siempre que me veían. Los treinta y cinco grados a mí me hacían los mandados. Este suetercito de los años ochenta lo tuve durante varios años, a pesar de que, como ya dije, lo usaba a diario. Sé que hay más personas como yo, personas que se “encariñan” con una prenda, que no la sueltan, aunque parezcan retratos. Posdata: en los años ochenta mis papás viajaron a Canadá y me trajeron una chamarrita café de ante. Ah, no la solté ni para bañarme. En dos o tres fotografías de generaciones de nuestro Colegio Mariano N. Ruiz, aparezco entre los alumnos y compañeros docentes, con la misma chamarra, como retrato, pues sí. Aparezco con mi consentida. ¡Tzatz Comitán!