domingo, 25 de febrero de 2024

CARTA A MARIANA, CON EJERCICIO DE VIDA

Querida Mariana: el ejercicio es sencillo: ir al parque de San Sebastián, puede ser sábado, al mediodía. Al llegar debe buscarse una banca, de esas de hierro, de color verde. En esa posición, con las piernas levemente extendidas, el espíritu debe prepararse para beber la esencia. Los expertos recomiendan “soltar”, soltar para pepenar. La mirada tiene mil y un motivos para regodearse, para sentirse en columpio. Ahí está el árbol cascarudo, quebradizo, con ramas truncas (lo que habla de su vejez); ahí están las hojas secas tiradas en el suelo, haciendo figuras. Cuando son las once con cincuenta de la mañana, de un día luminoso, con el cielo azul sin nubes, hay manchones de sombras, que provoca el sol al contacto con las frondas de los árboles. Estas sombras no están como estatuas, ¡no!, son como esas sombras que nacen de las veladoras, se mueven. Claro, no se mueven las grandes manchas, el movimiento está en las pequeñas hojas al final de las ramas. Se mueve lo más frágil. Así es siempre en la vida, los abuelos, los troncos, los racimos gigantescos parecen inmóviles. Algunos están cansados, otros piensan: ¡qué hueva! La mañana que hice el ejercicio de vida me senté en el andador frente a la casa de los hermanos García, quienes fallecieron en un lamentable accidente automovilístico, viniendo de la Ciudad de México al pueblo. Venían de vacaciones. Qué pena. En el andador del otro extremo hay un bazar, caminé por ahí y vi un libro en venta: “Testimonios sobre Mariana”, de la escritora Elena Garro, quien fue esposa de Octavio Paz. Compré el libro. Fue una ganga: cien pesos. El prólogo lo escribió Emmanuel Carballo, uno de los mejores críticos literarios de México. Emmanuel cuenta que Elena era perversa, una adorable perversa. Su novela “Los recuerdos del porvenir” está considerada como una de las mejores novelas mexicanas. Otro día nos metemos en la burbuja del morbo y platicamos acerca de la relación que sostuvo con Octavio. De terror. Al lado de la casa de los dos García, hay una inmobiliaria, y en la siguiente casa (una de dos plantas), pintada en amarillo y rojo, con herrería en blanco, funciona una institución universitaria. Vi salir a un grupo de chicos y chicas, regresar luego con refrescos y comida. Pensé que estos muchachos gozan del mismo privilegio del que gozamos los estudiantes de secundaria del Colegio Mariano N. Ruiz, en los años sesenta: el parque es su patio de convivencia a la hora del receso. El placer que tuvimos los chicos de once, doce y trece años hoy sólo pueden disfrutarlo chicos y chicas de dieciocho años o más. Los tiempos han cambiado. Bueno, el parque de San Sebastián no ha cambiado tanto, y esto es así porque está rodeado de casas, esto hace que sea un parque muy íntimo, que no permite el rebumbio de los años veinte del siglo XXI. En el andador donde estoy sentado hay algo como una burbuja protectora. A pocos pasos hay una funeraria, tal vez por eso, los autos pasan con velocidades moderadas. En la calle del otro lado, donde está el Colegio Mariano N. Ruiz y la casa del Niñito Fundador hay más trasiego, ahí transitan los camiones urbanos. Ahora está en venta la casa de los difuntos García. Deben pedir millones. Ahora tiene puertas metálicas, pero el techo es el mismo de teja que tenía cuando mis compañeros y yo jugábamos la cascarita de fútbol en la calle. Ya te dije que jugaba de portero. Como un bálsamo todavía se escucha el parloteo de los pajaritos, las risas de los niños, los pasos de los andarines y corredores que dan varias vueltas al parque, lidiando con las placas levantadas que imposibilitan una carrera segura. ¿Por qué, señor, los constructores no tienen métodos para pavimentar los espacios públicos sin esos “levantamientos”? Los vecinos disfrutan el parque. Doña Rosita Guillén de Cristiani camina acompañada de su chofer. El bolero mueve sus manos con el trapo que da brillo al calzado. Dos chicas se toman una selfie, una de ellas estira el brazo con el celular y las dos sonríen, se ponen en pose de divas. Ven el resultado y quedan satisfechas. En el andador del bazar colocaron una bocina, se escucha un sonido lejano: “…el bongoro, quiña, quiña…”, ah, es la Sonora Santanera. ¿Y las ardillas? Busco infructuosamente. No veo asomarse sus caritas detrás de los árboles, no veo sus espléndidas colas. Por ahí deben andar trepadas en lo más alto de los árboles. Cuando el viento se encabrita tira hojas de los árboles, las hojas cambian la figura que había en el piso. Mañana, muy temprano, el personal de limpieza barrerá todas las hojas con sus enormes escobas de palma. El viento volverá a hacer travesuras y durante el día formará figuras de hojas en el piso. Posdata: el ejercicio de vida es sencillo: ir al parque de San Sebastián, sentarse en una banca verde y pepenar esencias. Después de media hora puede uno levantarse, comprar un helado con el nevero tradicional o en “Helafrut” o en el local de Doña Esthelita. Ah, las paletas de chimbo ¡son riquísimas! La esencia de la vida es sencilla. ¡Tzatz Comitán!