lunes, 5 de febrero de 2024

CARTA A MARIANA, NADA ES IGUAL

Querida Mariana: “todo cambia”, dice la canción. En los años sesenta, el parque central de Comitán era más íntimo, bajabas a él por un lado y subías por otro. Hoy sucede lo mismo, pero todo cambió. A veces divido el mundo en dos, hoy lo dividiré en personas a las que les gustan los espacios amplios y personas a las que les gustan los espacios íntimos. Es difícil ubicarse en uno de los dos lados, pero si me exigieran elegir elegiría los espacios íntimos, los cercanos, los afectuosos, los callejones iluminados, las plazas cariñosas, las de abrazo que no cesa. Nunca he estado en París, ni estaré, pero al ver una foto de la Plaza de la Concordia me siento bien; no obstante, disfruto más las callejuelas, donde la gente está en sus balcones llenos de flores. Sí, tal vez porque vengo del parque íntimo de mi pueblo, de los años sesenta, me gustan los espacios íntimos. ¿Podés imaginar lo que era dar vueltas y vueltas los domingos en el parque? Después de ir al cine, medio mundo salía de las salas y se concentraba en el parque y comenzábamos a dar vueltas, platicando, viendo a las chicas y ellas, bonitas, sonriendo, abrazadas, mostrándose como lo que eran: unas diosas, algunas alcanzables, otras no, pero todas, eso sí, democráticas, caminando donde caminaban los príncipes comitecos y la runfla de plebeyos, malcriados, bolos, con las bocas apestosas a cigarro, a cerveza, a cebolla, después de cenar tacos. El parque era la mitad de lo que es hoy, no se veía la fachada del templo de Santo Domingo ni la fachada del Centro Cultural Rosario Castellanos (que no era tal, en ese tiempo era la Escuela Secundaria y Preparatoria). Sólo se veía la parte alta del templo, era como si estuviéramos en un barco y de pronto supiéramos que ahí había un templo al que debíamos acudir para recoger el programa impreso que anunciaba las funciones del Cine Comitán y del Cine Montebello. Nada de redes sociales, el método más efectivo para hacer llegar el anuncio era a la salida de misa. Todo mundo recibía el programa (impreso en la Imprenta de Don Chinto Naciff) y a la hora de llegar a casa para desayunar tamalitos y chocolate caliente ya sabíamos qué iríamos a ver en la matiné y luego en la tarde (yo, que era cinéfilo de hueso colorado, lo sigo siendo, iba a la matiné, luego a la función de la tarde y el lunes al otro cine). Vengo de un Comitán afectuoso, de un Comitán íntimo, la mayoría de mi generación dice a cada rato que éramos un pueblo donde todo mundo se conocía. Hoy esto es imposible. Hoy es la generación del parque ampliado, del que no tiene ya el referente de la manzana que fue derruida. Tiraron una manzana para ampliar el parque, ampliaron la perspectiva. No sé cómo se da la relación de espacios físicos y espirituales. Los de mi generación vemos la ampliación de un parque como producto de la mutilación de la intimidad. No siempre lo más grande es mejor, a veces, como así lo pienso, lo pequeño es concentración de afectos. El parque se llenaba después del cine, a la salida de misa de las doce, después de los desfiles, ya no se diga la noche del grito o en actos políticos. Todo esto bajo la mirada complaciente de la gran estatua de Belisario Domínguez, la que también quitaron. Ya te he dicho que hoy ni siquiera existe una mínima estatua de tío Belis en el parque, qué incongruencia. En la ciudad que se llama Comitán de Domínguez, en su honor, su estatua está resguardada (secuestrada) en el interior del palacio municipal, cuando es día de su onomástico o de su fallecimiento, el pueblo está ausente, sólo las autoridades lo festejan, como si fuese de su propiedad. La grandiosa estatua que estaba en el centro del parque íntimo, el antiguo, no contrastaba con la pequeñez del espacio, al contrario, era como un inmenso faro en una isla, un faro que nos servía de guía, porque todo mundo recordaba, al verlo, que si la representación nacional cumplía con su deber la patria estaría salvada. Esto lo sabía medio mundo, la imagen servía para recordarnos a los comitecos que nuestro corazón también era afectuoso, íntimo, que no se prodigaba en espacios amplios, que nosotros éramos más de acá, de la plática en sobremesa, de café en torno a los fogones, de viajes a Uninajab o a Los Lagos. El viaje a Los Lagos era por caminos de terracería, en medio de maravillosa arboleda, todo nos hablaba de intimidad, de un cercano abrazo de la naturaleza. Posdata: todo cambia. ¿Todo, de verdad? ¿Por qué entonces en mí permanece el recuerdo imborrable, inmutable, del parque afectuoso que tuvimos en los años sesenta? ¡Tzatz Comitán!